Claudia Chinchilla Vettorazi

MIGUEL ANGEL ASTURIAS, De Guatemala para el mundo, es una compilación de Roberto Cifuentes Escobar. El libro está dividido en 5 capítulos: la primera parte contiene textos de diversos autores, dedicados al Gran Moyas, con motivo de su cumpleaños número 60; el segundo capítulo está conformado por cinco textos dedicados a la memoria de Asturias surgidos a partir de su fallecimiento. En el tercero encontramos algunos testimonios; en el cuarto podemos conocer la visión asturiana en torno a diversos temas que se relacionan con Latinoamérica y en el quinto y final, hay varias fotos de Asturias con familia, amigos y durante algunas de sus participaciones públicas.

Con el propósito de ceñirnos al espacio, nos enfocaremos en el segundo capítulo titulado ¡La muerte raptó a Miguel Ángel Asturias! La elección obedece a la necesidad de restituir en mínima parte la memoria del autor, pues por motivos de idiosincrasia casi nacional, o de humana omisión, tendemos a relegar nuestra voz, esa manifestación divina que se presta para el reconocimiento y la valoración del otro, “a posteriori”.

Decimos lo que teníamos que decir hace tiempo, pero lo decimos tarde; cuando el reloj ha dejado pasar el último grano de arena y entonces, golpeándonos el pecho, nos embarga la tristeza y la culpa. La culpa por no haber derramado nuestras palabras al oído del que partió para siempre; de no haberlas vaciado entre su boca o encaramados en la ventana, a viva voz, para que nos escuche el mundo entero, sino después, en ese oscuro momento cuando lo único que nos queda es arrugarnos, humedecidos, sobre un ataúd…

 

Pero vamos de una vez a lo nuestro, a lo de Roberto, a nuestro Asturias, para ver si así lo extrañamos todos, desde las entrañas de este casi país que es Guatemala, porque aunque el libro lleva el título Miguel Ángel Asturias, de Guatemala para el mundo, creemos que esta compilación debe ser leída, primero, en nuestras aulas, sobre todo en las universitarias, para que los más jóvenes conozcan al Asturias amigo, al Asturias querido, y para que aquellos que no lo conocen, lo extrañen y lo busquen, no en el cementerio francés, sino en sus versos, en sus novelas, en cada uno de sus personajes, dibujados con tanto primor, con tal minuciosidad, que el barroco no le alcanzó para presentarlos. Por eso Asturias, por eso la voz del Gran Lengua, porque el surrealismo, el barroco, el realismo mágico y la jitanjáfora no le bastaron a esa voz de mago. “Mago de las luces altas. Sabio Señor del Canto”, en palabras de Manuel José Arce, que nos regala en su palabra viva, dentro del libro que hoy se presenta, el don del reclamo, y cito “Reclamo aquí tu vida laboriosa. Tu intacta vida nuestra”.

Y yo, tomo también la palabra y hago uso del don del reclamo: reclamo que los académicos y los intelectuales de la literatura saquen a Miguel Ángel del palio intocable donde lo han colocado y lo repartan entre el pueblo, que lo compartan en las conferencias, en las aulas, en las calles y avenidas, en los corredores de los mercados. Reclamo que los maestros lo pongan a disposición de los alumnos y que la mismísima Chabela lo lleve entre las costillas, que es el lugar que le corresponde, porque Miguel Ángel Asturias es, en palabras de José Luis Cifuentes: “el hombre más importante de Guatemala, más importante contra el aire de la noche, contra el aullido del coyote, contra el graznido de la lechuza, contra los alaridos de los que sufren en medio de la impotencia, contra la opinión de quienes han vivido envidiando las alas del poeta, contra el malestar de quienes sufrían por el premio Lenin, contra los que ignoran la trascendencia de un premio Nobel para un pueblo apodado de subdesarrollado”.

 

Y es que, si por algo tenemos que golpearnos el pecho los guatemaltecos es por nuestra falta de estima y aprecio a la obra del Gran Lengua. Creemos lo que dicen en “el gran Talón de Aquiles” y dejamos que “quienes menos altura podían dar para pronunciar en su verdadera dimensión el nombre de Miguel Ángel Asturias”, citando de nuevo a Cifuentes, sean los que critiquen, juzguen y discutan la obra del hijo dilecto de Xibalbá, de donde es originario, como consta en la breve reseña de Otto-Raúl González: “Miguel Ángel Asturias viene de Xibalbá. Claro está que nació en el barrio de Candelaria de la ciudad de Guatemala, pero antes de nacer había estado en Xibalbá, y allí aprendió a tener contacto con el fuego. Jugaba con las brasas como jugar con canicas y poco a poco fue aprendiendo a distinguir y a domar las llamas. Allí en Xibalbá, pasó la escuela primaria de los tizones, hizo el bachillerato de las antorchas y más tarde se doctoró en incendios y oriflamas. Cuando ya era un experto en lumbres, las voluntades que gobiernan Xibalbá lo dejaron salir”.

