La buena alimentación es muy importante para adquirir vitaminas y así nutrir el organismo.
La buena alimentación es muy importante para adquirir vitaminas y así nutrir el organismo. Foto: Cortesía.

En Guatemala, la desnutrición es un problema que afecta no solo el bienestar del que la padece y sus familiares, también afecta el desarrollo y bienestar de toda la nación. Nunca ni sociedad ni Estado le han prestado la atención que merece su control y desaparición. El problema se expande a otros sectores, pues el crecimiento de la población y del grupo de mayor edad, los pacientes y los ancianos también no solo tienen el riesgo de sufrir desnutrición, sino que muchos de ellos la padecen crónica. Las consecuencias son importantes, tanto para el individuo como para la sociedad. La desnutrición es fácil de detectar, no así de atender, pues requiere de acciones múltiples de parte de todas las instituciones de Estado y de mejores leyes en aspectos de los derechos humanos y es fácil hacer algo al respecto, así como de urgencia, pues es un problema generalizado en la Nación. Es un problema que muchas personas conocen, que muchos padecen y que muy pocos hacen algo al respecto.

Dentro de un marco de política nacional, la desnutrición no debe ser abordada solo con medidas para combatir los casos, pues su origen es consecuencia de varios factores que afectan los derechos humanos de muchas personas, verdadera causal de su problema y su mayor manifestación biopiscológica es de un estado crónico que si bien deja realizar tareas y permite el desarrollo del niño que la padece, lo hace de manera imperfecta, propiciando bajos rendimientos biopiscosociales y económicos.

Ya es hora de que pasemos de la toma de conciencia a la acción ya que una proporción demasiado grande de nuestras personas en crecimiento y mayores, padece y deambulan con algún grado y tipo de desnutrición, y tienen secuelas y sufrimientos innecesarios, y en algunos casos mueren a causa de ella o funcionan como causa de otras enfermedades y su evolución.

La desnutrición no solo provoca impactos socioeconómicos en la nación, también afecta el sistema nacional de salud: causa más hospitalizaciones, más largas y más costosas, un mayor consumo de medicamentos, tratamientos para infecciones más frecuentes, una rehabilitación más prolongada, una peor calidad de vida y, lamentablemente, también un aumento de la morbilidad y la mortalidad.

Todo programa nacional de combate a la desnutrición, debe partir de que, para el individuo, las consecuencias biopsico sociales son profundamente graves y en el caso de los niños, muchas veces con secuelas físicas mentales y emocionales irremediables en un futuro. Para la sociedad, las consecuencias sociales y económicas también son palpables. Es indudable dada la magnitud con que se presenta en nuestro medio, que la solución de este problema no ha recibido no la suficiente ni la adecuada atención por parte de las instituciones de estado, ni por los profesionales de los sectores sociales, ni de los políticos y funcionarios, a pesar de que los medios de comunicación periódicamente informan de su situación dramática.

Estadística del índice de desnutrición crónica en Guatemala.
Estadística del índice de desnutrición crónica en Guatemala. Foto: Cortesía.

El otro elemento que debe tomar en cuenta el nuevo gobierno es que, no existe una solución simple, sino muchas soluciones simples que juntas deben marcar la diferencia. Eso implica incidir en la forma en que se estructura, organiza y funciona no solo la disponibilidad de alimentos, sino su distribución, acceso y consumo y eso involucra a todas las entidades sociales y económicas del Estado en un accionar conjunto. 

Los resultados perseguidos también deben ser múltiples: no solo se trata de brindar atención a los dañados, al mismo tiempo también se deben obtener resultados, por ejemplo, de una mejor prevención y un ambiente más adecuado en toda la cadena alimentaria a la familia, lo que significa actuar en lo laboral, productivo y distributivo.

Creo que las mejores soluciones deberían pasar a un plano de legislación y acción, después de un debate público exhaustivo entre poblaciones, pacientes, profesionales y políticos.  La solución es claramente interdisciplinar, de intervenciones múltiples y de actores diversos. Algunos dirigirán el proceso, otros trabajan a diario para facilitar disponibilidad, acceso y consumo de alimentos, otros en atención a los desnutridos en su fase aguda y crónica, otros en la prevención de la desnutrición. Juntos podemos marcar la diferencia para el futuro. Ahora se trata de terminar con un problema que clama por soluciones y acción política.

