Imagen: Cortesía Suplemento Cultural
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Carlos López

Cuando leo «un largo etcétera», imagino esto:
e     t     c     é     t     e     r     a,    
y me da flojera continuar con la lectura.

Quienes emplean el sustantivo común masculino etcétera o su abreviatura etc. (que se pronuncia etecé, como sigla, pues como se escribe es impronunciable) no son dignos de confianza y sólo muestran ignorancia, pues si supieran qué sigue lo expresarían en lugar de esa palabra —que también usan para ocultar algo—, que es un estorbo, además de que deshonra la buena escritura, delata la falta de creatividad, de elegancia.

El término se inventó hace miles de años en Roma; deriva de et («y») caetera («lo demás»); de manera que es una incorrección anteponer una y (porque se repetiría la conjunción et) antes de etcétera o abreviar ect. como si la palabra desatada fuera ecétera; siempre la precede una coma a pesar de que el vocablo incluye la y copulativa, lo que haría inválido el uso de coma; también, si cierra una enumeración, pero si el enunciado sigue, se debe escribir coma después, incluso si forma parte del sujeto, o cualquier otro signo de puntuación. Aunque en su origen se escribían dos palabras, en la actualidad debe escribirse una sola voz; algunos filoingleses acostumbran la forma separada, también su forma abreviada &c. (que durante muchos años reconoció la Real Academia Española, y que por fin ya enmendó). Puede usarse en singular y plural —esta última no en su forma abreviada— («George Orwell es el escritor que más etcéteras empleó en un libro»), pero nunca debe ir acompañada de puntos suspensivos; éstos solos sí pueden sustituir etcétera. No debe escribirse la forma abreviada antes de punto; tampoco debe emplearse etcétera al principio de una línea, ni reiterarla.

Etcétera se debe usar para enumerar cualquier cosa, menos personas («en la reunión estuvieron Pedro, María, José, etc.»), excepto si se emplea como sustituto de cantidad, de número («Miguel Ángel Asturias, Augusto Monterroso, Luis Cardoza y Aragón y un no tan largo etcétera son lo más egregio de la literatura guatemalteca»; «por su vida ha desfilado un largo etcétera de agravios»). En la academia, sobre todo, se aconseja utilizar et al. (abreviatura de alii, «y otros») en pomposo latín para referirse a personas.

A finales del siglo pasado circuló la noticia falsa de que la rae había eliminado etcétera del Diccionario de la lengua española, lo cual hubiera supuesto una huelga general de haraganes maltratadores de la lengua.

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Patrizia Botta reivindica el uso de esta voz en La Celestina, de Fernando de Rojas: «En algunos casos se da tan por sentado su conocimiento por parte del público que el autor, con suma elegancia y reticencia, corta la sentencia por la mitad y enuncia sólo su primer segmento, resumiendo con un “etcétera” la parte restante. Esta técnica de lo no dicho, de lo aludido con un “etcétera”, por demás de añeja tradición, es un verdadero guiño al lector, ya que hace hincapié en su patrimonio mnemónico y le convida a completar la cita en su recuerdo y a desempeñar un rol activo en la lectura».

En sus Ensayos, George Orwell incluye el texto «La política y la lengua inglesa», en el que trata varias cuestiones relacionadas con la decadencia de la lengua inglesa como consecuencia del desplome de la cultura del imperio británico. Es un artículo iluminador por la crítica y la preocupación que manifiesta el novelista por la corrupción en el lenguaje escrito, sobre todo, «por hábitos pésimos que se contagian por imitación. […] Si uno se libra de esos hábitos, podrá pensar con mayor claridad, y esto último es por fuerza un primer paso hacia la regeneración política», escribe Orwell. (160 años antes, en 1785, Edward Gibbon, autor de Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano escribió: «El idioma inglés está degenerando muy deprisa».)

Sin embargo, en el libro de Orwell donde aparece su alabada defensa del lenguaje hay varios vicios que distraen y hacen tropezar al lector, que molestan por su repetición indiscriminada. El más notorio de éstos es la utilización frecuente de la palabra etcétera, repetida hasta tres veces en el mismo desahogo: «Es la obra maestra más sensacional, incisiva, conmovedora e inolvidable de cuantas han sido en el mundo terrenal, etcétera, etcétera, etcétera»; «En algún lugar está creciendo el árbol del que se sacarán los tablones para construir el patíbulo donde instalar la guillotina, etcétera, etcétera, etcétera»; «Es la obra maestra más sensacional, incisiva, conmovedora e inolvidable de cuantas han sido en el mundo terrenal, etcétera, etcétera, etcétera», ametralla Orwell sin piedad, pues, como se puede ver, la enumeración es suficiente, no hace falta agregar esa horrible, inútil palabra. Otras veces escribe dos veces esa voz o una, aunque no haya una enumeración previa: «Pocas postales hacen mención de la guerra (una mujer gruesa que no cabe por la puerta de un refugio antiaéreo, vigilantes que descuidan sus obligaciones cuando una joven se desviste en una ventana y ha olvidado apagar las luces, etcétera, etcétera»; «De ahí las novelas “de la tierra oscura” de Sheila Kaye-Smith, etcétera». En las casi mil páginas que tiene el libro de Orwell llama la atención que nunca usa la abreviatura de etcétera —lo que hace más tediosa la lectura— y es la palabra que más se repite (doscientas veintiocho veces) junto con otras lacras impensables en un autor tan bueno y que se esfuerza por cuidar el lenguaje.

