Correspondencia que recibía desde Guatemala
Correspondencia que recibía desde Guatemala. Foto La Hora/ Dionisio en lugar de Dennis.

Dennis Orlando Escobar Galicia

En 1983, como nada hace cuarenta años, me fui a México porque aquí un dictador estaba acabando con todo lo que consideraba oposición, entre ellos los estudiantes de la Usac. Después de varios días de buscar hospedaje, por casualidad -algunos escribirían milagro- encontré apartamento en céntrica calle del otrora DF. Al leer el anuncio: Se alquila recámara para persona sola, en un inmenso palacete, no me entusiasmé porque pensé que su costo era elevadísimo. El mexicano acompañante –recién conocido en un parque- fue quien requirió porque supusimos que si yo hablaba el asunto se complicaría por ser extranjero. Nos atendió una anciana sentada en una poltrona. Cuando ella dijo el precio y que no se permitían visitas, mi acompañante inmediatamente consintió. Al preguntar que quién se quedaría yo me presenté. La anciana me miró de cabeza a los pies y al enterarse de mi nombre, nacionalidad y de mi intención de continuar estudios universitarios estuvo a punto de cancelar la oferta, mencionando que estaba enterada por la televisión de lo que ocurría en Guatemala. “En primer lugar tu nombre en español es Dionisio, dijo tajantemente. ¿Acaso no es peligroso darte hospedaje? ¡Pueden venir a buscarte acá!”, expresó la señora. Al instante, apoyándose en un bordón, se puso de pie e ingresó a una habitación donde estaba en cama otra más anciana. Creo que entró a pedirle opinión.

El apartamento situado en un tercer nivel era bastante cómodo. Yo que solo llevaba una pequeña maleta encontré ahí cama con sábanas, mesa de noche, escritorio, ropero y librera; muebles de cedro en buen estado. El baño incluía artesa sin ningún despeltre. La calefacción era a través de la quema de combustible (trocitos de madera) que se compraba en la CONASUPO; después aprendí que también se podía usar papel. De esa cuenta cuando transitaba por la Alameda recogía de las bancas los diarios y revistas ya leídos.

Ya instalado en Bucareli 98 vi –en el balcón- que enfrente estaba el edificio de la Secretaría de Gobernación; a diario circulaban manifestaciones de diferente causa y al final vendedores de tacos de canasta y aguas frescas; terminaban los equipos de limpieza que portaban pinturas de todos colores para borrar las pintas. ¡Todo quedaba más limpio! A decir verdad todo eso era de mi agrado: compraba alimentos a buen precio y a veces hasta los recibía gratis.

Frontispicio del Edificio Gaona
Frontispicio del Edificio Gaona, situado en la calle Bucareli. El No. 98 está al centro con fachada de azulejos. Foto La Hora/Cortesía

A pocos metros tenía el Mercado de Artesanías La Ciudadela, el Reloj Chino, y la Esquina de la Información donde se encontraba Excélsior, El Nacional, Novedades. Recuerdo que al amanecer, desde los pisos altos, colocaban canales de lámina para descender bultos de periódicos que descargaban en camiones estacionados en la avenida o en carretas de los repartidores. Más de algún periódico quedaba en el suelo que yo recogía. ¡Era todo un barullo!

En una ocasión mi vecino de recámara me saludó y al enterarse de mi nacionalidad me invitó a conversar en un café cercano. Al ocupar mesa una diligente dama muy bien ataviada colocó un cesto con panecillos, tazas, vasos, copitas, cucharillas y tazones de azúcar; nos sirvió café, leche y agua. Al final, al pedir la cuenta, la mesera a ojo de buen cubero, sin contar los panes, nos la dio anotada en pequeño papel.  ¡Vaya ceremonial! Como dos o tres veces fui a ese lugar que estaba decorado con fotografías de Fidel Castro, Che Guevara, toreros, cantantes y demás personajes.  No recuerdo el nombre de mi vecino convidante ni de qué platicábamos, tan solo que una vez me dijo que era epiléptico.  Creo que esto último me dio temor y lo empecé a esquivar.

Cuando uno está lejos de su morada, máxime en otro país, lo primero que tiene que hacer es conocer su entorno, por lo que empecé a caminar cada día un poco más. Así fue como me di cuenta de que me había ubicado en un envidiable lugar: cercano a estaciones del Metro, expendios de comida y de lugares turístico culturales, a saber: El Palacio Chino, donde estaba un famosísimo cine; el edificio de la Lotería Nacional, la estatua El Caballito, el Monumento a la Revolución Mexicana, Plaza Garibaldi, el Zócalo, Bellas Artes, Correos y Telégrafos, Catedral Metropolitana, Palacio de Gobierno… ¡El epicentro histórico de la capital mexicana!

