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Vinicio Barrientos Carles

Guatemalteco de corazón, científico de profesión, humanista de vocación, navegante multirrumbos… viajero del espacio interior.   Apasionado por los problemas de la educación y los retos que la juventud del siglo XXI deberá confrontar.   Defensor inalienable de la paz y del desarrollo de los Pueblos. Amante de la Matemática.                    

Si ignoras el nombre de las cosas, desaparece también lo que sabes de ellas.
Carl von Linneo

Este recién pasado 23 de mayo se cumplieron 316 años del nacimiento del naturalista, botánico y zoólogo sueco Carlos Linneo (Carl Nilsson Linnæus, conocido después de su ennoblecimiento como Carl von Linné), quien ha pasado a la posteridad como el creador de la clasificación de los seres vivos, o taxonomía biológica.   Específicamente, fue en 1731 cuando ideó y propuso un sistema de nomenclatura binomial para clasificar a todos los seres vivos, conocido al día de hoy como la denominación científica de una determinada especie.   Este «nombre científico» se conforma de dos componentes, que son palabras en latín, de raíz grecolatina o latinizadas, escritas en cursiva.

Así, como ejemplo, el animal conocido en castellano como gato doméstico es el Felis silvestris.   La primera palabra indica el género, escrito con mayúscula inicial, a la que se sigue el nombre de la especie, siempre escrita minúscula.   Si somos observadores, este sistema es similar al del nombre y apellido usado para identificarnos de manera coloquial, pues el apellido es genérico, referidos a varios miembros de la ascendencia y descendencia, mientras el nombre es un epíteto específico para cada una y cada uno de nosotros.   Asimismo, Linneo fue quien agrupó los géneros en familias, estas en clases y las clases en reinos, que por aquella época era únicamente dos: el animal y el vegetal.

De esta guisa que el sistema ideado por el biólogo sueco le permitió tipificar y clasificar más de ocho mil especies animales y seis mil vegetales, nombrando, como particular, en 1758, a la especie humana actual como Homo sapiens.   Esta denominación hace clara alusión al rasgo biológico más característico de la especie, entiéndase, sapiens, por sabio, capaz de conocer, en virtud de la singular competencia que posee el ser humano para realizar operaciones conceptuales y simbólicas muy complejas, como el lenguaje, muy por encima de las otras especies animales con las que convive y comparte el planeta.  Actualmente también se usa, para los animales, la subespecie: el gato es Felis silvestris catus y el ser humano es Homo sapiens sapiens.

El proceso evolutivo representa un inmenso árbol de ramificaciones hacia variedades que, partiendo de una determinada especie, se transforman, en el largo plazo, en otras.   Mientras más se retrocede en el tiempo, nos movemos hacia ramas más genéricas hasta llegar a un tronco común.   Dicho de otra forma, mientras más vamos hacia atrás, en el tiempo, nos colocamos más arriba en la clasificación taxonómica de cualquier ser vivo, cuando el proceso de especiación implicaba menos diversidad.  Esto significa que cualesquiera dos especies de seres vivos, sin importar cuáles sean, siempre tendrán una especie común de donde ambas se ha originado.

Por otro lado, mientras más separadas se encuentren las especies, más tiempo deberemos retroceder para encontrar ese tronco común de ambas.   Estos parentescos o cercanías se ven reflejados en la clasificación taxonómica que Linneo construyó.   Los taxones inicialmente propuestos fueron, como hemos comentado: reino, filo, clase, orden, familia, género y especie.   La definición de la especie se encuentra vinculada con la capacidad para reproducirse de manera exitosa y estable.   Así, dos organismos vivos serán de la misma especie si pueden procrear descendencia saludable, que perpetúe el proceso de manera potencialmente indefinida.   Las interrogantes y los avances al respecto de nuestro origen como especie de la biota contemporánea son el tema medular de la paleoantropología.

