Edgar Morin

Hoy, el progreso científico ha permitido la producción y la proliferación de armas nucleares y de otras armas de destrucción masiva, químicas o biológicas. El progreso técnico e industrial ha provocado un proceso de degradación de la biosfera. La globalización del mercado económico, sin regulación externa ni verdadera autorregulación, ha creado nuevos islotes de riqueza, pero también zonas crecientes de pobreza, como en América Latina y en China, ha suscitado y suscitará un rosario de crisis, y su expansión continúa bajo la amenaza del caos. Los avances de la ciencia, la técnica, la industria y la economía, que a partir de ahora propulsan la nave espacial Tierra, no están regulados por la política, la ética ni el pensamiento.

La amplificación y la aceleración de estos procesos sin control pueden ser consideradas feedbacks (retroacciones) positivos que constituyen una ruptura de las regulaciones mediante la amplificación y la aceleración de los propios avances desenfrenados. Así, lo que parecía asegurar el progreso humano aporta algunos progresos puntuales y posibilidades de progreso futuro, pero también contribuye a la creación y al incremento de peligros fatales para la humanidad.

Paradójicamente, estos avances están acompañados de múltiples regresiones que pueden adoptar la fisonomía de una gran regresión hacia la barbarie.

Las guerras se multiplican sobre el planeta y se caracterizan cada vez más por sus componentes étnico-religiosos. Por todas partes, el orden cívico experimenta una regresión y la violencia gangrena las zonas suburbanas. La criminalidad mafiosa se ha vuelto planetaria. La ley de la venganza reemplaza a la ley de la justicia pretendiendo ser la justicia verdadera. Las concepciones maniqueas se apoderan de las mentes presentándose como racionalidad. Este crecimiento de los procesos regresivos puede ser considerado un feedback positivo del cuadrimotor ciencia-técnica-industria-economía. La barbarie de odio, que emerge de las profundidades de otras épocas históricas, se combina con la barbarie anónima y fría de la técnica propia de nuestra civilización. Su alianza amenaza el planeta.

 

Desde hace tiempo vengo insistiendo en que Oriente Medio se encuentra en el corazón de una zona sísmica planetaria en la que se enfrentan las religiones entre sí, las religiones y la laicidad, Oriente y Occidente, el Norte y el Sur, países jóvenes y pobres, países ricos y viejos. El conflicto palestino-israelí, que se halla en el corazón de esta zona sísmica, constituía ya antes un cáncer cuyas metástasis corrían peligro de expandirse por el globo. Esta expansión comenzó, precisamente, a partir de la visita de Sharon a la explanada de las Mezquitas, y los sucesos que ésta provocó: la «segunda Intifada», la ruptura de las negociaciones de Camp David, las intervenciones masivas de Tsahal en los territorios palestinos, los atentados kamikazes, etc., formando todo ello un círculo vicioso infernal que, a partir de ahora, ya no se encuentra localizado en una zona concreta. En efecto, la represión asesina de Israel ha desencadenado una llama de antijudaísmo inédito en el mundo musulmán, que ha retomado los temas del antijudaísmo cristiano (como el mito del sacrificio de niños goys en la Pascua judía) y del antijudaísmo nacionalista occidental (como la idea de que existe un complot judío mundial para dominar el mundo), y donde el odio a Israel se ha convertido en odio hacia el judío. La violencia ciega de los kamikazes ha desencadenado una llama de anti-islamismo no sólo en Israel sino también en Occidente, y no sólo entre los judíos de la diáspora, sino, más ampliamente, en medios diversos, como demuestra el libro de Oriana Fallad contra el islam, en el que identifica esta religión con su rama más fanática y regresiva. A medida que la situación sea más grave, aparecerán nuevos focos de conflicto en el interior de las naciones. Francia, con su numerosa población de origen islámico y su importante población judía, ha podido evitar hasta el momento que la violencia marginal de los jóvenes beurs y las justificaciones de la represión israelí realizadas por los representantes de la denominada «comunidad judía» degeneren. Pero el empeoramiento del conflicto palestino-israelí conducirá a un enfrentamiento de odio y violencia, y la Francia laica se convertirá en el escenario de una guerra étnico-religiosa protagonizada por dos grupos de su población. Además, aunque la creación de Al Qaeda no estuviese ligada al conflicto palestino-israelí, tras los atentados de Kenya se ha amparado en la justa causa palestina para su injusta contienda terrorista. La ceguera del mayor responsable de la mayor potencia occidental le conduce, como si fuera un aprendiz de brujo, a continuar favoreciendo todos los disturbios incontrolados, desde los que amenazan la biosfera hasta los que favorecen las causas del terrorismo, en la lucha ciega contra sus efectos. Si todo esto continúa, las olas de antijudaísmo y anti-islamismo van a reforzarse, y el maniqueísmo se instalará en un choque de atrocidades denominado «choque de civilizaciones».

