El fútbol no es la sociedad humana en sí misma, con todos sus problemas espinosos, pero a veces es un reflejo de todo el planeta. Las disputas y aspiraciones de las naciones no desaparecen cuando empieza el Mundial. A principios de noviembre, apenas unas semanas antes de que comenzara en Qatar la Copa del Mundo más criticada de la historia del torneo, los altos cargos de la FIFA enviaron una carta a los equipos para que «dejaran que el fútbol fuera el centro de atención».
La víspera del partido inaugural, el presidente de la FIFA, Gianni Infantino, continuó con una diatriba de una hora de duración contra todos los que habían criticado el historial de derechos humanos del país anfitrión, las condiciones que provocaron la muerte de miles de trabajadores inmigrantes en la construcción de los nuevos y relucientes estadios de la nación y su postura sobre los asuntos LGBTQ.
Los fanáticos de todo el mundo tienen una idea diferente de lo que debería mostrar ese «escenario central». Muchos iraníes que asistieron a los partidos en Qatar han querido expresar su apoyo a los manifestantes en casa y han expresado su deseo de que el equipo haga lo mismo. Otros problemas políticos han estado surgiendo rápido y furiosamente casi a diario. Y fuera de la burbuja de la Copa del Mundo, el propio planeta ha seguido girando, como evidencian algunos de sus aspectos más duros: la guerra de Rusia en Ucrania, los tiroteos a mansalva en Estados Unidos y el repentino estallido de protestas en China.
Resulta que el resto del mundo no termina donde empieza la cancha de fútbol.
Sobre el espíritu deportivo, George Orwell escribió: «Siempre me asombro cuando escucho a la gente decir que el deporte crea buena voluntad entre las naciones, y que, si la gente común del mundo pudiera reunirse para jugar fútbol o cricket, no tendrían ninguna inclinación a encontrarse en el campo de batalla».
Su punto de vista sigue vigente. Rusia fue expulsada de esta Copa del Mundo después de albergar la anterior en 2018, lo que refleja el aislamiento que enfrentan el país y sus líderes por la invasión de Ucrania. La propia Ucrania cayó en el último obstáculo para la clasificación, con sus fanáticos en casa probablemente más preocupados por los cañoneos y la supervivencia en medio de la escasez de electricidad y agua que por ver los partidos en Qatar.
Décadas de enemistad entre Estados Unidos e Irán se han evidenciado antes de que las dos naciones jueguen un partido crítico de la Copa del Mundo el martes, que podría ver a uno de ellos avanzar a las etapas eliminatorias. La Federación Estadounidense de Fútbol mostró brevemente la bandera nacional de Irán en las redes sociales sin el emblema de la República Islámica, explicando que con ello mostraba su apoyo a los manifestantes dentro de Irán. El gobierno de Teherán respondió acusando a Estados Unidos de retirar el nombre de Alá de su insignia.
El conflicto israelí-palestino de un siglo de duración, incluida la ocupación israelí de tierras que los palestinos quieren para un futuro estado, también ha aflorado en Qatar, aunque ninguna de esas selecciones nacionales está compitiendo. La bandera palestina y los fanáticos propalestinos han sido prominentes en los estadios, mientras que los medios y los fanáticos israelíes han sido menos bienvenidos en una nación árabe que no ha normalizado las relaciones con Israel.
Cuando Marruecos concretó una famosa victoria el domingo sobre las estrellas de alto rango de Bélgica, estallaron disturbios en las ciudades belgas y holandesas, donde la comunidad inmigrante del norte de África ha sido marginada desde hace mucho tiempo. «Esos no son fanáticos, son alborotadores. Los aficionados marroquíes están allí para celebrar», aseguró el alcalde de Bruselas.
Los derechos LGBTQ también han estado en primer plano en Qatar, con el país bajo el microscopio por su mal historial de respeto a los derechos humanos y las leyes que penalizan la homosexualidad. Los jugadores de Alemania se cubrieron la boca para la foto del equipo antes de su primer partido en señal de protesta contra la FIFA luego de la represión del organismo rector contra el brazalete de la campaña antidiscriminación «One Love». Lucir los colores del arco iris, un símbolo de los derechos LGBTQ, ha sido un tema polémico clave. Algunas autoridades europeas han llevado esos colores a las gradas.
Los fanáticos de Qatar respondieron a la protesta alemana sosteniendo fotografías del exjugador alemán Mesut Özil mientras se cubrían la boca. Con ese gesto aludieron a Özil, un descendiente de inmigrantes turcos nacido en Alemania, que renunció a la selección nacional después de convertirse en blanco de abusos racistas y en un chivo expiatorio por la eliminación anticipada de Alemania en la Copa del Mundo en 2018. «Soy alemán cuando ganamos, pero soy un inmigrante cuando perdemos», declaró Özil en ese momento.
Mantener los conflictos del mundo fuera del deporte, como lo han demostrado este torneo y muchas Copas del Mundo y Juegos Olímpicos anteriores, es casi imposible. Esto es especialmente cierto en un mundo hiperconectado, con cada palabra, cada gesto, cada celebración o efusión de consternación magnificada para una audiencia global.
El fútbol puede efectivamente reclamar el centro del escenario cuando se ven estos partidos y sufren los sistemas nerviosos de las naciones, pero las cuestiones complejas del día a día permanecen siempre cerca de la superficie y parecen siempre dispuestas a emerger y dominar. Resulta que el resto del mundo no termina donde empiezan las canchas de fútbol.