Cómo retomar la tarea de rastrear asociaciones*

Bruno Latour

[…] avant tout, l’amour vif et joyeux du sujet

Gabriel Tarde

El razonamiento de este libro puede expresarse de modo muy simple: cuando los científicos sociales agregan el adjetivo «social» a algún fenómeno designan un estado de cosas estabilizado, un conjunto de vínculos que, luego, podrá ser puesto en juego para explicar algún otro fenómeno. Este uso del término no tiene nada de malo mientras designe lo que ya está ensamblado, sin hacer supuestos superfluos acerca de la naturaleza de lo que está ensamblado. Pero surgen problemas cuando «social» comienza a significar un tipo de material, como si el adjetivo fuera compara­ble en términos generales a otros calificativos como «de madera», «de acero», «biológico», «económico», «mental», «organizativo» o «lingüístico». En ese punto, el significado de la palabra se des­compone dado que ahora designa dos cosas enteramente diferen­tes: primero, un movimiento en un proceso de ensamblado y, segundo, un tipo específico de ingrediente que supuestamente difiere de otros materiales.

Mi propósito en esta obra es mostrar por qué lo social no puede ser considerado como un tipo de material o dominio y cuestionar el proyecto de dar una «explicación social» de algún otro estado de cosas. Si bien ese proyecto ha sido productivo y probablemente necesario en el pasado, en gran medida ha dejado de serlo gracias al éxito de las ciencias sociales. En la actual etapa de su desarrollo, ya no es posible inspeccionar los ingredientes precisos que entran en la composición del dominio social. Lo que quiero hacer es redefinir la noción de lo social regresando a su significado original y restituyéndole la capacidad de rastrear co­nexiones nuevamente. Entonces será posible retomar el objetivo tradicional de las ciencias sociales, pero con herramientas más adecuadas a la tarea. Después de desarrollar una labor exhausti­va al examinar los «ensamblados» de la naturaleza, creo necesa­rio escudriñar minuciosamente el contenido preciso de lo que está «ensamblado» bajo el paraguas de una sociedad. Ésta me parece que es la única manera de ser fiel a los viejos deberes de la socio­logía, esta «ciencia del vivir juntos»[1].

Un proyecto de estas características implica, sin embargo, una redefinición de lo que comúnmente se entiende por esa disciplina. Traducida tanto del latín como del griego, la palabra «socio­logía» significa la «ciencia de lo social». La expresión sería exce­lente salvo por dos problemas, a saber, el término «social» y el término «ciencia». Las virtudes que hoy en día les reconocemos a las empresas científicas y técnicas guardan escasa relación con lo que los fundadores de las ciencias sociales tenían en mente cuan­do inventaron sus disciplinas. Cuando la modernización estaba en pleno auge, la ciencia era un impulso poderoso que debía prolongarse indefinidamente, sin dudas que pudieran trabar sus avances. No se tenía idea de que su extensión pudiera hacer coin­cidir sus límites con los del resto de los intercambios sociales. Lo que querían decir con «sociedad» ha sufrido una transformación no menos radical, lo que se debe en gran medida a la expansión misma de los productos de la ciencia y la tecnología. Ya no está claro si existen relaciones que sean lo suficientemente específicas como para que se las llame «sociales» y que puedan agruparse para conformar un dominio especial que funcione como «una sociedad». Lo social parece estar diluido en todas partes, y sin embargo en ninguna parte en particular. De modo que ni la cien­cia ni la sociedad se han mantenido lo suficientemente estables como para cumplir con la promesa de una «socio-logia» sólida.

Pese a esta doble metamorfosis, son pocos los científicos sociales que han sacado la conclusión extrema de que tanto el objeto como la metodología de las ciencias sociales deben ser modificados en concordancia. Después de haber caído en la desilusión tantas veces, aún esperan alcanzar un día la tierra prometi­da de una verdadera ciencia de un verdadero mundo social. No hay estudiosos más conscientes de esta dolorosa vacilación que quienes, como yo, han pasado muchos años practicando este oxí­moron: «sociología de la ciencia». Debido a las muchas parado­jas provocadas por este subcampo vivaz pero más que ligeramen­te perverso y a los numerosos cambios en el significado de «ciencia», creo que ha llegado el momento de modificar lo que se busca expresar con «social». Por lo tanto quiero idear una defini­ción alternativa de «sociología», pero al mismo tiempo retener esta etiqueta útil y mantenerme fiel, espero, a su vocación tradi­cional.