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Linneo publicó, en 1753, la obra Species plantarum, texto que marca un hito en la nomenclatura moderna para la biología en formación, prácticamente un siglo antes de que Charles Darwin y Alfred R. Wallace plasmaran, de manera independiente, sus aportes al evolucionismo por medio de la selección natural.   Lo que estamos diciendo es que la clasificación lleva dentro de sí las ideas evolucionistas más básicas, puesto que el taxón compartido entre dos especies proporciona una métrica de su distanciamiento evolutivo.   Por ejemplo, con el gato compartimos la clase (mammalia), pero no el orden, mientras que con el canario compartimos el filo (chordata) pero no la clase.

Lo anterior significa que, como humanos, estamos más próximos al gato que al canario.   Por otro lado, si compartiéramos con alguna especie el orden, que es más específico que la clase, estaríamos más cercanos a esa otra especie que al gato.   Es el caso de un orangután, que por ser también un primate compartimos el mismo orden.   Por otro lado, el antecesor común con el orangután lo encontraremos más próximo, en el tiempo, que el correspondiente antecesor común con el gato, y este aún más cercano si buscamos el antecesor común entre nosotros, los humanos, con el canario, con quien compartimos únicamente el filo.   El canario y los humanos somos ambos vertebrados, pero uno es un ave y el otro es un mamífero.

Cabe mencionar que Carlos Linneo recibió muchos honores a lo largo de su vida, y en homenaje póstumo sus restos físicos se encuentran enterrados en la ciudad de Upsala, de su país natal, siendo estos considerados el tipo nomenclatural (ejemplar simbólico) para la especie humana. No cabe duda que la magnanimidad de la obra de Linneo llegó casi intacta hasta nuestros días, constituyéndose en el fundador de la sistemática, y primer exponente de una de las tres escuelas vigentes, denominada hoy evolucionista (anteriormente se hablaba de la escuela de sistemática tradicional o linneana).

Como se ha mencionado, es el padre de la taxonomía y de la nomenclatura, que pueden apreciarse más como metodologías técnicas que como ciencias en sí mismas.   En esta oportunidad estaremos honrando la obra de Linneo, presentando un artículo introductorio, aunque no exhaustivo, en el cual se desarrolla y se explica la parte más general de la clasificación taxonómica que actualmente se tiene para el ser humano, reparando en las razones que justifican el porqué de cada uno de los taxones.   Cada taxón representa un grupo de organismos biológicos emparentados, a los que se pertenece como especie, en los aspectos más relevantes e interesantes de la clasificación.

Con relación a la cercanía y los antecesores comunes, al retroceder al máximo en el tiempo, remontándonos a los orígenes de la vida misma, podremos encontrar diversos planteamientos sobre un único ancestro común a toda forma viviente actualmente identificada.   Nos encontraremos ante LUCA, el último antepasado común universal, en inglés: last universal common ancestor.   Se trata del antepasado común más reciente de todo el conjunto de organismos vivos actuales y probablemente, también, de todos los conocidos como fósiles, aunque no se puede descartar teóricamente que se identifiquen restos de otros seres vivos de la misma o mayor antigüedad que él.   El titular de la publicación responde a esta noción y a una aproximación a la superfamilia a la que pertenecemos.

Retornando al proceso de clasificación taxonómica o sistemática biológica, iniciaremos desde arriba, considerando el taxón más amplio posible referido al tema fundamental de los posibles reinos de formas vivientes.   En este sentido, hace unos cincuenta años, la escuela elemental enseñaba que toda natura pertenecía a uno de los tres reinos existentes: el reino animal (animalia), el reino vegetal (plantae) o el reino mineral (lapides), en correspondencia a lo que Linneo dejó en sus obras maestras.  Sin embargo, para entonces en las facultades de biología de diversas universidades era tema de estudio la separación basal de todos los seres vivos conocidos, y para ese entonces se discutía sobre cuántos reinos debían ser considerados y con base en qué criterios.

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En la imagen precedente, número dos, se muestra la clasificación taxonómica, actual y completa, de nuestra especie humana.  En este sentido, cabe mencionar que, históricamente, la primera organización en dos reinos se debe a Aristóteles de Estagira (s. IV a.C.), siendo el grupo de animalia caracterizado por seres que poseen un «ánima», esto es, un alma sensitiva, que, además de proveer al ser de reproducción, crecimiento y nutrición, características compartidas con los seres vegetativos, le conceden como propiedades específicas de los animales la percepción, el deseo y movimiento libre.

