Víctor Muñoz

Escritor. Premio Nacional de Literatura

 

Yo estaba de lo más tranquilo, escuchando los valses de Strauss, sentado cómodamente en mi sofá favorito, bebiéndome un sabroso vino Merlot cosecha 1980 cuando de pronto comencé a percibir un muy agradable olor.  Algo así como si alguien hubiera entrado a la casa con un ramo de rosas o nardos o algo así.  No hice caso y seguí con lo de mis valses.  Cuando estaba próximo a alcanzar mi éxtasis musical, el agradable olor se acentuó.  No me preocupé ni quise inquirir al respecto de lo que podría ser tal celestial aroma sino más bien lo atribuí a una sensación ocasionada por la buena música y el momento que estaba viviendo.  Y cuando me encontraba a punto de alcanzar el cénit de mi glorioso deleite y el agradable olor estaba comenzando a convertirse en algo un tanto molesto, se dejaron escuchar varios toquidos en la puerta.  Salió la Juana a ver quién era el que llegaba a visitar.  Al nada más abrir la puerta el olor, ya un tanto desagradable por lo fuerte, lo inundó todo.  Traté de no hacer caso, pero no pude porque la Juana entró a la sala anunciándome que Gedeón había llegado a buscarme. Un tanto mareado por el intenso olor, y molesto por la interrupción, me levanté de mi sofá.

—Y qué quiere —le pregunté, aun sabiendo que ella era la menos indicada para resolver mi duda.

—Pues no sé, solo me dijo que quiere hablar con usted.

Le dije que le hiciera saber que me encontraba muy ocupado y que volviera otro día.

Apenas estaba yo disponiéndome a entrar de nuevo en mi éxtasis musical cuando regresó con la novedad de que decía Gedeón que por favor lo atendiera porque se trataba de algo verdaderamente urgente.

—Pues decile que si es tanta la urgencia que regrese dentro de unas dos horas porque estoy ocupado.

De nuevo volví a mi labor espiritual.  Traté de no hacer caso a las abruptas e inoportunas interrupciones y me acomodé sabrosamente en mi sillón.  Y de veras, cuando estaba casi a punto de caer en una verdadera enajenación musical, regresó la Juana con que decía Gedeón que lo disculpara, pero que si no fuera urgente la cosa no me habría buscado.

Hice lo posible por que no me ganara la ira y de lo más tranquilo que pude le dije que fuera otra vez a decirle que no, que estaba en el baño o que estaba durmiendo o que estaba atendiendo otra visita; en fin, que le dijera cualquier cosa, pero que me dejara en paz.

—¿Oíste? —le dije, ya a punto de salir de mis casillas, pero ella no se movió, sino más bien se quedó mirando para abajo como si estuviera tratando de desenmarañar el misterio de la creación mientras movía un pie para allá y para acá, tal vez tratando de limpiar alguna basura terca de piso.

—¿Y bueno? —le insistí—, ¿acaso no quedó claro lo que te dije?

—…

—¿No quedó claro? —volví a preguntarle.

Después de un silencio que se comenzó a poner embarazoso, en el que ni ella ni yo dijimos nada, por fin habló:

—¡Si ya le dije al muy recerote, pero no hace caso…!

No hubo para dónde.  De pronto la magia había terminado.  Armándome de la mejor de mis paciencias me levanté, apagué el aparato de sonido, guardé mi disco, le dije que le fuera a decir que estaba bien, que iría a ver qué deseaba y le advertí que no lo fuera a dejar entrar. Es que me sentía muy molesto.

Ella se fue a cumplir mis órdenes y yo me fui al lavadero de la pila a tirar el vino que todavía quedaba en la botella porque consideré que si me lo bebía así podría hacerme daño.  Acto seguido me dirigí a mi dormitorio, me quité la bata y en forma despaciosa me comencé a vestir.  Considero que me habré tardado un poco más de media hora, lapso durante el que medité la situación y llegué a concluir con que después de todo Gedeón era mi amigo y a los amigos hay que tenerles amor y paciencia. Cuando por fin salí ahí estaba él, pero al mismo tiempo de que lo divisé sentí el penetrante olor a perfume que había sentido desde hacía ya un rato.  En cuanto me vio se le iluminó la cara.

—¡Hola vos! —me dijo, mientras ponía una cara de felicidad. —¿Qué tal estás?  Disculpá que te haya venido a quitar tu tiempo, pero quiero que me ayudés con un asunto.

—¿Querés pasar? —le pregunté, verdaderamente sorprendido al verlo tan elegante y perfumado.

—No, pues fíjate que te quería consultar una cosa así bien a la carrera porque ya me agarró el tiempo.  Ocurre que ando enamorando a una de las Gallardo, la Rosa, te acordás de ella, ¿verdad?  Ya le pregunté si quería ir a dar una vuelta por ahí, pero no me dio muchas esperanzas.  Ahora voy para allá a verla y como podrás ver, me arreglé lo mejor que pude. ¿Vos creés, que voy bien así?

—Puesss…, no te ves mal, pero creo que te echaste mucho perfume…

—¿Vos creés?

—Es lo que yo pienso, pero si te sentís bien así, pues andá a ver que te dice.  Lo peor que te puede decir es que no quiere salir con vos y se acabó.

—Es que fíjate que yo iba caminando por ahí cuando vi un rótulo que decía que este perfume vuelve locas a las mujeres y de una vez compré dos frascos.

Estaba yo a punto de explicarle que pues bueno, que claro, que no hay cosa mejor que andar uno presentable por las calles, que fuera a hacer su visita y que le deseaba el mejor de los éxitos, cuando se me quedó mirando, me tendió la mano, me dio las gracias y se fue.

Me dispuse continuar con mis delirios musicales, pero me di cuenta de que ya el encanto había pasado.  No supe qué hacer y hasta llegué a pensar que tal vez habría sido una buena idea acompañarlo a su visita.  Pensando en esto y en aquello se me fue pasando el tiempo cuando de nuevo volvieron a tocar la puerta.  No tuve la menor duda, se trataba de Gedeón otra vez.  Lo supe por el olor.  Luego de que la Juana lo fue a recibir entró hasta la sala.

—Me fue mal, vos —me dijo. —Fijate que todo iba muy bien hasta que a la Rosa le comenzó a dar una especie de mareo, según me dijo, luego se fue al baño y se puso a vomitar.  Luego de haber estado ahí esperando un gran rato salió la hermana a decirme que disculpara, pero que a la Rosa le había dado un ataque de náuseas porque es alérgica a los perfumes.

De pronto yo mismo me comencé a sentir mal.  Evidentemente, el perfume de Gedeón me alteró los nervios.  De la manera más comedida que pude le dije que me disculpara pero que tenía que salir a hacer un mandado urgente y que mejor otro día y hasta pronto y adiós.  Y lo dejé en la puerta y me fui al baño a vomitar.  Con Gedeón hay que tener paciencia.

Indudablemente.

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