¿Qué es una sociedad? ¿Qué significa la palabra «social»? ¿Por qué se dice que algunas actividades tienen una «dimensión social»? ¿Cómo puede demostrarse la presencia de «factores sociales»? ¿Cuándo es buena una investigación de la sociedad o de otros agregados sociales? ¿Cómo puede alterarse el rumbo de una sociedad? Para responder a estas preguntas se han adoptado dos enfoques muy diferentes. Sólo uno de ellos se ha convertido en sentido común, el otro es el objeto de esta obra.

La primera solución ha sido postular la existencia de un tipo específico de fenómeno llamado «sociedad», «orden social», «práctica social», «dimensión social» o «estructura social». En el último siglo, en el que se han elaborado teorías sociales, ha sido importante distinguir este dominio de la realidad de otros, tales como la economía, la geografía, la biología, la psicología, el dere­cho, la ciencia y la política. Se decía que determinado aspecto era «social» o «perteneciente a la sociedad» cuando podía definirse como poseedor de propiedades específicas, algunas negativas -no debe ser «puramente» biológico, lingüístico, económico, natural-y otras positivas:  debe  lograr,  reforzar,  expresar,  mantener, reproducir o subvertir el orden social. Una vez definido este dominio, no importa lo vago de la definición, entonces podía uti­lizarse para echar algo de luz sobre fenómenos específicamente sociales -lo social podía explicar lo social- y aportar un cierto tipo de explicación para aquello de lo que no pudieran dar cuenta los otros dominios: la apelación a «factores sociales» podía expli­car los «aspectos sociales» de fenómenos no sociales.

Por ejemplo, si bien se reconoce que el derecho tiene su propio peso, algunos aspectos de éste se entienden mejor si se le agrega una «dimensión social»; si bien las fuerzas económicas se desplie­gan siguiendo su propia lógica, también existen elementos socia­les que explicarían el comportamiento algo errático de los agentes económicos; si bien la psicología se desarrolla de acuerdo con sus propios impulsos interiores, se puede decir que algunos de sus aspectos más desconcertantes atañen a  «influencias sociales»; aunque la ciencia posee su propio ímpetu, algunos rasgos de sus emprendimientos necesariamente están «afectados» por las «limi­taciones sociales» de los científicos que están «insertos en el con­texto social de su tiempo»; si bien el arte es en gran medida «autónomo», también está  «influido»  por  «consideraciones» sociales y políticas que podrían explicar algunos aspectos de sus obras maestras más famosas, y si bien la ciencia de la administra­ción obedece a sus propias reglas, quizá sea aconsejable también considerar «aspectos sociales, culturales y políticos», que podrían explicar por qué algunos principios organizativos razonables nunca se aplican en la práctica.

Se pueden encontrar muchos otros ejemplos, dado que esta versión de la teoría social se ha convertido en la posición por defecto de nuestro software mental, que toma en consideración lo siguiente: a) existe un «contexto» social en el que se dan las acti­vidades no sociales; b) es un dominio específico de la realidad; c) puede ser utilizado como un tipo específico de causalidad para explicar los aspectos residuales que otros dominios (psicología, derecho, economía, etc.) no pueden manejar completamente; d) es estudiado por especialistas llamados sociólogos o socio-(x), «representa las diversas disciplinas; e) dado que los agentes inmunes siempre están «dentro» de un mundo social que los abarca, en el mejor de los casos pueden ser «informantes» sobre este mundo y, en el peor, ser ciegos a su existencia, cuyo efecto pleno sólo es visible para la mirada más disciplinada del científico social; f) no importa lo difícil que sea realizar esas investigaciones, es posible lograr con ellas algo similar a los éxitos de las ciencias naturales al ser tan objetivos como otros científicos, gra­cias al uso de herramientas cuantitativas; g) si esto fuera imposi­ble, entonces se deben idear métodos alternativos que tomen en cuenta los aspectos «humanos», «intencionales» o «hermenéuticos» de aquellos dominios, sin abandonar el ethos de la ciencia; h) y cuando se pide a los científicos sociales que den asesoramiento experto sobre ingeniería social o que acompañen el cambio social, puede surgir de estos estudios algún tipo de relevancia política, pero sólo cuando se haya acumulado suficiente conoci­miento.