Esta tradición del primer biólogo y sistemático, Aristóteles, llegó intacta hasta Linneo, quien únicamente agregó a los dos reinos orgánicos, animalia y vegetabilia, un tercero, lapides, en el que incluyó a todos los seres naturales no vivos, tales como los minerales y las piedras, de donde proviene el término empleado.   En la imagen siguiente se muestra un sinóptico de la carrera que se ha llevado a cabo para llegar a la concepción actual, que utiliza dos superreinos, tres dominios (o granreinos) y siete reinos, los cuales contienen a todos los organismos vivos, en la concepción estándar.   Esta concepción estándar, o tradicional, no incluye a los virus como seres vivos, aunque si los considera organismos biomoleculares.   Se muestran, en esta imagen tercera, las fechas y los aportes correspondientes.

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Aunque resultaría interesantísimo detenerse en este punto, puesto que se trata de la clasificación fundamental de todos los seres vivos, el espacio no sería suficiente, por lo que solamente comentamos a grandes rasgos algunos de los avances.   Principalmente, debido a las mejoras en los instrumentos microscópicos, se consolida el descubrimiento de la vida en microorganismos unicelulares, por lo que mediados del siglo XIX existen diversos intentos de incluir estos organismos en la taxonomía tradicional.  Destaca Haeckel, que en 1866​ propuso un tercer reino considerado el primordial o primigenio, denominándolo reino protista.   Ya Haeckel reconoció lo problemático de la clasificación de estos organismos, por la presencia de caracteres mixtos, prevaleciendo los criterios sistemáticos, antes que los filogenéticos.

Por otro lado, Chatton introdujo la importante distinción entre procariotas y eucariotas, que resolvía mucho del conflicto que existía en el reino protista, que resultaba siendo en un grupo altamente polifilético.   En este sentido, desde que Haeckel propuso el reino protista, muchos biólogos consideraron que este grupo debía subdividirse en varios reinos monofiléticos, discusiones que llevaron a la creación de la teoría de la sistemática filogenética, posteriormente sería denominada cladista, que introducía explícitamente el concepto de evolución en la sistemática por grupos monofiléticos, tal y como postulaba originalmente Darwin.   En esta perspectiva es fundamental la consideración de grupo denominados clados.

De estas discusiones se llegó a la propuesta de sistemas multirreinos, algunos de ellos con varias decenas de reinos.   En este caos de numerosas alternativas, cierto ordenamiento se logró con la innovación que hace Wittaker, en 1969, con su propuesta de los cinco reinos.    De Wittaker deriva el sistema actualmente aceptado, únicamente agregando el concepto de los tres dominios, o granreinos, propuesto por Woese, en 1977, y la posterior división de lo que Wittaker había dejado como el reino protista, el cual fue separado en los actuales chromista y protozoa.   A continuación, un sinóptico con el actual estado del arte, en lo que respecta a los reinos y los taxones superiores a estos.

 

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La anterior clasificación, ilustrada en la imagen número cuatro, ha sido denominada de los siete reinos y los tres dominios, porque son siete los contemplados adentro del imperio cytota, correspondiente a los organismos celulares, excluyendo en este imperio a los virus, viroides, priones, plásmidos y transposones, en vista de que son considerados, por la mayoría de las y los estudiosos, como organismos biológicos, pero no como seres vivos propiamente dichos, en vista de que son acelulares (acytota) y por ende no satisfacen las condiciones o prueba de la teoría celular.   De manera muy general, para la identificación por quien nos lee, los siete reinos pueden ser descritos por medio de ciertas características comunes a todos sus miembros, de la siguiente forma:

Bacteria: procariontes con una típica pared celular de peptidoglicano, siendo los seres vivos más abundantes, con una amplia variedad de hábitats y metabolismos. Hay grupos fotosintéticos, pero la mayoría son aerobios y quimio–órgano–heterótrofos. Muchos son patógenos. Este es el primer dominio o granreino

Archaea: procariontes cuya pared celular no presenta peptidoglicano, sino glicoproteínas u otros compuestos (monodérmicos). En su mayoría son anaerobios con metabolismo quimiosintético. No son patógenos. Este es el segundo dominio o granreino

Protozoa: grupo basal parafilético, con las características eucariotas más primitivas del tercer dominio o granreino. Suelen ser células desnudas, con movilidad, flagelados o con tendencias ameboides. Mayormente son unicelulares, heterótrofos, alimentándose por fagocitosis.

