La Hora/Suplemento Cultural

Vinicio Barrientos Carles

Guatemalteco de corazón, científico de profesión, humanista de vocación, navegante multirrumbos… viajero del espacio interior.   Apasionado por los problemas de la educación y los retos que la juventud del siglo XXI deberá confrontar.   Defensor inalienable de la paz y del desarrollo de los Pueblos. Amante de la Matemática.

No hay que apagar la luz del otro para lograr que brille la nuestra.  (Mahatma Gandhi)

Se habla mucho ahora, al menos más que antes, sobre la diversidad, pero ya no tanto en el contexto del mundo natural, entiéndase la flora, la fauna, la geografía o el clima, sino principalmente en los contextos de la humanidad. En particular, nuestro país, Guatemala, no es ajeno al discurso, el que en la actualidad ha adquirido tintes marcadamente políticos, demagógicos, con los que se pretende arrastrar a las juventudes. Se trata de enmarcar problemáticas distintas, en torno de nuestra muy sonada diversidad. Después de todo, para los politiqueros de turno, resulta muy oportuno y conveniente desarrollar sus perversos planes, uniformando bajo cierta homogeneidad, y por ello interesa una única bandera, un único lema que perseguir, un único símbolo.

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Pero este problema o circunstancia de la realidad no se circunscribe ni se encierra exclusivamente en un ámbito político… no, trasciende las distintas esferas de la coexistencia humana.    Una de estas esferas, o dimensiones, del fenómeno, es el religioso.   Las contemporáneas redes sociales nos han ido abriendo la consciencia al respecto de las manifestaciones de opinión que atañen a las colectividades, las que se generan en el seno de las mismas, sin mucho percatarnos de ello, pues se disfrazan en algún lugar en medio de las multitudes.   Porque, lo cierto es que, del imperceptible y cotidiano «nosotros» a las multitudes existe un pequeñísimo paso, que damos en cualquier momento, como decimos, sin darnos cuenta de ello.

Pues bien, de las distintas actividades de la recién pasada Semana Santa, fue que, justamente, de la esfera religiosa emergió la inspiración para este artículo, el cual, nuevamente, viene a constituirse en puerta para otros varios que nos estarán invitando a la reflexión al respecto de unas primeras ideas que acá, en esta ocasión, verteremos.   La clave, este término que hemos incluido en el titular: otredad.   Serán varios los artículos que esperamos que vengan a dar continuidad a lo que ahora estaremos compartiendo.   Con esta apertura, y habiendo justificado, indirectamente, algún porqué de las publicaciones que solemos incluir en nuestra columna Dyeus otiosus, entiéndase, dada la ligera inclinación que asumiremos con la temática religiosa, pasamos al abordaje del asunto.

Para empezar, concretizar lo que podemos, por ahora, introducir, es decir, para lo que el breve espacio alcanzará.   Dado que el título incluye dos palabras, deberíamos por lo tanto contemplar, cuando menos, tres aspectos, a saber: una noción clarificadora para cada uno de los dos conceptos y un integrador momento final para tratar su interrelación.   Por ello, quizá iniciar con el más sencillo, el que menos ajeno nos parece, despejando la noción de dogmatismo.   Consultando con nuestro asistente en Wikipedia, al buscar este concepto, leemos:

… es una posición filosófica respecto a la posibilidad del conocimiento.   Hace derivar el pensamiento del ser, presupone la supremacía del objeto respecto al sujeto y la capacidad del sujeto para recibir, sin distorsiones, la verdad del objeto, tal como es en sí mismo y de forma independiente al sujeto.   Por este motivo, para el dogmatismo, la verdad existe; la verdad se entiende como correspondencia o adecuación entre la realidad (ser) y el pensamiento, y esa verdad objetiva legitima al dogmático como portavoz de la verdad y justifica su fundamentalismo intelectual.

La extensa cita obedece al hecho de su concreción, pero también a sus notables énfasis.  Véase que, desde un inicio, explica algo esencial: que el dogmatismo refiere a una posición filosófica ante el conocimiento.   Por ello, podemos aseverar, sin lugar a equivocación, que el dogmatismo es una actitud epistemológica.   Aunque el concepto de verdad, tal y como se ha presentado, es casi universal, no lo es así la posición asumida frente a la posibilidad del conocimiento cierto.   Es decir, creer que siempre es posible obtener el conocimiento es una actitud muy particular.   Esta posición, basada en la creencia de que siempre es posible el saber, es característica del conocer no científico, pues evidencia un escaso rigor epistemológico.

