Por Thomas Brey
Belgrado / Agencia dpa

El telegrama pasó a las 11:30 por Belgrado, donde un tal Milan Grol pudo ver su contendio por encima del hombro del telegrafista. Tras ello advirtió de inmediato al diario más importante, «Politika», que lanzó una edición especial.

La noticia corrió como la pólvora y la gente se echó a la calle para comprar pan, café, harina, azúcar o carne. También acudieron a las fuentes con todo tipo de recipientes, ante el rumor de que se iba a cortar el agua potable.

Viena le declaró la guerra a Belgrado contando con tan sólo 800 soldados en Semlin, prácticamente en la frontera con Serbia. Esta tropa, pensada para tiempos de paz, ni siquiera se había reforzado hasta los 4 mil hombres previstos para épocas de guerra.

Serbia esperaba un avance rápido por parte de las tropas austrohúngaras. Y como creía que no podría defender Belgrado, retiró de allí tanto el gobierno como el Banco Nacional y prácticamente todas las organizaciones militares.

Aquel 28 de julio el tiempo acompañó los presagios apocalípticos de la guerra, con un calor bochornoso y un cielo repleto de nubes oscuras. En el puerto del río Sava muchos serbios con pasaporte austríaco esperaban a poder ser transladados a Semlin. Al otro lado del río, miles de serbios intentaban cruzar a Belgrado.

Poco antes de medianoche los austríacos enviaron a Semlin varias tropas encabezadas por la embarcación civil «Alkotmany» para llevar suministro a las tropas del Save. Pero esas tropas fueron atacadas por unidades serbias compuestas por guardias de frontera y de ferrocarril y por policías, que ocuparon el lugar de los militares que habían sido retirados de ahí.

El capitán del «Alkotmany», Karl Ebeling (Elbling, según algunas fuentes), fue la primera víctima civil de la Primera Guerra Mundial. La segunda fue su timonel, Michael Gramsberger. Ambos fueron enterrados al día siguiente en el cementerio de Semlin con honores militares. Parte de las tropas atacadas pudieron ser rescatadas y llevadas a tierra por los marineros heridos del «Alkotmany».

En respuesta a ese ataque serbio, los barcos cañoneros austríacos que en los días previos se habían destacado en Semlin comenzaron a atacar Belgrado. El gobierno fue informado cinco horas después de los daños: se habían registrado impactos en un instituto, hoteles, el banco Serbio-Francés, algunas calles del centro y almacenes.

Entre la medianoche y las tres de la madrugada se escuchó un «violento e incontrolado fuego de infantería entre ambas partes», explica el historiador militar serbio Branko Bogdanovic.

A primera hora del 29 de julio se registraron las primeras víctimas militares en la parte austrohúngara: los soldados húngaros Pal Kovacs e Imre Veres, de 22 y 23 años. En el lado serbio el primer hombre armado que cayó fue Dusan Djonovic, que formaba parte de la tropa de seguridad del ferrocarril.

A las 2:30 de la madrugada del 29 de julio los serbios volaron el puente ferroviaro, el único que conectaba a ambos bandos. El objetivo era dificultar el avance de las tropas austríacas, pero esa primera voladura de la guerra no funcionó. Sólo una pequeña parte del puente quedó destruida y las tropas de tierra pudieron seguir utilizándolo.

Estas fueron las primeras horas de una guerra brutal que acabó con la vida de una cuarta parte de la población serbia, 1.1 millones de los 4.5 millones de serbios de entonces. Ningún otro país tuvo que lamentar una porporción de fallecidos similar. Cientos de miles perecieron por plagas, hambre o frío, y 60 mi civiles fueron ajusticiados, a menudo sin ningún tipo de juicio.

La propaganda austriaca celebró el inicio de la guerra con el lema: «Serbia debe morir». Al final, en 1918, la situación fue la contraria. A pesar de la enrome pérdida de vidas, Serbia se convertiría en la potencia dominante del Reino de Yugoslavia. La monarquía de los Habsburgo, sin embargo, tocó su fin.


