Son las tres de la tarde en un mercado que bulle entre las voces de compradores y comerciantes de objetos religiosos, pero no hay distracción que afecte el pulso de cirujano de Maximino Vértiz. Todo él es una mancha de pintura. Manos, uñas y ropa llevan la huella del oficio: restaurar estatuillas de yeso, cerámica y madera que los devotos católicos de Ciudad de México atesoran porque representan al hijo de Dios.
Para Maximino estos son días ocupados. El 2 de febrero se celebrará el Día de la Candelaria, por lo que el mexicano de 49 años no alcanza a concluir la reparación de una figura cuando aparece a última hora un nuevo cliente que le pide recomponer la suya. El objetivo y las actividades de esta fiesta han variado con la época y sus sitios de celebración. En general, recuerda la purificación de la Virgen a 40 días del nacimiento de su hijo, a quien presenta en la iglesia, y es un día para bendecir velas que puedan encenderse en tiempos difíciles. En la capital de México suele tener como protagonista al «niño Dios», como los devotos se refieren con cariño a las imágenes de un Jesucristo infante.
Cada Día de la Candelaria las familias capitalinas suelen vestir a su niño Dios con alguna prenda que representa a un santo o alude a un milagro que desean. Desde temprano se reúnen para ir a misa y bendecir su estatuilla. La convivencia de la jornada adquiere más sabor con una comida en la que se sirven tamales, una delicia local hecha con masa de maíz que se rellena de distintas salsas y proteínas como carne o pollo.
Las clientas de Maximino le entregan a sus niños Dios como cualquier madre confía sus hijos a un médico. Algunos están despostillados del pelo y hay que refrescar su pintura. Otros han perdido sus dedos. Varios más llegan en pedazos, envueltos en trapos de tela vieja. «A esos les llamo rompecabezas», dice el hombre de tez morena y barba rala cuyas manos no sólo parecieran restaurar cerámica, sino darle continuidad a la fe que sus clientes depositan en sus niños Dios.
Mientras Maximino usa una espátula para detallar los ojos de una figura que no rebasa los 20 centímetros de alto, una mujer aparece con una manta entre los brazos. Visiblemente angustiada, descubre a su estatuilla y revela la tragedia: el cuello se quebró y la cabeza está separada del cuerpo. A Maximino le gustaría ayudar en esta tarde de miércoles pero no le dan los tiempos. «Se lo tendría hasta el sábado, madre. Estoy lleno, lleno de trabajo».
A los pocos minutos aparece otra devota para recoger a un niño que ya debería estar reparado. Maximino le prometió devolvérselo a las dos, pero ya pasan de las tres y la pintura no ha secado. «Pero le quité lo feo, madre», dice tratando de justificar el retraso. «¡Mi niño no estaba feo!», responde indignada la mujer. En su libro «Mi niño Dios», la antropóloga y restauradora Katia Perdigón explica que para los devotos ésta no sólo es una representación de Dios, sino que «se incluye dentro de una dinámica de interacción con lo humano, desde su creación y restauración, hasta los sentimientos que produce por su uso».
«Se habla de salud y enfermedad a manera de metáfora… Por tal razón, es necesario mantener la efigie en buen estado, cuidándola para que no se rompa o reparándola cuando sea necesario, así la eficacia simbólica se refuerza», añade la experta del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
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Espiando la mesa de trabajo de Maximino, María Concepción Sánchez espera que el reparador le entregue a los tres niños Dios que le confió. El más grande es suyo. El otro par es de sus nietos. «El güerito que tiene el señor tiene 50 años», dice la mujer de 65. María cuenta que a su mamá le gustaba mucho poner nacimientos, como se conoce entre los católicos a un despliegue de figurillas de cerámica que se colocan en los hogares antes de Navidad para representar la llegada al mundo de Jesucristo.
La escena suele montarse a principios de diciembre y en ella destacan los animales del pesebre, los tres Reyes Magos, la virgen María y José. El espacio del bebé queda vacante hasta los primeros minutos del día 25, cuando la tradición religiosa ubica el nacimiento del hijo de Dios. En México se acostumbra a que las familias arrullen al recién nacido antes de acomodarlo en su cama y que vuelvan a levantarlo hasta el 2 de febrero, cuando lo vestirán y llevarán a la iglesia a bendecir.
A lo largo del proceso pueden ocurrir accidentes. María relata que las estatuillas de sus nietos de 7 y 8 años se quebraron mientras les ponían ropa nueva. A uno se le rompió un brazo y el otro se despedazó tras una caída. Ambos, por fortuna, quedarán casi como nuevos en manos del doctor de niños Dios. Maximino trabaja solo, sentado en un banquito acomodado en el hueco que le deja una suerte de escritorio que exhibe los implementos de su profesión. Pinceles, espátulas, frascos de pintura y contenedores con material para resanar. A su alrededor, acostados boca arriba, hay al menos una veintena de niños Dios.
El mexicano cuenta que abrió su negocio en 2019, pero ha reparado estas figuras desde que tiene uso de razón. Se trata de un oficio legado por su padre, a quien ayudaba desde chico y en el mismo mercado tiene su propio local. Según Maximino, las figuras grandes son más fáciles de reparar que las pequeñas. Con las primeras puede tardar media hora; con las segundas, hasta tres. El precio de su trabajo oscila entre los 100 y los 250 pesos (de cinco a doce dólares) y se dice abierto a reparar todo tipo de material. Primero, pega la parte rota o cuarteada con resina. Luego pule la pieza y la resana. La pintura es el paso final.
Uno de los últimos «rompecabezas» que restauró le pertenece a uno de los nietos de María. La mujer prefiere repararlo a comprar otro porque eso implica preservar una tradición que se transmite de generación en generación. Cuenta con orgullo que sus nietos ahorran para pagar la ropa que le pondrán a sus niños Dios desde noviembre y que ella conserva la figura que le heredó su mamá cuando murió hace 30 años. Entre ella y sus hermanos, reúnen una decena de estatuillas para vestir y celebrar en estas fechas.
La académica del INAH explica en su libro que cada prenda que porta un niño Dios esconde una historia de vida y una creencia. «El vestido de la imagen representa no sólo a la entidad, sino también a su poseedor en cuanto a sus gustos, ideales, ilusiones…».
María dice que lo que más desea este año es buena salud. De sus 18 hermanos, sólo viven siete; tres fallecieron en 2022. «A unos (niños Dios) vamos a vestirlos como el niño de la salud y otros como cirujanos, porque ya estamos grandes y uno nunca sabe». Maximino ha terminado los ojos del niño de María y ahora se concentra en las cejas. Tan pronto se seque la pintura, la estatuilla que está en sus manos podrá volver a casa como un bebé sano, sonriente y cachetón.