Imagen: Cortesía Suplemento Cultural
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Por: Roberto Palomo-Silva

                           “Lupus est homo homininon homoquom qualis sit non novit”.

                                 Plauto: Asinaria, II, 4, 86, verso 495.

Nuevamente, como ritualizado o casi litúrgico, reiterado, repetido, con un cansancio profundo, duro y semi callado, balbuceante, intentando hablarlo o decirlo, lleno de narraciones falsas, de mentiras dichas y exageradas, esparcidas, con rostros y máscaras de verdades, cuando ésta francamente, se sumergió en el pozo, ante el escándalo, que la obscuridad de la mentira cubre a todo el país.  Pues bien, así y con la lentitud propia, del penitente, de aquel andar de Domingo – porque los Domingos, cual si fuera la práctica u observancia, de algún tipo de culto religioso – hacia un centro de votación, para reiterar una ya muy antigua y añeja costumbre revestida de obligación y deber, otra vez, como un Domingo de compromiso, con una liturgia pseudo-religiosa.

Hay un elemento terapéutico, que trasciende el de la obligación y el deber, casi curativo, en la convocatoria a elegir gobiernos, la experiencia colectiva e individual, de una catarsis purificadora, que alienta y alimenta, la idea de las democracias republicanas – que anhelamos ser y no hemos sido capaces de verdaderamente serlo -, anclada en el sueño de la elección de las autoridades, que nos gobernarían, ilusión onírica, originalmente concebida como la concreción y articulación expresa, de la voluntad soberna – los textos constitucionales siempre y casi de forma unísona, hablan y cuentan la leyenda del poder del soberano, del pueblo y su voz expresada por medio del mandato del voto – expresada en el lenguaje de la otorgación de mandatos de representación.  Viene a mente la célebre metáfora de Derrida, del lobo, la fuerza, la justicia y el lobo.  El lobo y el soberano.  La interminable disputa, entre el derecho y la política, lo limitado y la bestia de lo ilimitado y es que la fuerza del lobo es insensible, cruel e impasible, que invade la razón animal y, sobre todo, la razón política, y, es que no hay derecho sin fuerza y la invisibilidad de lo in-sensible, abstracto y concreto a la vez, obligatorio y compulsorio, lindando en el límite de lo humano y lo utópico.

Imagen: Cortesía Suplemento Cultural
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Guatemala esta sumergida, en un antiguo problema de odio no superado.  Hay momentos históricos identificables, donde el odio se transformó en lobo y, por ende, en bestia, son varios, con algunas interrupciones, creando o deparando momentos, en los que la utopía y el sueño establecieron algún oasis momentáneo, aliviador.  El odio y la negación han campeado a lo largo de nuestra historia, tenemos una larga y nutrida galería, de muchos tipos de bestia y bestialidades, de lobos, de lupinidad siniestra y a veces, muchas, cínicamente abierta. La Galería de Monstruos del odio es nutrida y extensa.  No es reciente, se remonta incluso siglos atrás. Hemos caminado, entre el odio y la confrontación y penosamente lo seguimos haciendo.  La maravillosa formalidad de los Acuerdos de Paz, cuestionados duramente por un sector importante y bendecida, por otro sector no menos importante, nos demuestra inequívocamente, lo que faltó o sea aquello, lo cual no se llegó a hacer. No es este el lugar, para analizar “aquello lo cual faltó”, si cabe decirlo y mencionarlo, no hubo reconciliación, tal vez ni siquiera se intentó, porque hubo y se antepuso, la inculpación, el señalamiento y el procesamiento, moral y público, aunque también judicial y político.  Se argumentó que sin memoria no podía haber una paz duradera y la memoria se muto en venganza, cometiéndose así un error incalculable y una falta de visión absoluta.  Se continuó “dialectizando” el proceso y se le desvió, de lo fundamental, no se construye, sobre la destrucción – ese es un anhelo revolucionario y con una profunda impronta ideológica – sino precisamente sobre la reconciliación.  No se hermanó y acercaron las disidencias, se les agudizo y confrontó.  En realidad, no se terminó el conflicto, se continuo por otros medios, por eso no hemos podido superar el odio.  Todo esto se hacer ver y emerge, al intentar observar la liturgia del voto.  Lo sagrado es ya profano.  No es ya más terapéutico porque no van a aceptar los resultados, los van a cuestionar y la confrontación se seguirá agudizando.  Espero equivocarme en esto, deseo hacerlo; porque lo que he seguido refleja clara y contundentemente, la prolongación del conflicto.

