¿Cómo debemos percibir la Naturaleza y qué es una buena relación entre la Humanidad y la Naturaleza? ¿Son sostenibles los comportamientos y tratos de la población con la naturaleza? ¿Deberíamos estar seguros de que el conocimiento y las habilidades han aumentado, de tal manera que disminuya la dependencia de la Humanidad de la Naturaleza a pesar de nuestra creciente actividad económica y nuestro creciente número de desechos biológicos y materiales producidos? ¿Es la creciente brecha entre los ricos y los pobres del mundo en su dependencia de los recursos naturales, una consecuencia de esos trastornos naturales? No hay duda que esas y muchas más preguntas se hace necesario responder, a fin de establecer un programa exitoso de intercambios humano-naturaleza enfocado a un gana-gana.
Los debates contemporáneos sobre las cuestiones del desarrollo humano y la naturaleza, tienen ya varias décadas y se tornan por diversos tipos de interés cada vez más frecuentes. Han permanecido vivos y a veces violentos, porque los configuran dos perspectivas empíricas opuestas sobre el uso y explotación de los bienes naturales. Por un lado, la posición que llama a lo natural “capital” y que es regida por ambiciones económicas que al ritmo al que se explota en la actualidad, es muy probable que lleve a una catástrofe total. Numerosos son los síntomas que muestra ya la Naturaleza y señala el error de no poner mesura en la forma actual de explotar la tierra, dejando inválido el dicho de muchos de los defensores de tal postura de lo “natural capital”. Por otro lado, si estudiamos esa posición desde “lo inmediato” como: las tendencias en el consumo de alimentos, la esperanza de vida y los ingresos registrados en regiones que actualmente son ricas y en aquellas que están en camino de volverse ricas, la escasez de recursos no parece afectar aun, lo que no significa que no este próximo.
Están por otro lado los que abogan por que los problemas ambientales y las perspectivas futuras se traten de manera “más científica, técnica y humana, que comercial”, ya que esos problemas y perspectivas de agotamiento y destrucción de la naturaleza, los cambios climáticos derivados de ello, aunque pasen desapercibidos a la vista, ahí están dándose y se presentan de diferentes maneras e impactos, para diferentes personas, grupos y ambientes. Algunos identifican los problemas ambientales con el crecimiento de la población, mientras que otros los identifican con formas equivocadas de crecimiento económico, que involucran, por ejemplo, consumo excesivo en los países ricos, uso de alimentos en mascotas, uso inapropiado de químicos agrícolas y de la tierra. Hay por otro lado quien ve los problemas ambientales con la lente de la “contaminación” urbana y la explotación inmoderada de materiales, uso inapropiado del agua, los mares y la producción agrícola e incluso con la aplicación genética en los cultivos, afectando eso de manera diferente a las economías emergentes, que al espectáculo de la pobreza en los grupos y países más pobres del mundo.
Cada una de las visiones es válida a la luz de las culturas diferentes que la comparten, pero posiblemente incompleta en todas. Se sabe, por ejemplo, que extracciones, talas, producción industrial, que comienza como contaminación urbana, se convierte con el tiempo en capas de partículas que provocan cambios climáticos, que luego se trasforman en mengua o destrucción de cultivos y de vidas humanas. La ciencia cada vez más nos señala que no hay un solo problema ambiental, hay una gran colección de problemas interrelacionados y que estos pueden estar presentándose ya, o lo harán en un futuro, y en diferentes zonas con diferentes intensidades y consecuencias. Aunque el crecimiento de los contaminantes industriales y agrícolas ha acompañado el desarrollo económico, ni las medidas preventivas ni las curativas han seguido el ritmo de su producción asociada, con diferentes aspectos de destrucción ecológica y daño a la salud humana.
Por otro lado, el crecimiento desordenado de todo tipo, dentro de las sociedades humanas, se vuelve importante problema: durante el siglo XX, la población mundial creció por un factor de cuatro y la producción mundial por 14; la producción industrial aumentó por un múltiplo de 40 y el uso de energía por 16. El impacto en ambiente y ecológico de esos crecimientos no es el mismo. Por ejemplo, el ganado se considera un productor de metano importante y la población ganadera creció al mismo ritmo que la población humana. En otro sentido, la depredación es otro fenómeno de desequilibrio; así la captura de peces aumentó en un múltiplo de 35 y las emisiones de dióxido de carbono y azufre en más de 10.
Veamos otro ejemplo. La incorporación de nitrógeno al medio ambiente terrestre a partir del uso de fertilizantes, combustibles fósiles y cultivos de leguminosas, se estima que ahora es tan grande como el que proviene de todas las fuentes naturales combinadas. Alrededor del 45% de los 45 a 60 mil millones de toneladas métricas de carbono que son aprovechadas anualmente por la fotosíntesis terrestre (producción primaria neta de la biosfera) se encamina a uso para una sola especia: la humana.
