Brasilia
DPA

La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, se muestra combativa estos últimos días, mientras la cruda realidad política de su país empieza a borrar ya el recuerdo de los recién acabados Juegos Olímpicos de Río de Janeiro.

Rousseff vuelve a aparecer más a menudo en público, después de semanas retirada a un segundo plano por el juicio político que la tiene suspendida de su cargo desde mayo y cuya fase definitiva arrancará mañana.

«Luchar», es una de las palabras que más repite la mandataria antes de que arranque en el Senado brasileño el proceso que, previsiblemente, la apartará de forma definitiva del cargo para el que fue elegida por primera vez en 2010.

«Ese proceso, para mí, es muy duro, porque sé qué están haciendo conmigo», decía Rousseff en la noche del martes ante simpatizantes en Sao Paulo. «Sé que soy inocente y que es una injusticia lo que están haciendo conmigo», agregaba la primera Presidenta mujer del país sudamericano.

Rousseff está acusada de maquillar las cuentas públicas para ocultar la verdadera dimensión del déficit estatal, entre otras razones para asegurar su reelección en el año 2014. Y si las cosas marchan como todo parece indicar, Rousseff podría pasar ya la próxima semana a la historia como el segundo jefe de Estado brasileño en ser destituido de su cargo, después de Fernando Collor de Mello en 1992.

El proceso en el Senado empieza mañana y podría acabar el 30 o 31 de agosto. Si dos tercios de los senadores votan a favor del «impeachment», como se conoce al juicio político en Brasil, Rousseff habrá perdido definitivamente la presidencia.

El voto contra la mandataria es considerado como altamente probable, ya que fue la misma Cámara alta la que la suspendió de sus funciones el 12 de mayo inicialmente por 180 días, después de que el Congreso de los Diputados diera luz verde al proceso. Hace dos semanas, el Senado votó también con un clara mayoría de 59 contra 21 a favor de la apertura del juicio político final.

Si el voto se repite, el hasta ahora vicepresidente de Rousseff y actual jefe de Estado interino, Michel Temer, pasará a ocupar las presidencia de forma definitiva hasta las elecciones de 2018.

El proceso prevé jornadas maratónicas en las que los partidarios y detractores de Rousseff presentarán sus argumentos en el pleno, a modo de un juicio real en un tribunal. El lunes, la propia mandataria tiene previsto comparecer para asumir ella misma su defensa.

Sus partidarios esperan un ambiente hostil en la Cámara. «Nunca tuve miedo de eso», aseguraba hace unos días Rouseff, un mujer que define su biografía política sobre todo por sus luchas, ya sea contra el cáncer o contra la dictadura militar que la torturó cuando era una joven militante de izquierda clandestina en los años 70.

A diferencia de Collor de Mello, que entregó voluntariamente el cargo antes de que acabara su juicio político por corrupción, Rousseff, de 68 años, se niega a renunciar.

El proceso contra la Presidenta está enmarcado en una telaraña de intrigas que desacreditan a la política brasileña desde hace meses y sin las cuales es difícil entender la crisis actual.

Varios grupos políticos están salpicados de acusaciones de corrupción, entre ellos el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) de Temer, pero también el Partido de los Trabajadores (PT), en el que milita Rousseff.

Las intrigas y las disputas internas explican también la ruptura del conservador Temer en marzo con la izquierdista Rousseff, después de haber formado durante seis años una alianza de Gobierno poco convencional. La mandataria tilda ahora a su ex socio político de «usurpador» y «traidor».

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