Chromista: grupo eucariota muy diverso, muchos de ellos fotosintéticos (algas) que contienen clorofila a y c (cromofitas).   La mayoría son unicelulares, excepto los pseudohongos y las algas pardas.   Suelen presentar rigidez debido a la presencia de una pared celular, siendo filogenéticamente cercano a plantae.

Plantae: son los eucariontes fotosintéticos oxigénicos y por ende autótrofos, con cloroplastos que presentan clorofila a y b. Son principalmente multicelulares con paredes celulares y tejidos estructurales con celulosa. En la reproducción es común la alternancia haplo-diploide. Destacan las plantas terrestres.

Fungi: son eucariontes heterótrofos, aerobios y osmótrofos, mayormente multicelulares cuyas paredes celulares contienen quitina. La reproducción es mediante esporas haploides.

Animalia: son eucariontes heterótrofos, aerobios, fagótrofos y multicelulares de gran diferenciación tisular. Sus células son diploides y los gametos haploides. Presentan locomoción, desarrollo embrionario por blastulación y la proteína estructural es el colágeno. Es común un sistema nervioso para la función sensorial y motora de la contracción muscular.

La imagen que se muestra a continuación ilustra dos variantes de propuesta evolutiva para los siete reinos, en donde aparecen aún integrados en protista la parafilia más amplia de eucarya. La relación evolutiva entre los dominios es crucial para comprender el origen de la vida, y desde Linneo, y más actualmente, esta redefinición no ha sido una carrera fácil. La rivalidad entre los sistemas de tres dominios y el de dos superreinos llegó a niveles álgidos, al punto que Woese fue atacado incluso con epítetos como «loco chiflado», mientras sus defensores calificaban a los tradicionalistas de «dogmáticos y cerrados» a los nuevos análisis genético ribosomales, los cuales permitieron profundizar en la filogenia procariota, hasta entonces difusa.  La discusión estaba servida.

Como cabe comprender, estos nuevos métodos han representado una completa revolución en la biología del siglo XXI, como estaremos ampliando en el proyecto de redactar un nuevo artículo que espera describir la posición actual del género Homo.   En la imagen que sigue un esquema sintético del árbol de la vida, a nivel de los dominios y los reinos.

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Iniciamos haciendo alusión al trabajo del naturalista sueco Carlos Linneo, creador de la nomenclatura binomial.   Cabe señalar en estas reflexiones que el científico, en los albores de una naciente ciencia de la vida, tuvo que confrontar algunas dificultades para establecer la clasificación biológica de la especie humana.   Empero, no se trató de dificultades técnicas o de tipo científico, sino todo lo contrario, de tipo social, tomando en cuenta que se encontraba a mediados del siglo XVIII.   Como se ha mencionado, Linneo incluyó al ser humano en determinados taxones, y mientras estos grupos de organismos biológicos emparentados se consideraban más próximos al ser humano, más objeciones se colocaban en esta iniciativa taxonómica naturalista.

En resumen, de manera lacónica, pero clara, el ser humano se negaba a aceptar su posible parentesco y cercanía con otros seres vivos, pero, en particular, su negativa a asumir responsablemente su antiguo linaje simiesco.   Para las creencias religiosas dominantes de la Europa de la Modernidad, el ser humano era creatura única e incomparable, disímil en lo absoluto, de cualquier otro ser vivo.   Posiblemente este tema y el hecho de la educación provista por su padre Nils, que era pastor luterano, llevó a Linneo a desarrollar, construir, el fijismo, como teoría fundamental para resolver cualquier asunto en torno de la cuestión del origen del hombre.