Todas esas cifras son estimaciones aproximadas, pero las cifras ponen en perspectiva la escala de la presencia humana como el máximo depredador y poco colaborador de recuperación en el planeta, en el trabajo global de la biosfera para reproducirse y mantenerse adecuadamente. Nuestras necesidades están en choque con las limitaciones que tiene el trabajo de la Naturaleza, pero más que eso de reparar.
Afortunadamente -afirma la historia humana- el hombre no solo es depredador, es constructor e innovador y eso ha traído mejoras en la producción calidad y conservación de una serie de recursos ambientales. Por ejemplo, durante los últimos 200 años, las investigaciones médicas, se han visto acompañadas por la disponibilidad a gran escala de agua potable y la mayor protección de las poblaciones humanas contra las enfermedades transmitidas por el agua y el aire. Además, el entorno físico dentro del hogar ha mejorado sobremanera. Los aumentos en el conocimiento científico, la inversión en infraestructura pública y la educación universal, han significado que los ciudadanos tengan conocimiento mucho mayor de los peligros ambientales; pero el peligro es la velocidad de los cambios. Ni la ambición industrial, ni las necesidades de sobrevivencia, han sido superadas para ponerlas a favor de una explotación natural más racionalizada, a pesar de tenerse recursos para hacerla.
Ante las ponencias contradictorias sobre ambiente y sociedad, muchas personas están convencidas de que los avances científicos y tecnológicos, la acumulación de capital reproducible (maquinaria, equipos, materiales químicos, genética, edificios, caminos), el crecimiento del capital humano (educación, habilidades, vigilancia) y las mejoras en las instituciones sociales, económicas y tecnológicas, pueden superar disminuciones y corregir caminos que ya se volvieron necesarios al hombre y su bienestar.
Es indiscutible que la situación actual de nuestro país en todos los aspectos arriba mencionados, resulta caótica y ello estriba en que, gran parte de las políticas económicas sociales y ambientales, al igual que las interpretaciones de necesidades y la problemática, se separan y ven con distinta lente; es decir, lo social y ambiental se maneja como caminos paralelos y no convergentes. La naturaleza se usa políticamente y socialmente como fondo activo, para satisfacer ambiciones y con demasiada frecuencia, como una lámpara de Aladino de la que se pueden extraer recursos y servicios de forma aislada y sin límite.
Sobre lo expresado arriba, muchos afirmarán que gracias a lo que actualmente le sacamos a la naturaleza, los pronósticos macroeconómicos de nuestra nación, constantemente crecen y son buenos. Pero cabe preguntar: ¿Crecimiento en qué y para quién? Y no vale de respuesta conformista: «vea el PIB bruto». El PIB, siendo el valor de mercado de todos los bienes y servicios finales, ignora la degradación del capital natural y el daño que afecta el hábitat natural de muchos. Si aumentan las cosechas inmoderadas de caña de azúcar y de palma africana, aumenta el PIB, pero no el estado económico y de bienestar de la población. Si la tala se intensifica, los bosques son deforestados y también aumenta el PIB, pero el pequeño agricultor pierde terreno y la naturaleza no puede recuperarse. La moraleja política económica es una trampa y banal: el PIB es impermeable a las limitaciones de la naturaleza a su recuperación y a la distribución económica y de salud con equidad en la población.
No cabe duda de que la humanidad y nuestra población, necesita con urgencia reorientar nuestra relación con la naturaleza, para promover un patrón sostenible de desarrollo económico y social.
Es indudable que el nuevo gobierno a la par de una convocación social a una propuesta sobre uso y preservación de la biodiversidad y los medios de producción, necesitará implementar acciones para brindar una solución a los problemas que enfrentan las poblaciones urbanas y rurales en sus intercambios con la naturaleza, evitando el daño y agotamiento de esta en deterioro de mucha gente y en ese trabajo político, indudablemente existen muchas preocupaciones e intereses que se deberán limar, en un esfuerzo colectivo entre científicos naturales y sociales, industriales y financistas y poblaciones. Indudablemente el centro de la discusión debe ser un eje triple de necesidades en que naturaleza humana y natural confluyen: alimentación, salud y energía. Diversas vías sociales y naturales se conjugan en ello y en resolver esas necesidades y revelan limitaciones en la capacidad de la naturaleza y humana para satisfacerlas, que deben resolverse. Eso requiere de una voluntad política fuerte y una cooperación social constante, en un esfuerzo por preservar la naturaleza y explotarla como debe ser.