Por JOHN ROGERS
LOS ÁNGELES
Agencia (AP)

Cuando Alice Gerstel se despidió en Bruselas de los mejores amigos de su familia en octubre de 1941, esperaba que algún día volvería a ver a “Simoncito” Gronowski. Y lo hizo. Setenta y seis años después y del otro lado del mundo.

Gerstel y su familia judía se habían escondido en la casa de los Gronowski durante dos semanas antes de que su padre informase desde Francia que había arreglado para que un contrabandista las sacase a ella, sus hermanas y su madre de Bélgica, que estaba ocupada por los nazis.

Los Gronowski, también judíos, decidieron quedarse. Se escondieron durante 18 meses hasta que los nazis golpearon su puerta y colocaron a Simón, su hermana y su madre en un tren dirigido a Auschwitz.

“Creí que habían matado a toda la familia. No tenía idea” de que habían sobrevivido, declaró Gerstel el miércoles, después de una reunión llena de lágrimas. Ella y su viejo amigo se tomaron de la mano en el Museo del Holocausto de Los Ángeles y revivieron su historia.

“¿No sabías que salté del tren?”, le preguntó Gronowski, quien tiene 86 años.

“No, no. No me enteré de nada”, respondió Gerstel, hoy Gerstel-Weit, de 89.

Los dos volverán al museo el domingo para contar su historia, cómo el Holocausto separó un par de familias que habían entablado una rápida amistad tras un cruce fortuito en un balneario belga en 1939. Cómo fue que un chico de 11 años hizo uno de los escapes más osados de la guerra. Cómo una familia terminó cruzando Francia, escondiéndose de los nazis, en una odisea que parece sacada de la película “Casablanca”.

Y, finalmente, cómo tres cuartos de siglo después dos miembros de esas familias se reencontraron en Los Ángeles poco antes del Yom HaShoah, el día en que se conmemora el holocausto.

“No lo reconocí. No se parece al Simoncito que conocí”, dijo Gerstel-Weit el miércoles aludiendo al reencuentro del día previo con un Gronowski hoy calvo y con una barba blanca.

“Pero está aquí. Simoncito está aquí”, añadió con voz entrecortada, mientras apoyaba su mano en el corazón de Gronowski.

Abundaron los abrazos, los besos y las lágrimas el miércoles mientras los dos amigos se tomaban de la mano en el patio del museo y recordaban los viejos tiempos.

Ambos llevaban existencias idílicas hasta que comenzó la pesadilla de la invasión nazi de Bélgica en 1940 y la caza de judíos.

El padre de Gerstel-Weit, un vendedor de joyas con una esposa y cuatro hijos, decidió huir en 1941. Vendió todos sus diamantes, compró nueve visas que permitieron a su familia y la familia de su hermano cruzar Francia y llegar a Casablanca, en Marruecos. Los dos países estaban ocupados por los nazis.

En Casablanca abordaron un barco hacia Cuba.

El padre de Gronowski pensó inocentemente que él y su familia podían esconderse en Bruselas.

“Mi padre no estaba consciente de la gravedad de la situación. No sabía de política. Era un poeta. Escribía en seis idiomas”, dijo Gronowski, secándose unas lágrimas. “Igual que tantas otras familias de Bruselas, no podía creer que Alemania hubiese caído en esa barbarie”.

Cuando llegaron los nazis, el padre de Gronowski estaba en un hospital. Su esposa mintió y dijo que se había muerto, lo que evitó que se lo llevasen a Auschwitz.

Ella y Simón estaban en un tren con destino a Auschwitz pocas semanas después cuando la madre salvó al niño, empujándolo hacia la puerta de un furgón y diciéndole que saltase.

Al terminar la guerra se reencontró con su padre y ambos regresaron al departamento de su infancia. Alquiló las otras unidades y usó el dinero para estudiar derecho. Practica abogacía en Bruselas.

La familia de Gerstel-Weit emigró a los Estados Unidos. Ella se casó, tuvo dos hijos y se radicó en Los Ángeles, donde trabajó en bienes raíces.

Al terminar la guerra su familia trató de ubicar a los Gerstel. Gronowski en algún momento le escribió a su hermano mayor Zoltan, hoy fallecido, diciéndole que su madre y su hermana habían muerto en Auschwitz y que su padre falleció posteriormente. Por alguna razón, Zoltan nunca le comentó a su familia que “Simoncito” estaba vivo.

Ella se enteró de que estaba vivo hace seis meses, cuando un sobrino se puso a investigar la historia de la familia en la internet y dio con un libro autobiográfico de Gronowski del 2002, “El niño del 20mo tren”, en el que se menciona varias veces a su familia.

Gronowski supone que el hermano de Gerstel-Weit estaba demasiado compungido como para contarle la historia a su familia. Después de todo, había sido novio de Ita, la hermana de 18 años de Gronowski, y le había profesado su amor en numerosas cartas durante la guerra, algunas de las cuales ella jamás llegó a ver.

El propio padre de Gronowski jamás se repuso de la guerra, según dijo. Durante un tiempo albergó la esperanza de que su esposa y su hija estaban vivas y que las iba a encontrar.

“Pero cuando recibió la información de los campos de concentración, de las cámaras de gas, de las pilas de cadáveres, mi padre supo que su esposa y su hija jamás regresarían. Y falleció de…», expresó, sin poder terminar la frase.

“¿De dolor?”, dijo Gerstel-Weit.

«Sí, de dolor”, respondió él.

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