La polémica en ciernes explotaría en beligerante conflicto, un siglo después, con el advenimiento de las ideas evolucionistas provenientes de las obras de Jean-Baptiste Lamarck, pero, fundamen_talmente, con la sistemática de Alfred Wallace y Charles Darwin.   En suma, con la publicación de El origen de las especies se llegó a la aceptación del hecho, ahora innegable, de la evolución biológica, y esto por la gran mayoría de los naturalistas del siglo XIX.   No obstante, la teoría evolutiva tardaría mucho más tiempo en ser definitivamente aceptada, ante todo frente a las nuevas aparentes contradicciones en las que caería con el descubrimiento de la genética y la teoría biológica de la reproducción.

Hay varios indicios que colocan a Linneo en un cuestionamiento crítico, científico, mucho más serio que el proveniente del pensamiento dogmático religioso.   Para ilustrar esta ponderación, véase, por ejemplo, que fue el primero de los naturalistas que ubicó expresamente al ser humano como una especie más perteneciente al reino animal.   A este respecto, en su libro Dieta Naturalis puede leerse: «Uno no debería descargar su ira sobre los animales, la teología decreta que el hombre tiene alma y que los animales son meros autómatas mecánicos, pero creo que sería mejor enseñar que los animales tienen alma y que la diferencia está en la nobleza».

Puede apreciarse que, en esta cita y en otras, Linneo, sin darse cuenta, cuestionaba las mismas ideas fijistas y transformistas que formalmente sostuviera posteriormente.   Así, aunque cedió en diversos aspectos, la posteridad juzga como se impuso en lo fundamental: el Homo como un género más dentro de una familia en la cual procedió a incluir a todos los monos, a quienes denominó primates, por ser biológicamente nuestros parientes más próximos, esto es, nuestros primos (o primeros) en la inmensa diversidad de la naturaleza.

Cabe resaltar que originalmente había denominado a este taxón como antropomorfos (anthrōpos, hombre, y morfē, forma), de lo cual declinó por las adversidades que las autoridades eclesiásticas del momento ejercieron sobre una propuesta como esa.   En aquellos entonces se afirmaba que en el cosmos debían ser distinguidos dos tipos de seres: los naturales y los artificiales. Esta burda clasificación exhibe el aberrante énfasis del innegable antropocentrismo imperante en el pensamiento occidental, que colocaba al ser humano como el centro y objeto de toda la creación.   Después de todo, se ha llegado a afirmar que nuestra visita al satélite selenita representa «la conquista del universo por el ser humano», lo cual a todas luces no es sino un rotundo disparate.

Regresando a la taxonomía del ser humano, en la parte primera tomamos nuestro tiempo en investigar los reinos naturales. A pesar de que se trata del taxón más general planteado por Linneo, que consideraba únicamente tres reinos (animal, vegetal y mineral), el debate al día de hoy sigue vigente y no es nada simple.   Sin embargo, ahorrándonos muchos detalles, se ha llegado a la aceptación, casi universal, de este sistema que incluye tres dominios (granreinos), y siete reinos, como se aprecia en una de las figuras sinópticas aquí incluidas.

Como se observa en la imagen número cuatro, allí pueden ubicarse a todos los seres en cuatro imperios, siendo el nuestro el imperio cytota, que está conformado por todos organismos vivos de estructura celular.   Los otros tres imperios serían acytotaabiotaartificialis.   Este nuestro imperio cytota (i.e. celular) está conformado por tres dominios: eucaryabacteria y archaea (griego arkhaía: las antiguas), siendo el nuestro, el eucarionte, aquel cuyos organismos integrantes poseen células con un núcleo propiamente dicho.   Posteriormente, adentro del dominio eucarya se tienen siete reinos, circulados en color rojo en la imagen. Uno de estos siete reinos, animalia, es el que contiene a nuestra especie humana.

