Imagen: La Hora/Suplemento Cultural
Imagen: La Hora/Suplemento Cultural

Carlos Alberto Haas [i]

Las organizaciones indígenas están en el centro de las actuales protestas para la democracia en Guatemala y están atrayendo mucha atención, también a nivel internacional. Empero, ¿cómo percibió la política internacional a estos actores en la segunda mitad del siglo XX? ¿cuáles fueron las consecuencias, especialmente durante la guerra civil guatemalteca, del hecho de que el conocimiento y las cosmovisiones indígenas apenas pudieran atraer el interés de los representantes estatales?

Desde hace más que quince días hay bloqueos de carreteras y manifestaciones en toda Guatemala. Los protagonistas centrales de las protestas son las autoridades indígenas: los 48 Cantones de Totonicapán, la Alcaldía Indígena de Sololá, la de Santa Lucía Utatlán y muchos más. Son estas autoridades las que están negociando con el presidente, con la mediación de representantes de la Organización de los Estados Americanos.

Esta es una muestra de las tradiciones democráticas ancestrales que tiene Guatemala. Son tradiciones, conocimientos y experiencias que se remontan a tiempos precoloniales. Su profundidad es revelada, al menos parcialmente, por explicaciones lingüísticas, como las desarrolladas recientemente por el politólogo y antropólogo Carlos Fredy Ochoa en un magistral artículo para Prensa Comunitaria. El vocabulario de las milenarias lenguas mayas muestra cuán fundamentalmente diferentes son las ideas y conceptos de organización política, diálogo, paz y resolución de conflictos, pero también resistencia y levantamiento, de sus supuestos equivalentes europeos. Como representantes de estas tradiciones, las autoridades ancestrales dan un impresionante ejemplo de dignidad e integridad que irradia mucho más allá de Guatemala. El mundo contempla su valor y determinación con asombro, pero sobre todo con admiración.

Imagen: La Hora/Suplemento Cultural
Imagen: La Hora/Suplemento Cultural

Pero, ¿qué hay de la voluntad en el pasado de tomar nota de los conceptos indígenas, de dejarles opinar a nivel estatal e intergubernamental o incluso de tenerlos en cuenta políticamente?

Sólo Este-Oeste: Vacíos en la política centroamericana de Europa Occidental

En las primeras décadas de la Guerra Fría, los países centroamericanos apenas tenían importancia en la política exterior de Europa Occidental: demasiado pequeños, demasiado lejanos, demasiado complicados. Los pueblos indígenas de Guatemala no desempeñaron papel alguno; su cultura e historia fueron ignoradas en gran medida, por no hablar de su agenda política.

En lugar de un interés sincero por las complejas condiciones de la región, se utilizaron marcadores de posición simplificadores: un compromiso formulista con el anticomunismo, el posicionamiento incondicional en el campo occidental y el reconocimiento fundamental de la hegemonía estadounidense en el continente americano bastaron para satisfacer a los europeos occidentales. Un posicionamiento claro sobre la cuestión de Berlín y el no reconocimiento de la RDA era más que una especificidad de Alemania Occidental frente a una Europa dividida, aunque esta cuestión fuera perdiendo importancia tras el abandono gradual de la Doctrina Hallstein desde principios de los años setenta.

Llegados a este punto, resulta útil recordar el contexto histórico en el que se movían los europeos occidentales en las primeras décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. El Telón de Acero dividía el continente en dos mitades hostiles y la carrera armamentística nuclear suponía una amenaza existencial tangible, pues al fin y al cabo las dos superpotencias nucleares, los Estados Unidos y la Unión Soviética, se enfrentaban directamente en medio de Europa. La Guerra Fría fue el principio rector decisivo tanto en Europa Occidental como en Europa Oriental, configurando prácticamente todos los ámbitos de las relaciones exteriores. Las principales máximas de política exterior de los europeos occidentales en el conflicto Este-Oeste eran históricamente comprensibles hasta cierto punto (lo mismo se aplica en principio a Europa del Este, por supuesto).

Pero lo que tenía sentido para los europeos en su propio continente, se convirtió en un problema en Centroamérica cuando se utilizó como único criterio de evaluación de los regímenes dictatoriales. Y las dictaduras militares guatemaltecas de los años sesenta y setenta, en particular, supieron instrumentalizar muy bien los esquemas simplistas del pensamiento europeo. Aprendieron rápidamente a utilizar la retórica adecuada para servir a las expectativas, ya fuera en los foros de las Naciones Unidas o en los intercambios bilaterales: desde el punto de vista de los europeos, Guatemala (a pesar de una serie de “problemas”) siempre estuvo en el lado «correcto» de los puntos cruciales. Así, las directrices de la política exterior de Europa Occidental, plausibles en sí mismas, reforzaron en su superficialidad un sistema político que excluía, oprimía y, en última instancia, intentaba exterminar a los pueblos originarios.

