Carmen Matute
Carmen Matute es Premio Nacional de Literatura 2015
Un hombre regresa al terruño periódicamente para encontrar sus raíces, sus recuerdos, su pasado, sus amores… Un hombre, un poeta regresa a la tierra que lo vio nacer, el alma inmersa en los colores del paisaje donde creció. De nuevo recorre los caminos que sus pies de niño aprendieron de memoria, y vuelve a sentir la mano protectora de la madre que lo llevaba por el Camino de las Uvas. Ese poeta ya contó la historia de amor y ternura por la madre/nido, y las páginas con esos versos quedaron manchadas con sus lágrimas.
Se fue la madre al lugar ignorado a donde iremos todos, y quedó entonces el padre/árbol donde el poeta encontró cobijo bajo sus fuertes ramas, la alegría de los pájaros que en ellas anidaban, el cuidado de su sombra protectora, y el amor a la naturaleza de la cual había brotado hacía mucho tiempo su viejo tronco. El padre/árbol era sabio, amoroso a su manera: siempre sumaba la abundancia/ y la alegría, // … escribía serenatas / a la vida de sus pájaros y sus pinares (…). El padre era el roble de la Loma Larga.
Adentrarse en las páginas de un libro en el que el amor filial brota como una cascada que cae desde muy alto de la montaña verde, es verdaderamente conmovedor. Más aún cuando esa inmensa cascada de pronto ya no es agua sino espuma muy blanca como si las nubes hubieran descendido para posarse en ella, y se remansa más abajo en una poza cuya hondura sólo podemos intuir porque no logramos ver el fondo a pesar de que el agua es transparente. Así fue, así es, el amor de Hugo Cardona por su padre.
En un largo discurrir distribuido en seis cantos, como si tuviera una conversación cotidiana el poeta va narrando en un estilo coloquial la vida de su padre, mientras elogia con inmensa admiración sus cualidades, sus costumbres, sus virtudes, sus valores. El Canto I, titulado Mi padre y el amanecer inicia el poemario con esa bienvenida al día que el padre campesino le daba en cuanto despuntaba el alba: Madrugaba mi padre / porque desde niño había aprendido / agarrado del segundo bordón de mi bisabuelo, / que no se debe dejar escapar / el aroma de la trementina fresca de los pinares, / esos pinares de los cuales / se agarraba para llegar al cielo / ese cielo que él quiso construir / acá en la tierra / para sus hijos.
Los versos de Hugo se destacan por su profundo amor a la naturaleza de nuestra herida patria, y sus palabras acuden al llamado de un lenguaje poético que nos devuelve añoradas imágenes bucólicas. Admiramos en ellos el hermoso paisaje de Huehuetenango con su imponente grandiosidad, escenario donde el padre abría el balcón de la vida, / cada madrugada, / dejaba entrar el perfume de los azahares vecinos / el verde tierno de las hojas / y el rojo tímido de las frutas / de aquel manzano a la vera del camino.
Ríos, frutos, árboles, animales que hacen más grata la vida, más llevadera, surgen en el recuerdo del poeta cuando va describiendo la vida sencilla de su padre: Granadina, la ternera favorita; Pichel y Cambray, los mansos bueyes, y su perro Vigilante, el compañero inseparable. Cada verso, cada palabra que bosqueja el retrato paterno va conformando en nuestra mente al hombre que nació y creció en el campo: Libre de cadenas, / ajeno a los dogmas y fantasías / ofrecidas en libros sagrados, / su voz de niño arrulló los riachuelos / de Quires y de Las Uvas; / de adolescente al Bucá, el Blanco y el Negro, / ríos de aguas vivas / que con su caminar y su armonía / rompían la monotonía de los zarzales / espinosos e inclementes / de aquella vida llena de carencias.
La cascada amorosa para su padre continúa brotando límpida, fuerte, transparente, para plasmar en estos versos la figura de un hombre noble, pero no como un lamento, sino como un canto a su vida llena de sabiduría, de integridad, de fortaleza ante la adversidad. El tono elegíaco, se aleja por momentos, porque no es un lamento ante la muerte, es un cántico de amor para narrar la vida de aquel roble que fue apoyo y fuerza: Hacía percutir en su corazón / el eco de las tragedias de su pueblo, / y sobre la hondonada de las altas cumbres / hacía resonar / la armonía de la lira de sus cuitas / y cantos campesinos. (…) En las recias cumbres de su aldea, / desde donde se desprendían las borrascas / de la desnutrición y el abandono, / él mantenía el rostro alto, / la mirada altiva / y el trabajo arduo
El dolor de la ausencia lo lleva Hugo muy dentro y la palabra le sirve entonces, no para lamentarse, sino para recrear la figura paterna que va creciendo ante nuestros ojos a través de sus versos para mostrarnos toda la sencillez grande y sabia, de su nobleza campesina. Al igual que Ernesto Cardenal, que alguna vez afirmó: He tratado principalmente de escribir una poesía que se entienda, así Cardona nos acerca la anécdota cotidiana, esa que pertenece al mundo de las pequeñas cosas: (…) le encantaba despertar a las flores / a sus ovejas / a sus cabras / a sus gallos / y a la esperanza.// Madrugaba bastante / porque le gustaba conversar / – tan pronto como era posible – / antes de que se evaporaran, / con las gotas de rocío / que nerviosas flotaban / en las hojas de los duraznales / de allá abajo de la casa.
