El cadáver de un hombre muerto en un ataque de un cohete ruso yace entre escombros. (AP Foto/Andrew Marienko)

La familia solo tiene que recorrer unos 500 metros, al descubierto, bajo el fuego de artillería ruso, hasta la camioneta que los espera al final de la carretera para sacarlos de los combates.

Los cuatro dejan atrás la ciudad de Irpin, un suburbio al oeste de Kiev, devastado por los bombardeos de los últimos días.

 

El hijo pequeño, un chico con un gorro de Spiderman en la cabeza y la mochila a la espalda, le da la mano a su padre y cruza el río, pasando por encima de una tabla y por debajo de un puente de hormigón destruido.

El hermano mayor de Spiderman los sigue con dificultad, con un gato en brazos y la maleta en la mano. Sus padres también van cargados de bolsas.

Con la ayuda de los soldados ucranianos, trepan por un talud al otro lado del río. En ese momento, una salva de artillería corta el aire. Tras el talud, a solo 100 metros de allí, una bomba genera una nube de tierra y humo de 20 metros.

En cuanto pasan el talud, se ponen a correr por la carretera, aterrados, para llegar a la camioneta blanca que debe llevarlos hasta la zona de acogida, a un kilómetro de allí. Una travesía no exenta de peligro.

 

Pero, al pie de la camioneta, el niño se fija en dos cuerpos que yacen, cubiertos con una manta. Se trata de dos civiles que estaban participando en la operación de evacuación y que fueron alcanzados unos minutos antes por los disparos rusos.

Uno yace bocarriba, con la maleta al lado. Junto al otro hombre fallecido hay un cajón para gatos. Dentro no se oye nada.

La familia -el padre, la madre y los dos hijos- suben con ayuda a la furgoneta, que arranca entre los gritos de un soldado ucraniano.

Al final de la carretera, un autobús escolar de color amarillo los llevará directamente a la estación, para que se suban a un tren de evacuación en dirección al oeste.

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