Trompetista de banda de marchas fúnebres. Fotografía tomada por Milton Estuardo Argueta
Por: Juan Fernando Girón Solares

 

El triduo pascual de aquella semana mayor de 1983 había llegado. Era Jueves Santo, y como era tradicional al caer la tarde, el solemne cortejo procesional de la Consagrada Imagen de Jesús de Candelaria, en esta Nueva Guatemala de la Asunción descendía por la histórica doce calle de la zona número uno, en pos de la doce avenida y de su paso por el Templo de Santo Domingo. Las Andas de Cristo Rey, seguidas por las de la bellísima imagen de la Dolorosa de Candelaria, pasaban una tras otra por sobre las hermosas alfombras, algunas de pino y otras de aserrín, que con todo amor y devoción los vecinos de aquella arteria, habían fabricado como homenaje y oración a sus tan queridas imágenes que los visitaban y bendecían en aquella ocasión todos los años.

Sin embargo, ese Jueves Santo había sido diferente, climatológicamente hablando. Torrencial aguacero se había dejado sentir, con toda intensidad cuando el cortejo se desplazaba cuadras antes por el sector de la once calle. Y en medio de la banda de música que acompaña al Señor del rostro moreno, va nuestro protagonista de esta parte de nuestra historia: GUILLERMO, integrante de la banda de música, y mas precisamente trompetista de aquel prestigioso conjunto armónico. Guillermo es profesor de segunda enseñanza de música, en un Instituto de la capital, pero a su vez, es un excelente trompetista, y por ello sus servicios son muy bien cotizados y requeridos por los Directores de aquellos grupos durante los días grandes de Semana Santa. En especial por el aporte tan único e inigualable que los toques de trompeta, le dan a las sentidas marchas como Mater Dolorosa, La Fosa, Dios es amor, Dios mío y tantas otras más. 

La lluvia ocasionó que las partituras de las marchas fueran guardadas para evitar su destrucción. Esto motivo a un ostensible cambio en la programación de estas obras, únicas para la religiosidad popular de Guatemala, ya que como se dice en el morado ambiente cuaresmal, hubo necesidad de tocar “de memoria”, desde que el sagrado desfile pasó frente a los estudios de la Radio Ciros musical, cerca de la Capilla de las Misericordias.

A pesar de los rigores de la mañana y mediodía de aquel Jueves Santo, bastante cálidos por cierto, todo cambió por la tarde; por lo cual con su vestimenta de oscuro casimir, completamente empapada, el integrante de aquella banda continúa demostrando su fuerza y vitalidad pulmonar, bajo la batuta del Maestro Carlos Enrique Gómez Figueroa. En algunos momentos temblando por el frío de la empapada y en otros por el dolor producido por el cansancio corporal y los calambres que ocasiona la fatiga, luego de varios cortejos procesionales desde el sábado anterior a Ramos.

Las marchas se suceden una tras otra. El cortejo avanza por las calles previamente escogidas por los organizadores de la procesión. Atrás quedaron Santo Domingo, el Parque infantil Colón, la cuchilla entre catorce y quince avenidas, las oficinas del Diario el Gráfico, y finalmente la catorce avenida o Avenida Central de la zona uno. Cuatro horas y media después, y pasadas las veintiuna horas con treinta minutos, la Procesión de Jesús de Candelaria y Virgen de Dolores, retornan a su templo. Se interpreta la “Granadera” y luego “Una lágrima”, y el mueble se desciende a sus pedestales. Agotado pero satisfecho,  GUILLERMO se dirige junto con sus compañeros musicales, y por indicación del Director a la Casa Parroquial, donde luego de un merecido descanso, recibe el pago por sus servicios. 

