Max Araujo
Escritor y gestor cultural

Antecedentes
Desde hace algunas semanas disfruto, en momentos en los que puedo, de algunos de los programas que condujo Ángeles Gonzalez Gamio, en uno de los canales de televisión mexicana, en los años 2013-2014, titulados “Crónicas y Relatos de México”. Los descubrí por YouTube, en internet. He recorrido con ella muchos edificios y lugares emblemáticos de la hermosa e histórica ciudad de México.

México es un país entrañable. Mucha de su cultura es similar a la nuestra: artística, popular, tradicional (artesanías, gastronomía etc), arquitectura, cosmovisión, espiritualidad, una historia compartida, etc. Es por eso que cuando he estado de visita en cualquier lugar de ese país no me siento extraño. Sus expresiones populares están presentes en mi cotidianidad.

Mi cercanía con la cultura mexicana comenzó cuando de niño, en San Raimundo, escuchaba a dos de mis tíos interpretando canciones de ese país, acompañados de una guitarra. Con la llegada de la radio y de la televisión, a nuestra casa de la ciudad de Guatemala, esa cercanía se intensificó. Algunos de los ídolos de la canción juvenil de México se convirtieron en los míos. Pasados los años los libros de algunos de sus escritores me hermanaron más con ese país. Valoro y agradezco que se haya convertido en el lugar de exilio de miles de guatemaltecos, en distintas épocas, entre ellos algunos de nuestros grandes literatos.
Mi amistad con embajadores y funcionarios de México, entre ellos: Salvador Arriola, Carlos Ortega, Humberto Murillo, Lourdes Chávez, han sido para mí también fundamentales, al igual que la presencia en Guatemala de escritores y de intelectuales mexicanos, con quienes tuve el privilegio de compartir, en muchas ocasiones y por bastante tiempo, como me sucedió con Carlos Montemayor y Eraclio Zepeda. Asistí a cenas, en la casa de los embajadores, en la zona 10, con connotados personajes como Carlos Fuentes, Teodoro González, Efraín Bartolomé, Carlos Monsiváis, Silvia Molina, Jose Luis Cuevas, entre otras personalidades.

Estuve de cerca cuando se realizaron las ferias del libro de México en Guatemala, en los noventa, y cuando se creó la sede local del Fondo de Cultura Económica. Durante un tiempo fui miembro del Instituto Mexicano de Cultura, que tuvo una corta duración, porque cuando se terminó la construcción del edificio en donde se encuentra la embajada, el consulado y el Centro Cultural Luis Cardoza y Aragón, por lo que era innecesario continuar con la aprobación legal del mencionado instituto, que era apadrinado por el cónsul en la ciudad de Guatemala, en esa época.

De mis distintas visitas a México tengo recuerdos hermosos. En cada ocasión he disfrutado de las atenciones de muchas personas, de eventos culturales, y de su gastronomía, —en mercados, en las calles y en restaurantes—.

De los viajes
Mi primer viaje a ese país, a fines de los años setenta del siglo pasado, fue a Tapachula, con un grupo de compañeros y compañeras de estudio de la Universidad Rafael Landívar. Fue un viaje emocionante porque mi corazón vibraba por la cercanía de una de las viajeras, de las que estuve enamorado. No me atreví a dar el primer paso. Mi timidez me pasó factura.

Durante la década de los noventa hice varios viajes a San Cristóbal de las Casas y a Tuxtla, como invitado a encuentros de intelectuales de nuestro país, al principio, y posteriormente de Centroamérica, con los de Chiapas, que tuvieron su antecedente cuando habiendo viajado para la entrega del Premio Nacional Jaime Sabines a Otto Raúl González, nos dimos cuenta con algunos chiapanecos que los galleros de su Estado tenían encuentros periódicos con los de Guatemala. Nuestros anfitriones ofrecieron entonces organizar encuentros con intelectuales de la región, y lo cumplieron. Asumieron los gastos de estadía, y en algunos casos los pasajes de los participantes. Fueron eventos de los que hay mucho que contar
En esa misma década viajé hacia Cancún en el vehículo de Esaú Azurdia, uno de mis cuñados. Fuimos cinco los pasajeros: El tío Juan, mi cuñado, dos amigos y yo. Visitamos San Cristóbal de las Casas, Ocosingo, Palenque, Villa Hermosa, Campeche, Mérida, Chichén Itzá y Chetumal, y en sentido contrario. En algunas de las ciudades hicimos noche. Otras las recorrimos durante varias horas.

Otro viaje, hacía Chetumal, fue el que hicimos con Carlos René Garcia Escobar. De Guatemala a Flores en Avión y el resto por tierra. En Benque Viejo se nos unió David Ruiz Puga, escritor beliceño. Él fue nuestro guía por su país. Lo recorrimos en bus. participaríamos en un encuentro de escritores del Caribe, al que llegamos tarde, cuando ya había terminado. Este viaje fue una aventura inolvidable.