II

Otro abultado vicio de lenguaje que aparece en el libro de Orwell es la utilización de la muletilla de hecho. Tomada del inglés in fact, esta expresión sin sentido, cada vez más generalizada en nuestro idioma, afea y hace más perifrásticas nuestras expresiones. Es tal su inutilidad que, en todos los casos, si se elimina, la frase queda intacta: «Y esto viene a reflejar, en un nivel puramente cómico, los planteamientos de la clase obrera, que se toma como si tal cosa el hecho de que la juventud y la aventura, por no decir, de hecho, la vida del individuo, terminen en el momento del matrimonio», que es casi un galimatías con esa frase hecha. En el ejemplo citado aparece otra lacra: planteamientos, que en su función verbal también es un comodín espantoso.

Es tan pegajosa la inútil frase de hecho —propia de mentes vacías u ociosas— que se usa sin ton ni son, aunque su efecto sea el retorcimiento del idioma. En el libro de Orwell aparece a pasto: «Mosley de hecho comenzó su movimiento político contando con algunos judíos entre sus seguidores más destacados»; «De hecho, es poco probable que alguien llegue a intentarlo»; «Ben era de hecho un maestro de la defensa». En el primero y tercer ejemplos, además, falta encerrar entre comas el lastre señalado, que, si se quita, redunda en beneficio para el lector; hasta el escritor saldría favorecido si los evitara, pues economizaría tiempo, y la energía que gasta en escribir lugares comunes los podría usar en pensar bien lo que va a decir de manera más franca, directa, estética. Es una de las muletillas más usadas en el libro de Orwell, ciento setenta y dos veces.

Imagen: Cortesía Suplemento Cultural
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También está mal utilizada la expresión tanto como (que es un conector de comparación): «Todo el poema, interpretado tradicionalmente como una orgía de jactancia, es de hecho una denuncia de la política del poder, tanto británica como alemana», que tendría más vigor si se expresara: «Todo el poema, interpretado como una orgía de jactancia, es una denuncia de la política del poder, británica y alemana»; «Tanto su reputación como el placer que nos reporta continúan siendo exactamente los mismos», que suena mejor así: «Su reputación y el placer que nos reporta continúan siendo los mismos»; «La actitud, tanto estética como política, hacia la literatura fue generada, o al menos vino condicionada, por la atmósfera social de un periodo concreto»: «La actitud estética y política hacia la literatura fue generada…».

Otro vicio es el uso de tan solo, que suena mejor sin tan: «Una postal de viñeta es tan solo la ilustración de un chiste, un chiste invariablemente ramplón, y se sostiene o se cae por su capacidad de incitar a la risa. Más allá de esto posee tan solo un interés ideológico».

El empleo de palabras comodín es el resultado de una falta de ingenio para sustituir dichos términos. La favorita de Orwell es plantear y sus derivados planteamiento, planteo, plantearnos, plantea y encontrar: «La novela está destinada de manera casi exclusiva a un público que se encuentra por encima del nivel», donde lo mejor sería suplir encuentra por está. También desbarra cuando usa las muletillas sin duda, indudablemente, no cabe duda, porque sólo un necio e ignorante no tiene dudas: «Inglaterra es sin duda dos naciones, cuando no tres o cuatro»; «Prácticamente no cabe duda, en cambio, de que en este momento, en algún lugar, un alemán estará pegando una patada a un polaco. No cabe duda alguna de que en algún lugar un alemán estará pegando una patada a un judío. Y tampoco cabe duda (vide la prensa alemana) de que están…». Orwell recurre a ellas ciento setenta y ocho veces en Ensayos.

Pleonasmos («El propio Miller sería el último que realizaría tal afirmación»; «No hay un solo indicio de que pueda haber algo erróneo en el sistema en cuanto tal»), gusto por palabras largas (influenciado por influido), el abuso de adverbios terminados en mente, que ocasiona cacofonías; desconocimiento de gentilicios (norteamericano por estadunidense), prefijos separados de la palabra base («¿No será pro-fascista?», «el dinero de un ex presidiario»); la lista de vicios es larga, algunos ocasionados por la traducción —en la que participaron siete personas—. A quienes piensen que todo se debe al contexto, se les puede refutar que todos los que se dedicaron a la escritura tuvieron su circunstancia, pero no todos fueron desastrados a la hora de escribir. Desde hace miles de años se crean obras de arte con palabras bien cuidadas. Ésta es una de las razones por las que no se extingue la creación y la flama sigue.

 

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