Vinicio Barrientos Carles
Guatemalteco de corazón, científico de profesión, humanista de vocación, navegante multirrumbos… viajero del espacio interior. Apasionado por los problemas de la educación y los retos que la juventud del siglo XXI deberá confrontar. Defensor inalienable de la paz y del desarrollo de los Pueblos. Amante de la Matemática.
En este mundo que habitamos, todo está sujeto a cambios continuos e inevitables.
Jean-Baptiste Lamarck
Charles Robert Darwin describe, en su obra, cómo los procesos biológicos evolutivos se han dado y se seguirán dando en el vasto mundo de los organismos vivos, lo que representa un hito en la historia de las ideas, cuando se piensa en estos conceptos transformistas de una manera mucho más general. La cita completa a la que estamos haciendo alusión corresponde a un párrafo que puede leerse al final de la segunda edición del libro On the Origin of Species (El origen de las especies), el cual, específicamente, dice así:
Hay grandeza en esta concepción según la cual la vida, con sus diferentes fuerzas, ha sido originalmente exhalada en nuevas formas o en una sola, y que, mientras este planeta ha ido girando según la constante ley de la gravitación, se han desarrollado y se están desarrollando, a partir de un comienzo tan sencillo, una infinidad de las formas más bellas y portentosas.
Cabe reparar que la evolución por selección natural, tal y como la planteaba Darwin, es ciertamente contraria a las ideas genetistas que vendrían después, en vista que la primera noción, la evolución, opta por la transformación o variación de las especies, mientras que la segunda, la genética, se inclina por la conservación o invariabilidad de las mismas, al menos en su acepción más cruda para el lego. De ahí el titular de nuestra publicación, que encierra, como estamos planteando, una cierta contradicción.
Tomemos un tiempo para entender esta cuestión, a manera de introducción. Se piensa, en lo popular, que la genética marca determinísticamente a la descendencia, no permitiendo la generación de nuevas especies. Esto es, la descendencia de una cierta especie posee las características de sus progenitores, son una copia de sus ancestros. Las jirafitas son como su padres jirafa, y los cerditos como los cerdos que le han procreado. A todo niño y niña le fascina este fenómeno.
Por ello, aunque las ideas de la obra de Gregor Johann Mendel no fueron fuertemente difundidas sino hasta muchos años después de sus publicaciones, llegado su momento, plantearon una cierta contradicción con el darwinismo original, la cual afloraría justo cuando la genética adquiriera la posición que actualmente ocupa en las ciencias de la vida. El cuestionamiento podría formularse de la siguiente manera, que, aunque burda, hace sentido en los esquemas más simples: si la descendencia es una copia de sus progenitores, ¿en qué momento pueden surgir especies distintas? Dicho de otra manera, para ilustrar la problemática, si la progenie de jirafas son jirafas, ¿de dónde han salido los cerdos y los caballos?
Esa es la interrogante que deberíamos hacernos para comprender de mejor manera estos dos pilares sobre los que descansa la teoría biológica contemporánea, la misma a la que en esta oportunidad estamos aproximándonos. El acercamiento lo realizaremos en tres capítulos o segmentos. El primero, relacionado con una revisión de las ideas evolucionistas primitivas, para caer en lo que ahora se conoce como el neodarwinismo, o síntesis evolutiva moderna. Segundo, anotando algunos puntos de curiosidad en torno de la paleoantropología, referida, específicamente, a la evolución de nuestra especie humana. Tercero, sobre las ideas transformistas y algunos aspectos para el cierre de la nota, como los que se muestran en la imagen precedente.
Para empezar, es importante reconocer que, desde 1930, la teoría aceptada por la generalidad de los científicos de la evolución es el neodarwinismo, pero no es sino en los últimos 60 años que se han dado avances dramáticos en la confirmación de sus bases. Esto se encuentra vinculado con la filogenética, mencionada en el artículo «De taxonomía a cladística», en estos Suplementos Culturales LaHora.
