Foto: La Hora

 

     Leonel Alfonso Jucarán Lemus (1981). Ha sido miembro del grupo literario Vértice y del grupo Folio 114, el cual realizó una muestra anual de poesía: Barrilete, 2003, Industrial, 2004, Coartada, 2005, que reunió autores de Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Panamá. Publicó en la revista Vértice, en la Revista de la Universidad de San Carlos, y Algarero cultural del Ministerio de Cultura y Deportes. Es autor de los libros Guía práctica para manejar la invisibilidad (ed. Ley-va, 2001); Inflamable (ed. Cultura, 2008), entre otros. Algunos de sus poemas aparecen en las antologías: Tanta imagen tras la puerta (ed. de la Universidad Rafael Landívar, 1999) y Poemas de la postguerra (ed. Helvetas, 2002). Escribe ensayos y textos museográficos, los mismos andan en catálogos de Guatemala, Argentina, Estados Unidos e Italia. 

 

Día perdido

Haciendo fila en el supermercado
Lo inalcanzable finalmente te alcanza
cuando entiendes que de cualquier modo la
esperanza

tampoco te hubiera alcanzado.

Vuelves a pensar en tu existencia
casi en el último día del invierno
cuando sabes que nada puede ser eterno
y te vuelves al espejo con paciencia.

Y te alegras caminando por la calle
a pesar de tus recuerdos y esa canción tan triste
cuando aprendes que la felicidad no existe
cuando te serenas antes de que todo estalle.

¿Entonces?

Mejor así, raposo, mendigo, paria
no tener dónde caerte muerto,
que morir en nombre de la patria
y ser enterrado para el júbilo de tus enemigos.

Mejor no tener con qué desayunarte
que vomitar después de cada cena
compartida entre gente que sonríe
mientras te odia con fervor y disimulo.

Mejor no tener nunca un centavo
que ser vigilado por asesinos analfabetos
que cuentan cada noche los minutos
las monedas que faltan para acabar contigo.

Mejor carecer de todo tipo de documento
que ser un esclavo numerado
una cifra exacta del bruto producto externo
de tal ocupación, en cuál espacio y en ningún
lugar.

Suplemento Cultural
Foto: La Hora

Chwaq’ Chík

La felicidad debe ser algo así
como escuchar la chirimía
que toca un viejo el domingo de ramos.

Algo así como ver a las mujeres
vestidas eternamente
con su huípil de día de fiesta.

Quizá como una danza
que no se detuviera nunca
agradeciendo la cosecha del
decimotercer Q’atún.

La felicidad, debe ser algo así
como tener siempre una gallina
que matar pa’l santo’e los patojos.

Algo así como amanecer un día en la montaña
calzando matas en un surco
de una milpa que no siadiotro.

La felicidad, debe ser como juntar
a todos los parientes
igual los vivos que los muertos
y comer juntos en el cementerio eldíadesantos.

 

De ángeles vagos

Nos desborda una sorda brisa
hecha de acero y sangre
y soñamos con vernos embriagados
paseando entre columnas rotas
con lejanísimos otoños de hojas fermentadas.

¿Olvidamos acaso que se vuelve
abrigo de la tierra nuestro cuerpo
que la ciudad es un sueño de ceniza
un exilio gris, un asfalto húmedo
concreto y doloroso, pero con todo necesario
como lo es la prontitud en el arte de la muerte?

Los pulmones e intestinos amargamente
se anudan
con dientes acerados y articulaciones rígidas
hecho todo una flor de cemento y huesos
un cansancio que se agita,
un cadáver indeseable
un temblor de vísceras,
una patraña-escupitajo.

 

Gehena

Aun cuando he dejado de creer en ti
algunos días proclamo tu regreso:
me yergo de frente a la urbe
e incrimino a todos por tu ausencia.

Guardo entre mis manos tu palabra
y aun sabiendo del abismo que dejaste
declaro ante las horas estos versos.

Tu recuerdo estará por ahí crucificado
esperando las romerías hastiadas
hacia el templo de la carne
en el insomnio de las noches lluviosas
en tu espera.

A veces divago EN el apocalipsis
cuando entiendo que nadie sabrá escucharme.

Y qué más puedo hacer
yo ser transitorio
si pronuncio tu nombre
y el mundo es siempre el mismo
cansado en este caminar por el desierto,
este peregrinaje, ya sin tierra prometida.

Y sí, me voy disolviendo hacia el olvido
sin que jamás, se haya el verbo hecho carne.
Lanzando profecías bajo un nombre
que nunca resucita,
solitario en los viajes cotidianos
hacia el gólgota.

El día final está ya cerca
y tú no estarás ahí para juzgarnos.
Estarás muy lejos en la inmensidad
en el silencio eterno que será tu historia
por cedernos un poco un poco
tan sólo de tu muerte.

Suplemento Cultural
Foto: La Hora

Superficial

Bien así, hay que disfrazar las letras
decir que no somos esto que escribimos
que no es un espejo, sino un agujero blanco
que no son garabatos desesperados
ni aullidos ni palabras.
Que la voz y el viento se enmudecen
que la vida pasa y no hay silencio
que no hay mundos ni miradas
ni delirio en la cabeza
en la coraza
y el silencio muere
cada vez que pierde
una lápida su nombre.

 

Baraja

Ahora ya lo sabes
algunas veces
no diré una palabra
o diré nada más que se hace tarde
y llamaré a medio día
blandiendo como bandera tu recuerdo.

Y sirva también acaso de advertencia:
que a lo mejor me pierdo
si no vuelvo a preguntar tu nombre
piedra angular de mi babelia.
Y a lo mejor desaparezco
perdido en el laberinto de tu espejo.

Pues quiero descansar los ojos
a la sombra de las hojas
perder contigo
todo el tiempo de este mundo
tener la risa
y el llanto simultáneo
Quiero ver de pronto nuevas
las cosas cotidianas.

Apología y epitafio

I.

Digan de mí las sendas rotas
que cada comienzo es ya un final
y el caminante sólo un paso
de la sombra por el desierto de la sal.

Diga de mí el hábito al fracaso
que la inmensidad es una cosa ignota
y la felicidad, un bien
más bien, escaso.

II.

El veneno de mis manos canta
y esto es casi tan bello
como la necedad de un grito sin infierno.
Camino de espalda al sol
pero no encuentro mi sombra
sin embargo, no es nada extraño
que siendo yo un vago
no encuentre el camino.

Selección de textos. Roberto Cifuentes

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