EL EMPERADOR ALEMÁN
El rey de Prusia y último emperador de Alemania, Guillermo II, podría resultar hoy una figura casi cómica, con su gran bigote, el reluciente uniforme y su distintivo casco prusiano con un pincho.

Sin embargo, durante su reinado, el «kaiser» fue la persona más fotografiada y filmada del mundo. Y, sin duda, una de las más poderosas de su tiempo. Como tal, ¿cuál fue su responsabilidad en el estallido de la Primera Guerra Mundial?

Las opiniones al respecto son dispares. El historiador británico John C.G. Röhl, que dedicó al emperador alemán una biografía de tres tomos, llega a la conclusión de que el «kaiser» tuvo «una gran culpa, quizás la mayor de todas».

Por el contrario, el historiador alemán Wolfgang J. Mommsen respondió a Röhl con el libro «¿Tuvo el Kaiser la culpa?», en el que emite otro juicio: «El emperador no tuvo la culpa de todo. Las clases dirigentes que instrumentalizaron a la monarquía para satisfacer sus intereses políticos y sociales tuvieron una responsabilidad mucho mayor en las decisiones que llevaron al estallido de la Primera Guerra Mundial».

El australiano Christopher Clark, por su parte, adjudica en su éxito de ventas «Sonámbulos» la responsabilidad a muchos de los actores políticos, militares y diplomáticos de la época, que a su juicio actuaron con suma negligencia.

Si se analizan los hechos queda claro que el emperador alemán no quiso ir a la guerra de forma incondicional. Se echó atrás por lo menos en dos ocasiones e intentó frenar la maquinaria bélica ya puesta en marcha.

La primera ocasión llegó cuando el reino de Serbia reaccionó aceptando la mayoría de las demandas del draconiano ultimátum que le impuso el imperio austrohúngaro después de que fuese asesinado el 28 de junio de 1914 en Sarajevo el archiduque Francisco Fernando, heredero al trono del imperio.

Guillermo se mostró entonces aliviado y afirmó que de esta forma desaparecía «toda razón para la guerra». El entonces ministro de Guerra de Alemania, Erich von Falkenhayn, constató consternado que el «kaiser» «ya no quiere más la guerra y está decidido por ello incluso a dejar plantada a Austria».

El canciller Theobald von Bethmann Hollweg, sin embargo, torpedeó los esfuerzos en pos de la paz al retocar otensiblemente la reacción del emperador en un mensaje a Austria. La verdadera opinión de Guillermo II de que Austria no debía comenzar la guerra nunca llegó a Viena.

«Si Guillermo hubiese tenido el poder que se le supo atribuir, podría haber intervenido en estos momentos para influir en el curso de la historia», señala Clark. Pero eso no ocurrió y al día siguiente, el imperio austrohúngaro declaró la guerra a Serbia.

Guillermo emprendió otro intento de impedir la catástrofe en el último minuto. El 1 de agosto mandó parar las tropas poco antes de la frontera con Luxemburgo pese a las airadas protestas del jefe del Estado mayor Helmuth von Moltke, alentado por noticias de que Londres no intervendría.

Cuando la información resultó ser falsa, el emperador germano cedió a la presión de sus militares. «Ahora puede hacer lo que quiera», dijo a Moltke.

Tras el inicio de la guerra, el emperador fue despojado de poder rápidamente por sus generales. «El Estado mayor no me dice casi nada y tampoco me pregunta», se quejó en noviembre de 1914. «Si se creen en Alemania que yo mando al Ejército, se equivocan mucho. Tomo té y salgo a caminar y de vez en cuando me entero de que se hizo esto o lo otro». Al final de la guerra, el emperador fue forzado a abdicar y a exiliarse en Holanda.