La síntesis evolutiva moderna incluye, en general, la integración de la teoría de la evolución de las especies por la selección natural, de Charles Darwin, la teoría genética, de Gregor Mendel, como base de la herencia genética, la mutación aleatoria como fuente de variación y las herramientas tecnológicas para la modelación matemática de la genética de poblaciones. En esta síntesis no aparece ninguna forma de contradicción, como la que hemos planteado de una forma un tanto grotesca en el párrafo anterior. Este último componente, sobre la estadística matemática, juega un rol esencial en la explicación de la diversidad en la biota y el frondoso árbol de la vida.
No obstante de las posibles críticas, fueron cuestionamientos como el anterior, así de simples, los que obligaron a los científicos de la vida a entender de mejor manera cómo es que se dan los procesos de transmisión genética, por un lado, como los procesos evolutivos, por el otro, en donde el concepto de mutación aleatoria es de vital importancia, así como la matemática de los grandes números, la estadística de las poblaciones, en vista de que la evolución requiere, como bien comprendemos, de enormes períodos de tiempo, que es la variable oculta en las simplificaciones anteriores. Si el mundo tuviera seis mil años de existencia, el surgimiento de cualquier especie, sean los cerdos o las jirafas, sería, en efecto, un total absurdo.
Respecto a la precisión de las ideas transformistas, es importante identificar que, en efecto, diversas áreas de la biología relacionadas con el proceso evolutivo han generado modificaciones substanciales, cambiando muchas de las ideas imperantes en la primera mitad del siglo XX. Entre estas áreas de la biología, incluidas en la síntesis evolutiva moderna, se encuentran la genética, la citología, la sistemática, la botánica y la paleontología, sin dejar de lado el papel primordial que la geología y otras geociencias han aportado en el desarrollo de la teoría.
Sin embargo, regresando a nuestra introducción, donde hemos citado un párrafo de «El origen de las especies», debemos aceptar, sin lugar a dudas, que hoy en día resultaría muy difícil imaginar la historia de las publicaciones científicas modernas sin incluir en estas los diferentes impactos que la mencionada obra de Charles Darwin produjo en su momento, tanto en el grueso de la comunidad científica como en el imaginario popular.
El título completo de la controversial obra fue: El origen de las especies por medio de la selección natural, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida, en la cual Darwin postuló que todas las especies de seres vivos han evolucionado con el tiempo, a partir de un antepasado común, mediante un proceso denominado selección natural. Al plantear estos revolucionarios conceptos, se ponía en duda lo aceptado, de manera casi universal, en torno del origen del hombre, esto es, del aparecimiento del ser humano. La crisis derivada es bastante conocida por todos y todas, al punto que aún al día de hoy se tienen movimientos sociales que persiguen prohibir la lectura de tales teorías.
Como es más o menos conocido por todas las personas que cursan la escuela elemental, con esta fundamental aseveración respecto del hecho evolutivo, se sentaron las bases para que el creacionismo generalizado en todo Occidente entrara en crisis, derivado de la hegemonía del pensamiento proveniente de la religión cristiana, básicamente, lo cual generó un apasionado debate que tiene repercusiones, que como hemos comentado, se observa aún en la actualidad, sobre todo ante distintas formas de fundamentalismo que algunas variantes de las religiones abrahámicas sostienen en el siglo XXI.
Puede el lector y lectora que nos sigue, imaginarse las dificultades, a fines del siglo XVII, implicadas y consecuentes a una confrontación entre el pensamiento científico de la modernidad y la tradición milenaria de la religión, a juzgar por repuntes de la controversia que todavía pueden verse en el mundo contemporáneo, aunado al hecho que la evolución biológica reviste algunos aspectos que aún persisten como temas abiertos no explicados dentro de la teoría. Es momento de recalcar que una teoría no es una conjetura o hipótesis sobre algo, sino que es un cuerpo de conocimiento verificado mediante los mecanismos científicos disponibles.
Por otro lado, a pesar de que la evolución es un proceso científico comprobado, imposible de negar, existen matices técnicos generalmente desconocidos para el lego, que representan cuestionamientos interesantes para la ciencia; en contraposición, subsisten todavía varias ideas erróneas al respecto del fenómeno. En su momento, Darwin fue atacado y ridiculizado de distintas formas, y era frecuente observar al científico en ilustraciones diversas, en las que aparecía como un mono.