Era muy tarde ya, y a aquella hora de la noche, ya no era posible retornar hasta su casa, ubicada en el Municipio de Mixco. Junto con varios de sus compañeros, se dirigieron hasta el Hospital de la Policía Nacional, ubicado en la once avenida de la zona uno, donde las autoridades del Nosocomio les permitieron bondadosamente pasar la noche en uno de sus corredores para no tener que hacerlo a la intemperie. Y la razón era lógica y necesaria: GUILLERMO había sido citado a las cinco horas con treinta minutos del día siguiente, ya que al igual que en Jueves, también tocaría en la Banda de Música que acompaña a la Consagrada Imagen de Jesús Nazareno de la Merced, en su solemne procesión del día Viernes Santo.

Como pudo, logró acicalarse y refrescarse a temprana hora de la mañana y estar puntualmente en el atrio de la Merced bajo las órdenes del Director del día, el Maestro Luis Colindres, hombre férreo y disciplinado para el trabajo de sus músicos. La genialidad de la obra de Monseñor Joaquín Santamaría y Vigil, “SEÑOR PEQUÉ ¡¡” retumba en los muros de la Parroquia Mercedaria, en el  instante preciso en que se levantan las andas de aquel Cristo, de quien ha escuchado entre sus compañeros de faena, que se dice y se sabe por la tradición oral, que es la que más parecido tiene con Cristo. 

El proceso se repite, y nuestro amigo GUILLERMO hace gala de su talento a la trompeta, al interpretar las notas de cada una de las marchas que han sido cuidadosamente programadas, tomando en consideración el largo o ancho de la cuadra, el momento, situación  o simplemente el gusto de los encargados.  Apenas hay tiempo para dos tiempos de comida con la brevedad necesaria: Dos franceses con jamón y huevo, que con el cariño y comedimiento del caso le proveyó su familia, junto con una humeante taza de café bien cargado, situación que aprovechó para cambiarse la camisa, alimentos que degustó en los jardines del Parque “Morazán”, y dos hot dogs estilo “Chévere” que disfrutó con refrescante gaseosa, bajo el sol ardiente de aquel verano en la banqueta del Parque Infantil Colón, cuando el cortejo pasó por allí y estaba ya presto a entrar.

A las catorce horas con cuarenta y cinco minutos del Viernes Santo, el Nazareno de la Merced, seguido de la Virgen de Dolores, traspasan el dintel de la puerta principal del Templo. Se interpreta la última marcha en el interior e instantes después, se pone punto final a aquel solemne y piadoso acto de fe y devoción.

Pero no hay tiempo para mucho. GUILLERMO le solicita a un compañero de trabajo, con la anuencia del Director del Conjunto, que reciba el sobre con el pago por sus servicios y se lo guarde;  y raudo y veloz se dirige hacia la Basílica de Nuestra Señora del Rosario, allá en el templo de Santo Domingo, donde al llegar se percata que ya han salido los pasos, y se está organizando el cortejo del Santo Entierro del Señor Sepultado de Santo Domingo, en medio de un mar de almas vestidas con túnica, cinturón, capirote y guantes de riguroso luto.

Nuevamente, el protagonista agradece a Dios por la bendición de participar en el conjunto musical de aquella procesión, el cual luego de ocho horas de piadoso recorrido, retornará a su basílica, minutos después de las once de la noche, ocasión en la que el piadoso músico, agradecerá a Dios por permitirle trabajar un año más, y ganarse los centavos necesarios para aportar al sostenimiento de su hogar. Tremendamente cansado pero igualmente tremendamente satisfecho, GUILLERMO se dirige a las proximidades del  Parque intantil Colón, donde solicitará los servicios de un Taxi que lo llevará a su hogar cerca de la comuna Mixqueña, a donde llegará en los primeros minutos del día Sábado de Gloria. 

Así concluye la semana santa para un músico, con suprema fatiga, pero lleno de agradecimiento y esperanza para  que el Todopoderoso, le preste las fuerzas, físicas y en algunos casos pulmonares para el año siguiente. Guillermo es un prototipo de aquellos héroes y heroínas de la música sacra guatemalteca, los incansables músicos de procesión,  cuya actividad se convierte en tradición. La tradición de la que todos y cada uno de nosotros tanto disfrutamos, a través de las notas de nuestras incomparables marchas fúnebres. 

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