Song Hong Ryon durante una entrevista en Uijeongbu, Corea del Sur. Mitad norcoreana, mitad china, Song dice que se siente perdida en Corea del Sur, adonde se radicó su madre norcoreana después de escapar primero de su país natal y después de China. FOTO LA HORA: LEE JIN-MAN/AP.

Por HYUNG-JIN KIM
UIJEONGBU, Corea del Sur
Agencia (AP)

Song Hong Ryon parece una surcoreana como tantas. Pero tres años después de haber llegado de China, esta muchacha de 19 años mitad norcoreana, mitad china tiene solo dos amigas surcoreanas y a menudo se siente mal por pequeñas cosas, como cuando la gente le pregunta si es china por su acento.

«Sufro mucho con esas cosas», expresó.

La madre de Song se fue de Corea del Norte a fines de la década de 1990 en busca de comida y trabajo en China, igual que decenas de miles de mujeres norcoreanas que querían escaparle a una hambruna. Muchas de ellas terminaron siendo vendidas a campesinos chinos pobres para que se casasen con ellos y se radicasen en China. Luego escaparon de nuevo y se fueron a Corea del Sur, que considera a Corea del Norte parte de su territorio y por lo tanto les abre los brazos a los refugiados norcoreanos.

Muchos de los hijos de estos matrimonios, si es que pueden reunirse con sus madres en el sur, se sienten alienados y frustrados al tratar de asimilarse a una nueva cultura, lejos de sus amigos y parientes.

La Associated Press habló con tres de estos jóvenes, dos de sus madres norcoreanas y una cantidad de maestros, expertos y funcionarios.

Las madres norcoreanas a menudo vivían en China con el temor constante de ser capturadas y repatriadas a Corea del Norte, donde se expondrían a torturas y a largas detenciones. Cuando realizaron el peligroso viaje a Corea del Sur, con frecuencia dejaban atrás a sus hijos en China.

Las más afortunadas conseguían trabajo en Corea del Sur, ahorraban algún dinero y arreglaban para que sus esposos e hijos se reuniesen con ella. Algunos niños, no obstante, habían sido abandonados o sus padres se negaban a dejarlos ir a un sitio donde no tenían parientes ni amigos.

Las reunificaciones familiares suelen tomar años, lo que implica que los muchachos mitad chinos, mitad norcoreanos deben arreglárselas por sí mismos durante la adolescencia.

Song dice que tenía diez años cuando su madre partió de Yanji, ciudad del nordeste de China, en el 2010. Un año después se fue su padre y ella quedó con sus abuelos.

«Cuando mi madre se fue, no lloré. Pero cuando partió mi padre, lloré muchísimo», relató Song. «Esa vez sentí que me quedaba realmente sola».

Se reunió con sus padres recién en el 2016 en Corea del Sur, tras una separación de seis años. En diciembre del año pasado, su madre murió de cáncer.
«Culpé a Dios», dijo Song, una cristiana devota. «Me pregunté por qué me pasó esto justamente a mí».

Kim Hyun-Seung llegó a Seúl para reunirse con su madre, una norcoreana que escapó primero China y después a Corea del Sur. Muchos jóvenes mitad norcoreanos, mitad chinos, como él se sienten perdidos en Corea del Sur. FOTO LA HORA: AHN YOUNG-JOON/AP.

En Corea del Sur los jóvenes como Song sufren una crisis de identidad, tienen la barrera del idioma, la gente no se interesa en ellos y el gobierno no los asiste. Muchos se sienten marginados y tienen problemas en la escuela y afuera de ella. Algunos regresan a China, separándose nuevamente de sus madres norcoreanas.

A menudo no saben si son chinos, surcoreanos o refugiados norcoreanos. Dado que ninguno de sus padres es nacido en Corea del Sur, no tienen demasiada ayuda al tratar de asimilarse a una sociedad extremadamente competitiva y acelerada.

«Esto, combinado con los prejuicios que sienten los surcoreanos hacia ellos y sus propias impresiones distorsionadas (de los sudcoreanos), hace que dejen pasar oportunidades de crecer y de desarrollar su potencial», dijo Kim Doo Yeon, director de una escuela de Uijeongbu, al note de Seúl, donde Song estudió dos años.

Otra muchacha mitad china y mitad norcoreana –que quiso identificarse solo por su apellido, Choe, por temor a que la publicidad afecte negativamente su vida en Corea del Sur–, vino a Seúl de China el año pasado para reunirse con su madre, una refugiada norcoreana.

La joven de 20 años habla poco coreano y no tiene amigos surcoreanos. No ha viajado sola más allá de Seúl y se la pasa conversando por internet con sus amigos de China.

Su madre se fue de Dunhua, en el nordeste de China, a principios del 2017, después de ver que otra norcoreana de su ciudad era detenida y devuelta a Corea del Norte.

«Me sentí muy triste», dijo Choe entre lágrimas al recordar la separación de su madre.

La madre, que se identificó como Choe H.Y. por las mismas razones, dijo que intermediarios la convencieron de que se fuese a China con la promesa de trabajo antes de pagarle el equivalente a 710 dólares a su marido para que la dejase ir en 1998.

Song dijo que su madre también casi es vendida a un extraño antes de escaparse y conocer a su padre.

Al llegar a Corea del Sur estos jóvenes reciben la ciudadanía pues sus madres son ahora ciudadanas surcoreanas. Pero al no tener lazos directos con Corea del Norte, no pueden beneficiarse de programas para los refugiados norcoreanos, como la admisión a la universidad sin rendir el examen de rigor y educación gratis.

Choe indicó que su hermano sigue en China porque teme ser obligado a hacer el servicio militar en Corea del Sur.

Choe quiere ir a la universidad, pero el idioma es una barrera.

«Si me pongo a conversar en coreano, no me entienden después de un rato, me pongo impaciente y empiezo a hablar en chino», expresó la madre, Choe H.Y.

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