LA PROPAGANDA

Hace 100 años mucha gente acogió con entusiasmo la Gran Guerra. Ahora una exposición en Hamburgo, en el norte de Alemania, respasa por qué fue así y cómo influyó en esa percepción la propaganda.

Una de las 400 obras que se exponen en la muestra es la foto «Over the Top», del australiano Frank Hurley. En ella se ve que estallan bombas, soldados en trincheras y aviones en el cielo.

Aunque aparece como una única imagen, en realidad es «falsa», pues está compuesta de 12 negativos, pero su intención era generar un entusiasmo por una guerra que en cuatro años costaría la vida a 17 millones de personas, explica Dennis Conrad, el curador de la muestra «Guerra y Propaganda 14-18» que se exhibe en el Museo de Arte y Oficios de Hamburgo.

«La exposición quiere sensibilizar para que uno no siempre crea todo lo que le dicen, sino que pueda ver los métodos de la propaganda», señaló Conrad.

La muestra está compuesta por más de 400 piezas que se han ido recogiendo durante más de tres años y que proceden de los entonces Imperio Alemán y el Austrohúngaro, así como de Francia, Inglaterra, Rusia e Italia.

A través de pancartas, películas, esculturas, fotografías, periódicos y objetos de uso diario como juguetes para niños, además de grabaciones históricas y música de la época, la exposición muestra hasta el 2 de noviembre las formas, estructuras y métodos más importantes para manipular la opinión pública, algo que existe actualmente en conflictos y enfrentamientos bélicos aunque hayan aparecido nuevos y más sutiles métodos.

«Se considera que una de las causas principales de la duración y la intensidad de la guerra fue el trabajo de propaganda que hicieron los países involucrados, que vieron en ella una ‘arma nueva'», explica Conrad.

Y se comenzó a utilizar ya con la movilización de la población. En los pósters británicos para fomentar el alistamiento se apela al sentimiento colectivo y la amenaza de la pérdida de imagen pública frente a amigos y familia («It’s your duty»/»Es tu deber», se leía). Se recurrió a figuras destacadas como Lord Kitchener con el dedo índice estirado en acción de señalar. Acompañando la imagen se lee la frase: «Your Country needs you»/»Tu país te necesita».

En el Imperio alemán, por ejemplo, se ven fotos de soldados eufóricos. «Hubo grandes protestas contra la guerra, pero no hay imágenes de ellas», apunta Conrad.

Y cuando los alemanes avanzaron en Bélgica, Reino Unido, Francia y Rusia abogaron por una efectiva propaganda de odio. El artista holandés Louis Raemaekers ilustró con imágenes drásticas las informaciones de las barbaridades que comentían los alemanes y estas ilustraciones fueron difundidas a nivel internacional.

Hay una película que muestra la ejecución de una enfermera o el hundimiento del barco de pasajeros «Lusitania» por el ataque de un submarino alemán. «Los alemanes sostenían que Francia y Reino Unido no les permitían ser independientes. Por su parte, Francia y Reino Unido retrataban al emperador como un dictador y defendían la máxima de ‘si se va el dictador, Alemania será libre'», explica Conrad.

Además, para financiar la guerra en el Imperio alemán y en el austrohúngaro millones de personas participaron en acciones multitudinarias y festivas en las que se vendían emblemas bélicos de madera por entre 50 céntimos y 100 marcos (de la época). «En la actualidad a eso lo denominaríamos ‘crowd-funding'», dice el curador de la muestra, quien recordó que hasta en las habitaciones de los niños toda esta propaganda era omnipresente.

Aun cuando hubo altas cifras de pérdidas humanas y muchos soldados regresaban a casa heridos, la gente seguía creyendo en la guerra. «La propaganda continua consiguió bloquear la visión de la realidad», concluye Conrad.