Otro de los más graves problemas es el de la caída catastrófica, de la administración de justicia. El circo inconmensurable, creado alrededor de las prácticas litigiosas y de las manipulaciones, en Cortes y Tribunales, no es reciente y tampoco es producto reciente, se ha ido lentamente construyendo este enorme caos y anarquía, que está lentamente agotando y destruyendo, toda la convivencia y capacidad, de la sociedad guatemalteca, de encontrar una forma de solución a los graves temas de inseguridad, corrupción y, sobre todo, se ha minado, de tal forma, que los conflictos han perdido el lugar, donde se resuelvan, no es posible acudir a los tribunales, sin entrar en el sub-mundo del litigio a la guatemalteca, plagado de anormalidades, manipulaciones, tergiversaciones, incumplimientos y violaciones.  La metáfora perfecta es ya el cinismo abierto, de ni siquiera intentar explicar por qué no se han electo las magistraturas correspondientes y seguimos a la merced de interpretaciones incluso anticonstitucionales y de unas hermenéuticas tropicales muy pintorescas.

La iconoclastia ha substituido al auténtico derecho. El lobo preda rampante, la fuerza injusta se impone arbitrariamente. Es así que, en medio de tales incertidumbres y temores, acudimos a la observancia de la liturgia constitucional del 20 de agosto, sin mucha convicción y fe, con más temor y temblor, porque lo que pueda advenir y, sobre todo, por el terror a la futilidad del acto. Tenemos afortunadamente una Constitución, que ha coadyuvado a superar graves crisis, sus enormes virtudes han permitido una relativa convivencia pacífica, como gran pacto social, no me gusta mucho esa comúnmente empleada expresión, sirva acá, para describir; la visión del Constituyente, ha prevalecido, sobre la anarquía y el desorden, el abuso de poder – que se sigue andando rampantemente – y ha limitado los excesos, algunas de sus prohibiciones nos han salvado del abismo, el principio de la no-reelección es absolutamente fundamental, como son las normas pétreas, que prohíben de manera expresa ciertas modificaciones, de amplio conocimiento.

Imaginémonos un escenario con reelecciones de presidentes, no puede ser más estremecedor.  El lobo transmutado en soberano, o sea la fuerza convertida en rector único.  La idea del lobo como devorador de hombres, o sea el líder del grupo domesticado, las posibles víctimas – no olvidemos que la posibilidad antecede a la realidad – esperando su inevitable inmolación, pues bien, Derrida nos recuerda el mito del dios Tyr, en la mitología nórdica, quien sacrifica su mano, al forjar un acuerdo con el misterioso lobo gigante, devorador de dioses y hombres, dando así surgimiento al pacto o acuerdo y emergiendo así como el dios jurista, el administrador del juramento, de la observancia de la justicia al código a la norma y al sometimiento del mismo soberano-lobo a un pacto común, de respeto y convivencia, sin el cual es imposible la sobrevivencia del individuo y del grupo.

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Lo más contundente acá, es que los grandes acuerdos significan renuncias, en favor de ideales y principios de convivencia armónica y concertada, eso nos ha faltado y en demasía.  Anteriormente citábamos la ausencia de una auténtica reconciliación, o sea, en un lenguaje empleado por los jóvenes actuales, no supimos o no pudimos – incluso más aun, tal vez no se quiso, sencillamente – formular o crear una cultura del acercamiento y del encuentro, una cultura del respeto a lo diferente y aquí específicamente se habla, ellos así lo articulan, una convivencia y conocimientos de las ideas de los otros, leer a los otros, conversar con los otros.  Guatemala ha seguido presa en los dos extremos, ambos minorías, que buscan sostener y continuar un antiguo conflicto no superado, somos a diario sometidos a ese interminable aluvión de odio, mentiras y falsedades, historias transformadas y la misma historia ideologizada, somos incapaces, casi impenitentemente sometidos al horror de soportar a los mismos actores del teatro de mentiras, constantemente vendernos o intentarlo, sus versiones retorcidas y deformadas, de nuestra propia historia, como sino la conociéramos y no pudiéramos reconocer los filtros y las deformaciones.

