El presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador llega a un evento para conmemorar el primer aniversario de su elección, en el Zócalo, la plaza principal de la Ciudad de México. Foto La Hora: AP/Fernando Llano

Por MARK STEVENSON
CIUDAD DE MÉXICO
Agencia AP

Andrés Manuel López Obrador conmemoró ayer el primer aniversario de su elección a la presidencia de México en medio de algunas extrañas contradicciones.

El izquierdista ha sido más conservador en materia fiscal que cualquiera de sus predecesores desde la década de 1950. Redujo de tal forma el tamaño del gobierno que ha provocado protestas. También ha sido mucho más abierto respecto a su religión que la mayoría de los presidentes mexicanos de la historia reciente.

Aún pasa la mayor parte de sus días haciendo campaña, y frecuentemente acude a eventos en distintos estados del país a pesar de que su partido tiene control total del Congreso y de que la oposición está completamente fragmentada.

Tiene una mejor relación con el mandatario estadounidense Donald Trump que su predecesor conservador, y ha impuesto medidas más estrictas para combatir la inmigración.

A pesar de haber tomado riesgosas decisiones económicas, los sondeos apuntan a índices de aprobación de entre 66 y 72%, siete meses después de que asumió el poder el 1 de diciembre.

En un discurso en un mitin para conmemorar el primer año de su triunfo electoral, López Obrador lució ansioso por hacerse notar como un transformador “radical”, aunque algunos de los logros de los que más se jacta son los recortes en gastos gubernamentales, y la estabilidad del peso y los mercados financieros.

“Este proceso no tiene retorno, ni un paso atrás. Nada de titubeos ni de medias tintas”, dijo en referencia a su combate contra la corrupción. “Nosotros somos auténticos, pacifistas y transformadores al mismo tiempo, en defensa de la causas de la honestidad, la justicia y la democracia. No somos moderados, somos radicales”.

Evidentemente, muchos de los mexicanos reaccionan más ante su personalidad —amigable, sonriente, humilde y sumamente accesible— que a sus resultados al frente del gobierno. A diferencia de mandatarios previos, aún estrecha manos en público, evita los enormes operativos de seguridad, vuela en clase turista en aviones comerciales y se toma fotografías con los pasajeros.

“Siento que trae una buena visión, pero la situación sería su planteamiento; la gente que está no es buena ni mala. Prevalece mucho la duda allí”, dijo Argelia Miranda Vázquez, empleada del gobierno que tuvo una conversación amigable con algunos de los simpatizantes de López Obrador a las afueras del enorme evento que organizó la presidencia el lunes en el Zócalo, la plaza principal de la Ciudad de México.

Al igual que muchas personas, se ilusionó con algunas de sus acciones simbólicas por desmantelar la figura presidencial distante y arrogante de años anteriores, como el despojar a los exmandatarios de sus pensiones. Pero “de allí en fuera todo sigue igual”, recalcó Miranda.

Rubén Jiménez, simpatizante de López Obrador, aceptó que el principal cambio ha sido psicológico.

“Es mejor el asunto, en términos populares. La gente está más esperanzada de que mejoren las cosas”, comentó Jiménez. “Hay un gobierno más democrático, y que se está acercando más con la gente”.

Pero hasta Jiménez estuvo de acuerdo en que el progreso real ha sido lento.

El número total de homicidios en el país es el más alto en la historia, aunque la tasa de incremento ha disminuido. Petróleos Mexicanos se encuentra sumida en deudas, y algunos de los recortes presupuestales del gobierno han afectado al sistema de salud en los hospitales públicos. La comunidad empresarial está cautelosa ante la propensión de López Obrador de deshacerse de lo que cree que son contratos injustos de infraestructura. Puede decirse que el gabinete, compuesto en su mayoría de recién llegados a la política, está en una fase de aprendizaje.

El gabinete “está aprendiendo y está muy lento”, dijo Jiménez. “Que avance más en las necesidades de la población, mejores salarios, alimentación, educación; está tardando mucho. Salud, necesitamos avances más rápidos, la cuestión de la Guardia Nacional; tiene que avanzar más rápido”.

El mandatario de 65 años mantiene una agotadora agenda de conferencias de prensa matutinas todos los días, y posteriormente acude a eventos al aire libre. Pero aunque la oposición está desorganizada, México está cada vez más dividido, en parte debido a que López Obrador desdeña burlonamente a todo aquel que se le opone, llamándolo “fifí”, un término que, a grandes rasgos, significa frívolo o de la élite.

Animar constantemente a sus simpatizantes y criticar a la oposición es algo que López Obrador tiene en común con Trump o con funcionarios como el ministro del Interior italiano Matteo Salvini, asegura Federico Estévez, politólogo en el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM).

“Es la nueva política, sabes. Es Trump, es Salvini, son todos ellos. Todos lo hacen. Solo los gobernantes institucionales no lo hacen”, dijo Estévez. “Obviamente funciona”.

El argumento de que López Obrador es más populista que izquierdista podría tener cierta validez. Ha ordenado recortes a algunos de los programas sociales que beneficiaban directamente a algunas de las personas más pobres del país, reemplazándolos con entregas —como becas y programas laborales— que se destinan a clases económicas más diversas.

Ha tomado medidas extraordinarias para evitar entrar en conflicto con Trump, particularmente en temas como la inmigración. En un principio López Obrador ordenó que se les otorgaran visas de trabajo y de viaje a los migrantes centroamericanos, y prometió inversiones para la creación de empleos en sus países de origen. Pero ante las amenazas de Trump de cerrar la frontera e imponer aranceles a los productos mexicanos, el gobierno de López Obrador ha comenzado a realizar operativos en trenes, autobuses, hoteles y parques para frenar el flujo de inmigrantes.

El mandatario reconoció el lunes que se implementaron las medidas a fin de evitar los aranceles.

“Hace unos días superamos una posible crisis económica y política mediante un acuerdo migratorio que nos obliga a ser más estrictos en la aplicación de la ley en la materia”, dijo. “Hemos establecido una relación amistosa y de respeto con el pueblo y el gobierno de los Estados Unidos, y este proceder nos ha permitido evitar la confrontación, que no consideramos conveniente para nadie”.

Aunque los izquierdistas podrían ver la medida como una traición, parece sentarle bien a muchos de los mexicanos, que parecen estar hartos de que los centroamericanos, haitianos y africanos crucen el país para intentar llegar a Estados Unidos.

“Que se enfoque en el pueblo, que no tenga compasión de la gente que es inmigrante, que viene de fuera”, dijo Miranda Vázquez. “Que apoye al pueblo, que lo demás lo deje a los demás, que sean los países que se encarguen de su misma gente”.

López Obrador también ha roto con las posturas tradicionales de la izquierda en otros asuntos. Las restricciones ambientales le parecen poco útiles, tiene un particular apego por los combustibles fósiles y ha recortado decenas de miles de trabajos en oficinas del gobierno como parte de un plan de austeridad.

“De cierta forma, está haciendo cosas que no se esperarían de un presidente de izquierda”, dijo Estévez. “Es impresionante lo conservador que es este tipo. O sea ¿qué izquierdista odia la burocracia?”

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