Esta posición aceptada se ha convertido en sentido común no sólo para los científicos sociales sino también para los actores comunes a través de los diarios, la educación universitaria, la política partidista, las conversaciones en bares, las historias de amor, las revistas de moda, etc[2]. Las ciencias sociales han difundi­do su definición de sociedad de modo tan efectivo como las empresas de servicios públicos ofrecen la electricidad y las comu­nicaciones telefónicas. Los comentarios sobre la «dimensión social» inevitable de lo que todos hacemos «en la sociedad» se han vuelto tan familiares como usar un teléfono celular, pedir una cerveza o invocar el complejo de Edipo, al menos en el mundo desarrollado.

El otro abordaje no da por sentado la afirmación básica del primero. Sostiene que el orden social no tiene nada de específico; que no existe ninguna dimensión social de ningún tipo, ningún «contexto social»; ningún dominio definido de la realidad al que pueda atribuirse la etiqueta de «social» o sociedad»; que no exis­te ninguna «fuerza social» que pueda «explicar» los aspectos resi­duales de las que otros dominios no logran dar cuenta; que los miembros saben muy bien lo que hacen aunque no lo expresen de modo satisfactorio para los observadores; que los actores nunca están insertos en un contexto social y por lo tanto son siempre mucho más que «meros informantes»; que entonces no tiene nin­gún significado agregar algunos «factores sociales» a otras especialidades científicas; que la relevancia política obtenida a través de una «ciencia de la sociedad» no es necesariamente deseable; y que la «sociedad», lejos de ser el contexto «en el que» todo está enmarcado, debe concebirse en cambio como uno de los muchos elementos de conexión que circulan dentro de conductos diminu­tos. Con algo de provocación, esta segunda escuela de pensa­miento podría utilizar como consigna, aunque por razones muy diferentes, aquella famosa exclamación de la señora Thatcher: «¡No hay tal cosa como una sociedad!».

Si son tan diferentes, ¿cómo podrían ambas sostener que son una ciencia de lo social y aspirar a usar la misma etiqueta de «sociología»? A primera vista, deberían ser simplemente incon­mensurables, dado que la segunda posición toma como el mayor acertijo a resolver lo que la primera toma como su solución, a saber, la existencia de vínculos sociales específicos que revelan la presencia oculta de fuerzas sociales específicas. Desde el punto de vista alternativo, «social» no es un pegamento que pueda arreglar todo, incluyendo lo que otros tipos de pegamento no pueden arreglar; es lo que está pegado por muchos otros tipos de conectores. Mientras los sociólogos (o los socioeconomistas, sociolingüistas, psicólogos sociales, etc.) consideran los agrega­dos sociales como lo dado que debe echar algo de luz sobre los aspectos residuales de la economía, la lingüística, la psicología, la administración y demás, estos otros estudiosos, por el contra­rio, consideran los agregados sociales como aquello que debería ser explicado por las asociaciones específicas provistas por la economía, la lingüística, la psicología, el derecho, la administra­ción, etc.-[3]

No obstante, el parecido entre los dos abordajes parece mucho mayor si se tiene en cuenta la etimología de la palabra «social». Si bien la mayoría de los científicos sociales preferiría llamar «social» a una cosa homogénea, es perfectamente acepta­ble designar con el mismo término una sucesión de asociaciones entre elementos heterogéneos. Dado que en ambos casos la pala­bra retiene el mismo origen —de la raíz latina socius—, es posible mantenerse fiel a las intuiciones originales de las ciencias sociales al redefinir la sociología no como la «ciencia de lo social» sino como el rastreo de asociaciones. En este significado del adjetivo, lo social no designa algo entre otras cosas, como una oveja negra entre ovejas blancas, sino un tipo de relación entre cosas que no son sociales en sí mismas.

Al principio esta definición parece absurda dado que corre el riesgo de diluir la sociología de tal modo que signifique cualquier tipo de agregado, desde enlaces químicos hasta legales, desde fuerzas atómicas hasta cuerpos colegiados, desde ensamblados fisiológicos hasta políticos. Pero éste es precisamente el punto que esta rama alternativa de la teoría social quiere establecer, que todos esos elementos heterogéneos podrían ser reensamblados en algún estado dado de cosas. Lejos de ser una hipótesis inconcebi­ble, es por el contrario la experiencia más común al enfrentar el desconcertante rostro de lo social. Se comercializa una nueva vacuna, se ofrece un nuevo puesto de trabajo, se crea un nuevo movimiento político, se descubre un nuevo sistema planetario, se vota una nueva ley, ocurre una nueva catástrofe. En cada instan­cia tenemos que reordenar nuestras concepciones de lo que esta­ba asociado porque la definición previa se ha vuelto en alguna medida irrelevante. Ya no estamos seguros de qué significa «nosotros»; parece que estamos ligados por «vínculos» que no parecen vínculos sociales comunes.

