Cuenta la anécdota que un par de jóvenes se encontraban en la Galería El Attico observando un par de dibujos del maestro Dagoberto Vásquez, allá por los años 1990. Tenían un trazo limpio y perfecto. El precio, en dólares, muy superior al de cualquier otro artista en la sala. Sorprendidos por lo minimalista del trazo y el valor tan elevado de la obra, le preguntaron al artista, quien casualmente se encontraba en el lugar ¿cuánto tiempo le había tomado hacer los dibujos? Vásquez respondió con astucia: “más o menos unos 30 años”.
Este episodio contado por Luis Escobar, uno de los propietarios de la galería, se recuerda con gracia e ilustra una parte del mundo del mercado del arte en Guatemala. Una pequeña industria cultural que mueve miles de dólares anuales (cifra desconocida) y en donde hay espacio para todos los gustos: coleccionistas tradicionales, los que empiezan su colección; los falsificadores, los artistas de trayectoria; los emergentes y otros más.
Quizás una buena interpretación para entender este mercado venga del artista plástico Jonathan Ardón, quien asemeja la compraventa de arte como un pastel de capas, en donde se necesita escarbar para llegar hasta el relleno y encontrar lo que hasta el momento se valora mejor: los maestros guatemaltecos del siglo XX, que abarcan más o menos de la generación de 1920 hasta quizás la década de 1970. Los precios de estas obras comienzan, en general, a partir de los US$10 mil en adelante. “Hay quienes lo ven como una inversión, y están tras la búsqueda de estas piezas para revenderlas”, comenta Ardón.
Pero también existe un mercado más informal, con artistas que producen obras en serie, a precio de combo, con fines decorativos. No faltan las falsificaciones de los artistas de renombre, generalmente fallecidos, en donde se comenta con sorna que “producen más estando muertos que cuando estaban vivos”.
Pero ¿qué define el precio de una obra de arte? La respuesta es compleja y está salpicada de factores: la reputación del artista, dimensión de la obra, pero también los premios recibidos, subastas, colecciones en museos internacionales, publicaciones, la crítica especializada, la obra pública, exposiciones en el extranjero, son parte de los elementos que legitiman cada pieza.
Este año, una de las galerías de mayor tradición, El Túnel arriba a sus 50 años. Una oportunidad para plantear con dos propietarios de galerías, dos artistas plásticos, y un académico del arte; acerca del fenómeno del mercado del arte actual, el cual se mantiene tan dinámico como activo, ya sea con o sin pandemia, y con cifras de ventas que son un misterio.
UN MERCADO CARENTE DE CIFRAS
El doctor en arte, Miguel Flores Castellanos, parte de una explicación base para entender este negocio, el cual tiene dos corrientes: el mercado primario, donde las obras son recientes y pasan los procesos de las galerías. Y el mercado secundario, que son las piezas que su propietario ya no desea y quiere vender.
“El mercado primario se encuentra activo y de este depende muchas veces la subsistencia de un artista”, expuso Flores Castellanos en una columna en La Hora en 2018.
Es en esta parte donde las galerías ejercen, en teoría, una labor de gestión para los artistas que representan. Es decir, los apoya para darlos a conocer a nivel local, internacional, medios de comunicación, muestras colectivas, en donde se pacta una histórica comisión del 30% por la compraventa.
Las inauguraciones de exposiciones eran la forma más celebrada y común para dar a conocer a un artista y su obra. Una dinámica que comenzó en el año 1964 con la fundación de primera galería en Guatemala: la DS, dirigida por los artistas Daniel Schaeffer y Luis Díaz. A este proyecto le siguieron El Túnel, El Attico, Sol del Río, con más de tres décadas de trayectoria, a las que se unió Rozas-Botrán, Lucía Gómez y un sinnúmero en el interior del país.
Pero ¿existe tanta demanda? La respuesta es un misterio, como también lo son las cifras que maneja este mercado.
Cada vez son más escasos los cocteles de inauguración, en parte por la pandemia, pero además la forma de promocionar y vender obra de arte cambió. Ahora se hace con el coleccionista en forma personalizada, a través de redes sociales y por plataformas en línea. Por otro lado, artistas como Sergio Valenzuela (Valenz), decidieron independizarse de las galerías para promocionar sus obras por su cuenta.
Flores Castellanos considera que este es un terreno opaco y segmentado. Primero, porque los artistas han saturado las galerías con el mismo producto. Pero el que manda es el cliente, que por lo general prefiere paisajes. “Lo más difícil es arte contemporáneo, pues no gusta”, asevera.
Por otro lado, considera que las galerías dejaron de hacer inauguraciones de exposiciones en parte por culpa de los artistas, quienes comenzaron a promocionar sus obras en lo particular, con descuento, lo que voló al trasto con el esfuerzo de algunos promotores serios.
EL COLECCIONISTA Y SUS PREFERENCIAS
Pedro Solís, director de Galería El Túnel, se familiarizó con el mundo del arte desde niño. Cuando asumió la dirección de la galería manejada por su madre, la artista Ingrid Klussmann, “le tocó renovar la cartera de clientes, pues los coleccionistas tradicionales ya habían llenado sus paredes de pinturas”, cuenta.
