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Noam Chomsky

l.     LA GUERRA FRÍA: REALIDAD Y FANTASÍA

El fin de la guerra fría se considera generalmente como el gran acontecimiento de nuestros días, y, por tanto, la gran pregunta que tenemos ante nosotros es: ¿qué pasará a continuación? Para responderla, hemos de comenzar aclarando lo que ha sido la guerra fría. Hay dos formas de abordar esta primera cuestión. Una es simplemente aceptar la interpretación convencional, la segunda es echar una ojeada a los hechos históricos. Como suele suceder, ambos enfoques dan lugar a respuestas bastante distintas.

  1. LA GUERRA FRÍA COMO ELABORACIÓN IDEOLÓGICA

Según la interpretación convencional, la guerra fría ha sido un enfrentamiento entre dos superpotencias. Luego descubrimos diversas variantes. La versión ortodoxa, que es abrumadoramente dominante, sostiene que el factor impulsor de la guerra fría ha sido la virulenta agresividad soviética que los Estados Unidos pretendían contener. A un lado del conflicto tenemos una «pesadilla», al otro al «defensor de la libertad», por emplear los términos de la ultraderechista John Birch Society, predicadores fundamentalistas de derechas e intelectuales norteamericanos liberales, que reaccionaron con respeto y aclamaciones cuando Václav Havel utilizó estas palabras en su alocución ante el Congreso en 1990.1

Una variante crítica sostiene que la percepción de una amenaza soviética era exagerada. Los peligros no eran tan extremos como creíamos. Las políticas estadounidenses, aunque de noble propósito, se basaban en el malentendido y en el error analítico. Una crítica todavía más acerba afirma que el enfrentamiento de las

  1. Véase capítulo 10, sección 4, de la edición original de esta obra, Deterring De­

mocracy, Verso, Londres y Nueva York, 1991.

superpotencias fue consecuencia de una interacción en la que los Estados Unidos también desempeñaron un papel (para algunos analistas, un papel fundamental) y que el contraste no es simplemente el de una pesadilla frente a la defensa de la libertad, sino que es más complejo -en Centroamérica y en el Caribe, por ejemplo.

Según todas las variantes, las doctrinas esenciales que guiaron la política de los Estados Unidos fueron la contención y la disuasión o, más ambiciosamente, el repliegue (de la URSS). Y la guerra fría ha llegado ahora a su fin con la capitulación de uno de los contendientes

-el eterno agresor, según la versión ortodoxa.

La versión ortodoxa se esboza en términos claros y escuetos en lo que generalmente se reconoce como el documento básico de los Estados Unidos por lo que respecta a la guerra fría, el NSC 68, de abril de 1950, poco antes de la guerra de Corea, que anunciaba que «la guerra fría es, en realidad, una guerra real en la cual está en juego la supervivencia del mundo libre».2 Dicho documento merece ser objeto de atención, tanto como temprana expresión de la interpretación convencional en su variante ortodoxa como por su clara percepción de realidades históricas que están más allá de estas elaboraciones ideológicas.

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La estructura básica de este argumento tiene la infantil simplicidad de un cuento de hadas. En el mundo hay dos fuerzas en «polos opuestos». A un extremo, tenemos el mal absoluto. En el otro, la sublimidad. No puede haber compromiso entre ellos. La fuerza diabólica, por su propia naturaleza, ha de pretender el total dominio del mundo. Por consiguiente, debe de ser vencida, erradicada y eliminada de modo que el virtuoso paladín de todo lo bueno pueda sobrevivir para llevar a cabo sus exaltadas obras.

El «designio fundamental del Kremlin», según explica el autor del NSC 68, Paul Nitze, es «la completa subversión o destrucción a viva fuerza de la maquinaria de gobierno y de la estructura de la sociedad en todo aquel rincón del mundo que no esté ya «subordinado y contro-

  1. Foreign Relations ofthe United States (FRUS), 1950, vol. I, 234-292, dado a conocer en 1975. Los memorándums del Consejo Nacional de Seguridad [National Security Council] (NSC) son los documentos gubernamentales de planificación de más alto nivel.

lado por el Kremlin»». «El objetivo inexorable del estado esclavo [es] acabar con el reto de la libertad» en todo el mundo. La «coacción» del Kremlin «exige un poder total sobre todos los hombres» en el propio estado esclavo, y «absoluta autoridad sobre el resto del mundo». La fuerza del mal es «inevitablemente belicosa», de modo que ningún acuerdo o arreglo pacífico es siquiera concebible.

