Hugo Amador Us

Josefina abre de nuevo la gaveta de la pequeña mesa de madera que tienen en el recinto que hace las veces de comedor y cocina con la esperanza que la vez anterior no haya visto bien. La abre hasta casi sacarla por completo y observa: no está el billete. Ahora sí tiene la ingrata certeza que no está. Entonces la expresión de la carita le cambia y se ve desencanto y, a pesar de su corta edad, una precoz preocupación. Lo que ve son sólo un montón de monedas y tres billetes. Las hay de veinticinco centavos, de diez, de cinco y de a centavo.

Es verdad que le causa cierto consuelo ver los dos moraditos, el del señor con una barba como de trapeador de lana. “Este es de a cinco”, le había dicho su hermano César. Le daba también alguna tranquilidad ver el de color rojo, el del señor con anteojos viendo como de lado y con un peinado que a Josefina le parece quizá más elegante. Recuerda que ese es de a diez y se puede comprar más cosas que con el de a cinco. Pero no está el que busca. Ese de color azulito con la cara de un señor con un rulito en la frente y con unas patillas largas y anchas que le cubren media mejilla. A ella le parece que es la cara más divertida de las tres porque además lleva en el cuello algo así como una toalla o una bufanda enrollada.

Un día, sin poder contener la curiosidad le preguntó a César (como solía preguntarle casi cualquier cosa) que por qué no se miraban señores con esa pinta en la calle. El sólo le supo decir: “es que así eran los señores de antes” sin precisar mucho si ese antes era diez años, cincuenta años o un siglo; solo dijo “de antes”. Era el único personaje del cual ella si recordaba bien el nombre: Mariano Gálvez. También le iba a preguntar que porqué todas las caras de los billetes eran de señores y porque no había una, digamos de una muchacha o de una señora, pero ya no preguntó porque vio a su hermano salir casi corriendo para la calle para irse al trabajo. Josefina vuelve a pasar sus deditos en la gaveta, nota el montón de fichas y los tres billetes, los dos de a cinco y el de a diez como para asegurar nuevamente lo que, más que temor, era preocupación. El azulito ya no está.

Había visto desaparecer los morados y rojos, pero a los pocos días volvía ver en la gaveta otros similares y por eso no se preocupaba que desaparecieran. Sabía que era sólo cuestión de tiempo para que fueron repuestos. Pero ésta era la primera vez que desaparecía el billete azul y ella sabía que tenía más valor y quizá era por eso su desazón. Uno de esos era lo que a duras penas lograba ganar su hermano Cesar quizá cada mes. Al confirmar el triste hallazgo, el primer impulso de Josefina es salir corriendo para la pila donde tal vez su mamá esté lavando ropa, pero algo le recuerda que ella ha salido; se fue al mercado a comprar lo del almuerzo. Tampoco puede preguntar a su hermano César porque a esa hora él seguro ya anda trabajando en el ruletero que de la Florida va al Trébol. A la única que encontró en el pequeño patio fue a su hermana mayor, Mercedes. Estaba barriendo mientras cantaba partes de una canción de moda: “este es un lugar de ambiente, donde todo es diferente…”

-Mercedes, ya no está Mariano Galvez – le dijo Josefina así sin tanto preámbulo.

Mercedes estaba tan entretenida barriendo y cantando que Josefina tuvo que repetirle:

-Ya no está Mariano Galvez, no me escuchaste.

Entonces ahora su hermana sí interrumpió la tarea y con sincera duda preguntó:

-¿Qué decís vos patoja? ¿Qué Mariano decís vos?

-Quiero decir el billete, ya no está.

-Calláte patoja – le dijo Mercedes, casi por soltarse a reír. Ya me habías asustado. Seguro ya se lo gastaron; tal vez mama ya lo usó para comprar en el mercado.

Josefina ya no terminó de escuchar a su hermana. Su carita se volvió a desencajar. Ahora se veía más preocupada que antes. Parecía sumida en pensamientos profundos como si se tratara de una adulta envuelta en un grave problema. Sabía que César era el que más ayudaba en la casa. También era verdad que, aunque poco, Mercedes ayudaba con algo que ganaba en su venta del mercado ahí en la colonia, la Quinta Samayoa. Primero había empezado con una su venta de naranjas que iba a comprar a La Terminal, pero quizá por su facilidad de palabra o por la buena calidad de la naranja, la venta le fue bien. Al poco tiempo agregó a su venta mangos y zapotes y ahora ya tenía un buen surtido de frutas. No le estaba yendo mal a Mercedes; al principio sólo ponía venta los domingos, pero ahora ya ponía los jueves también.

Esta tan pensativa que apenas se da cuenta que su mamá abre la puerta de la calle cargando la canasta con las compras del mercado. Josefina, al verla, corre presurosa a su encuentro, abrazándose a las piernas de su madre; ella apenas logra poner la canasta sobre la mesa. Al notar algo agitada a su hija le pregunta:

-¿Que te pasó nena? Te veo intranquila.

-Mamá, ¿Qué vamos a hacer ahora? Pregunta ella de sopetón.

-¿Por qué mija? ¿Por qué preguntas eso? ¿Qué pasó?

-Yo miro que ya no tenemos dinero mamá – dice Josefina con una mirada triste.

-¿Por qué dices eso? – insistió ella.

-Es que ya vi en la gaveta donde guardamos el dinero; solo fichas hay y unos billetes morados, pero no está el billete azul.

-No te preocupés nena – le dice la mama tratando de confortarla – no hay problema.

Pero a Josefina no se le ve para nada tranquila aún. Ella sabe que sólo su hermano César y su hermana Mercedes son los que trabajan. Se da cuenta que su mamá se pone inquieta cuando se acerca la fecha de pagar el alquiler. A veces ha visto pelear a sus hermanos, recriminándose que no juntaron lo que deberían para el pago. En un par de ocasiones se les había pasado la fecha de pago y había visto llegar a la dueña a decirles que le deben, que si se repite les va a tener que pedir los cuartos, que van a tener que sacar sus cosas. Josefina imagina con miedo si ese día llegara, que les saquen sus cosas a la calle; lo vio en una ocasión a un par de cuadras. Entonces, observa fijamente a su madre y le dice lo que venía pensando desde que se dio cuenta que el billete ya no estaba, y lo ha pensado una y otra vez; como alguien que ha tomado una decisión determinante:

-Mama, ya sé que voy a hacer; voy a ir a pedir trabajo – le dice Josefina, manteniendo la seriedad.

La mamá se sorprende y al mismo tiempo se enternece por lo que Josefina, su pequeña de apenas seis años le ha dicho, con esa preocupación como si fuera ya gente grande. Suspira con nostalgia pensando que quizá las cosas serían diferentes si su esposo viviera aún. Si no hubiera tenido aquel trágico accidente por la Bolívar, cuando Josefina tenía un año. Mientras le acaricia el cabello le dice, sonriéndole:

-No te preocupés mija, verás que pronto vamos a conseguir otro así.

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