Específicamente, lo anterior describe una posición obtusa frente a la falsabilidad, cerrando la puerta a cualquier forma para la refutación de sistemas racionales coherentes, pero no falsables, esto es, que no hay forma conocida de demostrar su falsedad.   Cerrar la posibilidad de conocimientos no alcanzables para la mente humana es una actitud simplista, nada seria.   Cabe agregar que por ello se encuentra el dogmatismo desde los tiempos más remotos, siendo la postura epistemológica más antigua, tanto en lo psicológico como en los registros de la historia.   En gran medida, es una postura ingenua, con una total confianza en la razón humana como capacidad cognitiva, para la comprensión del ser y del mundo, en general.

El otro punto sobre el dogmatismo va más lejos aún, pues establece que la verdad es siempre asequible para el ser humano (o la mente inteligente), además de única.     Al reflexionar al respecto, veremos que el dogmatismo implica, de forma natural, una actitud absolutista, en uno o varios sentidos.   Sobre los riesgos y las posibles antípodas algo hemos escrito en «Absolutismo, relativismo y actualidad».   Allí explicábamos, precisamente, posibles opuestos al dogmatismo, es decir, en algún otro extremo de un posible espectro unidimensional.   Por un lado, respecto a la posibilidad del conocimiento, está el escepticismo, que niega cualquier posible conocimiento, y por el otro, el relativismo, que niega la existencia de posibles verdades o principios absolutos.

Una posición intermedia frente al dogmatismo, escepticismo o relativismo, se dice crítica, o con cierto grado de criticismo, puesto que no asume los presupuestos de la postura dogmática, que pueden resumirse así: a) existencia de verdades absolutas (dogmas); b) el mencionado escaso rigor epistemológico, cerrándose a la falsabilidad; c) una oposición radical a las premisas del conocimiento de tipo científico.   Por ello, encontramos la actitud dogmática en todas y todos aquellos que no desean cuestionar, o poner a prueba, sus presupuestos.

Aunque la etimología griega de la palabra dogma está relacionada con su significado inicial, el de «opinión filosófica», esto es, una opinión basada en principios, el uso que la tradición occidental pasó a asignarle quedó, ciertamente, encerrada y relegada en el ámbito religioso.   Por ejemplo, se encuentra que:

Fue en el concilio de Trento (1545 – 1563) donde la palabra «dogma» recibió el significado técnico con que actualmente se suele utilizar en el ámbito religioso: dogmas son aquellas verdades directamente reveladas por Dios, y reconocidas por la Iglesia, que constituyen objeto obligado de fe para los creyentes.

Sin embargo, también encontramos el dogmatismo en la filosofía, cuando, cabalmente, un sistema de pensamiento no reconoce el conocimiento como un problema en sí mismo.   Por ello, ya Immanuel Kant realiza una crítica a la actitud metafísica, sin antes haber examinado la capacidad de la razón humana para tales estudios.   Sin adentrarnos en la filosofía de la ciencia, o específicamente en el denominado problema de la demarcación, para la persona no académica queda clara la noción de dogmatismo, al evaluar el asunto de las verdades absolutas, no cuestionables, y la infinita posibilidad para que todo cuanto existe pueda ser conocido con total certeza, reduciendo cuanta afirmación hagamos, siempre, a falsa o verdadera.

Y, posiblemente, acá es donde podemos introducir nuestro segundo concepto: el de otredad.   La otredad hace referencia al otro.   Una palabra de anterior uso en la historia del pensamiento es alteridad, que proviene del latín alter, que significa, precisamente, «otro».   Fue la epistemología crítica de Kant, la que pasó a generar una serie de posteriores consideraciones, en las que, al tomar en cuenta las distintas posiciones posibles, es decir, las posiciones que el «otro» puede asumir, empezó a hablar de la alteridad como parte constitutiva y fundamental del discurso, sea este filosófico, científico o coloquial.

