REDACCIÓN LA HORA
Con información de Ap y DPA

SHEJAIYAH, Franja de Gaza

La vibración de la tierra, el humo en la ciudad, los gritos, el polvo, los cuerpos mutilados, en esta ciudad donde una vez hubo combates, hoy solo queda el silencio que se extiende sobre las ruinas de los edificios de viviendas y a lo largo de las calles bombardeadas. El barrio de Shejaiya, en la Franja de Gaza, cercano a la frontera con Israel, sigue siendo un retrato vivo de la destrucción y la pérdida.

Decenas de miles de palestinos vivían allí en el momento que comenzó todo. Fue un 8 de julio del año pasado, que tras lanzar ataques aéreos, Israel envió tropas terrestres en busca de quienes disparaban cohetes contra su territorio, y de túneles que pudieran servir para atacar su país. Y lanzó entonces su fuego aéreo, sus tanques y su artillería para proteger a las tropas sobre el terreno.

Según el balance de la ONU de las siete semanas de guerra, el resultado fueron 2.251 palestinos muertos, incluyendo 229 mujeres y 551 niños, frente a seis civiles y 67 soldados israelíes, siendo el enfrentamiento más sangriento en Gaza desde que Israel conquistara el enclave en 1967.

Pero en ningún otro lugar los combates fueron tan crudos y sangrientos como en Shejaiyah. Israel advirtió a sus habitantes que abandonaran las áreas fronterizas antes de la entrada de las tropas terrestres, pero muchos optaron por no abandonar sus viviendas o no pudieron marcharse.

El barrio quedó casi destruido en su totalidad y se ha hecho poco para reconstruirlo. La mayoría de viviendas siguen inhabitables, pero eso no significa que nadie viva en su interior.
Saleh Abu Aser permanece sentado sobre el montón de escombros que una vez fue su salón. «El mundo nos ha olvidado. La comunidad internacional. Israel. Al Fatah. Hamas. Todos ellos», dice en referencia a los dos principales partidos palestinos.

Abu Aser fue testigo de los bombardeos israelíes mientras permanecía en una colina no lejos del barrio, junto a su mujer y sus cinco hijos. «En ese momento aún no comprendía lo malo que sería», cuenta el hombre de 30 años. «Pensaba que sólo si sobrevivíamos, todo estaría bien».

Durante el primer alto el fuego fue a su vivienda para buscar ropa y documentos para sus hijos. Pero cuando llegó, apenas quedaba nada en pie. Hasta el final de la guerra de 50 días la familia alquiló un apartamento de dos habitaciones en Jabaliya, al norte de Ciudad de Gaza. Pero se quedaron sin dinero, y entonces tuvieron que volver al barrio destruido.

Abu Aser reparó algunos muros y puso un tejado sobre ellos, creando así dos habitaciones. Duermen sobre colchones en el suelo. «No estoy pidiendo demasiado», dice. «Sólo que mi casa sea reconstruida».

Unas 85.000 familias palestinas recibieron su parte de material de construcción para arreglar sus viviendas parcialmente dañadas con asistencia de la ONU. Pero la reconstrucción de más de 18.000 viviendas que quedaron totalmente destruidas o sufrieron daños graves no ha comenzado aún, reconoce la ONU.

Una de las razones es que sólo un tercio de los 5.400 millones de dólares prometidos por los donantes internacionales ha sido de verdad transferido al organismo que supervisa la reconstrucción.

Israel asegura que permite acceso ilimitado a materiales de construcción, pero sólo para la reconstrucción que supervisa la Autoridad Palestina encabezada por el presidente Mahmud Abbas, basado en Cisjordania, y la ONU.

Pero los engranajes burocráticos giran lentamente, entre otras cosas porque Abbas no está sobre el terreno en Gaza, donde gobierna el movimiento islamista Hamas.

Mientras que reparar daños menores es relativamente fácil, para levantar bloques enteros es necesario retirar primero los escombros. Y la ONU reconoce que hasta el momento ha logrado retirar poco más que un tercio de las en torno a un millón de toneladas que dejó la guerra.
Además, algunos de quienes reciben porciones de cemento de la ONU prefieren venderlo en el mercado negro a cambio de un poco de dinero para poder sobrevivir.

Hamas no oculta que tiene otros planes para ese cemento. «¡Juro que lo utilizaremos para los túneles!», dice Mahmud al Zahar, miembro fundador del grupo. Se refiere a los túneles de ataque que constituyen precisamente el motivo por el que Israel insiste en controlar al detalle todo el cemento que entra a Gaza.

Al ser preguntado si cree posible una solución pragmática, como una tregua de largo alcance con Israel, el seguidor de la línea dura de Hamas responde: «Pragmático significa ridículo».

Habla desde su nueva casa en Ciudad de Gaza, destruida durante los bombardeos israelíes, pero ya reconstruida, mientras los trabajadores colocan resplandecientes baldosas en el patio.