Y hacia allá volvió, indudablemente, el Prometeo chapín, que nos trajo en la llama de su voz, el poder constructor que tiene la palabra en manos de aquel que aprendió a ser un cuenco vivo, y sin egoísmos la esparció por el mundo a través de su obra, lírica toda, altísima en matices sonoros, en figuras que se desdoblan en medio de la tempestad del tiempo, iluminando la realidad de esta tierra que habitamos.

 

 

¡Oh, Migue Ángel! Hechicero de los versos brillantes. “Buen triturador de pedernales/ aventador de granos de oro/ sobre la espesa crin del nocturno hipocampo”, en palabras de Aimé Césaire, traducido por Otto-Raúl González.

Miguel Ángel Asturias es contagioso. Su lectura nos transforma, nos cambia, nos invita a mutar en verso, en expresión calcinante, espejeante; a convertirnos en volcán, en río, en mazorca colorada, negra, amarilla, blanca; en marimba, en guaro, en griteríos de pericos o, como mínimo, en huevo vegetal, “como dulce corazón de la semilla, que deja su verdad junto a la tarde”, tal como lo dice Arqueles Morales en el poema De la sangre a la sangre, en un fragmento compilado también en el libro de Roberto Cifuentes. Poema donde el autor exalta la magnitud del exilio, que no puede concebirse únicamente como un irse, sino como un vaivén doloroso que desgarra cuerpo y alma, en un irse del uno y un quedarse de la otra, y cito, del mismo texto lírico de Morales, “una manera de matar nuestra alegría/ y sepultar el grito/ incubador de auroras”.

Una sepultura casi, casi lograda, pues el exilio del Gran Moyas sigue presente en esta tierra del quetzal, lo demuestra la escasez de la lectura del Nobel, lo que requiere recurrir a otro reclamo de Arce, y cito: “pido que repatriemos tu testimonio. Exijo que traigamos a suelo patrio tu ejemplo. No la cáscara: tu fecunda semilla. No el despojo: tu viviente mensaje. Pido que rompamos nuestra tiniebla sórdida con tu esplendor invicto”.

Honestamente, quisiéramos creer que la palabra de Asturias es, como lo dice Arce, el evangelio del pueblo, pero no. Aunque contenga todo el esplendor para presidir un cambio; toda la fuerza para liderar una revolución; y toda la belleza para ocasionar temblores en los rubios hilos de la mazorca, lo cierto es que al Asturias universal se le desconoce en las entrañas de la Guatemala profunda; se le lee poco, se le detracta mucho, y se usa la ignorancia para evadir su lectura.

Esta compilación de Roberto Cifuentes Escobar debiera propiciar un acercamiento al Asturias de todos. De Guatemala para el mundo, es una obra que hunde sus raíces más allá de las biografías acartonadas que se han hecho; más que en el canon literario o en las ideologías. Se afianza en el afecto de los no pocos amigos que lo aprecian. Personas que consolaron su voz en el espacio de los desamparados, como lo dice de manera tan íntima, tan visceral, el Gran Lengua, en sus Letanías, donde desgrana su corazón al reconocerse ajeno a todo lo que le rodea, durante sus períodos de exilio. Distante de lugares, personas, canciones, risas, amores, campanas, muertos…

Es con estas Letanías que quiero cerrar, anotando un par de estrofas, donde Asturias se nos muestra vulnerable, como el hombre que buscó ser auténtico, y para hacerlo, tuvo que transparentarse en su obra. Reproduzco aquí la segunda y la tercera estrofa:

Y tú, desterrado: Estar de paso,

siempre de paso,

tenerlo todo como prestado,

besar a niños que no son nuestros,

hacerse a fuego que no es el nuestro,

oír campanas que no son nuestras,

poner la cara que no es la nuestra,

llorar por muertos que no son nuestros,

vivir la vida que no es la nuestra,

jugar a juegos que no son nuestros,

dormir en cama que no es la nuestra,

subir a torres que no son nuestras,

leer noticias, menos las nuestras,

sufrir por todos y por lo nuestro…

sufrir por todos y por lo nuestro…

sufrir por todos y por lo nuestro… (la repetición es personal)

oír que llueve con otra lluvia

 

y beber agua que no es la nuestra…

Y tú, desterrado:

Estar de paso, siempre de paso,

no tener sombra, sino equipaje,

brindar en fiestas que no son nuestras

compartir lecho que no es el nuestro,

lecho y “pan nuestro” que no es el nuestro,

contar historias que no son nuestras,

cambiar de casas que no son nuestras,

hacer trabajos que no son nuestros,

andar ciudades que no la nuestra

y en hospitales que no son nuestros

cura de males que tienen cura,

alivio al menos, que no del nuestro,

que sólo sana con el regreso…

que sólo sana con el regreso…

que sólo sana con el regreso… (la repetición es personal).

¿Cómo hacemos para aliviar este exilio de Miguel Ángel Asturias?

¿Qué hacemos para que la llama siempre viva de su voz se clave como punta de obsidiana en el espíritu de los guatemaltecos.

¿Cómo lo devolvemos a esta tierra, que sí es su tierra; para que more entre la gente, que sí es su gente; y podamos resarcirle la risa, que sí es su risa…?

Creo que todos conocemos la respuesta.

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