La Hora: Suplemento Cultural

José Manuel Fajardo Salinas
Académico e investigador UNAH
Profesor Visitante Universidad de Panamá

Am I real? Con esta suspicaz pregunta se presenta George Berkeley a Sofía en la novela El mundo de Sofía. En la trama de esta obra, que fue adaptada al cine en 1999, se juega con la incógnita identitaria de una adolescente que no sabe a qué mundo pertenece: al de la imaginación o al mundo real. El diálogo que la protagonista de la novela sostiene con el obispo y filósofo de origen irlandés Berkeley, invita a pensar en una de las tendencias fuertes de la cultura contemporánea: el sutil cruce entre la autopercepción y el sentido de lo real. De ahí que cuando parte del título de esta reflexión contiene la frase: A-parecer para “ser”, se retoma el pensamiento de este filósofo moderno para admirar su actualidad, ya que en su sistema de ideas el principio fundamental es Esse est percipere et percipi: ser es percibir y ser percibido. A continuación sintetizaré el escenario de pensamiento que sitúa este modo de entender la realidad y conversaré sobre dos acontecimientos, que como novedades mediáticas responden y confirman la potente perspectiva que el pensar berkeliano nos ofrece para contemplar los sesgos y tendencias culturales de la contemporaneidad.

Lo primero que debe decirse de este modo de pensar es que responde a una postura congruente con la filosofía moderna y contemporánea, que conformándose desde la época del Renacimiento en el mundo occidental, deja atrás la postura realista y se aboca a la línea subjetivista. ¿Significado de este cambio? Es explicable desde lo que se entiende como los tres aspectos de la construcción del conocimiento: el sujeto que conoce (nosotros, como seres humanos); el objeto que es conocido (la realidad); y, para terminar, la representación (la imagen que edifica el sujeto acerca del objeto por medio de sus sentidos o su inteligencia). Gracias al nacimiento de las ciencias modernas a la altura del siglo XVI, Kant afirmó que se dio un “giro copernicano” en el modo de comprender la interacción de estos tres elementos, ya que hasta ese momento la primacía del proceso la tenía el objeto conocido, que se dejaba aprehender por parte del sujeto que conoce (función ciertamente pasiva, pero preeminente).

En cambio, con las tendencias del pensamiento moderno de tono racionalista (que prioriza la acción del sujeto en el acto de conocer, como lo indica la famosa frase de Descartes: pienso, luego existo), y del empirismo (que sitúa la experiencia del sujeto como la pieza clave del acto de conocer), se deja de lado el modo natural de suponer el proceso del conocimiento desde los objetos que son conocidos, que es el planteamiento elemental del realismo, y se entroniza al sujeto y sus modos de captar al realidad como lo esencial en la producción del conocimiento (que es la tendencia subjetivista del mundo actual).

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Lo anterior, que podría entenderse como una discusión entre tendencias filosóficas sin mayor trascendencia, no queda ahí. En verdad tiene consecuencias, y de carácter grave, pues afectan de modo significativo la vida de las personas, ya que tocan sus juicios de valor y sus decisiones, desde las más ordinarias hasta las más decisivas como veremos abajo. Antes de tocar un par de temas del mundo contemporáneo, es conveniente distinguir que el “giro copernicano” señalado por Kant –que coloca al sujeto como el eje en el proceso de conocimiento—fue algo sumamente valioso para la ciencia, ya que permitió al ser humano visualizar la realidad desde su imaginación creadora autónoma (ya no imaginación mítica que atribuía a potencias divinas la explicación de los fenómenos naturales), y proponerse descubrir las secretas leyes de la materialidad universal y usarlas en su beneficio. La literatura se hizo eco de esta novedad, y ajena a los límites de lo fáctico, pudo con Julio Verne (1828-1905) soñar con viajes a la luna en cohetes de hechura humana, o con Mary Wollstonecraft Shelley (1797-1851), figurarse la creación de vida por un estudiante de medicina en la novela Frankenstein o el moderno Prometeo.