Por el contrario, el «objetivo fundamental de los Estados Unidos» es «asegurar la integridad y vitalidad de nuestra sociedad libre, la cual está fundada en la dignidad y el valor del individuo», y proteger estos valores en todo el mundo. Nuestra sociedad libre se distingue por una

«maravillosa diversidad», «profunda tolerancia», «legitimidad», un compromiso de «crear y mantener un contexto en el que cada individuo tenga la oportunidad de hacer realidad sus poderes creativos».

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«No teme la diversidad, la aprueba» y «obtiene su fuerza de su hospitalidad incluso ante ideas antipáticas». El «sistema de valores que anima nuestra sociedad» incluye «los principios de la libertad, la tolerancia, la importancia del individuo y la supremacía de la razón sobre el deseo». «La esencial tolerancia de la actitud de nuestro mundo, nuestros impulsos generosos y constructivos y la ausencia de codicia en nuestras relaciones internacionales son valores de una influencia potencialmente enorme», en particular entre aquellos que han tenido la suerte de experimentar personalmente estas cualidades, como es el caso de América Latina, que tanto se ha beneficiado de «nuestros prolongados esfuerzos para crear y, ahora, desarrollar el sistema interamericano».

El conflicto entre las fuerzas de la luz y de la oscuridad es «trascendental, ya que implica la satisfacción o la destrucción no sólo de esta república, sino de la propia civilización». «El ataque contra las instituciones libres es universal», y «nos impone, en nuestro propio interés, la responsabilidad del liderazgo del mundo». Debemos procurar «favorecer un contexto mundial en que el sistema norteamericano pueda sobrevivir y prosperar». Dado que «una derrota de las instituciones libres en cualquier parte es una derrota en todas partes», ningún rincón del mundo, por pequeño e insignificante que sea, puede escapar a nuestras intervenciones. Y ciertamente, «la idea de que Alemania o el Japón u otras regiones importantes puedan existir como islas de neutralidad en un mundo dividido es inverosímil, dada la intención del Kremlin de dominar al mundo». Cinco años después de que la URSS fuera virtualmente aniquilada por las potencias del Eje, éstas debieron reconstituirse en una alianza bajo la hegemonía de los Estados Unidos, alianza cuyo objetivo era la eliminación final del sistema soviético que no habían logrado destruir.

Dado que «la integridad y la vitalidad de nuestro sistema peligra más que nunca en nuestra historia», incluso más que en los días más terribles de la guerra de la independencia o cuando las tropas británicas tomaron Washington en 1814, está claro que hay que adoptar serias medidas. De hecho, los gastos militares casi se cuatriplicaron poco después -con el pretexto de que la invasión de Corea del Sur era el primer paso en la conquista del mundo por parte del Kremlin- pese a que ni antes ni ahora existieran pruebas convincentes de una iniciativa rusa en aquella fase de la compleja lucha por el destino de Corea.

El memorándum propone un enorme incremento armamentístico, reconociendo al mismo tiempo que el estado esclavo era, en todos los aspectos, mucho más débil que el paladín de la libertad. Los datos relevantes se presentan de manera que eludan comparaciones directas y se han seleccionado para exagerar el poder del enemigo, pauta habitual en todo el período de la guerra fría.3 No obstante, incluso los datos presentados muestran que el presupuesto militar de los Estados Unidos es el doble del de la URSS y que su poder económico es cuatro veces superior, aunque en esta temprana fase de reconstrucción de sus economías, mucho más poderosas, los aliados europeos equivalían ya por sí solos al conjunto de la Unión Soviética y sus satélites.

A pesar de la disparidad entre los dos polos opuestos por lo que respecta al nivel económico y al poderío militar, el estado esclavo tiene enormes ventajas. Estando tan atrasado, puede «hacer más con menos». Su debilidad es su fuerza, el arma definitiva. Es a la vez un enano y supermán, muy por detrás de nosotros desde todos los puntos de vista, pero con «una formidable capacidad para actuar con la mayor libertad táctica, con sigilo y rapidez», con «extraordinaria flexibilidad», es una máquina militar altamente efectiva y de «gran poder coercitivo». Otro problema es que el perverso enemigo halla un «auditorio receptivo … en el mundo libre», particularmente en Asia.

