Por Ana Lázaro Verde y Sara Barderas
Madrid/Barcelona, Agencia dpa

Este pasado 11 de septiembre, una marea humana inundó Barcelona al grito de «¡Independencia!». Cientos de miles de personas salieron a la calle para pedir la secesión de Cataluña en la cuarta gran manifestación de este tipo celebrada en tres años en la región, coincidiendo con la fiesta de la Diada.

«Somos muchos los que pensamos lo mismo. Aunque políticamente tenemos ideas distintas, cuando estamos allí, somos todos uno», explica a dpa Teresa Cuello, una funcionaria de 53 años que junto a su hijo de 22 recorrió los 60 kilómetros que hay desde la localidad donde vive, Blanes, hasta Barcelona para participar en la marcha.

«Allí, entre tanta gente, una tiene la sensación de que estamos haciendo algo grande, de que saldremos en los libros de historia», asegura. «Cada año decimos: a ver si al próximo no hace falta venir y podemos quedarnos en casa», añade entre risas.

Reconocida independentista, Teresa asistió también en 2012 a la primera gran manifestación multitudinaria convocada para pedir la secesión de la región española, cuando cientos de miles de personas se echaron a la calle movidas por el descontento surgido a raíz de una sentencia del Tribunal Constitucional español que anuló parte del nuevo Estatuto catalán que definía la región como «nación».

«Fue la gota que colmó la paciencia de la gente», explica a dpa la socióloga catalana Marina Subirats, catedrática emérita de la Universidad Autónoma de Barcelona «Pensaban: si hemos votado un Estatuto que ahora no vale, ¿qué podemos esperar? Y esto fue creando un clima propio a partir del ‘no se nos escucha, estamos hartos».

Tres años después de aquello, los catalanes votarán en unas elecciones anticipadas concebidas en clave plebiscitaria. A lo largo de este tiempo, el proceso independentista auspiciado por el presidente del gobierno catalán, Artur Mas, ha ido ganando fuerza entre la sociedad catalana, al tiempo que era seguido con expectación, y también cierto escepticismo, en el resto de España.

«El problema viene de muy atrás, pero ahora se ha hecho masivo», explica a dpa José Luis Cebolla, un mecánico de origen aragonés afincado en la provincia de Gerona.

«No es que nos queramos ir de España u odiemos a los españoles, como dicen algunos. Simplemente, la gente quiere que los impuestos que se pagan en Cataluña no salgan fuera. Y creemos que con ese dinero, podríamos vivir mejor y tener mejores infraestructuras», asegura.

Una parte de los catalanes piensa que eso es lo que se juegan en las urnas el domingo, junto a la posibilidad de conservar e impulsar símbolos culturales y sociales, como la lengua catalana.

«La gente irá a votar con mucha ilusión. Yo creo que podemos llegar a conseguir la independencia algún día. No será de forma inmediata, eso lo sabemos, pero la ilusión está. Y primero tenemos que votar», añade su esposa, Monsterrat. Ambos tienen abuelos originarios de otras regiones de España, pero desde niños hablan catalán.

El movimiento es, en general, más «visceral» que racional, según destacan algunos analistas. «En Cataluña hay un gran entusiasmo, una gran movilización, una gran ilusión sobre la posibilidad de crear un país nuevo», asegura Subirats.

A la decepción y el hartazgo surgidos a partir de la sentencia del Tribunal Constitucional anulando artículos clave del nuevo Estatuto de Autonomía se sumó el efecto de la crisis económica que golpeó España y que derivó en una gestión muy cuestionada, a golpe de recortes y ajustes, por parte del gobierno de Mariano Rajoy.

«Muchos pensaban: ‘Estamos hartos de vivir en un país en el que no solo no se nos escucha, sino que están agravando la situación económica de muchas familias en Cataluña’. Entonces surgió el ‘vámonos», explica Subirats.