Desde falsas fechas pseudo icónicas, periodos históricos idealizados y transformados en paraísos y utopías manifiestamente irreales, al fin de cuentas, las utopías son no-lugares, como la etimología griega lo contiene.  Y así, bajo esas condiciones imposibles e impensables, iniciamos el peregrinaje a la litúrgica fecha del 20 próximo cercano, en una semana, para tratar de invocar la terapia correcta y desesperadamente necesitada, a nuestra interminable patología, de cultura enferma, necesitada de una medicina eficaz, para superar este enmascaramiento – no olvidemos que el término ideología, tiene ese sentido pregnante, de mascara y disimulo – y ojalá pudiéramos decidir inteligente y objetivamente, no inspirados o animados por esas mentiras y falsedades, que nos invade y ocupan nuestra realidad más personal y privada, en un mundo donde la privacidad y la intimidad, están tan amenazadas.

Hay una vieja idea dentro de la ontología fenomenológica y la hermenéutica, expresada en la noción, que la posibilidad antecede la realidad.  Antes de ser real tiene que ser posible.  Esa necesidad de lo posible debe encontrar una concreción después del 20 de agosto o a la manera española el 20A debería generar una nueva posibilidad.  Para que la posibilidad de la renovación y el verdadero cambio emerjan debemos superar ciertas cuestiones con valentía y coraje, decisión y convicción.  Debemos intentar hacer reformas posibles, a la cabeza el sistema de administración de justicia sea por la vía de la legislación o de los cambios constitucionales, tenemos una constitución, que debemos conservar, cumplir y observar, conocer y estudiar; pero, requerimos impostergablemente de ciertas reformas.

Las patologías socio-culturales tienen que ser erradicadas, la cultura de los pseudo amparos, tiene que limitarse, vivimos en un mundo jurídico donde “ámbito” es sinónimo de ilimitado, eso es un absurdo terminológico y semántico-estructural, ningún ámbito es absoluto e infinito, es todo lo contrario, el ámbito es espacio-temporalmente entendido, un lugar o un topos si se prefiere, constreñido a una dimensión limitada, este es uno de tantos ejemplos, que requieren un abordaje teórico sólido y serio, la cultura del pseudo amparo ha casi destruido una institución noble y esencial, para la vida de las personas y la protección y garantía de sus derechos, frente al abuso lupino y predatorio de una autoridad corrompida y ciega, que invade y ha casi destruido lo poco de garantismo constitucional, que nos va quedando.  El límite existe, pero no dentro de un ámbito, es el mismo limite, que la observancia y respeto de la constitución impone a unas autoridades, predadoras y abusivas, las cuales como arriba se mencionaba, entran eso sí, en el dominio del juramento, un juramente el cual no solamente vincula, más aún, exige demanda, el respeto y el cumplimiento de la constitución, que se jura defender.

El juramento no es una metáfora, es un acto concreto y público de sometimiento de la autoridad a la constitución y sus leyes.  Esto nos ha faltado, cumplir y observar, primero hagámoslo posible y la liturgia del próximo 20 de Agosto, no será meramente una aspiración fracasada, para que la posibilidad depare una nueva realidad tengamos en cuenta, que nos debemos reconciliar, debemos construir una cultura del encuentro y el respeto, hagamos que el estado de derecho, sea eso precisamente, hagamos real esa república constitucional de derecho, por la que tanto hemos luchado y seguimos esperando su realidad posible sea plena y concreta. Finalmente, tal vez lo más importante, es absolutamente imprescindible, superar la cultura del odio, bajo la cual hemos vivido por tantos años, las divisiones ideológicas y las trincheras, nos separan, de tal manera, que los abismos construidos hacen enormemente difícil y compleja, cualquier forma de reconciliación.

Hemos fracasado, en ese sentido, no vamos a hacer nada posible y real, sin pasar por esa reconciliación franca y abierta, sincera entre guatemaltecos, dejemos de mentirnos y tratar de engañarnos, no cambiemos la historia, en favor de intereses personales o de grupos, aprendamos a construir lo real, desde lo posible y el único camino, es el respeto y el conocimiento del otro.  No hay otros caminos, no sigamos perdidos irremediablemente, en esa maraña y confusión del odio.

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