Foto. AP

Por CHRISTOPHER SHERMAN y MARÍA VERZA,
CIUDAD DE MÉXICO
Agencia AP

Primero con solemnidad en el Congreso. Luego en el Zócalo ante miles de personas y con el humo del copal de una emotiva ceremonia indígena todavía humeando. El nuevo presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador subrayó sus tres compromisos básicos de gobierno –“no mentir, no robar y no traicionar al pueblo de México”– y afianzó su cercanía con los mexicanos con una frase que por la noche le valió la ovación de miles: “Ya no me pertenezco, soy del pueblo”.

A este político de 65 años que ya ha roto moldes con un nuevo estilo de hacer política, le tomó más de una década conseguir cruzarse sobre el pecho la banda presidencial y es consciente de las expectativas de los más de 30 millones de mexicanos que votaron por él. Por eso, cerró su primer discurso como jefe de Estado recordando a un joven que habló con él desde una bicicleta mientras estaba camino a asumir el poder.

“Me dijo: tú no tienes derecho a fallarnos. Y ése es el compromiso que tengo con el pueblo: no tengo derecho a fallar”, dijo ante invitados que estallaran en aplausos y ovaciones.

Luego gritó “¡Viva México!” y comenzó la entonación del himno nacional.

Poco antes del mediodía del sábado, López Obrador juró como el primer presidente de izquierda en la historia reciente de México con la promesa de lograr cambios profundos en una sociedad que en los últimos años ha padecido una violencia y corrupción creciente. Su llegada al Ejecutivo marca, además, un punto de inflexión en uno de los experimentos de apertura de mercado y privatización más radicales del mundo.

“Hoy no sólo inicia un nuevo gobierno, hoy inicia un cambio de régimen político”, dijo desde la tribuna de la Cámara de Diputados.

Durante años, México tuvo una economía cerrada controlada por el Estado, pero desde la entrada en vigor del Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio en 1986, la nación firmó más acuerdos de libre comercio que casi cualquier otro país y privatizó casi todos los sectores de su economía, a excepción del petróleo y la electricidad. Ahora, sin embargo, López Obrador ofrece un discurso inaudito en el país desde la década de 1960: quiere construir más refinerías de petróleo estatales y anima a los mexicanos a “no comprar en el extranjero (…) vamos a producir en México lo que consumimos”.

López Obrador reiteró su lema de “por el bien de todos, primero los pobres” pero hizo guiños a los mercados al garantizar seguridad jurídica para los inversores nacionales y extranjeros. Por ello, apostó por “una transformación pacífica y ordenada, pero al mismo tiempo profunda y radical porque se acabará con la corrupción y con la impunidad que impiden el renacimiento de México”.

Sin embargo, fue contundente al apostar por el perdón y sus palabras fueron por primera vez interrumpidas, y no con aplausos, sino con gritos de justicia.

“Propongo al pueblo de México que pongamos un punto final a esta horrible historia y mejor empecemos de nuevo. En otras palabras, que no haya persecución a los funcionarios del pasado y que las autoridades encargadas desahoguen en absoluta libertad los asuntos pendientes».

Esta posición, así como la de perpetuar la permanencia del ejército en las calles aunque reconvertidos en una Guardia Nacional, le ha valido desde hace semanas diversas críticas, ya que la inseguridad y la violencia es una de las mayores preocupaciones de los mexicanos.

“No pretendo que cambie todo en dos meses, ni en seis años, pero si baja la violencia sí se van a desarrollar cosas buenas”, comentó Amira Rozenbaum, una señora que escuchó todo el discurso en la recién abierta residencia de Los Pinos y quien dijo entender que el nuevo presidente no quiera venganza para no “desequilibrar” el país. Sin embargo, agregó, “estamos cansados de que los presidentes se salgan con la suya, tiene que haber justicia”.

En su discurso en el Congreso por la mañana, López Obrador agradeció la asistencia de la amplia delegación de mandatarios extranjeros pero hizo especial énfasis a la amplia delegación enviada por el presidente Donald Trump y que encabezaron el vicepresidente Mike Pence y su hija Ivanka como símbolo del trato “respetuoso” que dijo haber recibido desde que ganó las elecciones el 1 de julio.

“Con el único que no quiere pelearse Lopez Obrador es con Trump porque sabe que él si puede descarrilar su proyecto”, dijo el columnista Raymundo Riva Palacio. “Están dispuestos a hacerles el trabajo sucio”, agregó en alusión a la disposición de México a albergar a los miles de migrantes que están en su frontera norte mientras tramitan el asilo en Estados Unidos.

Por otra parte, el nuevo presidente garantizó que el suyo será un gobierno honesto que peleará por disminuir la desigualdad, uno de los grandes problemas que enfrenta el país.

“Nada ha dañado más a México que la deshonestidad de los gobernantes”, dijo. “Ésa es la causa principal de la desigualdad económica y social, y también de la inseguridad y de la violencia que padecemos”.

En sus dos largos discursos, López Obrador reiteró tanto sus promesas de campaña como las realizadas durante todo el periodo de transición: lucha frontal contra fraudes electorales, no aumentar los precios de la gasolina –situación que generó gran enojo entre la población durante la gestión de su predecesor– la cancelación de la reforma educativa, atención médica gratuita en zonas marginadas y numerosos programas para jóvenes, campesinos, indígenas y, en general, para los sectores más marginados que serán su prioridad.

El baño de masas comenzó en el Congreso, cuando legisladores lo rodeaban y detenían para saludarlo y tomarse fotografías con sus celulares, y llegó a su cénit en el Zócalo, donde tuvo lugar una ceremonia indígena de purificación, algo sin precedentes en la toma de posesión de un presidente de México pese a la gran población indígena que tiene el país y que es el sector con más necesidades de la población.

“Tenemos mucha esperanza de que México vivirá una transformación”, le dijo la sacerdotisa oaxaqueña Carmen Santiago tras entregarle el bastón de mando, el símbolo de poder de los pueblos originarios, pero le recordó que solo hay una vía para gobernar: “mandar obedeciendo al pueblo”.

López Obrador logró una aplastante victoria en las elecciones del 1 de julio tras dos fracasadas candidaturas a la presidencia, y es el primer líder desde la Revolución Mexicana que se hizo un nombre como líder activista. Considera su llegada al poder como la “cuarta transformación” del país, luego de la independencia mexicana de España, las reformas liberales que acabaron con el dominio de la Iglesia en 1850 y la revolución (1910-1917).

Su predecesor, Enrique Peña Nieto, deja el cargo con un índice de aprobación en mínimos históricos, que algunas encuestas sitúan entre el 20 y el 24%. Peña Nieto no logró frenar el aumento de la delincuencia ni gestionar la llegada de miles de migrantes centroamericanos a la frontera con Estados Unidos, donde están acampados, lo que hace que esos dos asuntos sean los retos más inmediatos para la nueva presidencia.

 

 

 

 

 

 

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