La autoridad electoral de Brasil contaba el domingo los votos de unas elecciones muy polarizadas que podrían determinar si el país devuelve a un izquierdista al timón de la cuarta democracia más grande del mundo o mantiene a un derechista en el cargo durante otros cuatro años.
En la contienda se enfrentan el actual presidente, Jair Bolsonaro, y su némesis política, el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva. Había otros nueve candidatos, pero su apoyo estaba muy por detrás de los de Bolsonaro y Lula. Con 20,3% de los votos contabilizados, Bolsonaro llevaba 47,9% de las preferencias, por 43,3% de Lula.
Los sondeos de opinión recientes daban a Lula una amplia ventaja. La última encuesta de Datafolha publicada el sábado mostraba que el 50% de los consultados que pensaban votar dijeron que optarían por Lula, frente al 36% por Bolsonaro. La firma entrevistó a 12.800 personas, con un margen de error de más/menos 2 puntos porcentuales.
Fernanda Reznik, una trabajadora del sector salud de 48 años de edad, llevaba puesta una camiseta roja —el color del Partido de los Trabajadores— y votó en Copacabana, donde suelen congregarse manifestantes pro-Bolsonaro, y llevaba 40 minutos esperando.
“Esperaré tres horas si tengo que hacerlo», declaró Reznik, quien ya ni siquiera se molesta en discutir con personas que están a favor de Bolsonaro. “Este año las elecciones son más importantes porque ya pasamos por cuatro años de Bolsonaro y hoy podemos marcar una diferencia y darle un nuevo rumbo a este país».
El mandato de Bolsonaro se ha distinguido por su retórica provocadora, su presión sobre instituciones democráticas, su criticada gestión de la pandemia del COVID-19 y la peor deforestación en la selva amazónica en 15 años.
Pero el mandatario ha formado una base de fieles con su defensa de los valores familiares tradicionales, su rechazo a la corrección política y presentándose como un protector de la nación ante políticas de izquierda que según dice erosionan la libertad personal y provocan inestabilidad económica.
Marley Melo, un comerciante de 53 años en la capital Brasilia, llevaba el amarillo de la bandera brasileña, que Bolsonaro y sus partidarios usan en sus marchas. Melo afirmó que votará otra vez por Bolsonaro y que no cree en las encuestas que lo muestran rezagado.
“Las encuestas pueden ser manipuladas, son de compañías que tienen sus intereses», declaró.
La lenta recuperación económica aún no ha llegado a los pobres, y 33 millones de brasileños pasan hambre pese al aumento de la asistencia pública. Como varios de sus vecinos latinoamericanos que lidian con una alta inflación y un gran número de personas excluidas del empleo formal, Brasil sopesa un giro a la izquierda.
Hay una posibilidad de que Lula gane en primera ronda, sin necesidad de disputar un balotaje el 30 de octubre. Para que eso ocurra necesitaría más del 50% de los votos válidos, que excluyen los votos en blanco o estropeados. Brasil tiene más de 150 millones de posibles votantes y votar es obligatorio, pero la tasa de abstención puede llegar al 20%.
Una victoria clara aumentaría la expectación sobre cómo reacciona el presidente al conteo, ya que ha cuestionado de forma reiterada la fiabilidad no sólo de los sondeos, sino de las máquinas de voto electrónico. Los analistas temen que haya sentado las bases para rechazar los resultados.
En un momento dado, Bolsonaro afirmó tener pruebas de fraude, pero nunca presentó ninguna, ni siquiera después de que la autoridad electoral le marcara un plazo límite para hacerlo. El 18 de septiembre dijo que si no ganaba en primera ronda, algo debía ser “anómalo”.
Lula, de 76 años, fue un obrero metalúrgico que salió de la pobreza para llegar a la presidencia, y se le reconoce la creación de un gran programa de prestaciones sociales durante su mandato entre 2003 y 2010 que ayudó a llevar a decenas de millones de personas a la clase media.
Pero también se le recuerda por la implicación de su gobierno en escándalos de corrupción que involucraban a políticos y ejecutivos de empresas.
Las propias condenas de Lula por corrupción y lavado de dinero le supusieron 19 meses de prisión, que le dejaron fuera de la campaña presidencial de 2018 que según los sondeos lideraba frente a Bolsonaro. El Supremo Tribunal Federal anuló más tarde la condena de Lula con el argumento de que el juez no había sido imparcial y se coludió con la fiscalía.
Nadja Oliveira, una trabajadora social de 59 años, dijo que votó por Lula y que asistió a sus mitines antes, pero que desde el 2018 ha votado por Bolsonaro.
“Desafortunadamente el Partido de los Trabajadores nos decepcionó. Había prometido que iba a ser distinto», dijo la mujer en Brasilia.
Por su parte, Marialva Santos Pereira, de 47 años, dijo que votaría por Lula por primera vez desde el 2002.
“No me gustaron los escándalos en su primer gobierno y dejé de votar por el Partido de los Trabajadores. Pero ahora sí voy a votar por ellos, porque creo que Lula fue encarcelado injustamente y porque Bolsonaro es un presidente tan malo que todos los otros parecen mejores», manifestó.
Tras votar en São Bernardo do Campo, el centro de manufactura en el estado Sao Paulo donde fue líder sindical, Lula recordó que hace cuatro años estaba preso y no pudo votar.
“Quiero tratar de regresar la normalidad al país, hacer de éste un país que nuevamente cuide a sus ciudadanos», dijo Lula a reporteros.
Bolsonaro creció en una familia de clase media-baja antes de entrar en el ejército. Más tarde entró en la política tras ser expulsado del ejército por su presión explícita para que se subiera el salario de los militares. Durante sus siete legislaturas como parlamentario minoritario en la cámara baja del Congreso expresó a menudo su nostalgia por las dos décadas de dictadura militar en el país.
Sus gestos hacia las fuerzas armadas han causado preocupaciones de que algún posible rechazo de los resultados electorales pueda contar con el apoyo de oficiales de alto rango.
El sábado, Bolsonaro compartió mensajes en las redes sociales de líderes derechistas extranjeros que lo elogiaban, como el expresidente estadounidense Donald Trump, el ex primer ministro israelí Benjamin Netanyahu y el primer ministro húngaro Viktor Orbán.
Tras votar en Río de Janeiro y portando una camiseta con los colores de la bandera brasileña, Bolsonaro dijo a periodistas que “las elecciones limpias deben ser respetadas” y que la primera ronda será decisiva. Cuando se le preguntó si respetaría los resultados, alzó el pulgar y se fue.
Leda Wasem, de 68 años, no tenía dudas de que Bolsonaro será reelegido, sino que además vaticinó que ganaría en la primera ronda. Con una camiseta del equipo nacional de fútbol en Curitiba, aseguró que si Lula gana será por fraude.
“No me lo voy a creer. Donde yo trabajo, en los lugares donde yo voy todos los días, ni una sola persona está a favor de Lula”, declaró.