Vinicio Barrientos Carles

Guatemalteco de corazón, científico de profesión, humanista de vocación, navegante multirrumbos… viajero del espacio interior.   Apasionado por los problemas de la educación y los retos que la juventud del siglo XXI deberá confrontar.   Defensor inalienable de la paz y del desarrollo de los Pueblos. Amante de la Matemática.

Hay muchos mundos y muchos sistemas de universos que existen todos al mismo tiempo, todos ellos perecederos.    

Anaximandro de Mileto

Existe un acuerdo, bastante generalizado, entre los estudiosos del pensamiento en Occidente, en asignar un momento específico para lo que se identifica como los inicios del discurso racional sistemático, que a su vez se corresponde con las nociones que dieron origen a la filosofía y la ciencia antigua, como cuerpos teóricos de explicaciones del mundo.   En este momento estas dos áreas del desarrollo humano se encuentra fusionadas y confundidas de varias maneras.   En correspondencia a este momento en el tiempo, se identifica, a su vez, una determinada región geográfica en donde esta génesis filosófica se lleva a cabo: una alianza de ciudades de la Antigua Grecia identificadas como la Liga Jónica

Cabe señalar que, como hemos comentado, aunque ciencia y filosofía se desarrollan como ríos paralelos buscando su propio cauce, queda clara esta marcada separación del nuevo modo emergente de ver las cosas, basada en un pensamiento racional y sistemático, del anterior, que seguía el curso que fundamentalmente marcaban los mitos y las explicaciones de índole religioso.   En complemento al modo lógico reflexivo, la búsqueda del sentido del mundo tiene una diferente dirección, pues se persiguen explicaciones basadas en leyes y no en la acción voluntaria de los dioses.

Sin temor a al error, puede afirmarse que las primeras ideas sobre la ciencia, como la entendemos hoy, nacieron con los grandes pensadores de las polis jonias del siglo VI a. C., a quienes se les conoce como los los primeros presocráticos.   Este período, milagroso, como algunos lo describen,  abarcó un poco más de dos siglos, siendo uno de los más fértiles y excepcionales en cuanto a la manifestación de la inteligencia y el espíritu de observación humano.   Repentinamente, de una forma abrupta, el logos, la razón explicativa de la realidad, se ve liberada de las ataduras que las concepciones míticas imponían mediante la tradición literaria.

Hoy en día es posible visualizar cómo los presocráticos idearon muchos de los conceptos generadores que sirvieron de motor para la cultura occidental, preparando el camino para el método científico.   La supremacía de la razón derivada del abandono de las explicaciones mitológicas para el origen del universo, marcan un hito en la historia de la humanidad, pues de varias formas la fe religiosa es sustituida por la fe científica.   El concepto de la verdad aparece en el discurso como uno fundamental, y la filosofía inicia su largo recorrido tras el reconocimiento de un orden subyacente en el caos aparente de los acontecimientos, un orden que es producido por fuerzas impersonales.

En otras palabras, las explicaciones debidas a supuestas voluntades divinas son transformadas de tajo en necesidades lógicas, despersonalizadas y existentes por fuerza propia.   La idea de causalidad se ve así modificada radicalmente.   Aunque resulta imposible sintetizar, en tan breve espacio, la inmensa diversidad de ideas que en este período florecieron, abriendo camino para los más de dos milenios que a partir de entonces se verían enriquecidos por este renacimiento presocrático, en esta oportunidad deseamos resaltar a uno de estos singulares filósofos: Anaximandro de Mileto.   Antes de pasar a sus trascententales aportes, la Wikipedia ubica a este profundo pensador en el contexto de la escuela milesia:

