Brasilia/Río de Janeiro
DPA

La presidencia de Dilma Rousseff tenía hoy las horas contadas en Brasil, según todas las expectativas.

Cinco años y medio después de llegar al poder como sucesora de Luiz Inácio Lula da Silva al frente del izquierdista Partido de los Trabajadores (PT), se espera que la primera presidenta mujer brasileña sea destituida por el Senado de su país en las próximas horas, en medio de la grave crisis institucional brasileña.

El voto de la Cámara alta con una mayoría de dos tercios a favor del «impeachment» se daba por seguro. La votación decisiva debía este día, pero la maratónica jornada final en Brasilia se extenderá previsiblemente hasta la madrugada del miércoles, ya que cada uno de los 81 senadores tiene derecho a explicar su voto durante 10 minutos ante el pleno.

Los opositores de Rousseff, encabezados por su vicepresidente y actual jefe de Estado interino, Michel Temer, aseguraban que ya tienen la mayoría de 54 votos necesaria para sacar a Rousseff del poder.

El diario «Folha de Sao Paulo» señalaba que al menos 53 legisladores ya se han decantado definitivamente por el «no» a la presidenta, que reunía apenas 19 de los 28 votos que necesita para sobrevivir al proceso de «impeachment».

En caso de que Rousseff sea destituida por las controvertidas acusaciones de que apoyó maniobras fiscales para ocultar el déficit público en 2015, su ex socio de Gobierno Temer asumirá el cargo hasta las elecciones de 2018.

El líder conservador del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) preparaba ya su estreno internacional como presidente oficial para la cumbre del G20 que se celebra en China el 4 y 5 de septiembre. Temer, muy impopular entre la población brasileña, tenía previsto volar hacia el país asiático para reuniones previas apenas se concrete la destitución de Rousseff.

La presidenta, de 68 años, asumió el lunes personalmente su defensa en la que fue posiblemente su última comparecencia como jefa de Estado ante el Senado, con un aguerrido discurso final.

«Estamos a un paso de la concretización de un verdadero golpe de Estado», dijo Rousseff, que acusa a Temer de «traidor» después de que éste se volviera contra ella en marzo para apoyar el «impeachment».

La mandataria se quedó sola en los últimos meses en los bastidores del poder en Brasilia, pero también en las calles. Sólo un 13 por ciento de brasileños apoyaban al Gobierno antes de que Rousseff fuera suspendida en mayo inicialmente por seis meses, con el país sumido en una recesión económica que se espera conduzca este año a una contracción del 3,3 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB).

Muchos críticos de Rousseff se congregaron en Brasilia en los últimos días para celebrar su caída con la frase «Chau, querida» escrita en pancartas, una consigna sacada de una conversación telefónica entre la presidenta y su mentor político, Lula, que se ha convertido en el grito de guerra de la oposición.

Pero la controvertida destitución de Rousseff divide desde hace meses al país. También los simpatizantes de la mandataria salieron el lunes y martes a protestar en las calles. Al menos cuatro personas fueron detenidas en la metrópoli financiera Sao Paulo después de que los manifestantes quemaran neumáticos y armaran barricadas, según el diario «Estado de Sao Paulo».

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