Por: Víctor Muñoz
Como de todos es sabido, Gedeón dispuso que se quería casar, cosa que fue muy bien vista por sus amistades, que somos bastantes, según él.
Al menos yo, soltero a morir, respeté su decisión y hasta me puse un poco contento porque consideré que de esa manera se mantendría entretenido con algo y dejaría de andar fastidiándome la vida.
-Es que fíjate –me dijo- que hay un dicho que dice que todo hombre, antes de morir debe escribir un libro, sembrar un árbol y tener un hijo; en consecuencia ayer mismo me fui a comprar un sobre de semillas de chile pimiento y sembré las semillas en unas macetas que fui a comprar por ahí por La Terminal. El problema fue que como en mi casa ya no cabe nada, puse las macetas en el techo y ahora a esperar a que salgan las matas y los chiles y ahí te contaré cuando tenga la primera cosecha. Yo sé que una mata de chile no es un árbol, pero, dadas las circunstancias, la intención es lo que cuenta, ¿verdad vos? Ahora bien, lo de escribir un libro sí va para largo porque no se me ocurre sobre qué cosa podría yo escribir, pero ese es un tema que estoy madurando. Se me ocurre que podría escribir algo sobre Tecún Umán o sobre platillos voladores. Ahora bien, lo de tener un hijo es lo que me tiene un poco intrigado, ya que para alcanzar ese objetivo es lógico que tendré que conseguir alguna mujer con quien casarme y listo. ¿Vos no has pensado en estas cosas?
Debo confesar que semejante parlamento me puso en qué pensar. Es que resulta lógico que para tener un hijo hay que conseguir con quién; lo de sembrar el árbol, pues no sé cómo podría hacerlo; y lo de escribir un libro, solo que me ponga a escribir las aventuras de este Gedeón, que yo creo que resultaría un tema muy interesante y revelador; aunque pensándolo bien, ¿a quién podría interesarle conocer las aventuras de un individuo tan intranscendente como él? Sin esperar mi respuesta, prosiguió.
-Es cierto que me ha resultado un poco complicado conseguir una mujer me que merezca, que me aprecie y que me estime. Todas las mujeres están ahora muy interesadas en divertirse y en encontrar alguien que las divierta, y yo ya no estoy para divertir a nadie porque quiero comenzar cuanto antes lo que he denominado “mi propósito de vida”, que es lo del libro, lo del árbol y lo de tener un hijo. Como te digo, lo del árbol ya lo hice, pero lo del libro sí que lo veo un poco difícil, pero al menos lo voy a intentar, y con lo de tener un hijo, creo que ya encontré a la persona ideal, se trata de una muchacha que trabaja de secretaria de un abogado por ahí por la línea, cerca de Gerona.
-Pues qué me alegro –le dije, lleno de un verdadero entusiasmo y porque de pronto no se me vino nada a la cabeza.
-Pues sí, es un poco morena, no muy alta y se le va un ojo para un lado, pero vieras que tiene buenos sentimientos. Ya la invité a tomar un café, pero me dijo que su jefe no le da permiso de salir en horas de trabajo, entonces le propuse que fuéramos a pasear el sábado a alguna parte pero me explicó que los fines de semana se mantiene muy ocupada lavando su ropa y limpiando su casa. Se me está poniendo difícil, vos, se me está poniendo difícil, pero vos sabés que las mujeres difíciles son las que valen la pena.
-Pues sí –le dije-, valen la pena…
-Verdad que sí –me dijo, visiblemente jubiloso-. ¿Vos qué harías en mi lugar?
-Puesss…, yo digo que le explicaría mis sentimientos y que conmigo la cosa va en serio.
-¡Exactamente…! Fijate que me puse a buscar en Google y me encontré con un libro en el que vos podés encontrar conjuros mágicos para cualquier cosa. Yo encontré uno que estoy decidido a utilizar, mirá, aquí lo tengo, dice:
“Conjuro mágico para conseguir el amor de la mujer amada. Tómese un pelo de la coronilla de la mujer amada, una moneda de plata que ella haya tenido consigo durante siete días y un arete de su oreja izquierda. Póngase todo a hervir en un jarro de asperón lleno de vino de consagrar, échese también una cabeza de ajo, un tornillo de rosca sin fin y dos hojas de un árbol de cedro de Líbano y al cabo de media hora sáquese el arete y envuélvase en un pañuelo rojo granate. Una vez se haya enfriado el cocimiento se deberá tirar a la corriente de un río de aguas límpidas y puras. Ya con el arete envuelto en el pañuelo deberá acercarse a la mujer deseada y deberá decirle: “Oh, capullo de alhelí, flor deliciosa, corazón apasionado, destello de dulzura, delicado perfume de oriente, vida mía consentida, aroma de delicados azahares, pensamiento favorito del día, sueño de ofir, sonrisa de verano y consuelo de otoño, arpegio de otro mundo, cítara esplendorosa”. Luego de que le haya dicho este parlamento a la mujer amada se le deberá tocar sutilmente el glúteo derecho y ella caerá rendida a los pies del hombre enamorado y lo seguirá a todas partes”.
-¿Qué te parece?
¿Y yo qué le podía decir? Solo se me ocurrió decirle que me parecía muy bien.
-¿Verdad que sí, vos? Lo que me tiene un poco preocupado es que no sé qué cosa es un asperón, ni en dónde podría conseguir las dos hojas de un árbol de cedro de Líbano. ¿Vos no sabés algo de eso?
Está claro que yo no sabía nada de eso, pero le dije que no tuviera pena, que se fuera tranquilo y que haría lo posible por averiguarle. Me dio las gracias y se fue.
Yo más creo que está algo jodida la cosa con los proyectos de casorio de Gedeón.