Incluso cuando los Estados de la CE intervinieron activamente en el proceso de paz centroamericano en la década de 1980, siguieron reproduciendo las inmensas asimetrías de poder existentes en la región. Intentaron resolver los graves conflictos del Istmo a nivel intergubernamental y siguieron los caminos de la diplomacia. Sus interlocutores eran presidentes, cancilleres, embajadores -por regla general, un grupo de personas procedentes en gran medida de las élites socioeconómicas y, en consecuencia, compuestas por «blancos» o mestizos. Las voces de la población indígena y de sus representantes no se escuchaban en el discurso internacional, no había lugar para perspectivas, ideas y conceptos alternativos.

Los pueblos indígenas en la política internacional: marginación estructural 

Podría argumentarse que esto forma parte de la naturaleza de las cosas. ¿Cómo podría acusarse a los diplomáticos y a los responsables de la política exterior de actuar dentro del sistema internacional? Pero no es tan sencillo. Porque al mismo tiempo que la guerra civil guatemalteca y el proceso de paz, se produjo un enorme aumento del conocimiento sobre la historia, la cultura y la cosmovisión de los pueblos indígenas de Guatemala y Centroamérica en otros ámbitos. Y esto ocurrió en su propia puerta, por así decirlo: en universidades e instituciones de investigación del Norte Global. Allí, en las disciplinas académicas de la arqueología, la etnología y la antropología, el conocimiento sobre los mayas en particular alcanzó niveles sin precedentes -puede bastar aquí una referencia a los avances logrados en el desciframiento de la escritura glífica-. Por supuesto, no fue sólo el aumento de los conocimientos en las ciencias académicas. Las actividades de los propios pueblos indígenas, desde la Declaración de Iximché hasta la película y el libro de Rigoberta Menchú, pasando por el Premio Nobel de la Paz para la Maya K’iche’ Menchú en el simbólico año de 1992, podrían, de hecho, deberían, haber sido una ocasión para llamar la atención de la política internacional hacia los pueblos indígenas.

El estrechamiento de la política exterior a unos pocos puntos centrales y el recurso al sistema internacional establecido no sólo se produjo en paralelo a los excesos más sangrientos de la guerra civil guatemalteca. Que los europeos occidentales no supieran más sobre la población indígena de Guatemala, aunque hubiera sido muy fácil, contribuyó activamente a su marginación estructural a largo plazo. La falta de implementación de los acuerdos de paz de 1996 (que, al menos sobre el papel, garantizan los derechos de los indígenas) bien puede estar relacionada también con las deficiencias del período previo.

Imagen: La Hora/Suplemento Cultural
Imagen: La Hora/Suplemento Cultural

Las lecciones del pasado

¿Qué significa esto para la situación actual? El admirable compromiso de los pueblos originarios con la democracia encierra un potencial político interno increíblemente grande. Es nada menos que una oportunidad para forjar una amplia coalición social. Dicha coalición puede ser un importante respaldo para el periodo de gobierno de cuatro años que comienza en enero de 2024. Por otra parte, puede ayudar a reparar las muchas grietas profundas que atraviesan la sociedad guatemalteca. Esperemos que el Movimiento Semilla y Guatemala aprovechen esta oportunidad.

Pero también es una oportunidad para que la política internacional aprenda de los errores del pasado. La Guerra Fría ha terminado, pero incluso hoy en día habría suficientes expectativas que podrían imponerse a Guatemala desde afuera, como la exigencia de que el país se posicione claramente ante la guerra en Ucrania, en línea con la postura de la Unión Europea, o que continue reconociendo a Taiwán en vez de a la República Popular China.

Al igual que las máximas de la política exterior de la Guerra Fría, estas exigencias tienen su lógica desde la perspectiva europea. Sin embargo, no son en absoluto adecuadas como (única) vara de medir la calidad de las relaciones con Guatemala. La aceptación de los resultados de las elecciones democráticas, la garantía de un cambio de gobierno conforme al Estado de derecho y, por lo tanto, el respeto de la voluntad de la mayoría de la población debe tener claramente prioridad en este contexto. Cualquier otra cosa significaría repetir los errores de hace 50 años.

No obstante, las posiciones adoptadas hasta ahora por la Unión Europea (que ahora incluye también a países de Europa del Este) en la crisis actual permiten albergar esperanzas. Parece que Europa ha comprendido que depende de conocimientos, ideas y conceptos alternativos. La población indígena de Guatemala está demostrando actualmente por qué éste es el enfoque correcto.


[i] Carlos Alberto Haas Pfob nació en Guatemala en 1985. Como decenas de miles de niños guatemaltecos, fue dado en adopción y llegó a Alemania cuando era un bebé. Hace unos años, encontró a su familia biológica en Guatemala. Haas estudió Historia en Heidelberg, Roma y Múnich y se doctoró en 2018. Actualmente es profesor en el Departamento de Historia de la Universidad de Múnich, donde investiga las relaciones internacionales de Guatemala y Centroamérica. Fue profesor invitado en la Universidad del Valle de Guatemala e investigador visitante en el Centro de Estudios Avanzados Latinoamericanos (CALAS) de la Universidad de Costa Rica.

 

Artículo anterior#LHActualiza: Liberan bloqueos en el país, manifestaciones se mantienen en la ciudad
Artículo siguiente20 de octubre, una tumba para Giammattei o para la 2 Primavera (2P)