En este sentido, también resulta oportuno reparar que el meollo de las críticas y las controversias radican, no en la evolución en sí misma, sino en las repercusiones antropológicas sobre el origen y el mismo destino que al ser humano se le puede asignar. El mismo Darwin no pudo escapar al redireccionamiento que su teoría hacía ante el problema filosófico del ser humano, la antropogénesis: el origen del hombre.
Así, ante la efusiva respuesta del mundo científico de la época, el naturalista inglés se vio casi obligado a escribir al respecto en su obra Descent of Man, and Selection in Relation to Sex, publicada en 1871, en la cual el autor analiza, en forma lastimosamente errónea y sesgada, la situación de la evolución humana, algo contrastante con el calibre científico de su primera publicación.
Existen varios errores que aún hoy en día circulan en torno a la evolución. Para empezar, es importante aclarar que Charles Darwin no fue el primero en hablar de la evolución de las especies biológicas. Dejando de lado a los filósofos griegos, que en la antigüedad plantearon estas y tantas otras ideas, el evolucionismo moderno se debe fundamentalmente al francés Jean-Baptiste Lamarck, quien en 1809 lo propondría en su libro Filosofía zoológica, explicando ampliamente que las formas de vida no habían sido creadas ni permanecían inmutables, sino que habían evolucionado desde formas de vida más simples. De Lamarck hemos tomado una frase en nuestro epígrafe, a manera de honroso reconocimiento.
Otro aspecto totalmente desviado de la verdad es el hecho expresado por la burda frase que dice que «el hombre desciende del mono». Una consideración tal es, no solo incorrecta, sino gravemente imprecisa en varias formas. Para empezar, todas las especies varían en el tiempo, por lo que asociar que una especie actual proviene por evolución de otra que le coexiste temporalmente es una aberración de lo que la teoría evolutiva establece. Por ello nuestro posterior abordaje sobre un tema curioso de la paleoantropología.
En esta línea de cuestionamientos respecto a los vínculos entre las especies actualmente reconocidas, o de otras del pasado ya extintas, y en la búsqueda de cierto criterio de cercanía, en términos del tronco común más cercano que pueda ser identificado, es posible reconocer grandes avances en la reciente cladística, como una de las corrientes de la sistemática biológica que más se ha desarrollado en las últimas décadas, utilizando para ello los estudios filogenéticos basados en matrices de información de moléculas de ADN y procedimientos matemáticos sofisticados para identificar una métrica de cercanía apropiada a los patrones de los taxones en cuestión.
Por otro lado, una desviación aún más severa de la teoría evolutiva tal cual es considerar que la evolución tiene por objetivo la mejora de las especies, es decir, que se trata de un proceso teleológico por medio del cual el que sobrevive es el más fuerte. Debemos estar claros que, según la ciencia, los procesos evolutivos de las especies no tienen un objetivo, o sea, la evolución no busca individuos mejor adaptados, ni persigue un fin en particular. Por lo tanto, es un mito que la evolución sea el camino a especies más avanzadas, y Darwin nunca afirmó nada parecido. Es aquí donde el concepto de selección natural resulta crucial, algo en lo que Darwin sí insistió, al igual que Alfred Russel Wallace, pero que en su momento no se le prestó la debida atención.
Según la selección natural de Darwin, las especies y los cambios en ellas son el resultado de un cúmulo de casualidades. Los cambios se producen tan solo por las mutaciones en los genes y por la combinación de los de los progenitores, y entonces si, por casualidad, los rasgos heredados son una ventaja en un entorno en particular, los individuos que los posean tendrán más posibilidades de sobrevivir y de reproducirse. En pocas palabras, los mejor adaptados son «seleccionados naturalmente».
Otras teorías evolutivas no darwinianas no utilizan el concepto de selección natural. J. B. Lamarck, por ejemplo, sostenía que era posible que caracteres adquiridos pudieran ser trasladados en forma hereditaria, lo cual se ha podido demostrar que no es posible, en virtud de la existencia de la barrera Weismann (de forma que los conceptos lamarckianos son opuestos al weismannismo). Por otro lado, el saltacionismo considera el origen repentino de nuevas especies, mientras que la ortogénesis considera una fuerza intrínseca a la materia orgánica que conduciría a un progreso evolutivo gradual.