El significado de social en constante encogimiento

Hay una tendencia etimológica clara en las variaciones sucesivas de la familia de palabras de «social» (Strum y Latour, 1987). Va de lo más general a lo más superficial. La etimología del término «social» también es instructiva. La raíz es seq-, sequi y el primer significado es «seguir». El latín «socius» denota un compañero, un asociado. A partir de los diferentes idiomas, la genealogía histórica de la palabra «social» se entiende primero como seguir a alguien, luego enrolarse y aliarse y, finalmente, tener algo en común. El siguiente significado de social es participar de un emprendimiento comercial. «Social» tal como se utiliza en «contrato social» es un invento de Rousseau. «Social» en el sentido de problemas sociales, la cuestión social, es una innovación del siglo XIX. Palabras paralelas tales como «sociable» refieren a capacidades que permi­ten a   los   individuos vivir amablemente en sociedad. Como puede verse por las derivaciones del término, el sig­nificado de social se encoje con el paso del tiempo. A par­tir de una definición que abarca todas las asociaciones, ahora tenemos, en el habla común, un uso que se limita a lo que queda después de que la política, la biología, la economía, el derecho, la psicología, la administración, la tecnología, etc., se han llevado su propia parte de las aso­ciaciones.

Debido a este constante encogimiento del significado (contrato social, cuestión social, trabajadores sociales) ten­demos a limitar lo social a los humanos y las sociedades modernas, olvidando que el dominio de lo social es mucho más extenso que eso. De Candolle fue el creador de la cientométrica -el uso de estadísticas para medir la activi­dad de la ciencia- y, al igual que su padre, fue un sociólo­go de las plantas (Candolle, 1873-1987). Para él los cora­les, los mandriles, los árboles, las abejas, las hormigas y las ballenas también son sociales. Este significado extendi­do de social ha sido reconocido por la sociobiología (Wilson, 1975). Desgraciadamente esta empresa sólo ha servi­do para confirmar los peores temores de los científicos sociales respecto de extender el significado de social. Sin embargo, es perfectamente posible detener la extensión sin creer demasiado en la definición muy restringida de «agencia» que se atribuye a los organismos en muchos panoramas sociobiológicos.

Así, el proyecto general de lo que supuestamente debemos hacer juntos es puesto en duda. El sentido de pertenencia ha entrado en crisis. Pero para registrar esta sensación de crisis y seguir estas nuevas conexiones es necesario idear una nueva noción de social. Tiene que ser mucho más amplia que aquello a lo que generalmente se llama por ese nombre, pero estrictamente limitada al rastreo de nuevas asociaciones y al diseño de sus ensamblados. Ésta es la razón por la que voy a definir lo social, no como un dominio especial, un reino específico o un tipo de cosa particular, sino como un movimiento muy peculiar de reaso­ciación y reensamblado.

Desde ese punto de vista, el derecho, por ejemplo, no debe verse como lo que debe explicarse por la «estructura social» ade­más de por su lógica interna; por el contrario, su lógica interna puede explicar algunos rasgos de lo que hace que una asociación dure más y se extienda ampliamente. Sin la capacidad que tienen los precedentes legales de establecer conexiones entre un caso y una regla general, ¿qué podríamos saber acerca de poner un asunto «en un contexto mayor»?[4] La ciencia no debe ser reem­plazada por su «marco social», que es «modelado por fuerzas sociales» además de por su propia objetividad, porque sus obje­tos mismos dislocan cualquier contexto dado a través de los ele­mentos foráneos que los laboratorios de investigación están aso­ciando de maneras impredecibles. Los que fueron colocados en cuarentena debido al virus del SARS descubrieron dolorosamente que ya no podrían «asociarse» con sus familiares y al mismo tiempo fueron asociados debido a la mutación de este pequeño bicho cuya existencia ha sido revelada por la vasta institución de la epidemiología y la virología[5].

