Marc Ferro
Así lo afirma este reconocido historiador francés -uno de los más importantes a nivel mundial- en esta entrevista y en sus ensayos sobre el valor del cine como fuente histórica, tesis polémica entre sus colegas que defienden la objetividad de la historia y la fidelidad del documento escrito. En Chile su último libro, «El cine, una visión de la historia», se agotó en pocos días.
Jean-Luc Godard todavía no terminaba su libro «Historia(s) del cine», pero aun así tenía interés en mostrar sus páginas al historiador François Furet, célebre por sus investigaciones sobre la revolución francesa. Aprovechando el entusiasmo del cineasta, la revista francesa «Cahiers du cinéma» organizó una reunión entre ambos en 1997 con el fin de crear un debate en varias sesiones a partir del texto de Godard, en el que pretendía probar que, como realizador, también debía ser considerado un historiador del siglo XX. «El cine tiene un poder de evocación que jamás tendrá ningún historiador. Pero, precisamente, esto me asusta un poco», reconoció el académico francés en el primer y último encuentro. «Me lo han reprochado: «Furet hizo de la revolución francesa un objeto frío». Eso es necesario, creo yo, para entender la historia», agregó. El autor de “La pasión revolucionaria” moriría semanas después, dejando su diálogo con Godard inconcluso.
Esa conversación, no obstante, es uno de los testimonios más valiosos que permiten comprender el rechazo de buena parte de los historiadores hacia al cine documental y de ficción como documento histórico, no sólo por su subjetividad, sino que también por su carácter de ilusión gracias al montaje, que permite la manipulación espacio-temporal de la realidad. Pero no se trata de una opinión generalizada. En medio de las críticas, se alzó la voz del reconocido historiador francés Marc Ferro (1924), discípulo de Fernand Braudel y representante de la escuela historiográfica de los Annales, quien desde los años 70 en adelante comenzó a plantear el valor del cine en el estudio de la historia, no sin generar polémica entre sus colegas por sus ideas.
En pleno proceso de escribir un nuevo libro y desde su casa en París, Marc Ferro responde esta entrevista sobre una de las tantas líneas de investigación que ha desarrollado, entre las que se cuentan la Gran Guerra, el colonialismo, Rusia y la Unión Soviética. Su interés por el cine ha quedado plasmado en las páginas de libros como «Historia contemporánea y cine» (Ariel, 1995) y «El cine, una visión de la historia» (Akal, 2008), texto que en pocos días agotó su stock en las librerías nacionales.
-Usted fue uno de los primeros historiadores que abiertamente valoraron el cine y la imagen audiovisual como un documento histórico. ¿Cuál fue su primer acercamiento al tema?
«Mis primeras observaciones vinieron de los noticiarios sobre la Gran Guerra. Percibí que esas imágenes me decían algo diferente a lo que leía en los libros. Por ejemplo, constaté que en esos pequeños documentales los soldados franceses que volvían del frente para reencontrarse con sus familias por algunos días en 1915 o 1916, y que uno veía saliendo de una estación, tenían la expectativa de que alguien los iría a buscar. Pero no había nadie esperándolos. Se veía en sus caras la decepción y luego la ira. Ahí entendí que durante la Primera Guerra Mundial el conflicto no era solamente entre franceses, alemanes o ingleses, sino también entre combatientes y civiles. Y eso trajo un gran resentimiento de violencia de parte los soldados. Esta imagen fue para mí un shock».
«Lo mismo me ocurrió en el caso de la declaración de guerra de Estados Unidos a Alemania en 1917, mediante un documento en el que había términos muy violentos que anunciaban la ruptura. Sin embargo, las imágenes de los noticieros estadounidenses que mostraban la partida de los diplomáticos alemanes de Washington eran muy curiosas, porque uno veía personas muy amigas entre sí, estadounidenses y alemanes que se decían «hasta luego» y que habían jugado bridge días antes sin ninguna hostilidad. Ahí vi que la guerra de unos no es la guerra de otros, y que la imagen mostraba esa diferencia, que es totalmente impactante. Observé muchos hechos pequeños como esos y deduje que las imágenes daban una especie de contrahistoria de la historia oficial, tradicional».
– ¿Cómo llegó a considerar el cine de ficción para el análisis de la historia?
«El cine de ficción se convirtió mucho más tarde en una segunda fuente para mí, tan importante como la primera, la documental, que de cierta forma se trata de la historia oficial. El cine es un poco como las novelas en la literatura; es decir, entrega a menudo una verdad social tan grande como los discursos políticos. En los filmes de ficción muchas veces vemos hechos y análisis que no entregan ni los documentos oficiales ni los discursos ni las estadísticas».
– ¿Recuerda algún ejemplo representativo?