De la ciudad de México.
Sirvan los antecedentes para narrar experiencias que he tenido en la hermosa ciudad de México; la que conocí cuando a mediados de los años ochenta viajamos por avión, de Guatemala a la gran metrópolis mexicana, con dos jóvenes españolas. Una, vasca, era voluntaria en la labor social de Módulos de Esperanza, y la otra, riojana, vino a Guatemala a visitar a su primo, el padre Ramón. En esa estadía de cuatro días conocimos de manera corre-corre algunos lugares emblemáticos de esa ciudad: Museo Nacional de Antropología, Palacio de Bellas Artes, Santuario de Guadalupe, la Catedral y su imponente Sagrario , el Zócalo y los restos del Templo Mayor de los aztecas, que se descubrió en uno de los alrededores de esa plaza central. Estuvimos también en lugares cercanos como Xochimilco y Teotihuacán. En la plaza Garibaldi escuchamos mariachis. Hice de chaperón y de guía sin conocer la ciudad. Eran dos chicas alegres, pero alejadas de lo bohemio y de las aventuras amorosas.

La segunda estadía en la capital mexicana se dio cuando, de regreso de la Feria del Libro de Guadalajara de 1990, nos hospedamos con Juan Fernando Cifuentes e Irene Piedrasanta en la casa de Otto Raúl González, en donde fuimos atendidos por él, su esposa Aidé y uno de sus hijos. El viaje lo hicimos con Cifuentes, de ida y regreso, en un vehículo que nos facilitó el Ministerio de Cultura y Deportes, en el que trabajábamos. Irene viajó por avión. Los tres montamos un estand con libros de Guatemala en la mencionada feria. Otto Raúl nos llevó a lugares del Centro Histórico, a Coyoacán y a un pueblo cercano, pero lo entrañable fue el compartir por dos días la cotidianidad de un hogar en donde la literatura era fundamental. No nos faltó ni el tequila ni el mezcal, como aperitivos. Decía González que eran parte de la medicina que lo mantenía bien de salud.

La tercera ocasión se dio en 1998, cuando con William Lemus hicimos un viaje a Tuxtla Gutiérrez. Se dio por la invitación de un grupo de escritores para un encuentro de escritores, entre ellos la poeta Margarita Alegría -ya fallecida-, a quienes habíamos atendido un año antes en Guatemala. En esa ocasión viajamos en avión de la ciudad de Guatemala a la ciudad de México, y de esta a Tuxtla, y de regreso. En ese encuentro estuvo también el poeta Otto Raúl González. Para nuestro regreso decidimos quedarnos unos días en el entonces Distrito Federal, pero le pedimos a Otto Raúl que nos hiciera el favor de contactarnos con el poeta Carlos Illescas, otro exiliado guatemalteco de los años cincuenta. González hizo eso, y nos reservó además un hotel a la par de una plaza dedicada a Guatemala.

Un taxi nos llevó, el día indicado, a la casa del poeta, a quien lo acababan de operar, estaba en cama. Uno de sus hijos nos indicó que la visita sería breve. — A Illescas le habíamos conocido años antes en uno de los encuentros Chiapas–Guatemala, organizados la gobernación de Chiapas y entidades de cultura de ese Estado–.

En nuestra plática, con nuestro anfitrión, surgieron preguntas y respuestas, así como anécdotas. Descubrimos en esa ocasión que con Lemus pertenecíamos a una generación puente, entre la de Illescas y los jóvenes que venían detrás de nosotros. Por cualquier persona que nos preguntó le teníamos una respuesta o un dato. La visita breve se convirtió en toda una tarde, matizada por una botella de tequila que nos ofreció el visitado y la música de guitarra que su hijo tocó en algunos momentos. Al terminar la visita ofrecimos hacer gestiones para que Illescas visitara Guatemala, pues tenía ese deseo, dado que se había firmado la paz. A nuestra despedida el hijo, que había estado presente en el encuentro, muy agradecido nos indicó que le habíamos dado una gran alegría a su padre, pues le habíamos traído “su Guatemala”, la que amaba.

Cuando retornamos a nuestro país hicimos gestiones ante el embajador de México, Salvador Arriola. La embajada pagó el pasaje de ida y vuelta. En esa estadía, el Ministerio de Cultura y Deportes le otorgó a Illescas, por medio de sus autoridades de ese momento, Augusto Vela, y Carlos Enrique Zea, la Orden Miguel Ángel Asturias. Recuerdo que lo recibimos con Lemus y con Quique Noriega en el aeropuerto y lo primero que nos solicitó fue que lo lleváramos a comer una enchilada guatemalteca, lo que hicimos en cuanto dejó su equipaje en el hotel Conquistador. Lo llevamos a Los Antojitos de la Calzada Roosevelt.
En los días de su estadía en Guatemala, Carlos visitó a familiares y amigos, sobre todo a algunos de la generación del cuarenta. El Ministerio de Cultura le organizó una visita a Tikal. Fue una estadía muy especial para nuestro autor. Fue el único retorno que tuvo desde que se exilió en México. Meses después de esta visita falleció.