No es necesario «explicar» la religión por fuerzas sociales porque en su definición misma -en su mismo nombre- vincula entidades que no son parte del orden social. Desde los tiempos de Antígona, todos saben lo que signifi­ca ponerse en movimiento por orden de dioses que son irreduci­bles a políticos como Creonte. No es necesario colocar las organi­zaciones en «un marco social más amplio» ya que por sí mismas dan un significado muy práctico a lo que significa estar incluido en un conjunto de cosas «más amplio». Al fin de cuentas, ¿qué viajero sabría a qué puerta dirigirse en un aeropuerto sin mirar ansiosa y repetidamente el número impreso en la tarjeta de embarque y marcado en rojo por un empleado de la aerolínea? Sería inútil revelar las «oscuras fuerzas ocultas de la sociedad» detrás de la charlatanería superficial de los políticos, dado que sin esos mismos discursos se perdería una gran parte de lo que enten­demos como ser parte de un grupo. Sin las contradictorias pero­ratas de los bandos enfrentados en la guerra en Iraq, ¿quién en la parte «ocupada» o «liberada» de Bagdad sabría distinguir al ami­go del enemigo?

Y lo mismo vale para los demás dominios[6]. Mientras que con el primer enfoque toda actividad -derecho, ciencia, tecnología, religión, organización, política, administración, etc.- podría ser relacionada con los mismos agregados sociales que se encuentran detrás de todas ellas, y ser explicada además por esos agregados, en la segunda versión de la sociología nada hay detrás de esas actividades, aunque pudieran estar vinculadas de un modo que puede o no producir una sociedad. Tal es el punto fundamental de alejamiento entre las dos versiones. Ser social ya no es una propiedad segura y no problemática, es un movimiento que pue­de no rastrear nuevas conexiones y puede no rediseñar ningún ensamblado bien-formado. Como aprenderemos a lo largo de este libro, a pesar de haber prestado muchos servicios útiles en un período anterior, lo que se llama «explicación social» se ha vuelto manera contraproducente de interrumpir el movimiento de las asociaciones en vez de retomarlo.

De acuerdo con el segundo enfoque, quienes adhieren al primero simplemente han confundido lo que deben explicar con la explicación. Comienzan por la sociedad u otros agregados sociales, mientras que deberían culminar con ellos. Creen que lo social está hecho esencialmente de vínculos sociales, mientras que las asociaciones están hechas de vínculos que son no sociales en sí mismos. Imaginaron que la sociología se limitaba a un dominio específico, mientras que los sociólogos deberían dirigirse a cualquier sitio donde se hagan nuevas asociaciones heterogéneas. (Creyeron que lo social siempre estaba allí, a su disposición, mientras que lo social no es un tipo de cosa visible o que deba ser postulada. Es visible sólo por los rastros que deja (al enfrentar pruebas) cuando se está produciendo una nueva asociación entre elementos que en sí mismos no son «sociales» en ningún sentido. Insistieron en que ya estamos dominados por la fuerza de alguna sociedad cuando nuestro futuro político reside en la tarea de decidir lo que nos une a todos. En síntesis, la segunda escuela sostiene que retoma la tarea de relación y recolección que fue abruptamente interrumpida por la primera. Este libro fue escrito para ayudar a los investigadores interesados a reensamblar lo social.

A lo largo de este texto aprenderemos a distinguir la sociolo­gía estándar de lo social de una subfamilia más radical que llama­ré sociología crítica[7]. Esta última rama será definida por los siguientes tres rasgos: no se limita solamente a lo social sino que reemplaza el objeto a estudiar por otra materia hecha de relacio­nes sociales, sostiene que esta sustitución es insoportable para los actores sociales que necesitan vivir bajo la ilusión de que hay «otra» cosa que lo social allí y considera que las objeciones de los actores a sus explicaciones sociales son la mejor prueba de que esas explicaciones son correctas.

Para clarificar, llamaré al primer enfoque «sociología de lo social» y al segundo «sociología de las asociaciones» (quisiera poder usar «asociología»). Sé que esto es muy injusto respecto de los muchos matices de las ciencias sociales que he guardado en el mismo saco, pero es aceptable para una introducción que debe ser muy precisa respecto de los razonamientos poco conocidos que busca describir y sólo bosqueja el terreno conocido. Se me puede perdonar esta tosquedad porque hay muchas excelentes introducciones a la sociología de lo social, pero ninguna, hasta dónde sé, de este pequeño subcampo de la teoría social[8] que ha sido llamado…, pensándolo bien, ¿cómo se lo llamará? Desgra­ciadamente el nombre histórico es «teoría del actor-red» (TAR), nombre que es tan torpe, tan confuso, tan falto de sentido, que merece ser preservado. Si, por ejemplo, el autor de una guía de viajes tiene la libertad de proponer nuevos comentarios sobre la región que ha elegido presentar, sin embargo no tiene la libertad de cambiar su nombre más común dado que el cartel de señaliza­ción más conocido es el mejor. Al fin de cuentas, el origen del tér­mino «América» es aún más torpe. Estaba por dejar de lado esta etiqueta a favor de algo más elaborado como «sociología de la traducción», «ontología del actante-rízoma», «sociología de la innovación», etc., hasta que alguien me señaló que la sigla TAR era perfectamente adecuada para un viajero ciego, miope, adicto al trabajo, rastreador y colectivo. ¡Una hormiga* que escribe para otras hormigas, esto encaja muy bien con mi proyecto[9]! Idealmente, el término «sociología» es el que mejor funcionaría, pero no puede ser utilizado sin que sus dos componentes -lo que es social y lo que es ciencia- hayan sido actualizados. Pero a medida que avancemos en este libro lo utilizaré cada vez más, reservando la expresión «sociología de lo social» para designar el repertorio al que otros científicos sociales, de acuerdo con mi punto de vista, están demasiado dispuestos a limitarse.