La filosofía presocrática comenzó en el siglo VI a.C. con los tres miembros de la escuela de Mileto: Tales, Anaximandro y Anaxímenes.   Todos ellos atribuyeron el arché [ arjé…] del mundo a, respectivamente, el agua, el ápeiron (lo ilimitado) y el aire, gobernado por el nous (mente o inteligencia).   Otros tres filósofos presocráticos [ posteriores ]  procedían de ciudades jónicas cercanas: Jenófanes, Heráclito y Pitágoras.   Jenófanes es conocido por su crítica al antropomorfismo de los dioses.   Heráclito [ el obscuro… ] es conocido por su máxima sobre la impermanencia, panta rei, y por atribuir al fuego ser el arché del mundo.   [ Pitágoras es conocido por su escuela, cuya máxima resume su pensamiento:  los números gobiernan el cosmos ]  

En las esquinas de la imagen N° 1 se aprecia a cuatro de los filósofos jónicos citados, indica su ciudad de origen y la fecha redondeada del apogeo de su pensamiento.   La separación temporal de las fechas es de justamente por tres decadas.   La intención del sinóptico es la identificación de los cuatro elementos propuestos como el arché prescrito, el cual se interpreta como el principio, ο la razón primordial originaria de todas las cosas, asociado al comienzo del universo.   La existencia de un primer elemento de donde todas las cosas provienen vendrá a ser un concepto fundamental en el renacimiento presocrático que estamos describiendo.

El arché corresponde a un problema cosmológico, a una interrogante sobre el origen y la naturaleza del cosmos, que posteriormente, ya en los filósofos clásicos, empezando por Sócrates, evolucionaría hacia un problema antropológico, centrado en el ser humano, que incluirá, entre otras, temáticas tan fundamentales como la ética y la política.   Por esta búsqueda sobre la naturaleza primera y última, esencial, del cosmos, es que a los filósofos en la Liga Jónica también se les conoce como los filósofos físicos, de physis, la naturaleza.   Las cuatro respuestas concretas que los pensadores propusieron pasarían, a la postre, a constituirse en los cuatro elementos primarios: agua, aire, tierra y fuego.

En «La quinta esencia» se explica cómo este primer abordaje al problema de la physis del cosmos es de tipo monista, asumiendo un único elemento constitutivo primario.   Empero, este enfoque, iniciado por los milesios, se transformaría, en la escuela de Elea, en un enfoque pluralista.   Empédocles de Agrigento enseñó que todo era una mezcla de los cuatro elementales, que se unían y se separaban por fuerzas de amor y de odio.   En la misma publicación se explica el origen de la propuesta de un quinto elemento, el éter, mostrado al centro en la imagen precedente.   Aristóteles, el filósofo de Estagira, siguió a su maestro Platón, quien había correlacionado cada elemento con los poliedros regulares, o sólidos platónicos.

Debe notarse, sin embargo, que la imagen no ha incluido a dos de los seis filósofos citados: Anaximandro de Mileto y Pitágoras de Samos.   El segundo nos resulta conocido, y algo de su influencia en Platón y en la escuela de Atenas hemos escrito en «Los neopitagóricos y el sincretismo helenista».   Anaximandro, por lo contrario, no nos resulta tan familiar.   Estos dos filósofos jónicos compartieron como particular caraterística un muy direrente abordaje al problema del arché.   Sus respuestas para el origen y principio físico del cosmos fueron mucho más abstractas que sus contemporáneos, pues no atribuyeron el arché a ningún elemento específico o concreto de su entorno.   Ejemplificamos lo anterior copiando el primer texto griego escrito en prosa, debido a Anaximandro:

El principio (arjé) de todas las cosas es lo indeterminado (ápeiron).   Ahora bien, allí mismo donde hay generación para las cosas, allí se produce también la destrucción, según la necesidad; en efecto, pagan las culpas unas a otras y la reparación de la injusticia, según el orden del tiempo.​

En este contexto, Anaximandro, a quien se debe el término arché (arjé), fue el primero en elaborar un discurso teórico de nivel superior, característico de la ciencia contemporánea. Él argumentó que este principio originario es lo ápeiron, que literalmente significa lo indefinido, indeterminado, lo que no tiene límites (sin peras: sin perímetro).   Defendió que el arché de toda posible realidad ha de ser indeterminado, eterno, siempre activo y semoviente, que no podría ser una substancia específica, puesto que  teniendo una propiedad determinada, no podría engendrar la opuesta.   Así, el agua, que es húmeda, no podría engendrar lo seco, ni el fuego, que es caliente, engendrar lo frío.