Teniendo claro que somos animales, conviene hacer síntesis de las características principales de estos miembros de cytota \ eucarya \ animalia, que evidencian, como funciones esenciales, las siguientes: alimentación, respiración, circulación, excreción, respuesta, movimiento y reproducción. Entre todas las anteriores, la movilidad es quizá la característica más llamativa de los organismos de este reino, aunque no es exclusiva del taxón, porque se observa en organismos del reino protozoa.   Un sumario de animalia incluiría lo siguiente, sin orden específico alguno:

  • Organización celular: eucariota y pluricelular.
  • Nutrición: heterótrofa por ingestión, y a nivel celular, por fagocitosis y pinocitosis.
  • Metabolismo: aerobio, es decir que consumen obligatoriamente oxígeno. Sin embargo, Loricifera(un filo) puede vivir en un ambiente permanente de anaerobiosis, ya que no contiene mitocondrias, sino otros orgánulos.
  • Reproducción: todas las especies animales se reproducen sexualmente (algunas solo por partenogénesis), con gametos de tamaño muy diferente (oogamia) y cigotos (ciclo diplonte).
  • Desarrollo: Mediante embrión y hojas embrionarias. El cigoto se divide repetidamente por mitosis hasta originar una blástula.
  • Estructura y funciones: poseen colágeno como proteína estructural. Tejidos celulares muy diferenciados y sin pared celular.
  • Simetría: excepto las esponjas, los demás animales presentan una disposición regular de las estructuras del cuerpo a lo largo de uno o más ejes corporales (bilateria).
  • Tejidos: diferenciados y especializados, que incluyen músculos, y un sistema nervioso, que envía y procesa señales. Suele haber también una cámara digestiva interna, con una o dos aberturas. La excepción tisular la tiene el filo Porifera(esponjas).

Nuestro reino animalia se subdivide en filos (phylum), pero esto agrega una mucha mayor complicación clasificatoria de la previamente mostrada. La razón se debe a las grandes modificaciones impulsadas desde la nueva sistemática filogenética (cladista), a la que en justicia y propiedad deberemos apartar un tiempo específico para su explicación y esclarecimiento. En la clasificación linneana no aparece el taxón filo. Actualmente el ser humano está dentro del filo chordata, que abarca a los conocidos vertebrados (subfilo vertebrata), quienes además de un notocordio central (dentro de bilateralia) poseen vértebras como las observamos en nosotros mismos.  Esta clasificación se extrae y plantea en la imagen número seis.

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Al desmenuzar el filo chordata se inician algunos conflictos. En la clasificación tradicional (ya un poco antigua, pero muy conocida), los vertebrados podían ser de cinco tipos, denominados según las clases del filo, que eran: mamíferos, aves, peces, reptiles y anfibios. En aquellos entonces, hace tan solo cincuenta años, se enseñaba de esa manera, agregado a la supuesta conjetura de que los extintos dinosaurios eran, algo así, como reptiles.   Hoy todo esto se ha podido constatar que dista mucho de la realidad, y por ello toda la taxonomía está sufriendo inmensos cambios que, como se ha comentado, no podemos dilucidar por nuestro espacio y nuestro tiempo.   Ojalá podamos irlo abordando, de manera apropiada, en próximas oportunidades.

Aceptando como nuestra clase a mammalia, podemos descender un nivel y comprender que el orden primates, que incluye a monos y simios, es el orden que corresponde a nuestro género Homo.    Puede verse en nuestro esquema de familia a una serie de subclasificaciones que resulta un poco más interesante investigar, puesto que hablan de nuestras cercanías, lejanías y proximidades con el Homo sapiens actual.

Concluyendo un primer objetivo, aunque hemos dedicado un cierto espacio para exponer sobre los dominios y los reinos, cabe señalar que nuestros mayores intereses en torno de la taxonomía girarán en torno de nuestra especie.   Usualmente olvidamos, o dejamos entre paréntesis, que la misma es tan solo un punto en el firmamento del amplio y profundo universo de los misterios en una naturaleza diversa.   La historia del ser humano se queda pequeña ante una interrogante más profunda, como lo es la del origen mismo de la vida.   El marco establecido por los avances en la sistemática de la biología moderna y la teoría de la síntesis evolutiva ha arrojado nuevas luces al respecto.

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Para muestra un botón: el árbol evolutivo presentado en una de las imágenes previas muestra un hecho práctica y verosilmente demostrado, que habla del origen simbiogenético de los eucariontes más primitivos, los protistas, dentro de nuestro dominio eucarya, por fusión (eucariogénesis) entre una arquea, del dominio archaea (superreino prokaryota) y una bacteria (también del superreino prokaryota).   De forma similar, se ha comprobado que posteriormente la simbiogénesis entre un protista y una cianobacteria originó las plantas, autótrofos multicelulares, de los cuales se originaría, en la cúspide evolutiva, la variedad animalia, que devendría en mammalia, y muy, muy posteriormente, nuestro linaje más antiguo del género Homo.