(…)

Es cierto que, en la mayoría de las situaciones, recurrir a la sociología de lo social no sólo es razonable sino también indispen­sable, dado que ofrece una taquigrafía conveniente para designar todos los ingredientes ya aceptados en el reino de lo colectivo. Sería tonto además de pedante abstenerse de usar nociones tales como «IBM», «Francia», «cultura maorí», «movilidad ascenden­te», «totalitarismo», «socialización», «clase media baja», «contex­to político», «capital social», «ajuste», «construcción social», «agente individual», «impulsos inconscientes», «presión de los pares», etc. Pero en las situaciones en las que proliferan las inno­vaciones, en las que son inciertas las fronteras de los grupos, en las que fluctúa la variedad de entidades a considerar, la sociología de lo social ya no es capaz de rastrear las nuevas asociaciones de los actores. En este punto, lo último que debería hacerse es limitar por adelantado la forma, el tamaño, la heterogeneidad y la combina­ción de las asociaciones. Hay que sustituir la conveniente taqui­grafía de lo social por la dolorosa y costosa escritura no taquigrá­fica de las asociaciones. Los deberes del científico social cambian en consecuencia: ya no es suficiente limitar a los actores al rol de informantes que ofrecen casos de algunos tipos muy conocidos. Hay que restituirles la capacidad de crear sus propias teorías de lo que compone lo social. La tarea ya no es imponer algún orden, limitar la variedad de entidades aceptables, enseñar a los actores lo que son o agregar algo de reflexividad a su práctica ciega. De acuerdo con una consigna de la TAR, hay que «seguir a los acto­res mismos», es decir, tratar de ponerse al día con sus innova­ciones a menudo alocadas, para aprender de ellas en qué se ha convertido la existencia colectiva en manos de sus actores, qué métodos han elaborado para hacer que todo encaje, qué descrip­ciones podrían definir mejor las nuevas asociaciones que se han visto obligados a establecer. Si la sociología de lo social funciona bien con lo que ya ha sido ensamblado, no funciona tan bien cuando se trata de hacer una nueva recopilación de los participan­tes en lo que no es -aún- una especie de dominio social.

Una manera más extrema de relacionar las dos escuelas es tomar prestado un paralelo algo engañoso de la historia de la físi­ca y decir que la sociología de lo social es «prerrelativista», mien­tras que nuestra sociología tiene que ser plenamente «relativista». En la mayoría de los casos comunes, por ejemplo en situaciones que cambian lentamente, el marco prerrelativista está perfecta­mente bien y cualquier marco de referencia fijo puede registrar la acción sin demasiada deformación. Pero en cuanto las cosas comienzan a acelerarse, proliferan las innovaciones y se multipli­can las entidades, si se usa un marco absolutista para generar datos todo se vuelve insalvablemente confuso. Es entonces cuan­do se tiene que idear una solución relativista para poder seguir pasando de un marco de referencia a otro y recuperar algún tipo de conmensurabilidad entre rastros que provienen de marcos que se desplazan con velocidades y aceleraciones muy diferentes. Dado que la teoría de la relatividad es un ejemplo conocido de un cambio importante en nuestro aparato mental, provocado por preguntas muy básicas, puede utilizarse como un buen paralelo de la manera en que la sociología de las asociaciones invierte y generaliza la sociología de lo social.

