Víctor Muñoz
Premio Nacional de Literatura

Yo estaba de lo más tranquilo en mi casa, leyendo las noticias del periódico cuando de pronto escuché unos fuertes e insistentes toquidos a la puerta.   En vista de que estamos viviendo unos días tan difíciles por tanto ladrón y tanto diputado que andan sueltos impunemente por las calles, me sentí alarmado.  Dejé el periódico sobre la mesa y me fui a ver qué era lo que estaba ocurriendo.  Era Gedeón, que lucía fatigado y casi sin aliento.  Creyendo que le ocurría algo grave o que alguien lo andaba persiguiendo lo entré a la casa, lo senté en una silla y me fui corriendo a traerle un vaso de agua.  Se bebió el agua a grandes tragos y en cuanto pudo me pidió más agua.  Corrí de nuevo a llenarle el vaso y cuando estuve de regreso lo encontré ya un poco más calmado.  Luego de que hubo terminado el segundo vaso me explicó casi a gritos que algo grave había ocurrido.  Como eso de las emociones es una cosa que se contagia, comencé a sentirme alterado y le pregunté qué había ocurrido.

-Se trata de Papaíto –me dijo aún entre jadeos.

-¿Y qué le ocurrió a Papaíto?  -quise saber.

-Fijate que se salió a la calle y no ves que un ladrón lo asaltó, y como él no le entregó ni el dinero ni su reloj, el miserable ese lo agarró del brazo y se lo quebró, luego lo tiró al suelo, lo terminó de golpear y después a puro jalón le quitó el reloj y se fue huyendo.

-¿Y vos no pudiste hacer algo para defenderlo? –quise saber.

-Pues fijate que cuando yo escuché los gritos salí a ver qué era lo que estaba pasando, pero ya el ladrón iba corriendo por la esquina, entonces quise auxiliar a Papaíto pero él me dijo que lo dejara en paz y que me fuera detrás del ladrón para que le recuperara su reloj, entonces llamé a gritos a la Nena para que atendiera a Papaíto y salí a toda carrera atrás del ladrón, pero como ya me llevaba bastante ventaja, por más que corrí ya no lo pude alcanzar, entonces mejor decidí regresar a la casa, pero sólo fue cosa de que Papaíto me viera llegar sin su reloj para que se pusiera a insultarme; me trató de inútil y me exigió que de nuevo me fuera para la calle a ver si encontraba al ladrón, pero yo mejor me vine a toda carrera para avisarte que Papaíto está grave, y para que veamos qué podemos hacer para que le revisen su brazo.

De inmediato me fui hacia el teléfono y marqué el número de la casa de Papaíto, pero estaba ocupado.  Esperé uno o dos minutos y luego intenté de nuevo, pero el teléfono seguía ocupado.  Gedeón se comenzó a poner muy angustiado

-Yo digo que mejor nos vamos para la casa –me propuso-, no vaya a ser que el ladrón haya regresado y a estas alturas esté lastimando a Papaíto o hasta ya lo haya matado y por eso la Nena está llamando por teléfono a los bomberos para que manden una ambulancia.

La verdad es que Gedeón estaba tan alterado, que sin pensarlo dos veces agarré mi saco y salí corriendo.  Creo que jamás en la vida había corrido tanto.  Las doce cuadras que hay hasta la casa de Papaíto las corrí como si de recibir la herencia se tratara. Al llegar, Gedeón se puso a somatar la puerta, pero nadie nos abrió.

-Ya ves –me dijo-, de plano la nena se lo llevó al hospital y a estas alturas ya hasta lo estarán operando para recuperarle el brazo.  Y lo peor es que en estos casos, con lo avanzado de la edad de Papaíto, a ver si no terminan amputándoselo.

Al escuchar tales cosas me puse más asustado aún.

-Pero mirá Gedeón –le pregunté, ya bastante angustiado y esperando que su respuesta no fuera afirmativa-, ¿de veras quedó tan mal Papaíto?

-Es que vos por que no lo viste, pero la mera verdad es que sí, quedó muy mal, y nada hubiera ocurrido si le entrega el bendito reloj y ahí se hubiera terminado el problema.  ¿Y ahora qué hacemos?

-Pues yo no sé –le respondí, mientras veía si se me ocurría algo.  Y en esas estábamos cuando vimos que ahí venía la Nena, de lo más tranquila que nadie pueda imaginar.

-Nena –le dije a gritos-, ¿qué le pasó a Papaíto?

Ella se me quedó mirando con extrañeza, luego nos invitó a pasar adelante, no sin antes preguntarle a Gedeón si había logrado recuperar el reloj, a lo que Gedeón le respondió que no.

-Pues fijate que lo que ocurrió fue que Papaíto decidió ir a comprar una su afeitadora aquí nomás a la tienda de la esquina, con tan mala suerte que se le apareció un ladrón y le quitó su reloj.

-Sí –le dije-, eso ya lo sé, pero decime ¿cómo está de su brazo?

-Pues bien, sólo el dedo le duele un poco, pero ya le puse un poco de Pomada de la Campana para que le alivie la molestia, eso es todo.

Le pedí verlo para constatar que fuera cierto lo que acababa de escuchar.  Y ahí estaba Papaíto mirando la televisión.  Lo saludé y casi ni me hizo caso por estar viendo un partido de fútbol entre unos equipos italianos.  Gedeón se quedó a prudente distancia, por aquello de los reclamos.

-¿Pero Papaíto está bien de su brazo?  -le pregunté a la Nena.

-Sí –me respondió-, el ladrón sólo le lastimó su dedo por querer robarle también el anillo, pero de lo demás, todo está bien.

Busqué a Gedeón pero ya se había desaparecido.  El muy cerote.

Artículo anteriorCarta abierta a los obispos católicos de todo el mundo
Artículo siguiente¡ADIÓS  MACO LUNA!: EL SONROCKERO LITERATO