«Está mi experiencia con las películas rusas de los años 1925-1930, donde se ve bien cómo vivía y se comportaba la gente en las ciudades y en el campo. El filme soviético ‘Tres en un sótano’ (1927) es la historia de una pareja en que el marido trabaja en una fábrica y ella es dueña de casa. Un día, llega un amigo desempleado a alojarse con ellos, quien tiempo después se convierte en amante de la mujer. Ella queda embarazada y los amigos -el marido y el amante- juegan a las cartas para saber de quién es el bebé. La esposa se escandaliza al verlos y va a una clínica para abortar, donde hay filas de mujeres esperando. Al final del filme, ella dice: ‘Desde ahora seré una mujer libre y voy a ir a trabajar’. Eso es en 1927, pero jamás se habló del tema en la historia tradicional, ni Trotsky ni Lenin ni nadie lo hizo. Y, sin embargo, uno ve que era una realidad de la época, lo cual entrega una mirada absolutamente asombrosa de la Rusia de 1927».
-Usted cita los filmes históricos de Andrzej Wajda como una forma de entender una visión crítica del momento en que fueron filmados; es decir, del régimen comunista polaco. ¿Es correcto afirmar que las películas históricas son más útiles para comprender su contexto de realización más que el pasado que recrean?
«Es una observación un poco abrupta, pero que considero justa. Las películas permiten mucho más el presente, de manera oculta. El pasado lo permiten entender de manera explícita. Cuando se habla de los amores de Luis XIV, es notorio que lo que interesa a los cineastas de hoy respecto del amor es la ternura o el sexo, por ejemplo. El cine nos informa del presente, incluso si se trata del pasado».
El gran miedo. «¿Por qué los escritores van a estar por sobre el hombre de la cámara?», escribió Ferro en 1971. «La imagen ha sido descartada durante mucho tiempo como objeto de derecho, (pero) no existe ningún documento que sea políticamente neutro u objetivo», argumentó. Estas afirmaciones fueron y siguen siendo polémicas entre los historiadores.
-Varios de sus colegas lo criticaron por su interés en la disciplina cine-historia. Alguien le recriminó: “¿Cómo puede basarse en imágenes que están unidas por un montaje que funciona como una ilusión? ¿Qué respondió frente a eso?
«Claro que me dijeron eso y varias otras cosas más. Pero respondí que, por ejemplo, las imágenes de Chaplin de 1928 muestran más verdad que las estadísticas económicas, que se equivocan todo el tiempo. Tenía algunos argumentos controversiales frente a la polémica contra las imágenes de mis colegas, quienes decían que en ellas hay un montaje, pero en un discurso también hay un montaje. La palabra libertad hoy no tiene el mismo sentido que en el siglo XVIII, lo mismo que la palabra democracia, de modo que tanto las imágenes como los textos tienen distintos sentidos de acuerdo al montaje».
-El cine fue un difusor eficaz de las ideologías durante el siglo XX en la Alemania nazi y la URSS, pero también en EE. UU. Por ejemplo, usted afirma que los «inofensivos» filmes de Hollywood que recrean el Imperio Romano pueden entenderse como un reflejo del esplendor del «imperio estadounidense». ¿No sería el cine un instrumento de comprensión del pasado un poco peligroso, en ese sentido?
«Los grandes cineastas siempre tienen un mensaje y toman partido, por lo que también hacen ideología, sólo que no quieren decirlo. Por ejemplo, en Estados Unidos hay algunos que critican los defectos de la sociedad con igual fuerza que los sociólogos o los historiadores. Por consecuencia, no podemos limitar el cine a la propaganda oficial de los gobiernos, como se hizo al comienzo, sobre todo en los filmes de propaganda nazi o comunistas. En realidad, incluso en las películas estúpidas se puede aprender muchas cosas sobre la sociedad».
– ¿Cree que ha cambiado esa opinión negativa entre los historiadores?
“Ahora es más frecuente que se use el cine para enseñar historia, pero la opinión ha cambiado poco, porque los historiadores no están formados para analizar las imágenes. Por lo tanto, sienten miedo y no tienen la misma seguridad que cuando trabajan con textos escritos. Deberían hacer películas. Sólo así tendrían una práctica y sentirían más gusto por analizarlas».
Su próxima publicación
“El libro que estoy escribiendo se llama «Les retournements de l’histoire» («Los vuelcos de la historia»). Lo terminaré en un mes o dos y muestra cómo los acontecimientos históricos de los últimos 30 o 40 años se vuelven en un sentido distinto al que se hubiese imaginado al comienzo», detalla Ferro, que además de ser un autor prolífico – ha publicado alrededor de 40 libros – es el director de estudios de l’ École des hautes études en sciences sociales (EHSS), una de las instituciones más reconocidas en el área de las ciencias sociales.
Sobre su nuevo trabajo, explica: “Los vuelcos de la historia son muy numerosos. El libro intenta analizar, por ejemplo, el caso de Inglaterra, donde hoy los médicos de la India y de Bangladesh son los que curan a la mitad de los pacientes ingleses en los hospitales. Asimismo, en materia económica, Europa contaba con Estados Unidos por sobre el mercado chino, pero ahora es China la que invade Europa y Estados Unidos con productos asiáticos. También está el caso de cómo en Europa el ideal revolucionario ya no tiene futuro. O la salud cuando es víctima del progreso, porque éste, de alguna manera, trae consigo nuevas enfermedades. Hay vuelcos de todas las clases y ése es el fenómeno que examino”, revela el autor de «La revolución de 1917».
Entrevista realizada por Evelyn Erlij
Publicada en el suplemento Artes y Letras de El Mercurio.