Mi primera incursión en el transporte colectivo –el famoso Metro- fue cuando llegué a la UNAM para conocerla e indagar sobre el ingreso y todo lo demás sobre mi situación de estudiante de LCC con varios semestres aprobados.  Comencé a cumplir requisitos, como el examen de admisión, empero mi intención se frustró por lo económico. En ese tiempo, acá en Guatemala, el dictador había puesto obstáculos a la salida de divisas. No me quedaba otra que buscar un empleo de medio tiempo y de las primeras horas de la mañana, en virtud de que en México el horario de clases era de más tiempo; de 16 a 21 horas. En Guatemala iba a la Usac de 17:30 a 20:30 horas.

Correspondencia que recibía desde Guatemala
Correspondencia que recibía desde Guatemala. Foto La Hora/ Dionisio en lugar de Dennis.

Al no lograr mi objetivo estudiantil y mermar mis pesos, pese al esfuerzo que realicé, abandoné Bucareli 98 y me dirigí a casa de un amigo que recién había conocido y que estaba realizando sus Experiencias Docentes con la Comunidad (aquí EPS) para graduarse en Ciencias de la Educación. Del DF viajé hasta Coatepec, Xalapa, Veracruz; como cuatrocientos kilómetros de distancia en carretera.  Fue poco tiempo el que disfruté de este maravilloso lugar, conocido como “la capital del café”. Recuerdo cuando saboreaba una taza de café de altura, escuchaba marimba y veía el singular baile jarocho.

Tiempo después, ya reincorporado a Guatemala, viajé con mi amigo MRRL que deseaba conocer México. Fuimos a Bucareli 98, nos recibió otra ama de llaves (yo esperaba encontrar a Lupita), al presentarnos nos llevó donde una anciana que estaba postrada, la misma que años atrás me había alquilado hospedaje. No me reconoció ni me saludó, tan solo pidió agua. Yo deposité en sus manos una pareja de muñequitos de tela típica guatemalteca. La asistente nos contó que la otra anciana, doña Lolita, hermana de quien ahora estaba en cama, había fallecido. Cuando pregunté por mi vecino de recámara, él que me llevó a beber café, me contó que se había ahorcado en su habitación.   Salimos de allí y llevé a MRRL a conocer La Reforma de Bucareli, famoso bar-cantina –conocido como la cantina de los periodistas- donde nos sirvieron cervezas mexicanas y suculentas botanas, entre ellas chicharrón en salsa verde. En la puerta de bisagras de vaivén y rejillas un organillero hacía sonar Canción mixteca.

Con el paso de los años, gracias a la comunicación virtual de los “youtubers”, visito frecuentemente lo que ahora es la Ciudad de México –ya no el DF- y me entero de su vida, historia y de los cambios en su infraestructura. Ahora me jacto que viví en el edificio Gaona, de estilo neocolonial y una de las primeras unidades habitacionales de la ciudad, construido entre 1922 y 1925. Ahí se escondieron varios estudiantes que en 1968 escaparon de la matanza de Tlatelolco. Recientemente varios intrusos se quisieron apoderar de algunas recámaras y sacar a inquilinos porque al no haber dueño está en litigio, no obstante que en 1980 fue declarado monumento artístico nacional.

Foto La Hora/Cortesía

El café donde me llevó mi vecino de recámara es nada menos que Café La Habana, fundado en 1952, y donde según la historia se reunieron Fidel Castro y el Che Guevara para preparar el desembarco del yate Granma. Hay en el lugar una plaqueta que dice: “A partir de su apertura este memorable café ha sido visitado por personalidades de prestigio como: Octavio Paz, Fidel Castro Ruz, Ernesto Ché Guevara, Gabriel García Márquez, Jesús Martínez Palillo, Renato Leduc, Roberto Bolaño, …,”.

En la Esquina de la Información ya no se encuentra Excelsior, el segundo periódico más antiguo de la Ciudad de México, después del Universal. En donde estuvo el edificio ahora están construyendo un majestuoso centro comercial. El Universal, fundado en 1916, continúa en el mismo lugar y sigue siendo el diario de mayor circulación. En las cercanías había una pequeña pero muy concurrida taquería, ahora es la famosísima taquería El buen gusto de Bucareli, apetecida por sus tacos de suadero, de birria y los campechanos.

A través de mis investigaciones también me enteré de que las ancianas donde me hospedé eran dos actrices que habían actuado en papeles secundarios en la Época de Oro del Cine Mexicano. La más destacada había sido Dolores Tinoco, “Lolita”, fallecida el 5-7-1983, pocos meses después que yo abandoné la recámara. Había participado en películas como Ilusión (1945), La duda (1954), Remolino (1961). Ambas habían pertenecido a la Asociación Nacional de Actores (ANDA).

Para concluir, escucho “El tiempo pasa” de Pablo Milanés y pienso que ya es tiempo de preparar mochila y viajar para pisar las calles nuevamente de lo que ahora es la Ciudad de México.

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