Roberto Obregón, poeta guatemalteco víctima de secuestro, por agentes del gobierno guatemalteco el 6 julio 1970, en “Las Chinamas” frontera con El Salvador; desde ese entonces no se ha vuelto a saber de él pero su obra poética se mantiene vigente e imperecedera. Participó en el Grupo Nuevo Signo, junto a Julio Fausto Aguilera, Francisco Morales Santos y César Brañas, entre otros. Obregón, estudió en la facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales en la Universidad de San Carlos de Guatemala entre 1958 y 1960. Fue aproximadamente en esa época cuando publicó sus primeros poemas en la prensa local.

En 1961 publicó Poemas para comenzar la vida, con el que inició su vida literaria. Ese mismo año obtuvo una beca para estudiar en la Universidad Patricio Lumumba, de Moscú. Allí estudió filosofía y consiguió su doctorado en 1967. Durante su vida viajó por varios países de Europa, donde asistió a congresos y foros de escritores.
En la Unión Soviética publicó varios libros y uno de ellos —La flauta de Ágata— fue traducido a cuatro lenguas soviéticas, cuya edición alcanzó más de un millón de ejemplares. Volvió a Guatemala en 1968 y al siguiente año, ese mismo libro se publicó en el país. También se publicó El Fuego Perdido por parte de la dirección de Bellas Artes del Ministerio de Educación de Guatemala. Editorial Universitaria reeditó el libro Poesía de Barro.

El recolector
Reuniremos hechos,
episodios, sueños
compaginaremos
lo disperso, lo que está suelto.
No descansaremos
mientras no consigamos
reunir a Turcios Lima,
juntar a Otto René Castillo.
Y unidos, amarrados,
como una sola viga
los dejaremos caer
sobre las cabezas
de cien gorilazos.

Las inscripciones
VI
La lluvia no ha tenido otra necesidad
que la de ser lluvia. A torrentes. Tenue,
para llegar a ser lo que significa en mí,
en sí misma —agua que, llorando, sola.
Pero de repente la lluvia sintió la urgencia
de ser mujer y de ser humano, solitario,
para escucharse a sí misma, como yo— solo.
y seguir llorando como llora la lluvia.

La lluvia
Se sentó la lluvia llorona
en el fondo
de mis ojos
a peinar su cabellera de agua.
¿Cómo quieres, Olga
dime,
cómo haré para dormirme
si siempre habla de mi patria?

Ojo de agua

A orillas del camino
hay un ojo de agua.

En él, entre las hojas, duerme
la sombra de una estrella.
Así mi patria reposa
Interrogación
¿Y quién ahonda el pozo?
¿Y quién la pirámide levanta?
El hombre.
No, el hombre no.
¿Lo que hay en él de trágico?
Sí,
lo que hay en él de trágico:
su existencia, ¡ah! su existencia.

Prolongación de la noche
No me niegues que a veces,
al despertar,
quisieras refugiarte nuevamente
debajo de mis manos,

quedarte quietecita, apenas
respirando,
convertida en la misma huella
de la noche.

Dulce rapiña
Eres un sarcófago viviente,
sepulcro que en la oscuridad
abre sus ramos lechosos,

agitas tus remos y crujes
devorando mi carne y mis huesos.

Fuera de ti sólo queda mi rastro
y nada que valga la pena.

El cantor ciego
Y es que yo solamente soy una sombra
que absorbe la humedad de la puerta.

El tallo abriéndose en un pensamiento
humedecido en las pisadas del tiempo.

Distraído grabador de los frutos del árbol
que extravió su trayectoria en el ámbar

el encargado de la llave que al abrir tus puertas
fue a dar al fondo con los ojos cerrados.

Milagro
El espacio entre los dos
resbaló
como harina entre los dedos.
Ya sólo en el mundo
un lugar habitado
-tú y yo.
Tu cuerpo refugiado
en mis manos.
Mis ojos
disueltos en tu mirada,
y la húmeda rama de tu voz
palpitando
su sombra en el silencio,
la última traza de lumbre
se extinguió bajo el alero.

Ya sólo chocaron tu cuerpo y el mío
como dos pedernales.

Al amanecer me sorprendí
de que respiraras todavía.

Selección de textos. Roberto Cifuentes

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