En este momento, en atender este problema, ni gobierno ni sociedad está partiendo de cero. Al público el sufrimiento le es conocido. Para todos, la desnutrición es un trastorno relativamente bien definido que también es fácil de identificar. Tanto estado como sociedad conocen las causas de la desnutrición en los pobres, las mujeres en edad fértil, los ancianos y los pacientes. Así sabemos qué es, qué la causa y cómo encontrar a quienes lo padecen. Uno de cada dos niños padece de alguna forma de desnutrición, una de cada diez mujeres en edad fértil igualmente. En personas de la tercera edad, cuatro de cada diez pacientes con alguna enfermedad, corre el riesgo de sufrir algún tipo de desnutrición y en mayores de setenta años esto es más grave; se estima en naciones desarrolladas, que, en la atención a las personas mayores, hasta el 60% de los ancianos son vulnerables y en nuestro medio, su magnitud podrá con el tiempo empeorar significativamente, cuando el número de personas mayores de 70 años se duplique en los próximos años.

El manejo nutricional del paciente hospitalario es otro reglón que se debe atender mejor. Ya dijimos que muchas enfermedades comienzan con pérdida de peso y a eso el sistema le pone poca atención. En estudios en otras latitudes y en Latinoamérica, se ha encontrado que por encima del 10% de pacientes que acuden a las unidades de salud sufren de cierto grado de desnutrición. En los que acuden a los servicios hospitalarios externos, ese porcentaje se duplica y en los que son hospitalizados la cifra puede llegar hasta un 40% y algo dramático, por encima del 50% de esos pacientes que ingresan desnutridos al ingresar estaban aún más desnutridos al alta. 

Otro elemento a considerar en este tema en la reformulación de su manejo clínico es que la desnutrición es particularmente frecuente entre las personas mayores. Esto se debe, entre otras cosas, a que las personas mayores padecen con mayor frecuencia enfermedades que provocan la desnutrición como son varias de las degenerativas y metabólicas. Los servicios de estas enfermedades suelen ponerle énfasis a la enfermedad en sí y no al estado nutricional. Igual cosa sucede cuando se atiende la desnutrición en niños, se le pone atención y prioridad a la infección en sí y no al estado nutricional, que se sabe afecta en deficiencia el sistema inmune.

Que nos revela ese comportamiento de manejo de la desnutrición dentro del sistema de salud: una deficiencia, en las unidades de prestación de servicios de salud públicos y privados. El desafío particular es que, debido a las constantes exigencias de eficiencia en tiempo y prioridades mal establecidas, los pacientes son tratados cada vez más sólo por el diagnóstico con el que fueron ingresados, lo que significa que los problemas nutricionales pasan a un segundo plano.

Insisto: contamos con las herramientas para detectar la desnutrición causas, consecuencias y problemas, pero ni en la atención ni en la prevención son adecuados los planes de nutrición que tenemos. No nos aseguramos de que los pacientes y las personas a riesgo conozcan mejor qué hacer. Y rara vez reciben asesoramiento u orientación. Así, la mayoría de las veces quedan solos, sin poder resolver el problema. Por tanto, no es de extrañar que el problema persevere tanto a nivel institucional como individual y social. 

El Estado debe tener claro que la desnutrición tiene una serie de consecuencias graves socio-económicas para los pacientes y sociedad en particular y para el sistema sanitario en general. Se trata de pérdidas de desarrollo y función en el niño y de función en los adultos, respuestas inadecuadas del sistema inmunológico debilitado, infecciones más frecuentes, rehabilitación más prolongada, peor calidad de vida, riesgo más temprano de enfermedades en un futuro, más reingresos, tratamientos más caros y mayor mortalidad. Las consecuencias para la sociedad también son importantes. Por tanto, la factura para la sociedad asciende a miles de millones. 

En resumen: La desnutrición no es un problema nuevo. Al contrario, es un problema que ha sido investigado y destacado de diversas formas en innumerables publicaciones de centros de investigación biológicos y sociales, universidades, ministerios y agencias. El problema es que ha sido atacado unilateralmente. Y aunque suene inverosímil, ningún municipio tiene una política alimentaria, la mayoría realiza pruebas de detección de desnutrición, pero de eso a prevención, no existe política alguna. Sería interesante que el nuevo gobierno ponga a funcionar una política municipal en relación con la desnutrición y sus causas. Y con la tendencia en el número de personas a riesgo con que nos enfrentamos, hay muchas buenas razones para empezar a solucionar un problema que no debería existir y que tiene tan altos costos humanos y financieros.

Alfonso Mata
Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.
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