Esto es muy importante, pues si nos separamos de una actitud dogmática, cualquier posición que pase a asumirse, vendrá a ser cuestionada, alternada, por la perspectiva del «otro», la «otra».  Por un lado, la concepción del «yo», tan importante en psicología y sociología, proviene del descubrimiento y de la interacción con esta «otredad», con todas y todos aquellos que no son «yo».    De hecho, el constructo mental del «yo» solo es posible si puedo reconocer a ese otro, a esa otra, que se transforman en la alteridad para mi persona.   La alteridad se convierte, entonces, en un principio y un camino filosófico para la definición de mi propia existencia.

En otras palabras, la alteridad es, por lo tanto, una ruptura con la mismidad, con una o uno mismo, un distanciamiento taxativo del monopolio del «yo».   Al superar la existencia de «lo otro» como algo ajeno a mi realidad, se acepta la existencia de diversos mundos, esto es, se da cabida, paso y sentido a la diversidad.   Yo existo en cuanto existen los otros, las otras.   Aun más, este proceso psicológico y social dará lugar a la concepción de un «nosotros, nosotras».   Como pasaremos a ver en lo que sigue, este proceso de aproximación a los conceptos abre el camino para el establecimiento de una leve distinción entre lo que entendemos por alteridad y lo que asumimos como otredad.

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No obstante, por el momento, podemos entender la alteridad como posibilitadora de una división entre un «yo» y un «otro, otra», y, posteriormente, entre un «nosotros, nosotras» y un «ellos, ellas».    Como se podrá comprender, este «otro, otra», por lo general, tendrá costumbres, tradiciones, valoraciones y representaciones diferentes a las que asume el «yo» y, justamente por esto, es que pasará a formar parte de un «ellos, ellas» y no del «nosotros, nosotras».   Este proceso, aparte de ser complejo, es clave en la autodefinición en todas las esferas de la existencia humana.   Nuestro objetivo es el de ir matizando que distintos aspectos relativos a la otredad establecen relaciones estrechas, que deseamos resaltar. con el primer concepto presentado, el del dogmatismo.

Como comentamos en lo precedente, esta temática ha surgido de algunas vicisitudes del ámbito religioso, en el seno de las festividades de la Semana Santa.   De ahí que empezamos apuntando un par de ideas sobre lo que es el dogmatismo, que refiere a una actitud frente a la posibilidad del conocimiento, una creencia, de que siempre se puede llegar a la verdad, al conocimiento cierto, en torno de un fenómeno.   Agregamos que la persona dogmática, simplifica en demasía, por lo que suele considerar que ante cualquier fenómeno existe una única «verdad» al respecto.

Aunque se trata de una postura frecuente en el saber no científico, la más antigua de las posiciones epistemológicas, adolece de la seriedad y profundidad necesaria para la comprensión del mundo contemporáneo, pues pronto deriva en distintos modos de absolutismo.   O bien, dicho con otras palabras, uno de los retos de la educación hoy en día viene a ser la formación del juicio crítico, en oposición directa a la actitud dogmática.   Justamente, la escuela y el hogar se convierten en los lugares idóneos para orientar a las actuales juventudes en las sendas del cuestionamiento sistemático, en el camino de la duda y la puesta a prueba de todo aquello que se les presenta como una verdad inamovible, infalible o absoluta.

En un segundo momento, hemos pasado a introducir el concepto de la otredad, de la alteridad.   Aunque estos dos términos los hemos presentado como sinónimos, lo cierto es que, apelando a un mayor rigor conceptual, son utilizados con finalidades levemente distintas.   Por un lado, ambas palabras se emplean para nombrar la condición o capacidad de «ser otro», en el sentido de ser o estar en una forma inherentemente distinta.   No obstante, el término otredad se utiliza más frecuentemente para denominar el proceso de separación de uno mismo, esto es, como un mecanismo mental para la creación de la consciencia que cada uno y cada una lleva a cabo de forma personal, al respecto y con relación a nuestra propia individualidad y unicidad.

Es decir, dicho de otra manera, la otredad aparece como indispensable en la construcción del «yo», en la toma de consciencia que esta «otredad» existe.   Todo proceso de autoidentificación conlleva, en forma paralela e indefectible, la asunción de la existencia de otro y otra que no son ese «yo» que estamos definiendo.   Se trata así de un proceso psicológico y social primario, muy fundamental en el desarrollo de nuestra personalidad.   Por otro lado, el término alteridad hace referencia a la identificación con otro que es distinto a una y uno mismo, en el sentido de alternativa, alguien que es diferente en tal o cual aspecto.

