Dennis Orlando Escobar Galicia
Periodista
Karla Martina Olascoaga Dávila -oriunda de Perú, graduada de filóloga en Cuba, trabajadora del Departamento de Educación del Ministerio del Interior de Nicaragua, catedrática universitaria y editora en Guatemala; actualmente presidenta del Centro PEN Guatemala- publicó a finales del año pasado la obra en mención.
El libro de doscientas páginas, incluyendo ilustraciones, contiene cincuenta breves relatos que se refieren a la vida de la autora en cuatro países. No fueron editados cronológicamente sino vinculados para que el lector se adentre en la lectura y se vaya formando una idea del carácter de una mujer de emprendimiento intelectual, sin miedos político-ideológicos y cosmopolita. ¡Una hembra con temple de acero!
El texto inicia con su mención de Lima, su ciudad natal, y sus primeros recuerdos de Miraflores, el tan famoso barrio miraflorino que vio nacer o crecer a muchos que con el tiempo se convirtieron en personajes peruanos, tal el caso de Miguel Iza Deza –al que ella considera su amor platónico- y a su admirado Alfredo Bryce Echenique, “digan lo que digan de él” apunta la autora.
“En Miraflores las casas eran lindas con hermosos jardines frontales llenos de geráneos (sic) y granadas. Había árboles de moras en las calles, lindos parques, un hermosísimo malecón y, debajo de él, el mar inmenso que parecía no tener fin. Todo era abierto y sin límites. Yo tenía seis años y me sentí renacer, dejando atrás las cenizas de dolor por la muerte de Jamila, mi hermana mayor.”
Martina, con tan solo 17 años, emprende un vuelo muy pero muy largo para estudiar en la Facultad de Filología de la Universidad de La Habana. Ganó una beca para cursar una carrera de cinco largos años cerca de otro mar diferente al de su querida Lima.
En Cuba, a pesar de ser la menor de los estudiantes y para ajuste de penas un tanto menuda, no se amilanó y dejó que su temperamento juvenil ardiera al igual que el clima caribeño. Disfrutaba su soltería sin tapujos, pero sin descuidar los estudios porque sabía que era becaria y que a la menor reprobación la regresarían.
“En la foto él vestía un uniforme verde olivo, llevaba el cabello bastante corto, pero se veía igual de guapo que en persona. Arribita de la foto decía con letras un poco más grandes MININT, o sea… ¡Ministerio del Interior!”, cuenta Martina cuando descubrió que uno de sus galanes cubanos era nada menos su vigilante de la Security State.
“A Nicaragua llegué invitada por T.B., un insigne e hijodeputa comandante sandinista que, gracias al Universo, ya abandonó este plano de la realidad.
Conocí a T.B. una tarde cuando, por razones del destino, en un estadio de baseball de La Habana jugaban “sus muchachos sandinistas” contra los cubanos (…)”
“Si algo le debo a T.B., sin embargo, es que fue quien me trajo a Centroamérica y abrí mis ojos miopes a la realidad del abuso, corrupción, oportunismo y mezquindad de un sistema que se llamaba revolucionario. Hoy dicho sistema se desmorona en manos del tirano Tramboyo Ortega y de su pareja, una gárgola perversa (…)”
En Nicaragua, el país de los lagos, Martina conoció al guatemalteco que sería su esposo y la traería a este país. Curiosamente ella siempre está donde abunda el agua. Cuando llegó a Guatemala y conoció el Lago Atitlán le dijo a su marido: -Vengámonos a vivir al lago.
“En Pana viví durante dos años y medio, a dos cuadras del Lago Atitlán. Las madrugadas eran hermosas, el frío de las mañanas era intenso, como el sol de mediodía. Siempre que pude, salí de madrugada. Primero, para correr cuesta arriba, después en bici, incluso alguna vez caminé o me subí al blue bubble, mi carrito turquesa, para ir a visitar al Lago bien temprano.”
Fue en Panajachel donde Martina fue amenazada por un alcalde inútil, corrupto y destructor del Lago. Ella escribió varios textos periodísticos denunciando las atrocidades del funcionario.
“En Pana, Martina se fue capacitando como activista ecológica. Se unió a un grupo ciudadano local, mayoritariamente masculino; y apoyó campañas, talleres, festivales ecológicos en favor del Lago.”
A decir verdad, de Panajachel y del llamado “El lago más bello del Mundo” es lo que más espacio dedica en la obra. Eso denota la admiración que Martina tiene a dichos lugares. Y es que “en Pana vivió el Ágatha, tormenta tropical que inundó la ya vulnerable cuenca de Atitlán. En sus ojos quedaron registrados los miles de litros de agua que bajaban por el río San Francisco (…)”
“Mi corazón es de agua. Mi caudal de vida desemboca en el Lago de Atitlán”.
En el medio centenar de relatos también desfilan los seres más queridos de su familia peruano-guatemalteca: Mi madre, Mi tío Héctor, Mi abuelito; Ernesto, mi esposo; Rodrigo, mi hijo…y demás.
“Rodrigo es hijo del amor verdadero. Yo supe que era distinto desde que lo vi por primera vez. Era un pequeño ser de otro mundo. Su rostro, aun hinchado por su nacimiento, lucía preocupado.”
La obra fue escrita en plena pandemia, en el 2020. “El 2020 fue un año excepcional, una prueba dura que sacó y sacará lo peor y lo mejor de todos nosotros. Este capítulo es un homenaje al año que cambió el mundo. Un homenaje a mi cambio sincero y verdadero. Un homenaje desde y hacia el amor, que es la fuerza que todo lo puede y todo lo transforma.” Estas son las últimas palabras de Relatos vinculados.
Relatos vinculados en lo personal me ha parecido una obra literaria sui géneris en virtud de que además de su singular estructura da cabida a una gran cantidad de imágenes –con su respectivo crédito- tomadas de Internet. Su contenido, que refleja parte de la vida de la autora, es como un grito de homenaje a “todas esas mujeres que pueblan mi yo”. “Todas tienen cabida en mí, porque yo las construí, las vulneré, las arriesgué, las lancé al vacío, las sostuve, las recogí desde sus propias cenizas, las terminé de cincelar, las desprecié, las engañé, las expuse; y debo reconocer que pocas veces les agradecí su entereza, su terquedad, su fuerza, sus luces y oscuridades.”