Parte de la sociedad catalana considera no obstante que los problemas no se arreglarán con una hipotética secesión y apuntan al independentismo como coartada de Artur Mas para velar asuntos incómodos para su gobierno como la economía o la corrupción.

Algunos forman parte de la llamada «mayoría silenciosa» a la que alude el gobierno de Rajoy para referirse a los que no se manifiestan ni agitan pancartas a favor de formar parte de España.

«Dicen que siendo independientes vamos a estar mejor y la gente se lo cree. Pero, desde que era pequeña, el discurso es siempre el mismo. Entiendo que la gente esté defraudada, pero no se puede ir a votar a unas elecciones sin sentido común», explica a dpa María José López, una empresaria de Mataró (Barcelona).

«En Cataluña tenemos más desempleo que en el resto de España. Estamos machacados. No creo que tal y como están las cosas tenga sentido la independencia», advierte.

Desde organizaciones civiles independentistas como la Asamblea Nacional Catalana (ANC) u Òmnium Cultural, organizadoras de las grandes movilizaciones de la Diada en los últimos años, hacen hincapié en el empuje ciudadano del movimiento.

«La gente se dio cuenta de golpe de que (la independencia) era posible, de que no estaban solos. En las manifestaciones de los años 80 había muy poca gente. En parte, ese cambio es por el tema del Estatuto. En parte, porque ahora creen que es posible», explica a dpa Liz Castro, de la ANC.

EL INDEPENDENTISMO VASCO CEDIÓ EL TESTIGO

«O vemos una aceptación con toda naturalidad del derecho a decidir o veremos una declaración unilateral de independencia». Hace año y medio, en el Colegio de Abogados de Vizcaya, un expolítico disertaba con estas palabras sobre el viento independentista en Cataluña.

«O me das la palabra o me marcho», defendía con cierta teatralización el referéndum de independencia que perseguía celebrar en Cataluña el jefe del Ejecutivo regional, Artur Mas, y que posteriormente prohibió el Tribunal Constitucional español.

Aquel hombre que disertaba en Bilbao no era un cualquiera. Sabía de lo que hablaba mientras veía cómo en Cataluña avanzaba una vía que él había intentado sin éxito abrir años atrás en el País Vasco.

Juan José Ibarretxe fue jefe del gobierno regional durante 10 años, de 1999 a 2009, y dio su apellido a un plan que, en último término, perseguía la independencia de la región del norte de España.

Hasta el de Artur Mas en Cataluña, el vasco había protagonizado el mayor desafío soberanista desde una región al Estado español.

Pero Ibarretxe, al frente de un gobierno encabezado por su Partido Nacionalista Vasco (PNV), se quedó en su día bastante lejos del punto al que ha llegado ahora Artur Mas, que da a los comicios del domingo en Cataluña carácter de plebiscito sobre la secesión.

Si las listas secesionistas logran mayoría absoluta en el nuevo Parlamento catalán, por mínima que sea, asegura que proclamará la independencia de España en un máximo de 18 meses.

La forma en la que el Estado hizo frente al plan del vasco, tanto política como judicialmente, sentaron un precedente con algunas similitudes con el momento actual.

En octubre de 2003, el entonces «lehendakari» presentó el «plan Ibarretxe», una reforma del Estatuto de Autonomía -la ley básica que rige el funcionamiento de la región- que contemplaba un estatus de libre asociación del País Vasco a España y, entre otras cosas, introducía el derecho de autodeterminación, un poder judicial propio y el reconocimiento de la ciudadanía y nacionalidad vasca.

El gobierno que entonces presidía José María Aznar, el hombre que designó sucesor al frente del Partido Popular (PP) a Mariano Rajoy, intentó frenarlo impugnándolo ante el Tribunal Constitucional cuando comenzó su tramitación en el Parlamento vasco. Pero la corte decidió que había que permitir que siguiera su curso.

El Parlamento vasco lo aprobó e Ibarretxe amenazó con convocar a un referéndum sobre la independencia si el Congreso de los Diputados lo rechazaba.