En lo que sigue no estoy interesado en refutar -demostrar que otras teorías sociales están equivocadas- sino en proponer. ¿Has­ta dónde se puede llegar suspendiendo la hipótesis de sentido común de que la existencia de un dominio social ofrece un marco de referencia legítimo para las ciencias sociales?[10] ¿Si los físicos a comienzos del siglo pasado pudieron terminar con la solución de sentido común de un éter absolutamente rígido e indefinidamente plástico, pueden los sociólogos descubrir nuevas posibilidades de viajar, abandonando la noción de una sustancia social como una «hipótesis superflua»? Esta posición es tan extrema, sus posibili­dades de éxito tan escasas, que no veo motivo para ser justo y exhaustivo con las alternativas perfectamente razonables que en cualquier caso la harían añicos. Por lo que seré dogmático y a menudo parcial para demostrar claramente el contraste entre los dos puntos de vista. En compensación por esta falta de equidad, trataré de ser lo más coherente posible al sacar las conclusiones más extremas de la posición con la que he elegido experimentar. Mi prueba será ver cuántas nuevas cuestiones pueden sacarse a la luz, cumpliendo firmemente, incluso ciegamente, todas las obliga­ciones que nos fuerza a obedecer este nuevo punto de partida. La prueba última será verificar al final del libro si la sociología de las asociaciones ha podido tomar la posta de la sociología de lo social, siguiendo diferentes tipos de conexiones nuevas y más acti­vas, y si ha podido heredar todo lo que era legítimo de los objeti­vos de una ciencia de lo social. Como de costumbre, el lector será el encargado de decidir si este intento ha tenido éxito.

Para aquellos que gustan encontrar los orígenes de una discipli­na en algún ancestro venerable, vale la pena señalar que esta dis­tinción entre dos maneras contrastadas de entender las tareas de la ciencia social no es nada nuevo. Ya estaba planteada al comienzo mismo de la disciplina (al menos en Francia) en la temprana disputa entre Gabriel Tarde, el mayor, y Emile Durkheim, el gana­dor[11]. Tarde siempre se quejó de que Durkheim había abandonado la tarea de explicar la sociedad, confundiendo causa y efecto, reemplazando la comprensión del vínculo social con un proyecto político que apuntaba a la ingeniería social. Contra este retador más joven, sostuvo vigorosamente que lo social no era un dominio especial de la realidad sino un principio de conexiones; que no había motivo para separar «lo social» de otras asociaciones como los organismos biológicos o incluso los átomos; que no había necesidad de ninguna ruptura con la filosofía y especialmente con la metafísica para convertirse en científico social; que la sociología en efecto era una especie de inter-psicología[12]; que el estudio de la innovación, y especialmente de la ciencia y la tecnología, era el área de crecimiento de la teoría social y que la economía debía rehacerse de arriba abajo en vez de usarse como una vaga metáfo­ra para describir el cálculo de intereses. Por encima de todo, con­sideró lo social como un fluido circulante que debía seguirse con métodos nuevos y no un tipo de organismo nuevo. No necesitamos aceptar todas las expresiones idiosincrásicas de Tarde -y hay muchas-, pero en la galería de los retratos de predecesores emi­nentes es uno de los pocos, junto con Harold Garfinkel, que creyó que la sociología podía ser una ciencia que explicara cómo se sos­tiene unida la sociedad, en vez de usar la sociedad para explicar otra cosa o ayudar a resolver una de las cuestiones políticas de la época. Que Tarde fuera totalmente derrotado por los sociólogos de lo social, hasta el punto de ser acorralado en una existencia fantasmal por un siglo, no demuestra que estuviera equivocado. Por el contrario, simplemente hace aún más necesario este libro. Estoy convencido de que si la sociología hubiese heredado más de Tarde (por no mencionar a Comte, Spencer, Durkheim y Weber), podría haber sido una disciplina aún más relevante. Aún tiene los recursos necesarios para lograrlo, como veremos al final de este libro. Las dos tradiciones pueden reconciliarse fácilmente, siendo la segunda simplemente la reanudación de la tarea que la primera creyó cumplida demasiado rápido. Los factores reunidos en el pasado bajo la etiqueta de «dominio social» son simplemente algunos de los elementos a ser reunidos en el futuro en lo que lla­maré no una sociedad sino un colectivo. (…)

[extraído del libro “Reensamblar lo social. Una introducción a la teoría del actor-red.”, Manantial, Buenos Aires, 2008]

* Para las notas se utilizó un formato de referencias abreviado; la biblio­grafía completa aparece al final del volumen. Este libro más bien austero puede leerse paralelamente con París ville invisible, de Bruno Latour y Emilie Hermant (1998), libro mucho más ágil que trata de cubrir el mismo terreno a través de una sucesión de ensayos fotográficos. Está disponible en Internet en inglés (Paris the Invisible City) en http://bruno.latour.name.

