Por CLAUDIA TORRENS
NUEVA YORK
Agencia (AP)

El aroma de chuletas de cerdo, jalapeños y cactus a la brasa llena la cocina de este restaurante del sur del Bronx. Detrás de la puerta, en un cartel rojo, se lee: «no deportaciones».

Los platillos oaxaqueños que se preparan aquí no son sólo para los clientes del local, sino también para los cientos de personas hambrientas en este barrio y otras zonas pobres de Nueva York. El pequeño restaurante, llamado La Morada, se convirtió en comedor de beneficencia durante la pandemia y en la actualidad produce unas 650 comidas al día que se reparten a desempleados, neoyorquinos que viven sin gas y no pueden cocinar, ancianos o discapacitados.

Los dueños mexicanos del restaurante, que también son activistas a favor de migrantes que, al igual que ellos, carecen de documentos en Estados Unidos, describen la labor de dar de comer a estadounidenses y migrantes pobres como gratificante. Es un trabajo que hacen junto con otros grupos y organizaciones que les donan alimentos y fondos y que distribuyen la comida.

«Siempre decimos que el activismo es como nuestro sazón secreto, así que creo que fue algo muy natural para nosotros servir a nuestra comunidad con lo que tenemos», dijo Yajaira Saavedra, de 32 años y copropietaria del restaurante con sus padres. «También es algo que nos devuelve a nuestras raíces indígenas, cuando todos participábamos en las comidas, aportando unos pocos ingredientes, y cocinando una gran olla juntos».

El Bronx, un condado de población mayoritariamente hispana y afroestadounidense, es una de las zonas donde el COVID-19 azotó con más fuerza en Estados Unidos. El condado pertenece al distrito congresional número 15, el más pobre de todo el país, con un promedio de salario anual por vivienda de 31.061 dólares en 2019, según datos del censo.

Al inicio de la pandemia, la familia entera de Saavedra presentó síntomas de COVID-19 y La Morada cerró durante un mes.

Solicitaron préstamos federales como el Economic Injury Disaster Loan pero todos fueron rechazados debido a su estatus migratorio, dijo Saavedra. Un portavoz de la Agencia Federal para el Desarrollo de la Pequeña Empresa (SBA por sus siglas en inglés) dijo a The Associated Press que los solicitantes de préstamos deben ser ciudadanos estadounidenses o extranjeros «calificados», lo que incluye a residentes permanentes, entre otras categorías.

Saavedra se beneficia de un programa conocido como DACA que otorga alivio migratorio temporal a inmigrantes, que fueron llevados sin autorización a Estados Unidos por sus padres cuando eran niños.
Sus padres, Natalia Méndez y Antonio Saavedra, cruzaron el desierto de Sonora, en Texas, y llegaron a Nueva York en 1992. Saavedra y su hermano Marco hicieron lo mismo un año después con parientes. Marco, quien ahora tiene 30 años, solicitó asilo en 2019 y está esperando una decisión.

Sin ayuda federal, un amigo abrió una página en internet para recaudar dinero, lo que permitió que la familia reabriera el restaurante en abril. La Morada abrió también como programa de comida comunitaria porque los Saavedra tenían comida acumulada que no querían tirar y había demasiados hambrientos en el sur del Bronx. La noticia corrió rápido: la gente empezó a hacer fila en la calle y unas 200 sopas desaparecieron en menos de una hora, dijo la familia.

«Nos dimos cuenta de que la necesidad era enorme. Al día siguiente, sin pensar, cocinamos el doble», dijo Méndez, quien tiene 50 años y constantemente se las ingenia con los ingredientes disponibles.
Un día pueden ser «enfrijoladas», es decir, tortillas cubiertas con salsa de frijoles negros; otro día serán sopas de res y otro día será ensalada con pollo. Mercados locales, vecinos y amigos también donan: cualquiera puede presentarse en el restaurante con una bolsa de arroz o patatas.

«Quiero decirles ‘gracias’ porque una libra de arroz cuando la cocino se convierte quizás en 20 platos, con verduras y carnes que se consigan», dijo Méndez.

Durante la pandemia, La Morada, que abrió sus puertas en 2009 y ha recibido varios prestigiosos premios Michelin Bib Gourmand, se alió con ReThink Group, una organización sin ánimo de lucro que promueve acceso a alimentos, para llevar adelante el comedor de beneficencia. El restaurante también se unió a otro grupos e iglesias.

La comida se distribuye a barrios pobres y a neveras comunitarias, un proyecto nuevo que consiste en llenar neveras que se enchufan a la electricidad de un negocio y se dejan en plena calle para alimentar al que lo necesite.

Una tarde reciente, Antonia Morales tomó dos bolsas de comida de La Morada en un jardín comunitario donde éstas eran repartidas por voluntarios. «Nos ayudó mucho. En la pandemia esto fue muy importante,» dijo la inmigrante mexicana, que tiene cuatro hijos y perdió su trabajo limpiando casas.

Dentro de La Morada, voluntarios entran y salen constantemente a lo largo del día, recogiendo pequeñas cajas de comida para repartir. El restaurante incluso ha podido contratar a gente para ayudar con el comedor de beneficencia gracias a becas locales.

«Se trata de la comunidad aportando y amigos y aliados diciendo ‘vamos a hacer esto, vamos a luchar juntos y a sobrevivir'», dijo Saavedra.

Antes de la pandemia, La Morada también era un pequeño centro de intercambio de libros. Imágenes de protestas y de inmigrantes con carteles, pidiendo que paren las deportaciones de miembros de sus familias, decoran las paredes del local, que están pintadas de morado.

Estados Unidos ha superado los 10 millones de casos de COVID-19, convirtiéndose en la nación con el mayor número de infecciones. Nueva York, que hace meses se convirtió en el epicentro de la pandemia, vuelve a sufrir ahora infecciones en aumento. Según un informe del contralor de la ciudad, la pandemia podría resultar en el cierre permanente de casi 12.000 bares y restaurantes en Nueva York y, por lo tanto, la pérdida de unos 159.000 empleos en un periodo de seis meses a un año.

La comida comunitaria de La Morada funciona de martes a viernes. Los lunes Méndez y sus ayudantes preparan y limpian el ajo, la cebolla, los tomates, la lechuga y otros ingredientes para tenerlos listo para cocinar.

«Es muy placentero para mí, me llena de paz, de emoción, de energía», dijo Méndez, en referencia a cocinar para gente necesitada. «Estoy muy contenta porque estoy cocinando para personas que realmente lo necesitan, que no pueden pagar un plato».

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