Su ritmo de trabajo no se detiene, aunque la estrategia es distinta. Cuenta que no ha parado, trata de mantener el ritmo, aunque la gente sigue sin salir de casa. Por lo tanto, le toca visitar y compartir piezas a través de las redes sociales. “Se dejaron las exposiciones presenciales, aunque cada cierto tiempo hay un open house”, explica.
Solís cuenta que sigue manejando a los artistas de “toda la vida”, es decir, los que tienen una trayectoria. En lo personal, es lo que más admira. Esto hace que la venta sea más sincera y transparente. Por tanto, se considera más un amigo y asesor de arte, en quien los clientes depositan su confianza. Los rangos de precios varían si son dibujos, hasta US$3 mil y si son óleos, superan los US$20 mil, en promedio.
En cuanto a los coleccionistas, la tendencia es preferir a los artistas guatemaltecos del siglo XX. “Los prefieren en un 80%, son los consentidos”.
Más de 34 años de trayectoria en el arte guatemalteco a través de la galería El Attico, le dan a Guillermo Monsanto la capacidad de evaluar este mundo y comentar que una de las novedades es que han surgido plataformas de arte que venden piezas en línea, manejadas por gente desconocida, promocionando un stock ilimitado y sin estar sujetos a la Intendencia de Verificación Especial (IVE) para evitar el lavado de dinero.
Por razones personales, hace varios años cerraron el espacio en la zona 14 y se dedicaron a usar una plataforma de venta en línea, aunque se mantiene el esquema de contacto con el cliente. “Estamos trabajando más que cuando teníamos el local, pero a nuestro ritmo”, asegura.
Coincide con Pedro Solís en cuanto a las preferencias de los coleccionistas locales, que buscan artistas consagrados, pero amplía un poco más el catálogo hacia los maestros quetzaltecos o las obras contemporáneas de Darío Escobar.
En su rol como coleccionista y con una formación especializada en arte –hasta el siglo XX–, considera que al final cada quien invierte en lo que le gusta. En su caso, el arte contemporáneo ya no le interesa. Lo califica de repetitivo y político, nada que lo conmueva.
JONATHAN Y VALENZUELA
Las subastas de arte también han cumplido un rol importante para fijar cómo se cotiza la obra de un artista. Inolvidable, por ejemplo, aquel evento de Juannio 1989 cuando el cuadro de un artista de la generación de 1940 superó la barrera de los Q100 mil. “El martillador saltaba de la emoción, hubo aplausos y gritos”, recuerda Monsanto. “Fue importante para dar su justo valor a aquellos artistas que abrieron brecha en el incipiente mercado local”.
Jonathan Ardón (Nathan), con 10 años de trayectoria, pintor de aves y nidos, resalta la necesidad de una entidad que regule o registre la obra de arte para evitar falsificaciones, especialmente de los maestros ya fallecidos.
No faltan los artistas de pura cepa, pero que comercialmente no tienen suerte. En su caso, considera valioso el rol de las galerías, en donde uno depende del otro y les permite cotizar mejor su trabajo creativo.
Por otro lado, está la industria informal que termina por devaluar la obra de algunos artistas (conocidos), quienes terminan por producir obras a precio de combo.
Sergio Valenzuela (Valenz) se considera un artista autodidacta y su propio gestor. Con más de 30 años de trayectoria, cuenta que se abrió espacio por su cuenta, pues cuando iniciaba las galerías le negaron el espacio. Comenzó una carrera en paralelo a su trabajo publicitario, que le dio el conocimiento para promoverse. Poco a poco se fue posicionando hasta abandonar la publicidad y dedicarse solamente a pintar. Sus obras superan los miles de dólares.
Actualmente “Valenz” coordina un proyecto integrado por 10 artistas que los impulsa para vivir de su profesión. Se llama “Proyecto Haciendo Arte”. Desde hace 5 años, dispone de un estudio en Fraijanes en donde todos se reúnen para crear y exponer su trabajo.
MEJOR VALORADOS
Al hacer un repaso de la dinámica de esta industria cultural, “Valenz” reconoce que es un medio difícil y se necesita que el mercado sea más sano y democrático, en donde el arte sea de acceso para cualquier interesado.
Solís resalta que los artistas de la plástica son un orgullo nacional y deberían promoverse más, así como apoyar la educación artística en las escuelas como una forma de valorar la historia y nuestra identidad. “Deben crearse más arte en espacios públicos y más museos”.
Monsanto cuestiona cuál será el perfil del coleccionista en unos 20 años, con niños que se educaron en Zoom, sin embargo, reconoce que el mercado de arte visual, a diferencia del escénico, se vio más beneficiado durante la pandemia.
Mientras que Ardón considera que, al artista plástico, por lo general, le ha ido mucho mejor respecto a otras disciplinas. Cita una confesión del maestro Marco Augusto Quiroa: “Nosotros somos los príncipes del arte. Dele gracias a Dios que no nació poeta”.