Dennis Orlando Escobar Galicia
Cuando Eduardo Halfon obtuvo el Premio Nacional de Literatura “Miguel Ángel Asturias” en 2018 me nació el deseo de leer su obra, principalmente por su historia familiar y de su fulgurante éxito como escritor. En 2007 fue seleccionado por el Hay Festival y Bogotá 39 como uno de los 39 escritores latinoamericanos menores de 39 años más importantes. Antes de ser laureado en Guatemala no sabía del susodicho. Desgraciadamente a los pocos meses surgió la pandemia de covid-19 y el cumplimiento de nuestra aspiración se fue alargando.
Fue hace poco -en las inmediaciones de un mercado municipal, en puesto de libros y revistas de segunda mano-, cuando mis ojos se deslumbraron al ver un libro casi nuevo con la siguiente portada: EDUARDO HALFON PAN Y CERVEZA. Con recato lo hojeé y lo encontré tan nítido que inmediatamente me dije: “ni siquiera lo han ojeado”. Con timidez pregunté su precio y cuando lo dijeron ni siquiera negocié. Lo compré inmediatamente y hasta pagué con monedas.
A decir verdad me atrajo el nombre del autor y el título del libro. Me gusta beber cerveza acompañada con pan desabrido y salchicha cocida. En el epígrafe de la obra está el significado: “(…) Después desayuné un trozo de pan seco y un vaso de cerveza; es lo que Dickens recomienda a los que están a punto de suicidarse, como particularmente indicado para alejarlos de su proyecto todavía un tiempo.” Vincent Van Gogh. 18 de agosto de 1877.
Desde antes de leer la novela el libro empezó a cautivarme: el autor, el título y las palabras de uno de mis pintores preferidos, tanto por su obra como por su vida. Sigue lo bueno: cada brevísimo capítulo inicia con una pintura alusiva al nombre, no le resta calidad el que esté en blanco y negro. Todos los óleos, obras del pintor de quien trata la obra literaria, están en el Museo de Arte Moderno de Guatemala o son de la colección del doctor Manuel Morales.
PAN Y CERVEZA versa sobre parte de la extraordinaria vida de Carlos Valenti, “el más grande pintor de Guatemala” como lo dijo en su momento Carlos Mérida. La obra, incluyendo fotografías y páginas de separación entre los capítulos, es de tan sólo 150 páginas y de letra tamaño legible. Su formato es de 16.5 x 11.5 cm con solapas. Impresionante que con tan pocas palabras su autor, Eduardo Halfon, nos diga bastante y aún nos deje abierta la imaginación para continuar solazándonos e investigando sobre la vida del protagonista.
La obra de catorce capítulos (cada uno con nombre e ilustración), escritos en un párrafo, sin punto y aparte, inicia con Retrato de Carlos Mérida donde el mencionado es acusado por los gendarmes franceses de ser el asesino de Carlos Mauricio Valenti Perrillat. Finaliza con Desnudo de niña donde queda totalmente evidenciado que Mérida no es el asesino y por qué es el primero en llegar al lugar donde está el fallecido. No es por tanto una historia lineal y que nos insinúa a repensar en la novela de ficción y en la de no ficción. Hasta me entran las ganas de recortarla e intercambiar al azar los capítulos, así como lo sugirió alguien con Pedro Páramo.
PAN Y CERVEZA contiene muchos diálogos, no obstante el poco espacio que ocupan los capítulos; ocurre que su autor, Halfon, rompe con la forma tradicional de redactarlos. Desde el inicio se percibe su estilo: “Yo no lo maté. Así les dije, esposado. En grilletes, hambriento, a los gendarmes. Me llamo Carlos Mérida, dije en un mal francés. Tengo veintiún años. Soy guatemalteco, una mezcla de español e indígena. Soy músico pero más pintor. ¿Qué hace usted en Francia?, me gritaron.”
¿Y cómo finaliza la obra?: “El manuscrito de las cartas inéditas de Van Gogh que yo mismo le conseguí está tirado en el suelo. Y encima de una mesita, a la par de la cama donde yace su cuerpo sin vida, está la pipa que monsieur Valenti jamás encendió. Las imágenes nos traicionan, pienso con amargura y nostalgia al llevármela.”
En PAN Y CERVEZA discurren las voces de destacados pintores, escultores y literatos de fama mundial de principios del siglo pasado, “la flor y nata” que merodeaba por París o que soñaba con ir a la Ciudad Luz, entre ellos Carlos Mérida, Rafael Arévalo Martínez, Rafael Rodríguez Padilla, Yela Gunther, Carlos Wyld Ospina, Jaime Sabartés Gual, Pablo Picaso, Modigliani, Roberto Montenegro, Eduardo de La Riva, Santiago González, Diego Rivera, Ricardo Castillo, Roberto Montemayor, Tito Leguizamón. Todos ellos reconociendo la grandeza del joven Valenti. Ya para su temprana edad lo consideraban “un visionario dentro de la fecunda condición de artista”.
Halfon, con su estilo para redactar los diálogos, nos hace evocar a César Vallejo cuando dijo: “La gramática, como norma colectiva en poesía, carece de razón de ser. Cada poeta forja su gramática personal e intransferible, su sintaxis, su ortografía, su analogía, su prosodia, su semántica. Le basta no salir de los fueros básicos del idioma.”
Gracias a PAN Y CERVEZA ahora puedo responder a lo ocurrido a principios de los años setenta del siglo pasado: del colegio –un viernes de artes pláticas- me llevaron a conocer el Museo de Arte Moderno y yo, cuando pasé viendo pinturas de Carlos Valenti, sorprendido por los rasgos inquietantes y de matices luminosos pregunté al profesor el por qué y él tan sólo me dijo pase pase. Veo la última ilustración del libro, el retrato de Valenti de 1911 antes de irse a París, y me quedo ensimismado al observar a ese joven de luenga cabellera y ataviado como un dandi, con espejuelos pero de mirada atormentada hacia el futuro.
Carlos Mauricio Valenti Perrillat 1888-1912, pintor guatemalteco de padre italiano y madre francesa, a los 24 años viajó a París con su amigo Carlos Mérida para continuar estudios de pintura. Eran los años del desarrollo de nuevas escuelas: cubismo, surrealismo y el expresionismo. Al darse cuenta que la vista se le debilitaba a consecuencia de la diabetes opta por el suicidio un 29 de octubre de 1912, es decir hace 110 años. Menos de cinco meses estuvo en la Ciudad Luz la “figura cumbre de principios del siglo XX en la plástica guatemalteca”, afirma Walda Valenti en Aproximación a una biografía.