En esta línea de pensamiento, sobre nuestra superlativa autoponderación, el padre de la etología, Konrad Z. Lorenz, solía decir: «He encontrado el eslabón perdido entre los simios superiores y el hombre civilizado: nosotros».   Cuando era muy chico, usábamos la palabra simio para denotar cualquier primate, como sinónimo de «mono», y a los monos más cercanos al hombre se les identificaba usando el calificativo de antropoides, o antropomorfos, atendiendo cabalmente a las raíces griegas que ya hemos explicado: antropoide, por anthropos – hombre y oides – similar a, así como antropomorfo, por anthropos y morphos – forma.

Sin embargo, de este dato sobre el origen de los términos, lo importante aquí es caer en la cuenta de que no existe ninguna justificación científica por la cual deba considerarse un grupo para los grandes simios separado de otro que sea exclusivo para el ser humano, como ahora se ha podido comprobar por medio de los nuevos métodos de la sistemática filogenética, sobre los cuales podremos ahondar más despacio en otra oportunidad.

Debe reconocerse que desde los tiempos de Carl von Linneo, el fundador de la taxonomía natural, la nomenclatura binaria y con ello padre de la sistemática biológica, prevalecía en el pensamiento científico característico de la modernidad del siglo XVIII un fuerte antropocentrismo que gobernaba la mente de muchos intelectuales interesados en las ciencias naturales, tanto así que hemos comentado en anterior ocasión que el mismo Linneo era defensor de un cierto creacionismo dinámico. Aun así, el naturalista sueco fue el primero en colocar al ser humano dentro de las creaturas biológicas que debían ser clasificadas e identificadas dentro del universo existente. Así, en la primera edición del Systema naturae, incluyó a los seres humanos, tal y como lo hizo con cualquier otra planta o animal, nombrándole Homo sapiens. En esta primera edición (1735) colocó al hombre y a los monos bajo la misma categoría, Antropomorpha a la cual en la décima edición (1758) renombró como primates (orden) dentro de la clase Mammalia.

Linneo señaló con total claridad que los monos y los hombres poseían básicamente la misma anatomía, y no encontraba ninguna otra diferencia con la excepción del habla (y así de la inteligencia). Esta postura recibió fuertes críticas, tanto de científicos como de religiosos, a quienes les preocupaba que se pusiera en el mismo nivel tanto a monos como a hombres, por una supuesta posición espiritualmente más alta. Acá vale una digresión sobre el mismo término homo, que en latín significa hombre, mientras en griego es un prefijo que significa igual o similar, y esto es por la concepción imperante de las religiones abrahámicas  que establece que el hombre fue creado a imagen de Dios, es decir el similar a Dios. De esta manera, si se relacionaban monos y humanos como miembros de un mismo grupo o taxón natural, cabría interpretar que los monos también representaban la imagen de Dios, algo que muchos no podrían aceptar.

Mucho ha pasado en los últimos doscientos cuarenta años desde la muerte de Linneo, pero más ahora en el último hemisiglo en el cual se ha dado toda una revolución taxonómica que no podemos dejar de lado, pues las técnicas de filogenia basadas en las similitudes del ADN molecular (reloj molecular) han abierto nuevos horizontes al respecto de las clasificaciones tradicionales del pasado. Esto abarca, como es de esperarse, al estudio de la evolución del ser humano, la cual ha iniciado una carrera desde el atrevimiento linneano de colocarlo como un ser vivo más. De hecho, el primate homínido denominado Homo sapiens se ha venido emparentando cada vez más de cerca con otros de los que anteriormente hubieran sido considerados únicamente como monos con forma humana. Véase en la imagen que sigue como se han incluido otros taxones intermedios, que acá no podríamos incluir exhaustivamente. Si antes se hablaba de una familia, Hominidae (u homínidos, que únicamente contenían a los seres humanos), ahora vemos más taxones. Abajo se ve que la tribu Hominini incluye a varios géneros, aunque actualmente sobreviven solo el género Pan (correspondiente a los chimpancés y bonobos) y el género Homo, que aparte de la especie sapiens también incluye a otros humanos extintos, tales como los neandertales y los denisovanos.