DESCUBRIMIENTO: EL CINE COMO INSTRUMENTO

No son tantas las películas que se conservan de la Primera Guerra Mundial. Y lo poco que había era de difícil acceso: los rollos estaban acumulando polvo en las estanterías. Pero gracias al proyecto «European Film Gateway 1914» de la Unión Europea, desarrollado por el Instituto de Cine de Fráncfort, se ha conseguido que haya acceso online a 660 horas de material histórico.

Durante dos años, filmotecas de 21 países europeos y cinetecas de otras 15 naciones digitalizaron cerca de 2 mil 500 títulos entre boletines semanales, documentación, películas y cine de animación. La mitad de los costes de unos 4.2 millones de euros los aportó la UE. Hacer estas películas accesibles a todo el mundo es «un proyecto europeo de memoria de enorme importancia para la investigación científica y perodística», afirma la directora de Instituto de Cine Alemán, Claudia Dillmann

Tan sólo se conservan cerca de un 20 por ciento de las películas realizadas entre 1914 y 1918, explicó el director del proyecto Georg Eckes. Mucho material se quemó, por ejemplo, cuando una bomba destruyó el archivo fílmico del «Reich» en la Segunda Guerra Mundial. Hasta la fecha resultaba difícil para científicos y documentalistas acceder a ese material. Ahora por primera vez existe la posiblidad de poder ver la producción cinematográfica de la época y sin el filtro de las nacionalidades.

No es que eso vaya a generar una valoración radicalmente nueva de la Primera Guerra Mundial, pero sí conocimientos desconcertantes. Por ejemplo, sobre el frente de los Alpes: En un boletín semanal austriaco de 1917 se vende «la lucha heroica con nieve y hielo» como una aventura alpina, con las montañas coloreadas a mano de fondo. Sin embargo, le película documental italiana «Guerra en los Alpes», de 1917, muestra las penalidades de los escaladores para avanzar con material pesado en alturas gélidas.

Las películas en esa época pasaban por un duro filtro de censura, «es por ello que apenas hay grabaciones de las batallas reales», relata la portavoz del Instituto del Cine Frauke Hass. Muchas películas servían de propaganda: «En la Primera Guerra Mundial se toma conciencia del poder de influencia propagandística del cine», agrega.

Los británicos sentaron precedente en 1916. «En la película ‘Battle of the Somme’ se hace de una derrota militar una victoria moral», explica Eckes. «Esa cinta tuvo en unos pocos meses tantos expectadores como ‘Titanic'», agrega. Los alemanes quedaron estupefactos y copiaron el modelo un año más tarde. Lamentablemente «Bei unseren Helden an der Somme» era bastante mediocre y no tuvo ningún éxito de taquilla.

Y esas películas de la Primera Guerra Mundial no sólo son interesantes para la Historia, sino también para la historia del cine, pues son difusas las fronteras entre cine documental y de ficción. «Se tomaba material documental y se montaba de forma sugerente», señala la otra gestora del proyecto, Julia Welter, quien comenta que resulta especialmente llamativo que cuanto más duraba la guerra, más películas de ficción se hacían. «La gente estaba harta de los monótonos boletines semanales, había que ser más directos para conmoverlos», agrega.

Durante el proceso de digitalización, los trabajadores descubrieron cosas nuevas, como por ejemplo la película de un joven doctor estadounidense que en 1919 hizo el documental «Hunger Blockade Germany» partiendo de las imágenes de un boletín semanal, a fin de concienciar a los ciudadanos estadounidenses de las drásticas consecuencias de la falta de alimentos en Alemania.

Antes de 1914 la producción de cine era paradójicamente mucho más internacional que en la era de la globalización. Cabe recordar que antes del cine sonoro no había obstáculos lingüísticos. «Pero con la Primera Guerra Mundial todo ello se interrumpió abruptamente», señala Eckes. Las naciones enemistadas bloqueban las películas de sus adversarios en el frente y rodaron sus propias películas, con el nacionalismo patrio. Y al final todas se parecen, pues los mecanismos de propaganda eran los mismos.

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