En términos generales, el otro, la otra, podrían pasar a constituirse en un «nosotros, nosotras», o en un «ellos, ellas».   Esta diferenciación no resulta del todo sutil, puesto que asume una métrica de proximidad, de manera tal que si el otro resulta lo suficientemente similar, pasará constituirse en un «nosotros, nosotras», mientras que si se posiciona distante, pasará a conformar un «ellos, ellas», precisamente por la separación con nuestra autodefinición del «yo».

Con relación a esto que anotamos, un tanto a manera de gracia, otro tanto para la reflexión, comparto una anecdótica situación.   Resulta que en un chat grupal de amigos, uno de los integrantes suele bromear, en tono de critica, al respecto de los comentarios de otro, que suele decir, con suma frecuencia «¡ganamos!», cuando su equipo favorito ha salido victorioso de un partido de fútbol.   El crítico le dice: «únicamente a manera de observación, te cuento que ellos ganaron un partido, vos no ganaste nada, excepto un poco más de peso sentado frente al televisor».

La citación del párrafo previo viene al caso de lo natural y frecuente que resulta extender ese concepto del «yo» a un determinado grupo.   Es más, pareciera que es parte de nuestra naturaleza gregaria el de pertenecer a un grupo dado, extendiendo los principios de supervivencia y priorización hacia todos los miembros del colectivo.   Y a la inversa también, trasladando las acciones y las circunstancias del colectivo, interiorizándolas como propias.   Mientras más débil es nuestro «yo», mayor es la necesidad de encontrar nuestra autodefinición a través del grupo.   Existe una deficiencia personal que es suplida mediante la membresía al grupo.   Todas y todos identificamos en los grupos a alguien así.

Lo más importante de lo anotado es que, en términos generales, la «otredad» aparece mediante el descubrimiento que el «yo» hace del «otro, otra», lo que deviene en visiones múltiples del ser.   Tales imágenes, más allá de las diferencias, coinciden todas en ser representaciones más o menos inventadas de personas antes insospechadas, radicalmente diferentes, que viven en mundos distintos al nuestro, pero dentro del mismo universo que habitamos.   Así, se entiende la alteridad como el principio filosófico de alternar, de cambiar la propia perspectiva por la del «otro, otra», considerando y teniendo en cuenta el punto de vista, la concepción del mundo, los intereses, la ideología del otro, la forma de existencia de ese «otro, otra».

En este proceso, crítico y reflexivo por naturaleza, la parte medular es que no se da por sentado una única concepción del mundo.   Esto es, no se presupone que el punto de vista, las perspectivas, los intereses, la ideología y, en fin, la forma de existencia que se asume personalmente sea la única.   Tampoco podría partirse de una prevalidación de lo propio, como tampoco alguna forma de invalidación de lo ajeno.   Y es aquí donde la otredad entreteje una íntima relación con lo que hemos expuesto como antípoda del dogmatismo, como contrario a este.

Como hemos explicado, lo opuesto a una actitud dogmática va por la línea del pensamiento crítico y racional, ante una duda metódica y un cuestionamiento de cualquier verdad presupuesta como única o absoluta.   No se trata de caer en el escepticismo o el relativismo, como extremos, sino de estar en plena consciencia de que la realidad es compleja y admite diversas tonalidades y distintas perspectivas, las que, de manera muy natural, nos pueden conducir a asumir valores diferentes o, al menos, con distintos grados de prioridad.   Por aquí va la relación que deseábamos establecer.   En efecto, al matizar las ideas de otredad, veremos que se oponen a las que hemos presentado como propias de las actitudes dogmáticas.

Sopesando los conceptos, deseo ahora cerrar explicando el contexto que me ha motivado a estas aventuradas reflexiones.   Como bien sabemos, aunque se habla de la diversidad y de la riqueza que posee el territorio que habitamos, no terminamos de asimilar el verdadero sentido de estas afirmaciones, puesto que, en la dirección contraria, nuestra sociedad se ve afectada por dolencias que parecieran no ir a la baja, sino que se acrecientan, en silencio, como solapadas.   Estoy hablando del racismo estructural, histórico y colonial, así como del patriarcalismo y otras formas clasistas de segregar nuestra sociedad, discriminando, minusvalorando, siempre conducidos por estereotipos falsos y perniciosos.