Ahora paso a referirme a dos asuntos que sin tener relación directa entre sí, pueden servir para un análisis siguiendo el pensamiento de Berkeley: uno es tomado de la farándula hispanohablante y otro de la política internacional. En primer momento se tiene el caso de la cantautora colombiana Shakira Mebarak y el exfutbolista español Gerard Piqué. Después de doce años, esta pareja terminó su relación matrimonial a mediados del año pasado. Todo ello no pasaría de ser uno de los tantos casos de divorcio que acontecen entre parejas de famosos, sin embargo ya desde abril del 2022, una serie de melodías de la cantante con alusiones a su relación de pareja empezaron a aparecer. Hoy ya son cuatro las producciones musicales de este estilo. Ello ha hecho que el suceso del divorcio se mantenga como noticia “viral” y llamativa en redes sociales y medios de comunicación.

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Quizá la pregunta que no suele hacerse ante este fenómeno mediático es el valor que tiene para ambas partes el continuo cruce de su vida privada con el mundo público. Fuera de los beneficios de popularidad que les reporta ser vistos y comentados por todas y todos, ¿hay algo que realmente les favorezca como personas, tanto a ellos como a sus hijos, y al resto de su familia? Es decir, y recordando los tres aspectos del proceso de conocimiento: ¿cómo están siendo afectadas las subjetividades envueltas en este juego de representaciones donde incluso una de las partes afirma que “factura” gracias a esta separación? La canción de Shakira que tiene esta idea de “facturación” o “ganancia” está dentro de una generalización alusiva a la imagen femenina (“Las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan”). Si bien el argumento de sacar ventaja o salir avante de una situación difícil, y no quedarse deprimida o maltrecha a merced de ella, se puede considerar positiva, aquí parece que se está diciendo algo más en el sentido de usufructuar o monetizar un evento negativo para el propio favor, lo cual deviene en algo problemático.

Ser es percibir y ser percibido… decía Berkeley. O sea, en este caso la pareja separada logra mantenerse en la realidad (“ser” alguien) gracias a sus cuotas de difusión mediática. Sus personas, sus propias relaciones y las que tienen con sus hijos, son de baja importancia con relación a la representación senti-mental que es necesario mantener ante los mass media. Esto es lo trágico de este juego de roles, ya que reduce sus vidas a la dinámica de productividad que el sistema ordena para lograr ganancias, y deja de lado su privacidad y el manejo del nuevo tipo de relación humana que deberían forjar luego de concluir su unión matrimonial. Esto debe ser especialmente triste para sus hijos, en cuanto que la relación de sus padres queda encapsulada en un patrón heterónomo normado por la imagen que debe sostenerse, antes que por el amor y respeto que como padres se deben entre sí y que también ellos merecen como frutos de su alianza.

Pasando al segundo tema, presento ahora el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania que si bien cumple con los requisitos básicos para entrar dentro de la noción de “guerra”, personalmente manejo cierto recelo en concebirlo de este modo debido a los motivos que expondré en las líneas que vienen. Ya que se está hablando de “imágenes” o “representaciones” como uno de los tres elementos clave en el proceso de conocer, es interesante analizar cómo las conflagraciones han ido variando en cuanto a su modo de llegar al público. Por ejemplo, haciendo un contraste de las guerras de Corea (1950-1953) y Vietnam (1955-1975)—donde la cobertura periodística permitió tener una idea muy próxima de lo que ocurría en el frente y alentó reacciones civiles de oposición dentro de USA—y las guerras más contemporáneas como la Guerra del Golfo (1990-1991) o la Guerra de Afganistán (2001-2021)—donde hubo un control sumamente fuerte de lo que se transmitía desde las zonas de acción militar, es posible afirmar que ha habido una mayor preocupación actual por lograr instalar en la opinión pública una serie de imágenes que brinden apoyo, o al menos no se opongan, a la dirección que los altos mandos desean para el conflicto.

Así pues, si bien los aparatos de propaganda siempre han sido funcionales a cada grupo de interés en los enfrentamientos militares, tratando de hacer ver al contrario como perdedor y a las propias fuerzas como las siempre vencedoras, en este caso hay algo más sutil e inhumano. El Dr. Alberto Betancourt, en su espacio Mundos Posibles del pasado jueves 2 de marzo, dentro de la programación semanal de Primer Movimiento en Radio UNAM, hacía conciencia de la grave responsabilidad de este acento belicista promovido desde las voces de las cadenas noticiosas. Se observa en estos medios un modo recurrente de alentar el convencimiento de una solución militar para el conflicto.