En la cita precedente se explica que «allí mismo donde hay generación para las cosas, allí se produce también la destrucción».   Su teoría postula una concepción basada en el equilibrio, de donde toda existencia procede de un rompimiento o variación de este equilibrio, sin límites, indeterminado, que todo lo inunda.   Para explicar esta dinámica de alejamiento con lo ápeiron originario citamos:

Primero, que toda existencia individual y todo devenir sea una usurpación contra el arché, en cuanto que nacer, individuarse, es separarse de la unidad primitiva.   Segundo, que los seres que se separan del arché estén condenados a oponerse entre sí, a cometer «injusticia» unos con otros, pues el calor comete injusticia en verano y el frío en invierno.   El devenir está animado por la unilateralidad de cada parte, expresada ante las otras como una oposición.

Para Anaximandro, lo ápeiron es inmortal, indestructible, ingénito e imperecedero, siendo el generador de todas las cosas.   Este es el summum de la tradición monista, en donde todo proviene y todo retorma al ápeiron, de acuerdo con ciertos ciclos naturales necesarios.   Al separarse las sustancias se producen los opuestos, que al prevalecer la una sobre la otra restablecen el equilibrio original.   Esta perspectiva o visión enfatiza que todos los entes son mezclas de partes que se integran y se separan en forma dinámica y perenne.   En última instancia, todo retorna a lo ápeiron.

No obstante de esta singular forma de responder a la pregunta cosmológica, es crucial reconocer en Anaximandro al primer pensador en adoptar una visión naturalista de las cosas.  Se le identifica como el primer geógrafo de la historia, y a él se atribuye el primer mapa del mundo, que se muestra en la imagen subsiguiente

En complemento, aunque mucho de su obra se ha perdido, los historiadores especialistas lo identifican como el pionero de las ciencias naturales, entiéndase la biología, la física y la meteorología, mucho antes de que Aristóteles escribiera al respecto.    Se le atribuye el libro «Sobre la naturaleza», y aunque extraviado, sus revolucionarias ideas han llegado a la actualidad mediante comentarios doxográficos.   En varios sentidos a Anaximandro se le considera el impulsor principal de un cambio de paradigma en el conocimiento, basado en la investigación racional de la naturaleza.

Además de la carta terrestre, se le atribuye la medición de los solsticios y equinoccios por medio de un gnomon, así como trabajos para determinar la distancia y tamaño de las estrellas, que posteriormente seguirían astrónomos de la talla de Aristarco de Samos e Hiparco de Nicea.  Destaca su propuesta de la Tierra como un cilindro inmóvil, con forma de tambor, contra la opinión general que la consideraba aplastada.   Su cosmología es detallada, pues, siguiendo sus conceptos sobre lo ápeiron, propone la formación del cosmos mediante un proceso de rotación que separa lo caliente de lo frío.   Así, el fuego circundante ocupa la periferia del mundo y puede observarse por esos orificios que llamamos estrellas.

La Tierra se formó por separación de lo frío de lo caliente, ocupando est humedad terrestre el centro.   Se comprendía el origen del Sol, la Luna y las estrellas de una forma similar.   No obstante, el concepto que, hoy por hoy, se considera como el más revolucionario para su época, es el de presentar al planeta como un cuerpo finito flotando en equilibrio en el espacio que le circunda.  Así, tanto por encima, como por debajo, como en los entornos de la Tierra, hay cielo, un espacio vacío.   Respecto a esta sobresaliente idea, el epistemólogo y filósofo de la ciencia austriaco, Karl Raimund Popper, expresó:

Esta idea de Anaximandro es una de las ideas más audaces, revolucionarias y portentosas de toda la historia del pensamiento humano […] abrió el camino hacia las posteriores teorías de Aristarco, Copérnico, Kepler y Galileo.

 

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