BANGKOK
AP

Dong Junming fue detenido varias veces en China antes de escapar con su familia a Bangkok en febrero del 2015. Un año después, se preparaba para otra empresa desesperada para huirle a las autoridades chinas, que, a pesar de estar en el exterior, sentía peligrosamente cerca.

_Inter31_1bEn los meses que pasaron desde que llegó a Tailandia, decenas de chinos que buscaban asilo han sido enviados de vuelta a su país por las autoridades tailandesas. Otros disidentes simplemente desaparecieron de la noche a la mañana y reaparecieron en China, bajo custodia. Beijing parece dispuesta a capturar a sus ciudadanos que se fugan del país incluso en el exterior.

Dong adhiere al movimiento espiritual Falun Gong, que está proscrito en China y cuyos miembros son perseguidos allí. Él, su esposa y su hija han esperado mucho tiempo para conseguir el status de refugiados que les permita instalarse en un tercer país, pero la entrevista con la agencia de refugiados de las Naciones Unidas tendrá que esperar al menos hasta el 2017. En el interín, no puede trabajar legalmente y los documentos de viaje de su familia han expirado.

Es por ello que Dong decidió huir una vez más. Su destino esta vez es Nueva Zelanda, a 9.600 kilómetros (6.000 millas), adonde espera llegar por mar. Es un país tan distante que no se tiene noticias de que haya llegado ningún barco con refugiados.

La idea era viajar con otros seis chinos adultos, incluida una pareja con dos hijos, de uno y siete años de edad. Estaban convencidos de que Nueva Zelanda les ofrecía las mejores oportunidades de recibir el status de refugiados.

Entrevistados por la Associated Press, Dong y otros ocho disidentes chinos que viven en Tailandia y que no emprendieron el viaje dijeron que viven llenos de ansiedad y frustración, por no decir desesperados. Si bien están libres y no corren peligro inmediato de ser deportados, Dong dijo que teme por el futuro. Fue así que cuando le ofrecieron el viaje en barco, aceptó.

«Es muy peligroso el océano, pero estamos tan asustados aquí en Tailandia que pensé que había que correr el riesgo», expresó.

Dong y sus compañeros de viaje abordaron un yate la noche del 29 de febrero. El capitán era un activista prodemocrático, Li Xiaolong, que llevaba sus dos hijos con él. Compró un barco de segunda mano, en el que también viajaban su esposa y dos hermanos.

Llevaban comida y agua para un mes y los alentaba saber que otro activista había logrado llegar por mar desde Tailandia a Australia, que queda más cerca.

Pensaron que sería un viaje tranquilo. Se equivocaron.

El temor que sienten muchos disidentes chinos por los tentáculos de los servicios de seguridad de su país se ve alimentado por la reciente desaparición de gente asociada con una librería de Hong Kong que vendía libros con chismes sobre los líderes chinos. Se cree que uno de los desaparecidos fue secuestrado en Tailandia y otro en Hong Kong, aunque los dos han dicho que regresaron por voluntad propia a China.

Las autoridades tailandesas, por otra parte, enviaron de vuelta a China a unos 100 chinos de la minoría uigur musulmana túrquica que habían pedido asilo en el verano pasado, y repatriaron a dos disidentes chinos en noviembre, diciendo que habían violado las leyes de inmigración. Algunos observadores dicen que el gobierno militar tailandés quiere congraciarse con China, su principal socio comercial.

El gobierno chino promueve una mayor cooperación con la policía de otros países y trata de repatriar a funcionarios corruptos y otras figuras que escaparon. Desde octubre del 2014, regresaron 124 personas sospechosas de corrupción que habían emigrado a 34 países, según dijo recientemente el presidente del tribunal supremo.

Beijing la emprende no solo contra funcionarios acusados de corrupción sino también contra disidentes que se fugaron. Las repatriaciones forzadas y los supuestos secuestros tienen en ascuas a los chinos que buscan asilo en Tailandia, donde hay una oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para Derechos Humanos.

«Beijing ha asumido una actitud tan implacable que no tenemos salida», se lamentó Hu Junxiong, activista prodemocrático que escapó a Tailandia el año pasado, luego de pasar 35 días en la cárcel por ayudar a otros activistas a resolver problemas tecnológicos.

«No nos deja escapar, y nos persigue y captura para llevarnos de vuelta a China, donde seremos perseguidos y terminaremos en la miseria», sostuvo Hu en una entrevista desde Bangkok.

El yate zarpó de Pattaya, al sudeste de Bangkok. La esposa de Dong y su hija se quedaron en Tailandia porque no tenían suficientes fondos y porque sus visas habían vencido, lo que las exponía a ser detenidas por las autoridades tailandesas.

Al día siguiente, el barco era sacudido por olas de hasta cinco metros (16 pies), según contó Dong.

Recorridos apenas 135 kilómetros (84 millas), surgieron problemas con el timón. Lograron resolverlos, pero después de otros 100 kilómetros encontraron de nuevo un gran oleaje y el problema reapareció.

«El barco daba vueltas y se sacudía violentamente», dijo Dong. «Estábamos a 100 kilómetros (62 millas) de la costa más cercana».

Enfilaron hacia tierra y manejaron la dirección a mano. Hicieron pedidos de auxilio, que no fueron respondidos.

«Tuve mucho miedo», cuenta Dong. «Teníamos chalecos salvavidas, pero me sentía tan mal que no podía pararme».

El bebé y su hermano estaban callados.

«El niñito tenía los ojos abiertos y no lloraba. El otro estaba tirado por ahí. No sabía si estaba asustado o paralizado. Su madre vomitaba y no podía hacer nada».

Bien entrada la noche del 1ro de marzo, el barco encalló en la provincia tailandesa de Chumphon.

Le entraba agua, pero las olas lo enderezaron y los adultos bajaron a tierra, se llevaron a los niños y buscaron ayuda.

«Pudimos habernos hundido», dijo Dong en una entrevista desde Bangkok. «Tenemos suerte de estar vivos».

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