Gustavo Sánchez Zepeda
Because I could not stop for Death,he kindly stopped for me;the carriage held but just ourselvesand immortality.
Emily Dickinson
Hace seis meses descubrió una masa que le rodeaba el hígado, por su experiencia en el campo decidió retirarse después de ver el resultado de la biopsia. No le explicó a nadie salvo a su esposa, Ingrid, y al colega con quien compartía la clínica: un joven profesional que lo ha acompañado durante los últimos treinta años de práctica profesional, quien afectuosamente se dirige al viejo médico como Profesor desde la época que fue su maestro.
Hay situaciones que no se divulgan y de todos modos se saben. La muerte es así, de ella se habla en voz baja. Recuerdo Memorias de un amnésico, la novela de Álvaro Contreras Vélez: “de tumba en tumba lo supo todo el cementerio”.
Su discípulo-colega fue mi vecino, compañero de estudios y amigo de la infancia; lo dejé de ver en primaria y cuando lo volví a encontrar ya era médico. Ernesto Gámez, su joven colega, me llamó para contarme sucintamente: Vos Gerardo, tu tío tiene cáncer, por si querés venir a verlo. Después me enteré, mi tío había manifestado el deseo de verme. Quizá porque cuando yo viajaba a la ciudad donde es originaria nuestra familia, pasaba por su casa a compartir un café y conversar. Durante los días previos al viaje me pude dar cuenta que pocos sabían de su enfermedad, hasta dudé que lo supieran mis primos, sus hijos.
Llamé a su hija, Estela, hija de un matrimonio anterior. Ella no había hablado con su papá desde hace años, se distanciaron por circunstancias de la vida. Hacía mucho tiempo fue a estudiar a Estados Unidos, se casó y se quedó. Le hablé porque sabía que ella quería hablarle pero tenía cierto temor, era ahora o nunca. Le escribió una carta y me la envió por correo electrónico.
Hola buenas tardes, tío, ¿cómo está?Muy bien, ¿viniste solo?No, con mi esposa, en un momento sube.Tus hijos ¿cómo están?, contame de ellos, uno por unoClaro tío, y hablé largamente.¿Y mis primos?, pregunté.Solo Esteban ha venido, los otros se están tomando su tiempo.¿No les contó?Vino el mayor así que ya deben saberlo. Además, no los quiero obligar, prefiero que salga de ellos.A propósito, Estela le escribió una carta.¿La tienes?, dámela, ¿ahí está su número telefónico?Sí tío, la puede llamar cuando usted lo desee ¿quiere hablar con ella ahora?Sí, contestó. La llamé desde mi teléfono y lo comuniqué.
Hablaron quince minutos. No voy a contar la conversación, fui testigo de un intenso momento padre – hija, privado. Después de la llamada nuestra conversación siguió:
Tío, mi primo Arturo, su colega el otorrino, también quiere venir ¿tiene inconveniente?
Quién desee venir, Gerardo, solo que me avise un día antes. Quiere estar presentable, lo entiendo. La misma actitud de la tía Stella, su hermana: pulcros hasta en la muerte.
Tío, ¿por qué no lo contó abiertamente a la familia?, muchos habrían venido a verlo.
Es probable, Gerardo, pero vendrían por obligación. Mejor que se sepa a sotto voce, así pueden fingir que no lo saben y los que vengan, que vengan por su voluntad. Soy libre y me agrada que la gente lo sea.
Mi esposa entra, abraza a mi tío y se sienta a mi lado. Él le sonríe y continúa hablando.
No me lo preguntaste (suspira profundamente), quienes han venido quieren saber por qué no voy a quimioterapia si soy médico. Nunca les respondo, pero a vos te voy a pedir un favor así que te lo diré: tengo 88 años, ya viví lo suficiente y muy bien ¿para qué voy a hacer sufrir a mi esposa? Mucho hace con lo que hace y con ese tratamiento viviría serían otros cinco años con mala calidad de vida. Es mejor así. Hace una pausa larga, mira hacia la ventana.
También han ofrecido hospitalizarme, me dicen que estaría mejor cuidado y quizá tengan razón, pero ya no tendría esta belleza de volcán en mi ventana, ni la libertad que tengo en mi casa. Con los parches y las pastillas estoy bien. Ahora está mi esposa con la idea que baje al primer nivel, ahí me preparó una habitación. Seguro está cansada de subir comida pero quiero irme desde esta habitación. Sonríe.
Todo el equipo y los muebles de la clínica, por ejemplo, se los dejé al Dr. Gámez, ninguno de mis hijos es médico y no sabrían qué hacer con eso.
No sé si es cuestión cultural o generacional pero muchas personas suelen chantajear para lograr sus objetivos. Argumentos como Te vas de la casa sin tomar en cuenta que me vas a hacer falta, Después de todo lo que he sacrificado por ti, o ¿Vas a romper la tradición familiar? Y por alguna razón las personas aumentan el chantaje cuando están cerca de la muerte. Él no.
El hombre tiene sesenta años de ser médico. Su padrino de graduación fue su hermano mayor, médico también. Es el menor de los hermanos, ahora solo están vivos él y su hermana pequeña. Nacieron catorce, solo dos vivían. Sin distinción de género, la mayoría de sus hermanos murieron por cáncer o ataque cardíaco, solo uno falleció por una infección mal cuidada.
Seguí conversando con aquel hombre que le costó llegar a ser profesional pues sus últimos años de medicina los realizó sin ayuda. Por su parte, les proporcionó a sus hijos el soporte necesario para hacer carreras universitarias. El hombre fue docente de su especialidad en la Universidad de San Carlos, cofundador y socio de un importante Hospital Privado, médico reconocido en una sociedad competitiva y cerrada; había gozado intensamente la vida y ahora estaba viviendo tranquilamente la muerte. Fue una conversación amplia y sincera con un hombre satisfecho. Cuando me despedí, repitió:
Tengo 88, he vivido… no tengás pena. Un último favor, cuando bajés hablá con Ingrid, tu ¿tía?, sonrío con picardía. Era mi tía política, menor que yo por diez años más o menos.
Por favor lee esto antes de salir de casa (me entrega un sobre) y háblale, ella no termina de entender.
Mi esposa y yo nos despedimos con un abrazo enorme, quizá el último. Bajamos. Ingrid nos preguntó si deseábamos café, se veía muy cansada. Aceptamos, ella se fue a prepararlo y nos sentamos a esperar, seguramente se desahogaría. Aproveché para leer la carta, fechada dos meses atrás y escrita a mano, con pulso firma y letra de amanuense más que de médico.
Querido Gerardo:
Gracias por estar aquí, te voy a robar el resto del día. Ingrid nunca comprendió por qué me rehusé a la quimioterapia y entenderá menos lo que haré hoy. Por eso es importante que estés en mi casa…
Mi lectura se interrumpió por el sonido de un balazo, esa tarde ya no hubo café.