Es en este rango de provocación hacia lo violento donde la pauta de Berkeley vuelve a sonar tan próxima: no es tan importante lo que esté ocurriendo en el campo de batalla, lo realmente fundamental es cómo se perciba, cómo se proyecte o cómo se idealice dicho suceso en el sentir general. Es la proyección mediatizada lo que realmente imprime consistencia y “verdad” a la noticia de este conflicto. Y ello se promueve a través de dos bandas de transmisión: por un lado, y como figura autoritaria y continuamente demonizada desde occidente, el presidente de Rusia, Vladimir Putin; y por otro lado, quien originalmente es un actor y comediante, el actual presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski. Respecto al primero solamente diré que ha sido claro en sus argumentos respecto a exigir que la alianza militar de la OTAN no se expanda hacia el este usando como plataforma a los países que formaron parte de la extinta URSS. En cambio, y en cuanto a la idea de representación, es apropiado ampliar lo dicho del segundo protagonista.

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En un breve pero revelador documental de la Deutsche Welle, titulado: La transformación de Zelenski: cómo un comediante se convirtió en el presidente que desafió a Putin (https://tinyurl.com/2oo5p5uh) se muestra cómo hasta hace pocos años el ahora presidente de Ucrania era un showman que hacía excelentes performances y gozaba de presencia ante las cámaras. Tanto así que en una serie satírica hizo de presidente de Ucrania. Este documental analiza su éxito como líder mediático para un país que requería una figura que no se dejara aplastar por Rusia. Con una imagen de vulnerabilidad, con la tez pálida y sin afeitarse, pero con el ánimo envuelto en un aura épica, este personaje sostiene un discurso que se apega a lo que decía antes para los mass media occidentales, la solicitud de apoyo militar antes que las mediaciones oportunas para una salida diplomática y pacífica del conflicto.

Resumiendo, más allá de lo justo o injusto que pueda considerarse el ingreso de las tropas rusas en el espacio nacional ucraniano, lo genuinamente potente para el análisis es considerar cómo la evolución de la situación bélica es tendenciosamente empujada hacia la ruta de sostener la violencia antes que empeñar esfuerzos por la paz. Y para lograr este fin de mantenimiento de la lucha armada no se duda en usar la percepción focalizada a través de un lenguaje proguerra con imágenes de soporte. Es por ello por lo que se puede tener cierta reticencia a llamar a este evento una “guerra”, ya que más bien parece una puesta en escena hábilmente hilvanada para sostenerse en el tiempo. Así, se “crea” realidad mediante el fomento de imágenes que conduzcan a una percepción… o sea, la a-pariencia (entendida como lo define la RAE: “característica(s) que parece poseer una persona o cosa pero que en realidad no tiene”) es lo que comanda el “ser” de la realidad (lo nombrado como ontológico en el lenguaje técnico filosófico, pero que aquí y en el título de esta reflexión se coloca entrecomillado para marcar su artificiosidad).

Tanto la separación de la pareja de famosos, como la “guerra” europea, son sucesos que responden en el fondo a la misma tendencia moderna: anteponer una forma inventada de percepción que probablemente contrasta con la materialidad de los hechos, con lo cual se desconfigura el patrón natural de conocimiento (de los hechos a su representación) y se fomenta una lógica dominada por la instancia que tenga el poder de controlar las emisiones de noticias o sepa reconducirlas hacia su zona de interés o seguridad (es decir, priorizando la representación antes que los hechos mismos).

En conclusión, Berkeley vuelve a la carga y para efectos de análisis su modo de captar la sensación del pensar humano es sin duda algo luminoso, pues nos alerta de una tendencia moderna que puede marcar el colapso de la humanidad, ya que al perder la referencia del objeto (realismo), el sujeto humano es capaz de construir realidades autodestructivas desde su propia conciencia. Es lo que seguramente vislumbró Nietzsche cuando hablaba del ocaso de la humanidad occidental, presa de un nihilismo que la destruye desde su propia intimidad, es decir, desde su propio modo de ser y estar en la realidad, tan terriblemente unilateral y por ello ciego.

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