De manera complementaria, también es fundamental señalar la diferencia entre macroevolución y microevolución. Los cambios a mayor escala, desde la especiación hasta las grandes transformaciones evolutivas ocurridas en largos períodos, son asignados a la primera (por ejemplo, los anfibios que evolucionaron a partir de un grupo de peces óseos). Mientras unos teóricos consideran que la macroevolución es simplemente la microevolución acumulada y sometida a un rango mayor de circunstancias ambientales, otros consideran que los mecanismos utilizados en la teoría sintética para la microevolución no bastan para hacer esa extrapolación y que se necesitan de otros mecanismos para tiempos mucho mayores.
Dejando en suspenso las argumentaciones no científicas, como los movimientos creacionistas que ya se ha comentado que niegan la evolución (ejemplo, la propuesta del diseño inteligente), las críticas fundamentadas dentro del ambiente científico señalan algunas objeciones, planteando que la teoría evolutiva sintética no explica satisfactoriamente ciertos procesos biológicos. Los fenómenos más relevantes para el cuestionamiento son los siguientes: a) el registro fósil donde las especies permanecen estables durante un tiempo indeterminado, para luego desaparecer o transformarse de forma abrupta (saltacionismo y equilibrio puntuado); b) el origen de novedades evolutivas como los taxones superiores (macroevolución) y c) el papel de la biología del desarrollo y de la ontogenia en la evolución.
Sin embargo, el consenso de la comunidad científica considera que el neodarwinismo expresado en la teoría de la síntesis evolutiva moderna no ha sido rebatido en el campo de la biología, que los cuestionamientos expresan desacuerdos parciales y que representan nuevas ideas sobre puntos específicos. La teoría evolutiva sigue siendo presentada como la «piedra angular de la biología moderna».
Pasamos, en lo que sigue, a tratar un tema específico de la evolución humana, y algunas de las consideraciones más importantes en los avances y las metodologías más recientes. Una reflexión sobre las implicaciones que el conocimiento, en general, tiene, pero, en particular, el conocimiento referido a nosotros mismos, como especie biológica, lo que nos ayuda a posicionarnos más correctamente en el cosmos en el que existimos. En este sentido, el psicólogo cognitivo Jean Piaget afirmaba: «Lo que vemos cambia lo que sabemos. Lo que conocemos cambia lo que vemos».
En la imagen precedente se muestra varios tomos de la colección de la naturaleza de Time Life, la cual contenía un tomo dedicado exclusivamente a presentar los hallazgos y los conocimientos acumulados hasta mediados del siglo pasado, en torno al hombre primitivo y los posibles ancestros de nuestra especie, denominada en la actualidad Homo sapiens sapiens. La disponibilidad de un ejemplar de este libro constituyó, en mis años de infancia, un tesoro de referencia en antropología física y cultural de valor incalculable.
Sin embargo, es notable el avance que se ha tenido en los últimos sesenta años, de forma tal que mucho de lo que se podía aprender en aquellos textos debe ahora reaprenderse a la luz de los nuevos aportes que la ciencia y la tecnología ha entregado en este lapso. Dentro de las modificaciones substanciales destacan las correspondientes a los análisis de ADN en los fósiles disponibles, con lo cual la filogenia sobre la que se sustenta la paleoantropología del siglo XXI ha despejado algunas de las dudas latentes, generando otras insospechadas interrogantes, por lo que deberemos estar siempre preparados para enfrentar giros inesperados provenientes de nuevas evidencias factuales.
En el citado libro de la colección se reproduce el gráfico publicado en un número especial de la revista Time, en 1965, denominado La marcha del progreso. En este icónico texto se ilustra una idea, no muy feliz, de lo que se denominó, equivocadamente, «la búsqueda del eslabón perdido». En efecto, este famoso y muy difundido esquema muestra, en forma casi lineal, los posibles antepasados del ser humano, y llama especialmente la atención un espacio de tiempo en el cual no se tienen mayores registros fósiles.
Específicamente, entre los 5 Ma (millones de años) y los 15 Ma no se tiene claridad sobre algún posible antecesor. Esto cimentó en parte la conjetura del llamado eslabón perdido, con la cual se pensaba que en algún momento aparecería un miembro de la cadena evolutiva que mostrara un justo medio entre el simio y el hombre.