De forma muy distinta, Saleh Abu Aser sigue viviendo en las ruinas de Shejaiyah. «¿Qué hemos logrado de luchar contra Israel?», se pregunta. «Tenemos que hacer la paz. No tenemos otra elección».

Pese a un alto el fuego oficial que rige desde entonces, milicianos palestinos volvieron a lanzar ocasionalmente cohetes contra el sur de Israel en las últimas semanas, lo que ha sido respondido por Israel con algunos ataques aéreos. Exactamente lo que ocurrió antes de la guerra en Gaza.

LOS RECUERDOS SON DOLOROSOS, PERO HAY QUE SEGUIR ADELANTE

Después de semanas compartiendo habitaciones hacinadas con otros parientes durante la guerra del año pasado entre Hamas e Israel, Mohamed al-Selek, de 39 años, no le dio importancia al oír el sonido de dos proyectiles de mortero. Pero cuando una nube asfixiante de humo acre llenó la escalera, le dio un vuelco el corazón: la vivienda familiar había sido alcanzada por fuego israelí.

Apenas unos minutos antes disfrutaba de un respiro poco habitual, relajándose con una taza de té y galletas para celebrar el final del mes musulmán de ayuno, el Ramadán. La casa estaba llena con sus hijos y sobrinos, y el padre de al-Selek había llevado a los inquietos niños a jugar en el tejado, donde la familia tenía conejos y pollos.

Tras la explosión, al-Selek y su esposa corrieron los cinco tramos de escalera hasta el tejado y encontraron una imagen que aún intenta asimilar, una escena de horror que jamás había pensado que encontrar.

«Encontramos una escena increíble, mis hijos y mi padre tirados en el suelo», dijo al-Selek, recordando el horror ante un equipo de Associated Press que regresó hace poco al vecindario.

Atrapado en una pesadilla viviente, vio los cuerpos ensangrentados y mutilados de sus tres hijos, su padre, Abdul Karim, de 71 años, y otros seis parientes tumbados junto al gallinero y las jaulas de los conejos. Por todas partes había plumas y pelo de los animales que los niños habían pedido que les enseñara su abuelo poco antes.

La vida de al-Selek cambió para siempre ese 30 de julio, su corazón empezó a latir más lento, su respiración nunca volverá a ser la misma.

El ataque israelí sobre su casa, en el barrio gazatí de Shejaiyáh, justo en la frontera con justo en la frontera con Israel, se produjo en el cénit de las hostilidades y fue uno de los incidentes con más muertos de todo el conflicto. Dos periodistas de AP llegaron al lugar cuando terminó la última ronda de morteros, y encontraron una escena sangrienta.

Debido a la gran cifra de víctimas, el defensor general del Ejército israelí inició una investigación sobre el ataque.

La pesquisa determinó que las fuerzas israelíes habían recibido fuego de morteros de milicianos palestinos en la zona. Sin vigilancia aérea disponible, respondieron a la fuente del fuego, lanzando un total de 15 proyectiles en un intervalo de 18 minutos, según el informe. La investigación absolvió al personal militar de cualquier mala práctica, tras no hallar pruebas de conducta punible.

En medio del caos en ese tejado de Shejaiyáh, al-Selek dijo que primero encontró a su hijo de cinco años, Abdul-Halim, que aún respiraba entre lo que describió como «montones de carne con cráneos abiertos». Se apresuró a llevar al niño abajo y al exterior hasta una ambulancia, y después volvió corriendo al tejado y repitió la macabra tarea, cargando el cuerpo sin vida de su hijo menor, Abdul-Aziz. El dolor lo abrumó al ver los restos de su hija de ocho años, Omeneya, pero no pudo cargarla, su pecho se llenó de dolor un dolor que aún late, inocentes vidas extinguiéndose a su alrededor.

Cuando salió de la ambulancia por segunda vez para volver al tejado, un destello blanco anunció una nueva ronda de proyectiles. La explosión le derribó y le cortó la pierna derecha por debajo de la rodilla. Creyó que moriría, y en medio del sufrimiento de la pérdida y el dolor de sus heridas se encomendó a Dios antes de pedir ayuda.

Para cuando se acabaron los bombardeos, al menos 30 personas habían muerto, incluidos 10 miembros de la familia extendida de al-Selek, ocho de ellos niños.

Hay sólidos indicios de que Hamas empleó zonas residenciales como Shejaiyáh como cobertura durante los combates, y periodistas de AP vieron cohetes disparados desde barrios residenciales en varias ocasiones. El ejército israelí dice que entre los muertos en el vecindario había seis milicianos, algo que niegan los residentes del lugar.

«Éste es uno de los crímenes más horribles en Gaza», afirmó Mohamed Al-Alami, abogado del grupo independiente con sede en Gaza Centro Palestino para los Derechos Humanos.