  1. Así, el Canadá es excluido y los datos relativos a la URSS son metas para 1950, «creyéndose que exceden en muchos casos la producción realmente alcanzada», mientras que las cifras correspondientes a Europa son «datos reales de 1948», que ya han sido Los datos relativos a los Estados Unidos son seleccionados para re­ flejar el acusado descenso de la producción industrial desde 1948. Las cifras correspon­ dientes a la Unión Soviética representan los límites de lo que es posible. Se reconoce que Occidente tiene una gran capacidad no utilizada.

Para defender Europa y proteger la libertad que reina tradicionalmente en África, Asia y América Latina del «designio del Kremlin», debemos, pues, incrementar enormemente nuestros gastos militares y adoptar una estrategia encaminada a la desintegración y al hundimiento de la Unión Soviética.

Nuestras fuerzas militares son «peligrosamente inadecuadas» porque nuestra responsabilidad es el control del mundo. Por el contrario, las fuerzas militares soviéticas, mucho más débiles, exceden enormemente sus limitadas necesidades defensivas. Nada de lo sucedido en años pasados sugería que la Unión Soviética tuviera que enfrentarse a algunos problemas de seguridad, a diferencia de nosotros, con nuestra vulnerabilidad ante poderosos enemigos en todo el mundo. Necesitamos importantes fuerzas militares «no sólo para protegemos contra el desastre, sino también para respaldar nuestra política exterior», aunque, por motivos de relaciones públicas, «debería resaltarse el carácter esencialmente defensivo» del refuerzo militar.

Relaciones públicas aparte, nuestra verdadera postura debe ser

agresiva en «el conflicto que nos ha sido impuesto». «Dada la intención del Kremlin de dominar el mundo», característica necesaria del Estado esclavo, no podemos aceptar la existencia del enemigo, sino que debemos «favorecer a las semillas de la destrucción dentro del sistema soviético» y «precipitar [su] desmoronamiento» por todos los medios salvo la guerra (que es demasiado peligrosa para nosotros). Debemos evitar las negociaciones excepto como dispositivo para apaciguar a la opinión pública porque todo acuerdo «reflejaría las actuales realidades y sería, por tanto, inaceptable, si no desastroso, para los Estados Unidos y para el resto del mundo libre», aunque, tras el éxito de una estrategia de «repliegue», podríamos «negociar un convenio con la Unión Soviética (o un estado o estados sucesores)».

Para alcanzar estos objetivos esenciales, debemos superar las flaquezas de nuestra sociedad, tales como «los excesos de una mentalidad permanentemente abierta», «el exceso de tolerancia» y «el desacuerdo interno». Tendremos que aprender a «distinguir entre la necesidad de tolerancia y la necesidad de una represión justa», característica esencial del «sistema democrático». Es particularmente importante aislar a nuestros «sindicatos, empresas cívicas, escuelas, iglesias y a todos los medios de comunicación para influir en la opinión» sobre la «perversa labor» del Kremlin, que pretende subvertirlos y «convertirlos en fuente de confusión en nuestra economía, nuestra cultura y nuestro Estado». También se necesitan unos impuestos más elevados, así como una «reducción de los gastos federales destinados a fines ajenos a la defensa y ayuda exterior, mediante el aplazamiento de ciertos programas deseables, si ello es necesario». Hay quien sugiere que estas políticas militares keynesianas podrían estimular también la economía del país. De hecho, pueden servir para evitar «un descenso de serias proporciones de la actividad económica». «Se exigirá al pueblo norteamericano una gran dosis de sacrificio y disciplina», y deberá también «renunciar a parte de los beneficios» que disfruta mientras asumimos el reto del liderazgo mundial y superamos la recesión económica, ya en marcha, mediante «programas gubernamentales positivos» para subvencionar la industria avanzada a través del sistema militar.