En forma más específica, en este esquema se observa al Ramapithecus, un género de primate que databa de cerca de 14 Ma, reconstruido y presentado con una apariencia totalmente simiesca, pero bípedo y un poco más «humanizado» que el chimpancé actual. De hecho, etimológicamente rama significa derivación o división, y pithecus significa mono (del griego pithekos: πίθηκος). El punto fundamental es que, si en aquel entonces Ramapithecus se visualizaba como un posible antecesor del ser humano, hoy en día se ha confirmado que tal género, taxón inmediato superior a la especie, no es realmente un antecesor del hombre.
Los estudios demuestran que el género filogenéticamente más cercano a Ramapithecus sería el de pongo, correspondiente al orangután actual. Hoy en día los fósiles del anterior género Ramapithecus se consideran pertenecientes a Sivapithecus, un género extinto de primates homínidos del Mioceno, con fósiles datados entre 12.5 a 8.5 millones de años de antigüedad (Serravalliense a Tortoniense, Mioceno), encontrados en Siwalik Hills, ubicado en la península del Indostán.
En todo caso, como anotamos más arriba, esta ideación del «eslabón perdido» incurre en dos tipos de error. El primero es pensar que una especie actual es precedente de otra que le coexiste, por ejemplo, al pensar que el chimpancé puede ser un antecesor directo del ser humano. La versión corregida indica que cualesquiera dos especies actuales poseen, siempre, un antecesor común. La pregunta, en cladística, es cuán cercano o cuán lejano se encuentra este antecesor común. Se considerará que las especies se encuentran más o menos emparentadas en función del tiempo que es necesario retroceder para encontrar un tronco común del cual ambas especies derivan. Entiéndase que acá estamos sobresimplificando la teoría correspondiente.
El otro error en la premisa del supuesto «eslabón perdido» es asumir que dadas dos especies con similitudes fenotípicas se deba dar que una de ellas precede a la otra o viceversa, y en este caso entre los simios asumir que una es «más evolucionada » que la otra, bajo el presupuesto que la evolución es un proceso de perfeccionamiento de las especies, de manera que las posteriores son superiores a las que le preceden, o en sentido converso, que las especies que mejor se desempeñan deben provenir de las no son tan eficientes. Una de las finalidades básicas de los métodos cladísticos es la medición de la cercanía filogenética entre las distintas especies de seres vivos.
En el particular del caso del Ramapithecus, en la siguiente imagen se muestra las dos versiones cladísticas: la anterior, en la cual se consideraba a este género más cercano al hombre (homo), y la actual, en la cual se ubica con un tronco común más cercano al orangután (pongo).
Inicialmente, las hipótesis se desarrollan en función de las dentaduras y las mandíbulas, por un lado, y de la estructura ósea cercana a la cadera, por el otro, puesto que la capacidad para erguirse y caminar en las extremidades inferiores resulta ser una característica importante en la primatología, porque las especies de primates considerados bípedos se encuentra vinculados en algún momento con la evolución que desemboca en el hombre (simios antropomorfos). Sin embargo, en la actualidad se pueden llevar a cabo en muchos casos un análisis del ADN y con algoritmos especializados se puede determinar la cercanía entre dos especies dada.
La relevancia del género Ramapithecus se debió fundamentalmente a Edward Lewis, quien planteó que la mandíbula encontrada era más parecida a la humana que la de ningún otro simio fósil conocido hasta entonces. Fue así como en la década de los sesenta esa reivindicación fue retomada, a la par que para ese entonces se creía que los ancestros humanos habían divergido de los otros simios a partir de 15 Ma atrás. Los estudios bioquímicos cuestionaron esta visión, sugiriendo que hubo una división temprana entre los ancestros del orangután y los ancestros comunes de chimpancés, gorilas y humanos. En efecto los humanos se habían separado de los grandes simios africanos hace alrededor de 5 Ma, y no 15 Ma como se pensaba.
Mientras tanto se descubrieron especímenes más completos de Ramapithecus, los cuales evidenciaron menos similitudes con los géneros Homo, mientras que las coincidencias con los fósiles indicaban que se trataba de variantes de Sivapithecus, un género de primates del Mioceno anteriormente descubierto. Lo más avanzados análisis genéticos comprobaron definitivamente que se trababa del mismo género, y aunque es probable que se hubieran separado del ancestro común de chimpancés, gorilas y humanos, aunque aún no se han encontrado fósiles específicos para ese presunto ancestro.
