Abrumados por la pandemia y demorados un año, los Juegos Olímpicos de Tokio finalmente fueron inaugurados hoy, con un despliegue de fuegos artificiales y una ceremonia meticulosamente coreografiada para la televisión.
En un estadio casi vacío, el acto fue muy colorido pero con un tono extrañamente mesurado y que marca el tono para unos singulares Juegos en medio de una pandemia.
Naomi Osaka, la estrella japonesa del tenis, recibió la última posta del relevo del fuego olímpico dentro del Estadio Nacional y prendió el pebetero.
En una ceremonia privada de la energía de una multitud, estos Juegos Olímpicos han sido convocados en un país anfitrión que los observa con indignación y estupor. Pero los organizadores cifran sus esperanzas de que el entusiasmo por el inicio de las competencias deportivas aplacará la generalizada oposición.
“Hoy es un día de esperanza. Cierto, es algo muy diferente a lo que todos nos habíamos imaginado», dijo el presidente del COI Thomas Bach. “Pero permítanos disfrutar este momento porque finalmente todos estamos aquí juntos”.
“Esta sensación de unidad, esta es la luz al final del oscuro túnel de la pandemia», declaró Bach.
El recelo en todo Japón hacia los Juegos amenazó todos estos últimos meses con eclipsar el derroche de glamour que acompaña una ceremonia de inauguración.
Al anochecer dentro del estadio, la ceremonia pretendió ratificar que las justas de verano — y su espíritu — siguen adelante.
Al comienzo, una luz azul cubrió sobre las gradas vacías y la música a todo volumen enmudeció los gritos de manifestantes afuera del recinto que clamaban por la cancelación de los Juegos, un sentimiento fuerte en el país. Fuegos artificiales iluminaron el cielo. En forma de octágono, la tarima evocó el emblemático Monte Fuji.
Más adelante, un popurrí de canciones, incluyendo las de icónicos videojuegos japones, fueron la banda sonora para el desfile de las delegaciones de atletas.
Casi todos con mascarillas, los atletas saludaron con entusiasmo hacia las miles y miles de butacas vacías y al mundo ávido de verles competir, pero al mismo tiempo tratando de entender las circunstancias del presente.
Algunos atletas marcharon cumpliendo con el distanciamiento social, pero otros se agruparon pegados, contrariando el deseo de los organizadores.
Por ejemplo, la delegación argentina se desbordó con su entusiasmo, con sus integrantes deteniéndose para saltar al unísono en el centro del estadio. La República Checa ingresó junto al resto de los países, pese a que su delegación ha reportado varios casos positivos de COVID-19 tras su arribo.
“Ustedes han tenido que enfrentar enormes desafíos en esta travesía olímpica», dijo Bach al dirigirse a los atletas. “Hoy ustedes han hecho realidad su sueño olímpico”.
Los organizadores guardaron un minuto de silencio por todos los fallecidos de COVID. Al ponerle pausa a la música, el ruido de las protestas afuera hizo eco en la distancia.
Esos gritos plantean una pregunta fundamental en estos Juegos mientras Japón y buena parte del resto del mundo padecen el azote de una pandemia que se extiende a su segundo año y arrojó cifras récord de contagios en Tokio esta semana: ¿Será eso suficiente?
“Eso”, en este caso, es el producto que se ofrece y vende, la materia primera que ha salvado a anteriores Juegos Olímpicos cuando se han visto atenazados por problemas: ese vínculo y apego humano intrínseco al espectáculo de la competición deportiva al máximo nivel.
Una y otra vez, ceremonias previas lograron alcanzar momentos que rozan con la magia. Escándalos — sobornos en Salt Lake City, censura y contaminación ambiental en Beijing, dopaje en Sochi — quedan en segundo plano con el inicio de la competición.
Pero con el coronavirus infectando y cobrándose vidas día tras día, se duda si la llama olímpica puede contra el miedo o brinda una cuota de catarsis — incluso asombro — tras un año de sufrimiento e incertidumbre en Japón y en el resto del planeta.
“Hoy, con el mundo enfrentando enormes desafíos, algunos vuelven a cuestionar el poder del deporte y la importancia de los Juegos Olímpicos», dijo la presidenta del comité organizador de Tokio 2020, Seiko Hashimoto. Refiriéndose al impacto de los Juegos, Hashimoto remarcó: “Este el poder del deporte. Esta es su esencia”.
El emperador japonés Naruhito declaró inaugurados los juegos, con los fuegos artificiales haciendo retumbar el estadio tras pronunciarse.
La actividad deportiva ya empezó —el fútbol, por ejemplo— y parte de la atención empieza a volcarse a las competencias.
De momento, sin embargo, es imposible no fijarse en lo inusual de esta cita de verano. El coqueto estadio nacional ha sido transformado en una zona militarizada aislada, rodeada de enormes barricadas. Las calles que lo rodean han sido selladas y sus negocios permanecen cerrados.
Adentro, la realidad de las cuarentenas y restricciones persiste. No se permitió la presencia de espectadores, privando el delirio de ver desfilar a las delegaciones de cada país. Los únicos testigos fueron un contingente de periodistas, dirigentes, atletas y otros participantes que han tenido que pasar estrictos protocolos sanitarios.
Los Juegos Olímpicos suelen toparse con una corriente de oposición, pero siempre acompañada por una sensación de orgullo nacional generalizada.
El resentimiento en Japón responde a la creencia de que han sido obligados a ser anfitriones —forzados a desembolsar miles de millones de dólares y a poner en riesgo la salud de una población que no está mayoritariamente vacunada— de modo que el COI pueda facturar sus miles de millones en ingresos por venta de los derechos de transmisión.
¿Cómo llegamos a esta situación? El repaso a todo lo ocurrido en el último año parece novelesco por todos sus giros.
Una pandemia forzó el aplazamiento de la edición 2020 de los Juegos. Una ráfaga de escándalos (sexismo y discriminación, denuncias de sobornos, gasto desorbitado, ineptitud, acoso) remece la organización. Y el pueblo japonés observa estupefacto cómo el evento sigue adelante pese a que numerosos científicos advierten que es una mala idea.
Y aunque es posible que “la gente pueda acabar sintiéndose personalmente a gusto con estos Juegos y con que Japón haya podido albergar los Juegos contra todas las adversidades”, dijo Koichi Nakano, un profesor de ciencia política en la Universidad Sophia en Tokio, cree que este escenario “es demasiado optimista”.
La realidad es que, ahora mismo, la variante delta del coronavirus sigue avanzando, desbordando a los hospitales japoneses, además de incrementar el temor a una avalancha de casos. Apenas el 20% de la población ha completado la pauta de vacunación. Y todos los días hay reportes de infecciones dentro de la burbuja olímpica, que se supone debe apartar a los participantes en los Juegos de la escéptica población japonesa.
Por una noche, al menos, la vistosidad y el mensaje de esperanza de la ceremonia de apertura quizá sea un momento de distracción global ante toda la angustia y furia que la rodea.
“Pero para los japoneses, que tendrán una experiencia más directa y sentirán más visceralmente ver los estadios vacíos y el extraño contraste entre este espectáculo y sus persistentes dificultades para contener la pandemia, quizás no tenga el mismo impacto”, comentó Daniel Sneider, un académico sobre el este de Asia en la Universidad de Stanford.