Imagen: La Hora/Suplemento Cultural
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BrendaCarol Morales

Ellos, encerrados en su templo,
con su sacrosanto canto,
voz varonil, entonando gregorianos,
crean la ilusión
que la humanidad no pierde la fe
y es posible el amor entre hermanos.

A unos pasos de allí
sin el resguardo de las paredes blancas
un hombre desangra a otro
con la alevosía que da
un arma entre sus manos…
en ellos la humanidad
mata y muere.

Imagen: La Hora/Suplemento Cultural
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¿Acaso es,
un enredo de épocas?,
¿o más bien supone
que los seres humanos seguiremos así:
cantando, creyendo,
odiando, matando, muriendo,
todo, a un mismo tiempo?

Quizá todavía no es el fin,
quizá no ha muerto
la paloma que vuela en nuestros sueños;
ni es demasiado agresiva
el ave de rapiña que nos despoja de ellos,
quizá es nuestro destino
vivir así, opuestos,
un siglo más y otro más y otro…
hasta que el mundo acabe y con él
nuestro tiempo.

¡DISPARATE, DESATINO!

No tiene sentido alguno
pegar un remache
donde es debido
ni llenar la mente y la computadora
de cuentas por pagar
o, ¡lo que es peor!
de aquello que nos deben.
Ni siquiera vale teclear
con toda inspiración un poema.

Todo lo que ocupa nuestro tiempo
es una porquería:
el desatino de crear y llenar
con nuestras manos
un espacio inexistente,
la infantil manía de asirnos
para olvidar el miedo
de la primera sensación de vacío,
la prisa por llegar
por el simple hecho de llegar,
de ver lo que otros dicen
ya haber visto,
de repetir y repetir
como manada inconclusa,
todo aquello que ya es camino
tiempo y espacio medido;
ese construir
alrededor de los demás
nuestro propio destino
es un cruel disparate,
la nalgada que nos llama a entender
que no nacimos para volar
ni para soñar o dejar de tener miedo.

Lo más triste de tal absurdo
es que algunos torcidos
encuentran en ello la libido.

JUEGAN LOS NIÑOS

Juegan los niños,
juegan a la guerra,
saltan, corren, disparan.

Las balas imaginarias matan,
mas, ¡oh!, ¡qué bueno!
La muerte también es imaginaria.

Imagen: La Hora/Suplemento Cultural
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ANCIANA

El tiempo fue trenzando
los días en su cara
hasta dejarla llena
—completamente llena—
de historias sin contar,
escondidas entre arrugas.

Como cuentas de un inmenso rosario
se colgó los años
y se vistió la edad
porque aceptó la vida
y se hizo fe
porque creyó en ella.

Sin premios ni riquezas,
llevó a cuestas su escuela
y murió feliz
porque vivió contenta.

¡QUÉ LA LUCHA NO ACABE!

Es la quejumbrosa paciencia
de los que ya no esperan nada,
el hastío y la congoja
rebalsa sus almas,
provoca un silencioso ahogo,
apenas un gemido.

El quebranto de sus sueños
casi no fue advertido.
Eran los sumisos, eran los callados,
los que ya debían estar acostumbrados.

Sus miradas perdidas, cansadas
imperceptibles, apenas relampaguearon;
era el ocaso del sueño grande
de la confianza plena.

Aquellos que no entienden
las señales del alma,
aseguran que no pasó nada.
La vida sigue igual (quizá para ellos);
para los pies encallecidos y manos agrietadas
ya pasó la esperanza.

Se han consumido
y los hunde la apatía,
mas quiera el señor del cielo
que la lucha no acabe
para los que ya no tienen sueños que perder
porque lo han perdido todo.

MANOS

Manos duras,
herramientas baratas
aptas para el trabajo,
encallecidas y agrietadas.

Manos sin edad,
desconocida juventud,
vejez llegada a destiempo.

Manos color de la tierra,
fértiles como ella
poseedoras de la sangre
que alimenta la riqueza
siempre de otros, siempre ajena.

Manos de pobre
campesino y obrero, entrañables amigas
del cansancio y el esfuerzo,
hosteleras de la mugre,
esa, de suciedad antónima,
antes bien sinónima
de la lucha que emprenden

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