Por NICHOLAS RICCARDI
YUMA /Agencia AP

La ciudad, igual que el estado, ha sido transformada por inmigrantes latinoamericanos que llegaron para abrir negocios, trabajar en la agricultura y la cría de cerdos, y ocupar bancos en las escuelas públicas. Fueron bien recibidos, al punto de que el concejo municipal de Yuma exhortó en el 2010 al Congreso a aprobar una reforma a las leyes de inmigración. Pero también generaron suspicacias.

Andrea Hermosillo, estudiante de secundaria, vive a pocas cuadras de la casa de Gardner en Yuma. Recientemente viajó varias horas para participar en una protesta frene a las oficinas de Gardner, en una ciudad más cercana a Denver en el resplandeciente distrito del legislador en el este de Colorado. Participó en una «sentada» para exigir que apoye la concesión de la ciudadanía a los más de 11 millones de inmigrantes que se cree viven ilegalmente en Estados Unidos.

«Fue algo raro, pero sentí que tenía que estar allí», expresó Hermosillo. «Es importante que sepa que hay gente en su ciudad que piensa así».

Bill Breithauer también vive en Yuma. Es un agricultor de 72 años jubilado que conoce a Gardner desde niño. Mientras tomaba un café en The Main Event, un popular restaurante de Yuma, dejó en claro lo que opina. Para él, lo que propone Hermosillo es absurdo.

«¿Cómo les vamos a dar la ciudadanía si no hablan español ni tienen buenas intenciones?», preguntó Breithauer. «Cory es despierto y lo sabe».

Este es el tema más delicado que enfrenta Gardner en su batalla con Udall. El senador demócrata le ha pedido al presidente Barack Obama que limite las deportaciones de la gente que vive ilegalmente en Estados Unidos y votó a favor de un proyecto de ley que hubiera dado la ciudadanía a esta población. Este y otros proyectos relacionados con la inmigración ilegal quedaron estancados en la Cámara de Representantes, controlada por los republicanos.

Gardner trata de quedar bien con todos.

Se opone al proyecto del Senado, pero habla bien de los inmigrantes que están en el país ilegalmente, en un reflejo de hasta qué punto sus posturas responden a lo que sucede en su ciudad y a su condición de cuadro de un partido en el que apoyar a los extranjeros sin permiso de residencia puede conllevar muchos riesgos políticos.

A Gardner le gusta contar la historia de una estudiante que fue la mejor de su escuela secundaria y que trabajaba de mesera en un pequeño restaurante de su distrito. Él le dijo a la muchacha que tenía un futuro brillante y ella le reveló que estaba en el país ilegalmente y que no podía ir a la universidad.

Al año siguiente, Gardner volvió a visitar la ciudad y la muchacha seguía allí, de mesera.

«Es así como funciona nuestro sistema judicial, no acusamos a los niños de dos y tres años de los mismos delitos de los adultos», expresó Gardner. «Los conozco (a los inmigrantes sin permiso de estadía) desde hace mucho tiempo, ya sea porque viven en la comunidad o porque mi hija va a las escuela con ellos».

Gardner, no obstante, se ha opuesto a toda legislación que le hubiera permitido a esos jóvenes inmigrantes permanecer en el país legalmente. Este año hizo un viro y votó en contra de un proyecto que hubiera dejado sin efecto un programa que despeja el camino para que algunos jóvenes que fueron traídos al país ilegalmente cuando eran niños puedan quedarse.

Ha pedido un mayor control de la frontera, un programa de trabajadores temporales y la ciudadanía para quienes fueron traídos ilegalmente y sirven en las fuerzas armadas, pero no ha hecho propuestas más específicas.

«Cory Gardner cree que puede decir algunas cosas simpáticas, embaucar a suficientes personas y salirse con la suya», afirmó Patty Kupfer, de la agrupación America’s Voice, que apoya el proyecto del Senado.

Udall critica a Gardner por sus posturas sobre la inmigración, a pesar de que en el 2005, cuando el tema no generaba tanto fervor en Colorado, votó a favor de un proyecto de ley presentado por los republicanos que hubiera convertido la presencia en el país sin autorización legal en un delito grave.

«(Gardner) Dice que debemos ir paso a paso en el tema de la reforma a las leyes de inmigración», afirmó Udall en un reciente debate. «Pero no ha dado un solo paso para que acerquemos la reforma a la llegada».

La combinación de calidez personal con actitudes ambiguas en torno a la reforma no es mal vista en The Main Event en Yuma, ciudad de 3.200 habitantes que a partir de la década de 1990 se empezó a llenar de mexicanos del estado norteño de Chihuahua que vinieron atraídos por las nuevas granjas de cerdos y de productos lácteos.

En una mañana reciente, media docena de viejos amigos se quejaban de que escuchan español por todos lados y de la idea de que la gente pueda ingresar al país ilegalmente. Pero al mismo tiempo admitían que muchos comercios locales dependen de los inmigrantes y que la mayoría de los nuevos residentes, estén en el país legalmente o no, son buenas personas.

Bob Seward, de 88 años, dijo que «Yuma sería casi una ciudad fantasma sin los mexicanos y demás hispanos».

Los inmigrantes de Yuma tratan de conseguir el apoyo de Gardner desde hace años.

En el 2005, Margo Ebersole organizó un encuentro para niñas adolescentes en un centro comunitario. Pensaba hablar de métodos anticonceptivos, pero las niñas querían hablar de sus problemas para asistir a la universidad. Bajo las leyes estatales de entonces, no podían recibir becas para universidades públicas y tenían que pagar matrículas más caras, para gente que no es del estado, si se encontraban en el país sin permiso.

Las muchachas se llamaban a sí mismas Las Estrellas y quería conquistar el cariño de la ciudad. Gardner siempre se mostró comprensivo hacia ellas, según Navil Babonoyaba, de 16 años. La niña fue a numerosas asambleas comunitarias y trató de abordarlo, escribiendo preguntas en anotadores así estaba preparada si se presentaba la ocasión.

«Siempre respondía, pero indirectamente», cuenta la joven. «Evitaba tomar posiciones».

Ebersole ve a Gardner en la iglesia, pero no tuvo mucha más suerte.

En una charla en privado que tuvo con el legislador, le contó que su esposo, quien vino al país ilegalmente, tuvo que volverse a México y no pudo estar el día del nacimiento de su segundo hijo.

«Puede ser muy agradable y gentil, pero no dice las cosas que una quiere escuchar», comentó Ebersole.

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