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A la par, hoy en día se observa, desde distintos ángulos, un vertiginoso incremento en el número de adeptos a las diferentes formas de fundamentalismo religioso.   Podría pensarse que este fenómeno responde a las crecientes necesidades, que parecieran ser mayores con el pasar de los años, necesidades y falencias diversas, tanto materiales como espirituales, que obedecen a un mundo también más complejo y entrampado de lo que antes fue.   Por otro lado, podría pensarse que el ser humano, inmerso en estas incontables dificultades, busca soluciones que simplifiquen esta inmanejable complejidad que le circunda, refugiándose en la simplicidad, aliviante, de tal o cual fundamentalismo, que suele responder de manera simple y llana a todos sus posibles problemas.

Por esta razón fue que, al introducir el concepto de dogmatismo, enfatizamos una expresión al citar la Wikipedia.   Específicamente, en la segunda acotación, anotábamos: «Por este motivo, para el dogmatismo […] esa “verdad objetiva” legitima al dogmático como portavoz de la verdad y justifica su fundamentalismo intelectual».   Por un lado, he entrecomillado «verdad objetiva» para evidenciar que tal presupuesto no tiene cabida para alguien que comprende la crucial otredad como igualmente válida y razonable.   Por el otro, al igual que antes, enfatizamos el fundamentalismo intelectual que deriva de la actitud dogmática.

Vemos así, concluyendo, que la alteridad es un problema para el dogmático, uno que resuelve de la manera más cruenta, tosca y cruda: procede a eliminarla.   Esta actitud por parte del fundamentalista religioso, aparte de simplificante y errada de raíz, es peligrosa en sí misma, pues se torna violenta al considerar que esa «otredad», que no comprende y que no acepta, está equivocada, debiendo ser «eliminada», de alguna manera.

De ahí que, por citar tan solo un caso, nos topamos con personas homófobas que andan por ahí viendo agendas ocultas en todo, con grandes cargas a cuestas tratando de enderezar un mundo que, según ellos y ellas, muy torcido va, cuando, de manera más sencilla, el origen y génesis de todo el problema es una consecuencia inmediata de su propio dogmatismo.   Esta religiosidad fundamentalista, dogmática desde cualquier perspectiva, es nula en espiritualidad, adquiriendo horrorosas connotaciones étnicas y racistas, que se ven transparentadas en sus mismas formas de expresión, en el lenguaje que suele adoptar la colectividad, como una mera caracterización de la microcultura que cultivan, valga la redundancia.

Existe una máxima de reza que sobre religión no debe conversarse, en la intención de evitar conflictos y contrariedades.   Me parece que tal refrán únicamente refleja la actitud dogmática que suele asumirse en las religiones teístas, principalmente en las abrahámicas.   Para ejemplificar el fenómeno del dogmatismo fundamentalista, recuerdo a cierta persona que comentaba en una red social, algo así como: «”mi Dios” hace esto y dice aquello, porque…».   Cuando se le señalaba que no era respetuoso tratar a todas las personas según sus propios criterios y valores, la persona en cuestión, en protesta, un tanto violenta, no terminaba de comprender que no podía eliminar de tajo la visión de una alteridad existente, tan válida como la propia.

En suma, para el fundamentalismo dogmático, algo es verdad, de manera absoluta, y todo lo que no se pliegue a esta verdad única será, de forma automática, no solo falso, sino digno de combatir.   Esta actitud ante la vida refuta, niega e impulsa batallas contra la mismísima otredad, tan innegable como radicalmente básica para desarrollar sociedades democráticas y justas, en donde priven los principios humanos por encima de cualesquiera otros.   Nos quedan muchos cabos pendientes, a los que convendrá darles oportuno seguimiento.   Mientras, invitamos a quien nos lee, a las enriquecedoras reflexiones propias para cada quien.

Fuente de imágenes   ::

[ 1 ]   Imagen tomada de gAZeta, editada por vbc   ::     https://www.gazeta.gt/sobre-la-juventud/

[ 2 ]   Imagen editada por Vinicio Barrientos Carles   ::     https://observatorio.tec.mx/edu-news/que-es-la-otredad/   +   https://es.dreamstime.com/illustration/dogmatismo.html   +  https://definicion.de/alteridad/

[ 3 ]   Imagen editada Vinicio Barrientos C. ::   https://www.alamy.es/imagenes/alteridad.html?sortBy=relevant     +    https://definicion.de/alteridad/    +       https://es.dreamstime.com/illustration/dogmatismo.html

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