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Aparte de que este sinóptico permite explicar el título de este artículo, que incluye la superfamilia hominoidea, podemos realizar una crítica profunda a la imagen inicial tan ampliamente difundida, de la cual hablamos anteriormente con referencia al Ramapithecus, que se ha comprobado no es ancestro directo del Homo sapiens actual, sino, por el contrario, el cladograma de este género muestra que es una derivación de un antecesor común del género Pongo, subfamilia Ponginae, correspondiente al orangután actual. Este sería tan solo un detalle. El error grave que transmite esta imagen tan difundida y sometida a diversas variaciones, es que traslada una idea totalmente incorrecta, proponiendo una concepción lineal de la evolución. En la segunda parte de este tema, estaremos adendando alguna explicación sobre este punto.

Bajo esta concepción lineal es que se popularizó la idea, incorrecta, del eslabón perdido, en el sentido de que debería existir una especie no encontrada que resultara ser un intermedio entre el simio actual mejor desarrollado, como un chimpancé, y el humano actual. Por ello se habló, hace ya más de siglo y medio, del Anthropopithecus (1839), castellanizado como antropopiteco, que significaría «mono-hombre», es decir «mono con características de hombre», así como también del Pithecanthropus (1868) que vendría a significar «hombre-mono», u «hombre con características de mono». Puede observarse el uso de las raíces anthropos – hombre y píthēkos – simio.

No se sabe con certeza de qué especie proceden los primeros miembros del género Homo, o al menos cuál sería el grupo o taxón de los fósiles encontrados que pudieran ser considerados cercanos genéticamente a ancestros, monofiléticos, del Homo sapiens actual. En este y otros puntos importantes no hay un acuerdo general. Convendrá reparar en lo que sí se tiene claro, pues ya existen diversos estudios que apuntan las hibridaciones de las cuales procede el humano actual, en distintas proporciones, resultado de cruces sostenidos durante cierto tiempo entre, por lo menos, cuatro especies distintas de miembros del género Homo sapiens (neandertaldenisovano), así como, muy probablemente, descendientes residuales de Homo erectus.   En la próxima estaremos proporcionando un resumen de todas las inquietudes pendientes.

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Acá es importante enfatizar el error de visualizar la evolución linealmente, pues ahora existe claridad que, dada la aparición de ciertos fósiles homininos (subtribu Hominina, caracterizada por la postura erguida y la locomoción bípeda), no es válido pretender establecer entre ellos relaciones directas, del tipo antecesor – sucesor, sino que corresponde un estudio más detallado para determinar su árbol filogenético.   De esta forma, los antiguos conceptos de Anthropopithecus (mono–hombre) o Pithecanthropus (hombre–mono) son obsoletos y totalmente errados.

Quedamos pendientes de ampliar al respecto de la genética del ser humano actual, la cual ha evidenciado, entre otras cosas, el cruce realizado exitosamente entre distintas especies de miembros del género Homo, tales como el neandertal y el denisovano. Esto ha llevado a la discusión si el neandertal y el denisova no son realmente subespecies de sapiens.   También podremos evaluar los profundos cambios que la perspectiva filogenética está impulsando sobre las clasificaciones tradicionales que la escuela clásica, o linneana, había mantenido durante siglos, principalmente al incorporar los abundantes resultados que los fósiles de dinosaurios están aportando.   Curiosidades para hacerse muchas preguntas.


Fuente de imágenes:
[ 1 + 9 ] Imágenes tomadas de gAZeta, editadas por Vinicio Barrientos Carles    ::    https://www.gazeta.gt/del-anthropopithecus-al-pithecanthropus-i/
[ 2 + 4 + 6 + 7 + 8  ] Imágenes elaboradas por Vinicio Barrientos Carles 
[ 3 + 5 ] Imagen editada por Vinicio Barrientos Carles    ::    https://www.lifeder.com/dominios-biologia-woese/     +     https://es.wikipedia.org/wiki/Reino_(biolog%C3%ADa)
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