Residentes esperan en una cancha de fútbol para recibir comida donada en Sao Paulo, Brasil. Foto La Hora/AP/Andre Penner.

El presidente brasileño Jair Bolsonaro les pidió a los supermercados que bajen los precios de los alimentos básicos y su ministro de economía sugirió que los desamparados pudieran vivir de los sobrantes de restaurantes, en un marcado contraste con comentarios días antes en los que ambos dijeron que sus políticas habían restaurado la economía a los niveles prepandemia.

La desesperación por soluciones temporales refleja un reconocimiento reciente de que la recuperación económica de Brasil fue impulsada mayormente por los sectores de agricultura e inversiones, mientras que los ciudadanos más pobres vieron empeorar su situación.

En el primer trimestre del 2021, el desempleo en Brasil — oficialmente de 14,7% — y la inequidad económica llegaron a sus niveles más altos al menos nueve años. El costo de la vida se ha disparado — desde los alimentos al alquiler y el gas de cocina — y han emergido más villas miseria y campamentos de tiendas. Una sequía récord amenaza con hacer subir marcadamente los precios de la electricidad.

Todo eso ha dejado a gobiernos, compañías y organizaciones sin fines de lucro tratando de ayudar a los pobres con prestaciones, subsidios de gas, donaciones de comida y paneles solares — todo lo que ayude a sobrevivir el 2021 mientras la pandemia sigue azotando. Es una muestra de la capacidad brasileña de improvisar, pero también ilustra cómo muchos apenas consiguen subsistir, con la catástrofe financiera acechando.

«Los pobres son por amplio margen los mayores perdedores y están pagando el precio de esta crisis», dijo Marcelo Neri, director del centro de políticas sociales en la Fundación Getulio Vargas. «Los brasileños improvisamos, pero a veces somos víctimas de nuestra propia creatividad ante los problemas colectivos… La pandemia es la máxima prueba y estamos perdiendo la guerra».

Entre los 12 millones de desempleados en Brasil está Sergio Alves, de 52 años, residente del barrio de clase trabajadora de Babilonia, en Rio de Janeiro. Alves ha sobrevivido gracias al generoso programa gubernamental de ayuda por la pandemia, que sostuvo a los pobres y estimuló el consumo, previniendo con ello una recesión peor el año pasado. Brasil tiene oficialmente 27,5 millones de pobres — definidos como las personas que subsisten con menos de un salario mínimo (220 dólares). Si el gobierno cesase su programa actual, ese número subiría automáticamente a 34,5 millones, dijo Neri.

Esa ayuda fue reducida y luego suspendida al final del 2020. Fue restaurada en abril — pero a un nivel más bajo. Ahora, Alves gasta más solamente en electricidad de lo que recibe del programa.

«El costo sigue subiendo, para la electricidad, el gas», dijo en su casa en la favela. «Y aparte de pagar mis cuentas, tengo que sobrevivir».

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