Por: Francisco Blandón
Otra vez me siento frente al teclado, miro a ambos lados como si alguien fuera a criticarme en la soledad de mi cuarto y termino de confirmar que mi gato, quien podría ser mi potencial crítico, no podría estar menos interesado en lo que hago. Vuelvo a ver la pantalla en blanco, me miro las uñas y vuelvo a depositar mis ojos en la nada, quizás si me hago el tonto por un rato el documento se llene solo y pueda terminar con esto más rápido. Claramente eso no pasa y termino decidiendo narrarles este pequeño ritual para llenar el primer párrafo.
Ha pasado poco más de un año desde la última vez que tuve la inspiración y la energía suficiente para redactar algo que no fuera una tarea. Desde que dejé de vivir en la Antigua Guatemala y regresé a la ciudad, las palabras no me fluyen igual. En la primera no podía dejar de escribir todo lo que pasaba, mientras que en la segunda se ha vuelto un suplicio llenar la primera media página con algo decente, ni si quiera hablar de algo que valga la pena.
Cada vez que paro de escribir, aunque sea por unos minutos, me siento retado por el punto de inserción, esa pedante línea que titila a lado de la última palabra escrita. Cada vez que me detengo a pensar pareciera retarme diciendo – ¿Solo eso tenías? Para eso mejor te hubieras quedado en tu casa -mientras salta de arriba hacia abajo mofándose de mí.
Hace ya un año y medio que estoy en la ciudad, pero pareciera más que han pasado dos o tres vidas. Desde entonces he hecho de todo, he tenido la oportunidad de ser el héroe y ponerme por encima de ciertas situaciones poco favorables, he podido ser la víctima de injusticias y he sido el villano por vencer. Fui desempleado y luego explotado, tuve las esperanzas en el cielo y luego las tuve por el suelo. Pasé de parecer Jesús a parecer Walter White.
Me tomó mucho volver. Aún no sé si ya volví. Quiero tener esa energía artística que dejé atrás cuando me dirigía a la ciudad y hacer un texto bonito, hablar de películas, series o contarles una anécdota a través de mis ojos que tienen la realidad tan alterada. Sin embargo, creo que ya no sé cómo hacerlo. «Se te habrá quedado perdido el talento en alguna de tus otras vidas», carcajea el punto de inserción en mi cara.
Hace unas semanas creo que comenzó otra vida. Me surgió la oportunidad de trabajar en el campo para el que estudio en la universidad y de hacerme un camino donde siempre soñé. Lo que había olvidado es que con cada nueva vida hay cambios que no puedo controlar; claramente lo vi venir y sin embargo el golpe fue igual de duro. El año me ha dado varios momentos así ahora que lo pienso.
Para cada vida hay personajes que se adaptan y le dan ambiente al asunto. Algunos están para aventuras específicas y cumplen su función en la historia sin mucho problema, otras se quedan ligadas y avanzan con nosotros, adaptándose a las nuevas situaciones. Resulta ser que uno de mis personajes más recurrentes ya no está y de repente, lo único que sé hacer es escribir.
Hubo muchas vidas, unas más buenas que otras definitivamente, pero él estuvo en todas para reírse conmigo (o de mí). A veces me daba consejos y a veces me daba dinero. De vez en cuando salíamos a caminar por kilómetros hasta cansarnos, tan irreparablemente, que la única opción para salvar nuestro ego era pedir un taxi y fingir obviamente que regresábamos caminando fatigados. Nadie nos preguntaba, pero ya teníamos la mentira preparada. No en todas hicimos lo mismo porque vivíamos a diferentes ritmos, aunque a pesar de eso, él siempre me leyó.
Ahora me toca empezar de nuevo y siento que ahora puedo volver a escribir, me fluyen las palabras, ya logro ordenar mis ideas, puedo hablar de cosas interesantes y divertidas, pero mi lector más ávido no está más. Ahora vuelve a reírse de mí el punto de inserción, sus burlas me ensordecen.
Jamás tuve el corazón para rechazarle un regalo al viejo, no pienso comenzar ahora. Yo quería volver a escribir y con lo mucho que le gustaba el dramatismo, creo que no podría haberlo hecho de otra manera. Tocará usar esta nueva vida para retomar la escritura, para inspirarme de todo lo que pueda y hacer algo bonito; sobre todo para que desde donde sea que esté pueda reírse de mí, porque probablemente me dejó otros tres mensajes que no entendí por ser tan distraído.
Gracias viejo, creo que ahora me toca a mí.