Hugo Gordillo
Escritor
“Esto es mañana.” Así se nombra la exposición en la que Richard Hamilton participa con un collage en la Galería “Whitechapel” de Londres (1956). Su obra “¿Qué es lo que hace que las casas de hoy sean tan diferentes, tan atractivas?”, lo convierte en el padre del Pop Art con una crítica a la sociedad de consumo, alimentado por los medios de comunicación que sobrevalora lo trivial. Para entonces ya son populares las películas a color, la televisión, la reproducción fonográfica, las historietas de súper héroes, el refrigerador y los productos enlatados o embotellados industrialmente.
Los ideales del hombre común, según los medios, son la cultura de su cuerpo y tener un carro para ver si aspira a una mujer como las de revistas de modas o la recién estrenada porno “Play Boy”. Los ideales de la mujer empiezan en el confort, ser como la actriz de moda, con la aspiración a tener de marido un Charles Atlas anglosajón, un carro y, si no se puede, aunque sea la aspiradora de alfombras.
En la cuna del consumismo, Estados Unidos, nace Roy Lichtenstein, que toma imágenes de los cómics y las reproduce o modifica en formatos grandes, usando el sistema de impresión “Ben Day” de los dibujos animados que también traslada a sus esculturas. El sistema de puntos grandes con colores primarios y brillantes es como el hermano más grueso de la técnica del puntillismo usada por neoimpresionistas como Seurat. El amarillismo periodístico y el paso de la cámara escondida a los concursos televisivos hacen decir al publicista Andy Warhol que en el futuro todos seremos famosos durante 15 minutos, como presagiando el “reality show”.
De trabajar como diseñador de portadas de discos de vinilo, pasa a exponer en una galería de California como iniciador del Pop Art en la Costa Oeste. Cuando se instala en Nueva York, la gente no sabe si le aplaude al artista o al comerciante de obras en serie, ya sea que reproduzca a Marilyn Monroe, botellas de refrescos, billetes de un dólar o latas de sopa. Todos, símbolos tan estadounidenses como la silla eléctrica, que tampoco escapa a la reproducción de Warhol. Cuando abre su estudio “The Factory”, se convierte en un producto de consumo rodeado de artistas, especialmente de movimientos alternativos.
Se para ante los periodistas como un actor de la farándula y habla como la voz del Pop Art, tan adecuado para una sociedad sumergida en el fondo de la cultura del envase. Termina haciendo cualquier cosa, incluido cine de mal gusto, como filmar a uno de sus amigos durmiendo durante siete horas y otras tonteras. Si antes el arte influye en los medios, ahora son los medios los que influyen en un arte prescindible, barato, joven, masivo, pero, eso sí, ingenioso, sexy, efectista y glamuroso que representa un buen negocio. Un negocio en que la mujer es un objeto vendible o un medio para vender.
Los artistas usan materiales industriales, carteles, artículos de consumo masivo. Sus temas provienen del ocio y la moda o el culto a la imagen. Aunque son artistas niegan el virtuosismo y creen que cualquier persona puede hacer arte, además de que no hay nada original porque ya todo está inventado. Frente a las interrogantes sobre el amor, la fe y la ilusión después de la guerra, aquí está tu Pop Art… todo en serie para que te des gusto. La sociedad aprende el arte de vivir y los artistas irreverentes, pero no belicosos, aprenden a vivir de ese arte figurativo y realista extraído de fotografías, medios de comunicación y novelas baratas, usando recursos mecánicos de impresión para obtener obras de consumo en una sociedad casi vacía de contenido.
El rey del rock, Elvis Presley, mueve las caderas, muestra los pectorales y canta en escenarios estadounidenses para que sus seguidoras griten de emoción, cuando no están aterradas por las noticias sobre los misiles cubanos que apuntan contra el territorio imperial, donde los súper héroes le dan la espalda a la sociedad. Los genios del rock, “The Beatles” agitan sus melenas, tocan y cantan rock sobre escenarios ingleses para que sus seguidoras enloquezcan.
En el invierno del 64, la Beatlemanía invade Estados Unidos, la meca del Pop Art, y resulta un alivio para jóvenes que escriben frases como “nunca me había sentido tan vacío” tras el reciente asesinato del presidente Kennedy en Texas. En su transición al minimalismo, Hamilton hace la portada del Álbum Blanco de los Beatles, que numera cada uno de los 5 millones de copias. También realiza una serie de grabados y pinturas basadas en la fotografía de Mick Jagger, el cantante de los Rolling Stones, y el galerista Robert Fraser, esposados y acusados por la policía por posesión de anfetaminas en pleno auge de la sicodelia. Ecléctico y encantado por las nuevas tecnologías, diseña el exterior de dos computadoras y diversos tostadores eléctricos.
Como profesor del King´s College de Newcastle tiene de estudiante a Bryan Ferry, quien piensa que el mundo moderno puede ser poético y misterioso. Cuando Ferry se integra como cantante del grupo Roxy Music le rinde culto a su maestro con la canción “Esto es mañana”, el mismo título de la primera de las 71 exposiciones del pionero inglés del Pop Art.