El retrato que el poeta va bosquejando lo muestra también como un hombre de fuertes convicciones y altos ideales, que huye de las cosas mundanas, de lo trivial, del fango: Allá en la gran ciudad: / en los palacios / del ejecutivo, legislativo y judicial; / en las cortes, / en los cuarteles, / en las catedrales y mega iglesias, / él sabía que ahí / con frecuencia ondeaba el fango. / No volvía su mirada / a ese albañal, / le asqueaban las burbujas del lodo. / Alzaba la mirada a lo alto, / hacia el futuro de su patria, / sin detener su mirada en esos abrojos pérfidos / que se prendían a los barrancos de la ignominia / sin reparar en el dolor que producían a su gente.
Y son estos últimos versos, junto a otros que Hugo Cardona ha escrito en este elogio /elegía a su padre, los que revelan que la literatura, en este caso la poesía, se entrelaza a veces con la temática sociopolítica. Sin embargo, debo apuntar que tanto en sus novelas como en sus poemarios el tema sociopolítico es permanente, más no como pancarta sino expresado por medio de la palabra poética que desde su temprana juventud lo ha implicado con el destino de Latino América. Los ideales del padre son el legado para el hijo, que los adopta y asume la genuina responsabilidad de la denuncia de problemas y carencias de estos nuestros pueblos latinoamericanos que aún se están haciendo, pero también los asume con su actitud vital en la que prevalece sobre todo la ética. Con serena nostalgia continúa su largo testimonio sobre esa figura tan amada y admirada desde niño: (…) iluminado visionario, / soñaba con una patria grande y libre / sin chacales / ni hienas / ni buitres carroñeros / que se alimentaran con las miserias de su pueblo: / “donde todos comprendan lo que es cultivar la tierra / para que valoren sus frutos / sin explotar ni expoliar a sus hermanos”. Las estrofas se desgranan en la voz recia del poeta, en estos seis cantos la voz del hijo construye una elegía enraizada en la ternura para ese padre de manos callosas que nunca fue a la escuela, (…) no había una, / en cuarenta kilómetros a la redonda, / ya Freire y Tagore lo habían señalado: / “la educación de los pueblos es el terror de los tiranos”.
Pero a ese padre que sólo sabía leer el firmamento tachonado de estrellas porque no fue a la escuela, (…) le alcanzaba para remedar a Cervantes / cuando me sentaba a la orilla del camino / y me contaba historias, / historias de vida y aventuras, / anudando y desatando los hilos de la vida / con el ingenio y la paciencia de los grandes; / la sabiduría del alfabeto campesino / haciendo frases ilustradas y profundas.
En el lenguaje poético el árbol es emblemático para referirse a un hombre que ha sido, o es, un apoyo significativo para alguien. Por ello, es casi inevitable para un poeta la comparación simbólica del árbol cuando en su vida ha quedado la impronta bienhechora de otro ser humano, como le sucedió a Hugo Cardona con su padre. Hermoso tributo a su memoria es esta poesía recia matizada con ternura, en torno al dolor frente a su muerte. El poeta ha escogido, además, uno de los árboles más nobles para nombrarlo: el roble. En el canto final (Canto VI) titulado Mi padre y el ocaso se abre la herida que signará la muerte: (…) porque en agosto, / como él quiso que fuera, / conservando la tersura de su piel centenaria / y ese verde aqua de sus ojos claros / dijo, / como siempre decía las cosas: / Me voy mijo… / Y se fue. Versos sencillos, como suelen ser las cosas que guardamos en el corazón, así narra Hugo Cardona la partida de su padre a quien no le daba miedo morir, solo temía perder la vida porque es muy hermosa.
Cierro el libro, leo de nuevo el título El roble de la Loma Larga, y los versos del poeta mexicano Jaime Sabines dedicados a su padre agonizante que libraba una gran lucha contra el cáncer, acuden a mi mente: Tú eres el tronco invulnerable y nosotros las ramas, / por eso es que este hachazo nos sacude.