Observemos que el noble fin de la sociedad libre y el perverso designio del Estado esclavo son propiedades innatas, que tienen su origen en su propia naturaleza; de ahí que los verdaderos datos históricos y documentales no sean relevantes para evaluar la validez de estas doctrinas. Por consiguiente, no es justo criticar el memorándum partiendo del hecho de que no presenta pruebas para respaldar sus conclusiones, ni cuestionar locuciones tales como «de las secciones anteriores se deduce» o «arriba se ha demostrado» por los mismos motivos. Desde un punto de vista lógico, no se precisa dato empírico alguno. El pensamiento puro basta para establecer las verdades requeridas.

En el discurso público reinaban, y siguen reinando, los mismos conceptos. William Hyland, director de Foreign Affairs, facilita una expresión característica de la interpretación convencional en el edito­ rial del número de primavera de 1990:

Durante los últimos cincuenta años, la política exterior norteamericana se ha elaborado en respuesta a la amenaza planteada por los oponentes y enemigos de este país. Virtualmente todos los años desde Pearl Harbour, los Estados Unidos se han visto envueltos en la guerra o en la confrontación. Hoy, por vez primera en medio siglo, los Estados Unidos tienen la oportunidad de reconstruir su política exterior libres de la mayoría de las tensiones y presiones de la guerra fría … Desde 1941, los Estados Unidos han estado totalmente implicados. Hoy, cuando entramos en una nueva era, el anhelo de no implicación de los Estados Unidos podría reaparecer en varios sentidos … ¿Pueden los Estados Unidos por fin volver a casa? … En realidad, los Estados Unidos disfrutan del lujo de tener unas auténticas posibilidades de elección por primera vez desde 1945. Los Estados Unidos y sus aliados han ganado la guerra fría …

Así pues, no teníamos «auténticas posibilidades de elección» cuan­ do invadimos Vietnam del Sur ni cuando derrocamos al gobierno capitalista democrático de Guatemala en 1954 y, desde entonces, hemos mantenido la autoridad de gángsters sanguinarios, hemos dirigido las, con mucho, más vastas operaciones internacionales de terror de la historia contra Cuba a principios de los años sesenta y contra Nicaragua durante los ochenta; hemos intentado asesinar a Lumumba e instalado y mantenido la brutal y corrupta dictadura de Mobutu, hemos respaldado a Trujillo, a Somoza, a Marcos, a Duvalier, a los generales del cono sur, a Suharto, a los dirigentes racistas de Suráfrica y a una pléyade de otros grandes criminales. Y así una y otra vez. No podíamos hacer otra cosa, habida cuenta de la amenaza para nuestra existencia. Pero, en la actualidad, el enemigo se ha retirado, de modo que tal vez podamos satisfacer nuestro «deseo de no implicarnos» en los asuntos de los demás. Aunque, como añaden otros, nuestro «anhelo de demo­ cracia»4 puede, no obstante, empujarnos a proseguir nuestros nobles esfuerzos en defensa de la libertad.

Al disponer por primera vez de posibilidad de elección, podemos ocuparnos en programas constructivos para el Tercer Mundo (como insisten los humanistas liberales) o dejar que los indignos pobres se revuelquen en su miseria (la postura conservadora). Expresando la más solícita visión liberal, Thomas Schoenbaum, director ejecutivo del Centro Dean Rusk de Derecho Internacional y Comparativo [Dean Rusk Center of Intemational and Comparative Law] de la Universidad de Georgia, hace un llamamiento en favor de «unas políticas mejor sintonizadas y diferenciadas» en las «complejas y heterogéneas regiones» del Tercer Mundo. Coaccionados por el abrumador imperativo de resistir a la agresión soviética en todo el mundo, no hemos podido desarrollar tales políticas. Pero ahora, quizás hemos llegado «al fin de la guerra fría -y han vencido los buenos». Por lo tanto, cabe esperar que los soviéticos «modifiquen su prolongada campaña de apoyo a las revoluciones comunistas y a los regímenes totalitarios en el Tercer Mundo», de modo que «los Estados Unidos puedan abandonar su postura tradicional -de que debe darse prioridad a la detención de la expansión comunista-y adoptar políticas más positivas».

 

  1. Véase el capítulo 8, sección 7, de la edición original, Deterring

 

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