El gobierno de Aznar respondió entonces con una modificación del Código Penal para castigar con entre tres y cinco años de cárcel a los cargos públicos que convocasen elecciones o referendos sin autorización del Parlamento español. El socialista José Luis Rodríguez Zapatero, tras llegar al poder en 2004, la eliminó.

Ibarretxe presentó su plan en febrero de 2005 en el Congreso de los Diputados. Lo rechazó la abrumadora mayoría (313 de los 350 diputados). «Lo que está en cuestión esta tarde no es si aprobamos o no determinado documento, sino si en España se aplica la ley», dijo entonces Rajoy, al frente de la oposición.

El último cartucho que intentó quemar Ibarretxe fue el de una «consulta popular». El «lehendakari» quiso preguntar en 2008 sobre un diálogo con ETA y una negociación sobre el «derecho a decidir del pueblo vasco». El gobierno socialista recurrió ante el Constitucional y este la frenó.

En 2009, Ibarretxe volvió a ganar las elecciones vascas pero sin mayoría absoluta. Y el respaldo del PP al socialista Patxi López permitió la proclamación de este como nuevo jefe de gobierno vasco. Desairado y contrariado, Ibarretxe anunció su retirada de la política en pleno debate de investidura del socialista.

A partir de ahí, el independentismo en el País Vasco inició un declive que culminó con el alto fuego definitivo de ETA en 2011, tras más de 60 años y más de 800 asesinados en su pretensión de lograr la independencia de la región del resto de España.

Ahora, el País Vasco mira con distancia el proceso catalán. El «lehendakari» Iñigo Urkullu, del PNV, llegó al poder a finales de 2012 y se apartó de la vía rupturista, apostando por una salida pactada con el Estado a las demandas de más autogobierno.

La distancia que Urkullu mantiene con Artur Mas se pudo ver en junio, en la final de la Copa del Rey de fútbol. Sonaba el himno nacional de España en el Camp Nou y miles de aficionados del Barça y del Athletic de Bilbao pitaron los acordes y al rey Felipe VI.

El jefe del Ejecutivo catalán sonrió ampliamente en el palco presidencial. Al otro lado del monarca, el «lehendakari» mantuvo el gesto serio durante el estruendo.

Enric Juliana, director adjunto del diario catalán «La Vanguardia», hablaba hace unos días del «oasis vasco», al comparar los impulsos secesionistas en la actualidad en una y otra región. «Catalunya les sorprende, les preocupa y les inquieta (a los vascos)», escribió.


HISTORIA DE CATALUÑA

Cataluña es un territorio situado en el nordeste de la península ibérica formado inicialmente a partir de los condados que formaban la Marca Hispánica del Imperio carolingio y cuya extensión y unidad fue completándose a lo largo de la Edad Media. Tras la unión dinástica del condado de Barcelona y el Reino de Aragón en el siglo XII, los territorios catalanes se constituyeron en parte integrante de la Corona de Aragón, alcanzando una notable preponderancia marítima y comercial a finales del período medieval. Actualmente, la palabra Cataluña se emplea habitualmente para referirse a la comunidad autónoma del mismo nombre situada en España, mientras que tanto instituciones culturales, tales como el Instituto de Estudios Catalanes y la Universidad de Perpiñán, como medios de comunicación catalanes, hablan de Cataluña Norte para hacer referencia al Rosellón, la región integrada en el Departamento de los Pirineos Orientales de Francia.

En Cataluña el factor más importante del bilingüismo social es la inmigración desde el resto de España en el siglo XX. Actualmente, según el Instituto de Estadística de la Generalidad, el idioma catalán es el segundo más usado habitualmente en Cataluña, tras el idioma castellano, que supera al catalán no sólo como lengua habitual, sino también como lengua materna y de identificación, aunque el catalán es el más usado en 5 de las 7 áreas funcionales de Cataluña.

 

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