[1] Esta expresión es explicada en Laurent Thévenot (2004), «A science of life together in the World». Este orden Lógico -los ensamblados de la sociedad siguiendo ¡os de la naturaleza— es exactamente lo contrario de cómo yo llegué a verlo. Los libros gemelos -Bruno Latour (1999), Pandora’s Hope: Essays on the Reality of Science Studies y Bruno Latour (2004), Politics of Nature: How to Bring the Sciences into Democracy- fueron escritos mucho después de que mis colegas y yo desarrolláramos una teoría social alternativa para abordar los nuevos enigmas descubiertos luego de realizar nuestro trabajo de campo en ciencia y tecnología.

[2] Uno de tantos indicadores de esta influencia es la difusión de la pala­bra «actor», cuya vaguedad mantendré un poco más. Véase pág. 73.

[3] Usaré la expresión «sociedad u otros agregados sociales» para cubrir la gama de soluciones que se da a lo que más adelante llamaré la «primera fuente de incertidumbre» y que se refiere a la naturaleza de los grupos socia­les. No apunto especialmente aquí a las definiciones «holistas», dado que, como veremos, las definiciones «individualistas» o «biológicas» son igual­mente válidas. Véase pág. 47.

[4] Patricia Ewick y Susan S. Silbey (1998), The Common Place of Law, y la contribución de Silbey a Bruno Latour y Peter Weibel (2005), Making Things Public: Atmospheres of Democracy.

[5] Si bien el estudio de la práctica científica ha dado el mayor ímpetu para esta definición alternativa de lo social, no la abordaremos hasta que se haya definido la cuarta incertidumbre. Véase pág. 129.

[6] Recién en la parte II, págs. 333-4, veremos cómo reformular esta opo­sición de un modo más sutil que con una inversión de causa y efecto.

[7] Para una distinción entre sociología crítica y sociología de la crítica, véanse Luc Boltanski y Laurent Thévenot (de próxima aparición), On Justifi-cation (Sobre la justificación); Luc Boltanski y Laurent Thévenot (1999), «The sociology of critical capacity», y especialmente Luc Boltanski (1990), L’amour et la ¡ustice comme compétences. Si resultara necesario establecer alguna continuidad con la sociología de lo social, tendré que confrontar la sociología crítica y su «ilusión de una ilusión».

[8] Se presenta una reciente guía en John Law (2004), After Method: Mess in Social Science Research; Andrew Barry (2001), Political Machines. Gover-ning a Technological Society, y Anne-Marie Mol (2003), The Body Múltiple: Ontology in Medical Practice (Science and Cultural Theory) también pueden considerarse una buena introducción junto con Bruno Latour (1996), Aramis or the Love of Technology.

* En inglés la sigla utilizada para actor-network-theory es ANT. La pala­bra «ant» en inglés significa hormiga. El autor hace aquí un juego de pala­bras con este significado de ant-hormiga. La expresión utilizada habitual-mente en castellano es teoría del actor-red y la sigla que utilizamos en esta traducción al español es TAR [n. del t].

[9] Debo disculparme por asumir aquí una posición contraria en Bruno Latour (1999c), «On Recalling ANT». Mientras que entonces critiqué todos los elementos de su horrible expresión, incluido el guión, ahora defenderé a todos ellos, incluido el guión.

[10] Si mi tratamiento de la sociología de lo social parece duro y si me muestro realmente obcecado con la sociología crítica, esto será sólo por ahora. Aprenderemos a su debido tiempo a recuperar lo que tenían de correcto en sus intuiciones originales. Si la noción clave de estándares (parte II, pág. 314) nos permite hacer justicia plena a la sociología de lo social, la sociología crítica tendrá que esperar, me temo, hasta la conclusión, cuando abordare¬mos la cuestión de la relevancia política.

[11] La única introducción extensa a Tarde que existe en inglés es Gabriel Tarde y Terry C. Clark (1969), On Communication and Social Influence. Para una visión más reciente véase Bruno Latour (2002), «Gabriel Tarde and the End of the Social». Hay disponible una traducción más antigua online de Gabriel Tarde (1899/2000), Social Laws: An Outline of Sociology.

[12] Por oposición a una intra-psicología, sobre la que guardó casi completo silencio, véase Gabriel Tarde (1895/1999), Monadologie et sociologie.

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