En un informe reciente sobre la guerra, el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas acusó tanto a Israel como a Hamas de posibles crímenes de guerra, afirmando que operaciones de ambos bandos pusieron en peligro a los civiles.

Casi un año después, la gente de Shejaiyáh, uno de los barrios más poblados y empobrecidos de Gaza, tratan de retomar sus vidas, especialmente en las zonas más afectadas cerca de la frontera.

Familias como la de al-Selek creían que se librarían de la violencia, e incluso acogieron a familiares de toda Gaza creyendo que los estrechos callejones de su barrio estaban lejos del frente.

«Nadie pensó nunca que este vecindario se vería afectado, y simplemente no sé cómo ocurrió», dijo Bilal Hmaid, que perdió a su padre Rajab, de 55 años, en los ataques sobre Shejaiyáh.

A Bilal, de 22 años, se le hace un nudo en la garganta al recordar ese día. Cuando su padre oyó los proyectiles, salió corriendo para ayudar a sus vecinos. Unos minutos después, otra ronda de proyectiles le alcanzó también a él.

Luchando por respirar, Rayab se quedó en el suelo con otras víctimas a la espera de ayuda. Un periodista de AP le hizo un torniquete en la pierna, mientras el agua que caía de un depósito alcanzado por la metralla en un tejado se acumulaba a su alrededor.

Un olor a óxido llenó el aire conforme la sangre se mezclaba con gasolina y la tierra. Los heridos pedían ayuda. Médicos con camillas luchaban por avanzar por un pavimento desigual, clasificando a los pacientes para escoger a los que tenían una posibilidad y dejando a los que estaban más allá de toda ayuda.

A Rajab le llevaron a un hospital, donde sobrevivió cinco días más antes de morir de sus heridas.

«La gente venía a quedarse aquí, decía que éste era un barrio seguro», dijo Bilal. «Pero durante meses después del ataque, el espíritu de la comunidad desapareció».

En la casa de al-Selek, las jaulas de conejos se han sustituido, pero aún no se han cubierto las marcas de metralla en las paredes. Un póster con los rostros de los 10 parientes que murieron recibe a los visitantes en la estrecha calle.

A Al-Selel le cuesta comenzar una nueva vida. Durante los primeros seis meses, apenas dormía. Vendió su otro apartamento en la ciudad de Gaza y se mudó a la habitación de su padre en la vivienda familiar en Shejaiyáh.

Su figura otrora robusta se debilitó, los músculos se le atrofiaron tras meses en el hospital. La nueva prótesis que le dieron para la pierna es demasiado pesada para él, dijo, y prefiere ir y volver de trabajar en la tienda de computadoras de su hermano sobre sus endebles muletas.

Parece resignado a su destino.

«Fue el día más oscuro de nuestra vida», dijo al-Selek. «Pero la vida sigue adelante. Éste es el destino divino. La vida no se detiene, pese a la pérdida de mi pierna y mis hijos».

Los muros quizás sean reconstruidos y las paredes levantadas, pero las vidas perdidas, esas nadie las vuelve a recobrar.


Guerra 50 días

CIFRAS

Palestinos
2.251 Muertos

229 Mujeres
551 Niños

Israel

67 Soldados
6 Civiles


RECONSTRUCCIÓN A PASO DE TORTUGA

Tras la guerra de 50 días del año pasado, Israel permitió la importación de algo de cemento y acero en Gaza bajo supervisión de Naciones Unidas, para impedir que estos materiales lleguen a miembros de Hamas.
Valent contó a la Associated Press que el sistema es demasiado lento y que Israel debe abrir las fronteras del territorio para una rápida reconstrucción o reparación de las 141.000 viviendas que o bien quedaron destrozadas, o sufrieron daños entre leves e importantes.

«Las viviendas se están reconstruyendo a paso de tortuga», facilitar el acceso no es suficiente y «la solución real es el levantamiento de las restricciones».

Al ritmo actual «habrá que esperar 30 años para rehabilitar y reconstruir lo que ha sido dañado», dijo Valent, nuevo jede de área del Programa de Asistencia al Pueblo Palestino del ente.
Israel dice que el sistema funciona pero que los materiales de construcción deben ser supervisados de cerca, apuntando que Hamas está cavando nuevamente túneles militares, para los que necesita cemento y acero.

Durante la guerra de 2014, soldados israelíes descubrieron más de 30 pasadizos bajo o cerca de la frontera entre Israel y Gaza, incluyendo algunos empleados por los insurgentes para entrar de incognito en el país vecino.

En Nueva York, el jefe de política de la ONU, Jeffrey Feltman, dijo ante el Consejo de Seguridad el que el ritmo de la reconstrucción «sigue siendo demasiado lento», pero que el sistema supervisado por la entidad había sido vital para la entrada de materiales de construcción en Gaza. Cerca de 90.000 propietarios de viviendas han recibido materiales para reparaciones e Israel aprobó 135 de los 202 proyectos de construcción remitidos.

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