A manera de conclusión, sobre este segmento, es importante visualizar que la tecnología biocomputacional y la participación de avances interdisciplinarios de distintas áreas científicas han facilitado la elaboración de teorías paleoantropológicas más fidedignas con las evidencias que en los últimos dos siglos se han ido acumulando, lo cual en varios casos implica la formulación de nuevas interrogantes cuyas respuestas van determinando la manera en que los rompecabezas se van completando. Sin la menor duda, se trata de una tarea que tiene mucho por delante, en función de los hallazgos para los cuales no queda sino la expectativa de encontrar esas piezas faltantes que completarán las panorámicas más razonables respecto a las distintas incógnitas sobre los mapas evolutivos de nuestros ancestros.
Regresando al transformismo, en general, resaltamos esto que ya hemos dicho, que con la publicación y amplia difusión del El origen de las especies, en 1859, se aportaron al acervo científico de la época una gran cantidad de datos en pro de la visión evolutiva, los cuales provinieron de diferentes técnicas de distintas áreas en formación, tales como la paleontología, la biogeografía, la anatomía comparada y la geología, disponibles en aquel entonces, aportes que demostraron de manera substanciosa y contundente la efectiva transformación de los seres vivos a lo largo del tiempo.
Sin embargo, al margen de este proceso difusivo, acaecido hace ya más de siglo y medio, no está tan claramente reconocido que las ideas evolutivas propugnadas en la obra del naturalista inglés no eran exclusivamente provenientes de su autor, como sería posible constatar hoy en día en los asistentes a la escuela elemental. La verdad es que la noción de la evolución, en el ámbito biológico, gozaba de precedentes que resulta igualmente importante identificar, evaluar y ponderar.
Hemos subrayado las contribuciones del francés Jean-Baptiste Lamarck, quien viene a ser el formulador de la primera teoría de la evolución biológica. De hecho, es a Lamarck a quien se le debe el término «biología» para la designación de la ciencia de los seres vivos, como la entendemos hoy en día. También es reconocido, a su vez, como el fundador de la paleontología de los invertebrados.
Sin embargo de la fortaleza de estos nuevos planteamientos científicos transformistas, las principales objeciones provinieron del paradigma biológico imperante, el fijismo, previamente sostenido por Carl von Linneo, y defendido acuciosamente por el francés Georges Cuvier, el cual se encontraba fortalecido básicamente por la prevalencia del pensamiento creacionista proveniente de las religiones abrahámicas, y en particular del cristianismo oficial en el mundo europeo y occidental.
En este sentido, tanto Lamarck como Darwin recibieron fuertes rechazos por parte de la comunidad no científica, por sus ideas anticreacionistas. Por otro lado, es importante observar que, en ese momento, y en los tiempos de la publicación mencionada, no se tenía conocimiento ni de las leyes de la herencia ni sobre la existencia de las mutaciones, lo cual llegaría apenas años después, en 1865, cuando Gregorio Mendel, publicara sus trabajos al respecto, dando origen a otra de las principales columnas de la biología moderna: la genética.
Ya hemos señalado que el darwinismo original poseía una importante contradicción en sí mismo, lo cual afloraría justo cuando la genética adquiriere una posición de mayor relevancia en las ciencias de la vida, sobre todo a inicios del siglo XX. Por otro lado, el darwinismo original adolecía de una segunda contradicción, intrínseca, que el mismo Darwin alcanzó a vislumbrar. Se trata del hecho que el mecanismo de la evolución por la selección natural eliminaba con el tiempo la variabilidad de las especies (especiación), por lo que, en un determinado tiempo, suficientemente extenso, la evolución terminaría ralentizándose hasta detenerse por completo, lo cual sería fundamentalmente contrario a las premisas transformistas del evolucionismo.