Las fuerzas de resistencia son débiles. Europa es incapaz de afirmarse políticamente, incapaz de crecer reorganizándose, incapaz de recordar que Turquía ha sido una gran potencia europea desde el siglo XVI y que el Imperio otomano ha contribuido a su civilización. Olvida que fue el cristianismo el que, en el pasado, se mostró intolerante ante toda religión diferente, y que el islam andaluz y el otomano toleró el cristianismo y el judaísmo. Las naciones sólo pueden resistir un crecimiento planetario volviéndose a cerrar de forma regresiva en torno a su religión y su nacionalismo. La incipiente internacionalidad de la ciudadanía es todavía demasiado débil. No ha emergido aún una sociedad civil planetaria. La conciencia de una comunidad con objetivos a escala terrestre es todavía demasiado dispersa.

La idea de un desarrollo «sostenible» toma como modelo el de una civilización en crisis, la misma que habría que reformar. Esta idea impide al mundo encontrar formas de evolución que no sean calcadas de la occidental. Acrecienta todos los feedbacks positivos que hemos citado más arriba. Conduce a las sociedades al camino de la catástrofe, cuando sería necesario cambiar de vía y empezar de nuevo.

Nos dirigimos hacia la catástrofe. J.-P. Dupuy, en su libro Pour un catastrophisme éclairé [Para un catastrofismo ilustrado] nos lo explica con exactitud, y propone paradójicamente que reconozcamos la inevitabilidad de la catástrofe para intentar evitarla. Pero además de señalar el hecho de que el propio sentimiento de inevitabilidad puede conducir a la pasividad, Dupuy identifica incorrectamente lo probable dentro de lo inevitable. Lo probable es aquello que a un observador, en un tiempo y un lugar determinados, disponiendo de las informaciones más fiables, se le aparece como el proceso futuro. Y efectivamente todos los procesos actuales conducen a la catástrofe. Pero lo improbable permanece como posible, y la historia nos ha demostrado que lo improbable podía reemplazar a lo probable, como ocurrió entre finales de 1941 y principios de 1942, cuando lo que era probable en 1940-1941 —la dominación del imperio hitleriano sobre Europa durante un largo periodo de tiempo— dio paso a un nuevo probable que lo volvió improbable —la victoria aliada sobre la Alemania nazi—. De hecho, todas las grandes innovaciones de la historia Kan sido marginales y han quebrado las probabilidades que existían antes de su desarrollo: así ocurrió con el mensaje de Jesús y de Pablo, con el de Mahoma, con el desarrollo del capitalismo y, después, del socialismo.

La puerta está, por tanto, abierta a lo improbable, incluso aunque el crecimiento del caos mundial vuelva eso actualmente inconcebible.

Ahora bien, este caos en el que la humanidad corre el riesgo de hundirse trae consigo una última oportunidad. ¿Por qué? Porque debemos saber que cuando un sistema es incapaz de tratar sus problemas vitales, o bien se desintegra, o bien es capaz en su desintegración de metamorfosearse en un meta sistema más rico, capaz de resolver sus problemas. Y aquí nos resulta útil la idea de feedback positivo. En el mundo físico, un feedback positivo conduce infaliblemente a la desintegración o a la destrucción. Pero en el mundo humano, como ha señalado Magoroh Maruyama, el feedback positivo, al desintegrar antiguas estructuras esclerotizadas, puede provocar la aparición de fuerzas de transformación y de regeneración. La metamorfosis de la oruga en mariposa nos ofrece una metáfora interesante: cuando la oruga se envuelve en el capullo, comienza un proceso de auto-destrucción de su organismo de oruga, y este proceso es, al mismo tiempo, el de la formación del organismo de mariposa, el cual es, a la vez, igual y distinto del de la oruga. Esto es la metamorfosis. La metamorfosis de la mariposa está preorganizada. La metamorfosis de las sociedades humanas en una sociedad-mundo es aleatoria, incierta, y depende de los peligros de un caos que, sin embargo, le resulta necesario.

Si es verdad que, al igual que nuestro organismo contiene en su interior células madre indiferenciadas capaces de crear todos los diversos órganos de nuestro ser, como las células embrionarias; si es cierto que la humanidad posee las virtudes genéricas que permiten creaciones nuevas, y si es igualmente cierto que estas virtudes están dormidas, inhibidas bajo la especialización y la rigidez de nuestras sociedades, entonces las crisis generalizadas que las sacuden y que agitan nuestro planeta podrían permitir esta metamorfosis, que se ha convertido en algo vital. Por este motivo no debemos continuar avanzando por el camino del «desarrollo». Tenemos que cambiar de vía, necesitamos un nuevo comienzo. La frase de Heidegger debe resonar como un reclamo: «El origen no está detrás de nosotros, sino delante».

«Vers 1’abime?», Le Monde, 1 de enero de 2003

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