En la ciudad de México, en esa estadía, también nos encontramos con el Choco Matute. En una noche en una noche se encontraba, como parte de una alegre mesa externa de un bar de la Plaza Garibaldi. De repente oímos un grito, “ya los vi serotes”, por lo que sabiendo que es una expresión guatemalteca fijamos nuestra atención de donde venía y nos unimos al grupo; integrado periodistas guatemaltecos que al igual que nosotros se encontraban de visita. El autor del grito fue Mario René Matute, escritor guatemalteco, ciego y exiliado por muchos años en México.

En esa estadía visitamos también con detenimiento el museo Nacional de Antropologia y el Polifórum Siqueiros. Nos encontramos también con algunos jóvenes exguerrilleros que se preparaban para retornar a Guatemala, pues ya se había puesto fin al enfrentamiento armado. Trajimos ejemplares de una revista que publicaban exiliados guatemaltecos.
En las primeras décadas del siglo 21 tuve la ocasión de participar de manera oficial, por designación del Ministerio de Cultura y Deportes, en dos eventos importantes. El primero fue a principios de los dos mil, en una reunión preparatoria de Ministros y encargados de Cultura de Ibeoramerica que se celebraría en Bolivia. La reunión estuvo a cargo de Conaculta, y se celebró en una sede de la Secretaria de Relaciones Exteriores en el edificio Torre Tlatelolco, en el corazón del conjunto urbano Nonoalco- Tlatelolco, ubicado en la Plaza de las Tres Culturas. Al segundo día de nuestro evento nos evacuaron del lugar donde nos encontrábamos reunidos por la visita de la señora Condoleeza Rice, Secretaria de Estado de los Estados Unidos, por lo que nos trasladaron a un edificio cercano; un exconvento de la época colonial, lo que nos permitió ver de cerca los restos prehispánicos del lugar, y entender el porqué el nombre de la plaza.

En esa ocasión los organizadores nos llevaron a varios reconocidos restaurantes y en uno de los atardeceres nos llevaron a una visita al Castillo de Chapultepec, en donde al finalizar la misma nos agasajaron, en una de sus salas, con una cena de comida mexicana. Como postre nos pasaron un helado que parecía una pequeña escultura, que por lo artístico de su diseño. Era más para observarlo que para degustarlo.

Y, el último viaje, a principios de la segunda década, se dio para una reunión de CERLALC coorganizada con CONACULTA, que se celebró en aquella ciudad. Uno de los participantes fue Rafael Ruiloba, escritor panameño que en esos años era el encargado del órgano de cultura de su país, equivalente a un ministerio. Él vivió en una época anterior en Guatemala, con su pareja—- ella era corresponsal de una cadena internacional de noticias—, y su hijita, en un apartamento, en lo más alto del edificio el Centro, que daba a la Plaza de la Constitución, por lo que con sonrisa decía que sería espectador de primicias en caso si diera un golpe de estado. Rafael participaba en nuestros almuerzos- reuniones en El Establo, a fines de los noventa, en el edificio El Patio, de la ciudad de Guatemala, de las que he contado en varias ocasiones. Disfrutamos en esa oportunidad de una noche de bohemia en la Plaza Garibaldi. Cenamos y bebimos en el famoso “El Tenampa”.

Entre las atenciones de la reunión nos llevaron, como parte del programa, al Palacio de Bellas Artes, en donde, después de una visita guiada, escuchamos un concierto por una Orquesta Sinfónica de la ciudad, en la que nos indicaron había músicos rusos, así como a restaurantes de comida mexicana. La sede de la reunión fue en un museo, recién inaugurado en esos días. Estaba un edificio histórico, restaurado para el nuevo propósito. Nos llevaron también a la sede principal de la librería Gandhi.

Recuerdo de los días que se dio esa reunión que unos amigos, Marco Aurelio Ugarte, peruano, y Rosario, mexicana, su esposa, vivían en esa ciudad, por lo que aproveché para ir a su casa. Compartí con ellos, por varios meses, en el año 2006, en la sede del Movimiento Cuarto Mundo en Mery Sur Oise, Francia. Residían en México, porque fundaron la sede local de dicho Movimiento. Él, de formación marxista, encontró en la filosofía de vida del Padre Wresinki la forma para luchar, de manera pacífica, por los más pobres de las sociedades. En el libro “Las utopías aún son posibles. Joseph Wresinski, una solución Para América Latina” que publiqué en Guatemala en el año 2007, se transcriben los diálogos que tuve con ese personaje en Ballet en France, en el centro de documentación del movimiento. A su muerte dejó un testimonio de fe, de vida y de compromiso social.

De mis visitas a México y a su capital podría escribir mucho más. Han sido experiencias inolvidables. Sirvan estos ejercicios de mi memoria, a vuelo de pájaro para recordarlas.

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