Empero, la lucha inicial del darwinismo no fue a una aguda evaluación de sus bases y sus premisas, sino en contra de la visión creacionista, como hemos hecho ver. El creacionismo planteaba esto que a Darwin preocupaba, pero que nadie alcanzaba a visualizar: un aparente estatismo en la dinámica, es decir, que la especiación terminara ralentizándose llegando a una aparente estabilidad, fijista, por cierto. El fijismo que a Darwin atacó era otro dogmático, que implicaba que las especies creadas desde un inicio, permanecía y permanecerían invariables en el tiempo. Lo cierto es que dos visiones se presentaban como contrapuestas: el transformismo, esencialmente dinámico, contra un fijismo, esencialmente estático.
Estas dos visiones iniciaron una disputa creciente, puesto que las ideas fijistas chocaban abruptamente con el transformismo, sostenido fundamentalmente por Lamarck y posteriormente seguido por Darwin. En la primera postura, la teoría fijista, se sostiene que las especies actualmente existentes han permanecido básica y fundamentalmente invariables, es decir sin evolucionar, desde un momento inicial correlacionado con la Creación, planteada por la religión o desde una visión científica sesgada. Por ello, esta posición naturalista se encuentra, aun actualmente, fuertemente vinculada con una cosmovisión creacionista, en donde las especies serían, por lo tanto, inmutables, y la naturaleza permanecería como una realidad definitiva y acabada desde sus inicios.
En este debate, destacó la obra del químico y bacteriólogo francés Louis Pasteur, quien a pesar de sostener una posición inicialmente fijista, terminó asestando los golpes finales y definitivos que darían fin al paradigma del creacionismo-fijista tradicional en el ámbito de la ciencia. Ante la negación de una creación primordial de toda la naturaleza existente, se requirió, entonces, de una explicación alternativa para dar cuenta del paso de lo inorgánico a lo orgánico, explicación tal que no tardó en llegar con los trabajos del ruso Aleksandr Oparin, a la altura de 1930, ideas que culminaron con los exitosos experimentos de laboratorio de Miller y Urey, en 1952, con los cuales se pudo comprobar el surgimiento de ácidos nucleicos a partir de moléculas químicas inorgánicas.
En la postura transformista de la ciencia, el cambio es inherente a la existencia de la diversidad de seres, procesos y fenómenos en la naturaleza, lo que merece un análisis por aparte, dada las diferentes variantes que pueden asumirse. Por otro lado, en la Filosofía, el transformismo implica toda una vertiente independiente en la historia del pensamiento humano.
Desde la perspectiva puramente científica, los trabajos de Mendel sobre la herencia sentaron las bases para que el darwinismo pudiera explicar la variabilidad de los individuos dentro de una misma especie, el único punto que Darwin no pudo justificar de manera suficiente. Por ello fue necesario el replanteamiento general de la teoría darwinista, cuestión que dio paso al neodarwinismo y la denominada síntesis evolutiva moderna, que en resumen integra la selección natural, la teoría genética y la mutación aleatoria, como fuente de variación. Acá, pues, la síntesis de los dos elementos constitutivos de la teoría: la unidad evolutiva, provista por los genes, y el mecanismo evolutivo, expresado por la selección natural.
Vale anotar que, a pesar del consenso generalizado al respecto de la piedra angular que representa la teoría de la evolución, el transformismo adquiere algunos matices sobre algunos cuestionamientos, sobre los que podremos extendernos posteriormente. Lo que ahora es oportuno señalar es que estas preguntas hubieran resultado implanteables de no ser por el surgimiento de la genética como componente esencial. Todos los organismos vivos están formados por células (subimperio Cytota), dentro de las cuales se encuentran los genes, los que contienen codificada la información imprescindible para la generación de nuevas células. A su vez, los genes están formados por moléculas de ácido desoxirribonucleico –ADN–, portadores de la herencia, la cual es un proceso estadístico aleatorio generador de la variedad específica y de la mutación.
Para ir cerrando, concluir que, en distintos artículos de difusión, hemos venido ponderando la importancia que estos dos componentes visibles de las ciencias biológicas tienen en la taxonomía y sistemática moderna, de manera que la cladística contemporánea encierra ambos macroaspectos: el genético y el evolutivo. En esta línea de ideas el constructo del reloj molecular viene a integrar ambas dimensiones del mismo fenómeno, al respecto de cómo la dimensión genética tiene una distinta participación en cada una de las variantes de la teoría evolutiva fundamental. Será de abordar este concepto en próxima oportunidad.
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